Vigilia Pascual en la
Noche del Sábado Santo – Ciclo B
2024
Mc
16, 1 – 8
«Allí lo verán»
Queridos hermanos y
hermanas:
Celebramos la Vigilia
Pascual en la Noche del Sábado Santo, y con ello llegamos al culmen del Triduo Pascual. Luego de acompañar al
Señor Jesús en su entrada mesiánica a Jerusalén y contemplarlo lavando los pies
a sus discípulos, para luego adentrarnos en su oración en el huerto de
Getsemaní, desde la cual vivirá su muerte en cruz; lo contemplamos ahora como
el Resucitado.
También para nosotros valen las palabras que el ángel
dirigió a las mujeres que se encaminaban hacia el sepulcro en «la madrugada del primer día de la semana»
(Mc 16, 2): «Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado.»
(Mc 16, 6).
¡Ha resucitado! Ese es el anuncio pascual que hoy
escuchamos, ese es el acontecimiento que hoy queremos celebrar y vivir.
«No teman»
El texto de san
Marcos si bien nos dice que María Magdalena, María y Salomé se dirigían al
sepulcro con ánimo de ungir el cuerpo de Jesús, nos da a entender que, a pesar
de esto, las mismas no se encontraban preparadas para los signos que
encontraron ni para el anuncio que recibieron.
Aunque el ángel les dice: «No teman»; el texto señala que «salieron
corriendo del sepulcro, porque estaban temblando y fuera de sí» (Mc 16, 8). ¿Por qué ocurrió esto? ¿Por
qué reaccionaron así?
Podemos suponer al menos dos razones. En primer lugar,
las mujeres del evangelio no están preparadas para el anuncio que han recibido
ni para el acontecimiento mismo que se les ha anunciado. En su momento, tampoco
los discípulos comprendieron del todo “cuando Jesús les habló por primera vez
sobre la cruz y la resurrección; mientras bajaban del monte de la
Transfiguración, ellos se preguntaban qué querría decir eso de «resucitar de
entre los muertos» (Mc 9, 10).”[1]
Ellas buscan todavía al Crucificado, busca su cuerpo que
debería estar depositado en el sepulcro. Es por ello que el ángel les dice: «Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el
Crucificado. Ha resucitado, no está aquí» (Mc 16, 6).
«Ha resucitado, no está
aquí»
Acoger el anuncio de la resurrección y hacer experiencia del Resucitado, no es algo que dependa sola y exclusivamente de nuestras facultades y capacidades. No se trata de un ejercicio intelectual; no se trata de arrebato de los afectos. Es un don y una misión.
Y nos adentramos aquí en la segunda razón por la cual las
mujeres del evangelio, en un primer momento, reaccionan con temor ante el
anuncio de la resurrección y los signos que acompañan este anuncio. Todavía no
han recibido el don del Espíritu Santo, que en la oración, capacita a los
creyentes para acoger en anuncio gozoso de la resurrección, hacer experiencia
del Resucitado y anunciarlo a toda la creación.
Para acoger plena y auténticamente el anuncio de la
resurrección necesitamos el don del Espíritu Santo y necesitamos cultivar el
hábito de la oración.
La oración es el ámbito en el cual la Iglesia recibe el
anuncio de la resurrección; lo asume, lo interioriza y lo experimenta. Y desde
allí, desde la oración, que no es otra cosa que encuentro con el Resucitado, lo
anuncia, testimonia y comparte.
«Allí lo verán»
Cuando el ángel
dice: «Él irá antes que ustedes a
Galilea; allí lo verán» (Mc 16,
7); podemos interpretar que ese “allí” es la oración. Es en la oración donde
podemos ver Jesús Resucitado, presente y
actuante en nuestras vidas.
Sin duda que la oración es diálogo con el Dios vivo, con
el Dios de la vida. Pero en realidad, la oración cristiana es siempre diálogo
del bautizado con la Trinidad; es íntimo diálogo trinitario.
En la oración por el Espíritu que nos ha sido dado en el
Hijo, dialogamos con el Padre. Pero también, muchas veces, nuestra oración es
diálogo con el Hijo, encuentro con el Resucitado que ha prometido estar con
nosotros todos los días hasta el fin del mundo (cf. Mt 28, 20).
En efecto, en la oración, cuando es auténtico diálogo, no
hablamos solamente nosotros; Dios también nos habla; Cristo también nos habla,
nos dirige su palabra.
En la oración, Jesús nos habla al corazón diciéndonos: “«Resurrexi et adhuc tecum sum». «He
resucitado y estoy aún y siempre contigo». Estas palabras, tomadas de una
antigua traducción latina —la Vulgata— del Salmo 138 (v. 18 b), resuenan al
inicio de la santa misa”[2]
del día de Pascua. “En ellas […] la Iglesia reconoce la voz misma de Jesús que,
resucitando de la muerte, lleno de felicidad y amor, se dirige al Padre y
exclama: Padre mío, ¡heme aquí! He resucitado, todavía estoy contigo y lo
estaré siempre.”[3]
“Gracias a su muerte y resurrección Jesús nos dice
también a nosotros: he resucitado y estoy siempre contigo.”[4]
En la oración podemos escuchar al mismo Resucitado que nos habla al corazón. En
la oración, nosotros mismos unimos nuestra voz a la del Resucitado y le decimos
al Padre: ¡Con tu Hijo he resucitado, y estoy –y estaré para siempre- contigo!
Sí, por el Bautismo,
ya hemos muerto y resucitado con Cristo. Por el Bautismo, la oración, los sacramentos y la caridad fraterna,
estamos siempre con Jesús y con el Padre. Sí, allí radica la alegría pascual,
allí radica la razón por la cual queremos testimoniar a todos que Cristo Jesús
ha resucitado.
A María, a quien con alegría invocamos como Regina Coeli – Reina del Cielo, le
pedimos hoy y siempre, que con su presencia orante en nuestras vidas nos eduque
en la oración, en esa “actitud interior de escucha, que es capaz de leer la
propia historia personal, reconociendo con humildad y confianza que es el Señor
quien actúa”[5],
quien nos guía y acompaña.
Es
el Resucitado el que nos dice:
Aquí estoy contigo, y lo estaré para
siempre;
Aquí estoy contigo y me verás en la
oración llena de fe y confianza.
Aquí estoy contigo y tú estarás
siempre conmigo.
Amén.
Aleluya.
P.
Óscar Iván Saldívar, I.Sch.
Rector del Santuario de Tupãrenda –
Schoenstatt
Vigilia Pascual 2024