Domingo de Ramos en la Pasión del Señor – Ciclo A -
2023
Mt 21, 1 – 11
Mt 26, 3 - 5. 14 —
27, 66
Acompañar
a Jesús
Queridos hermanos y
hermanas:
Como cada año, hemos conmemorado la entrada del Señor
en Jerusalén. Lo hemos hecho con el rito de la bendición de las palmas y de los
ramos; y sobre todo, con la procesión del Domingo
de Ramos.
La entrada del Señor en Jerusalén
Gracias
a esta expresión de nuestra fe y de nuestra religiosidad popular, nos hacemos
contemporáneos a los acontecimientos vividos por Jesús, sus discípulos y
seguidores, y los habitantes de Jerusalén. Por un momento, también nosotros,
como Pueblo de Dios, nos pusimos en camino detrás de nuestro Maestro y Señor, y
lo hemos aclamado diciendo: «¡Hosanna al
Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las
alturas!» (Mt 21, 9).
El
texto evangélico que se proclama luego de la bendición de los ramos y antes de
la procesión (cf. Mt 21, 1 – 11), no
nos da detalles de quiénes acompañaban a Jesús en su peregrinación y en su
entrada a la Ciudad Santa. Simplemente nos dice que «cuando se acercaron a Jerusalén y llegaron a Betfagé, al monte de los
Olivos, Jesús envió a dos discípulos» (Mt
21, 1) para traer un asna atada, junto con su cría, sobre la cual Él haría su
entrada mesiánica a Jerusalén.
Por
lo tanto, podemos inferir que sus discípulos acompañaban a Jesús. “Jesús se
había puesto en camino junto con los Doce, pero poco a poco se fue uniendo a
ellos un grupo creciente de peregrinos; Mateo y Marcos nos dicen que, ya al
salir de Jericó, había una «gran muchedumbre» que seguía a Jesús (Mt 20, 29; cf. Mc 10, 46).”[1]
La entrega de sí mismo
Sí,
de alguna manera lo hemos revivido hoy. Hemos sido nosotros esa “gran
muchedumbre” que acompaña a Jesús y a sus discípulos. De manera especial, hoy,
gracias a las imágenes sagradas de la
Dolorosa y de san Juan, también
hemos experimentado cómo María, la Madre y Compañera de Jesús; junto con el discípulo
amado, acompañan este caminar del Señor a Jerusalén; acompañan su subida a
Jerusalén, cuya meta última es “la entrega de sí mismo en la cruz, una entrega
que reemplaza los sacrificios antiguos; es la subida que la Carta a los Hebreos califica como un
ascender, no ya a una tienda hecha por mano de hombre, sino al cielo mismo, es
decir, a la presencia de Dios (9, 24). Esta ascensión hasta la presencia de
Dios pasa por la cruz, es la subida hacia el «amor hasta el extremo» (cf. Jn 13, 1), que es el verdadero monte de
Dios.”[2]
Precisamente,
luego de la conmemoración de la entrada del Señor en Jerusalén, la liturgia nos
presente la proclamación de la Pasión del
Señor. La escucha atenta de este texto, proclamado de forma solemne y en al
ámbito litúrgico de este día, también nos hace contemporáneos a los
acontecimientos de la Pasión del Señor.
De alguna manera también hemos acompañado a Jesús en su camino al calvario, en
su camino a la cruz.
Acompañar a Jesús
Sin embargo, debemos preguntarnos
¿qué significa acompañar a Jesús? ¿Qué significa acompañarlo durante estos días
santos?
Los
evangelios nos dicen que sus discípulos y una multitud de peregrinos lo
acompañaron en su subida a Jerusalén y en su ingreso a la misma. Pero también
nos refieren que los mismos habitantes de Jerusalén estaban conmovidos ante tal
acontecimiento y se preguntaban: «¿Quién
es este?» (Mt 21, 10).
Imágenes sagradas
Ntra. Señora de los Dolores; el Señor de las Palmas
y san Juan.
Iglesia Santa María de la Trinidad
Itauguá/Ypacaraí, Paraguay.
Es cierto que los que lo acompañaban respondieron: «Es Jesús, el profeta de Nazaret en Galilea»
(Mt 21, 11). ¿Pero cuánto
conocían a Jesús? ¿Cuánto conocían sus enseñanzas y su estilo de vida? ¿Cuánto
de ese estilo de vida asumieron? Junto con la multitud entusiasmada, se habrán
unido curiosos y otros que se sintieron atraídos por Jesús o por el ambiente
festivo que se había generado con su entrada mesiánica a Jerusalén. ¿Cuántos lo
acompañaron al calvario?
Sabemos que ni siquiera sus propios discípulos lo
acompañaron, a pesar de que Pedro y los demás dijeron: «Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré» (Mt 26, 35). En efecto, en el momento de
su arresto «todos los discípulos lo
abandonaron y huyeron» (Mt 26,
56).
Además, nuevamente, tantos curiosos se acercaron al
calvario… Pero no para acompañar a Jesús, ni siquiera para ser testigos de su
entrega, sino más bien para burlarse y denigrarlo.
¿Qué significa acompañar a Jesús? ¿Cómo queremos
acompañarlo en estos días santos? ¿Qué implica para nosotros acompañar al
Señor?
Claramente, acompañar a Jesús en estos días santos es
algo más que un caminar meramente exterior y físico. Sin duda que la
participación en las celebraciones de la Semana
Santa nos ayudarán a acercarnos a Él, a estar con Él. Pero debemos
participar de ellas no sólo con una presencia exterior o por costumbre y
tradición, sino con una presencia llena de alma, una presencia de corazón. Se
trata de un camino interior, un camino del corazón.
El mismo Señor nos da una clave en la proclamación de
la Pasión: «Quédense aquí, velando conmigo» (Mt 26, 38). Sí, acompañar a Jesús en estos días santos significa
velar con Él, permanecer con Él despiertos en la oración. Sólo la constante
oración, la oración que brota del corazón, es capaz de mantenernos despiertos y
atentos; y así íntimamente unidos a Jesús.
Sólo si nuestro corazón está despierto podremos
acompañar a Jesús en estos días santos; sólo si nuestro corazón está despierto
verdaderamente nos dejaremos tocar por el Señor en los misterios de nuestra fe
que celebraremos y viviremos en estos días santos; sólo si nuestro corazón está
despierto nuestro mundo interior volverá a estar abierto a la presencia y a la
acción de Dios en nuestras vidas.
Pidamos esa gracia al iniciar hoy la Semana Santa; que María Santísima, la Dolorosa que permanece con Jesús al pie
de la cruz, y que Juan, el discípulo
amado, nos inspiren a permanecer despiertos en estos días santos, velando
junto a Jesús en su camino pascual, anhelando vivir intensamente con Él su Misterio Pascual. Amén.
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