Domingo de Ramos en la Pasión del Señor – Ciclo B - 2024
Mc 11, 1 – 10
Mc 14, 1 – 15, 47
«Príncipe de la Paz»
Queridos hermanos y
hermanas:
Con
esta celebración del Domingo de Ramos iniciamos
la gran semana de nuestra fe, la Semana
Santa. Y esta Liturgia tiene la particularidad de que, por un lado, se proclama
el texto evangélico de la entrada de Jesús en Jerusalén (Mc 11, 1 – 10); y por otro lado, -ya en la Eucaristía misma-
escuchamos el relato de la Pasión del Señor -este año tomado del Evangelio según San Marcos (Mc 14, 1 – 15, 47).
En
el texto evangélico que hemos escuchado antes de iniciar la procesión del Domingo de Ramos (Mc 11, 1 – 10) se nos relataba que
Jesús y sus discípulos se aproximaban a Jerusalén; y a medida que el Señor se
acerca a la Ciudad Santa, indica a los suyos los preparativos para su
significativa entrada a la misma: «Vayan
al pueblo que está enfrente y, al entrar, encontrarán un asno atado, que nadie
ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo» (Mc 11, 2).
Claramente el Señor prepara su entrada a
Jerusalén. El texto nos da a entender que Jesús es consciente del significativo
modo en que entrará a la Ciudad de David; así mismo, podemos suponer
que comprende el simbolismo que hay en el gesto de entrar montado
sobre un asno. La referencia a la profecía de Zacarías es
inevitable: «¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Grita de júbilo, hija de
Jerusalén! Mira que tu Rey viene hacia ti; él es justo y victorioso, es humilde
y está montado sobre un asno, sobre la cría de un asna.» (Zac 9,
9).
Jesús
es consciente del significado de todo este simbolismo, sin embargo, me pregunto si los discípulos comprendieron la
verdadera profundidad y alcance de este gesto de Jesús.
«Entonces le llevaron el asno, pusieron sus mantos sobre él y
Jesús se montó»
Se nos dice que los discípulos obraron tal «como Jesús les había dicho» (Mc 11, 6) y que «entonces le llevaron el asno, pusieron sus mantos sobre él y Jesús se montó» (Mc 11, 7). También es probable que los mismos discípulos se hayan unido a los muchos que «extendían sus mantos sobre el camino» o a los que lo «cubrían con ramas que cortaban en el campo» (cf. Mc 11, 8).
Probablemente, los discípulos y muchos
de los que estaban con ellos siguiendo a Jesús, fueron capaces de relacionar
todos estos gestos con distintos pasajes del Antiguo Testamento y
con la historia del pueblo de Israel.
Al pedir prestado un asno «que nadie ha
montado todavía», “Jesús reivindica el derecho del rey a requisar medios de
transporte, un derecho conocido en toda la antigüedad. El hecho de que se trate
de un animal sobre el que nadie ha montado todavía remite también a un derecho
real.”[1]
Así mismo, “el echar los mantos tiene su sentido
en la realeza de Israel (cf. 2 R 9, 13). Lo que hacen los
discípulos es un gesto de entronización en la tradición de la realeza davídica
y, así, también en la esperanza mesiánica que se ha desarrollado a partir de
ella.”[2]
Los
discípulos son capaces de relacionar todos estos gestos con la tradición de la
realeza davídica y con la esperanza de un Mesías; sin embargo, queda pendiente
la pregunta de si comprendieron la verdadera profundidad de estos gestos. ¿Comprendieron
en ese entonces qué clase de realeza Jesús reivindicaba para sí? ¿Comprendieron
la manera en que Jesús quería llevar adelante su misión mesiánica? Preguntas
que siguen siendo válidas para nosotros actualmente.
Hoy
nosotros hemos aclamado a Jesús como rey; anhelamos que sea el rey de nuestras vidas, el
rey de nuestros corazones. Lo hemos aclamado como Mesías, es decir, como el Salvador, el lleno del Espíritu. Anhelamos
que reine en nuestros corazones y que nos salve.
¿Pero
cómo esperamos que sea su salvación? ¿Según nuestros criterios, según nuestras
ideas, según nuestra medida? ¿Comprendemos
su misión?
«¡Hosana en las alturas!»
Al igual que los discípulos de ese entonces,
también nosotros nos hemos unido a «los que iban delante y los que
seguían a Jesús» gritando y aclamando: «¡Hosanna! ¡Bendito el
que viene en nombre del Señor! ¡Bendito sea el Reino que ya viene, el Reino de
nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!» (Mc 11, 9 –
10).
De
alguna manera, sobre todo en la primera parte de la celebración, cuando en
procesión seguíamos las imágenes del Señor
de las Palmas, de la Dolorosa y
de san Juan, el discípulo amado; también
nosotros entramos en esa atmósfera festiva y alegre, llena de expectativa. También
nosotros hemos aclamado con alegría al Señor que entra en la Jerusalén de hoy
que es su iglesia congregada para la celebración eucarística.Domingo de Ramos 2024
Iglesia Santa María de la Trinidad
Sin embargo, en medio de tanta emoción, de
tanta alegría y de tanta expectativa, el único que comprende profundamente el
sentido de esta entrada mesiánica es el mismo Jesús.
Así
como la imagen del Señor de las Palmas
hoy nos muestra un rostro sereno, así podemos imaginar al Señor Jesús en medio
de las multitudes que entonces lo aclamaban con la expresión «¡Hosanna!».
Contemplemos
la imagen sagrada del Señor de las
Palmas. Tengamos en cuenta que una imagen religiosa quiere resaltar algún
rasgo particular de aquel a quien representa. En lo personal, pienso que lo que
más resalta en este Jesús de las Palmas es
su rostro sereno. Aún en medio de tanta alegría, de tanto ruido y de tanta
expectativa; incluso aún en medio de tanta presión, su rostro transmite
serenidad y paz.
«Príncipe de la Paz»
A
pesar de que Israel esperaba de Él un Mesías triunfalista, un Mesías político; Jesús
sabe que la meta última de su peregrinación y entrada en Jerusalén “es la entrega
de sí mismo en la cruz”.[3]
Sabe que es «necesario que el
Mesías soporte sufrimientos para entrar en su gloria» (cf. Lc 24, 26). Pues su gloria es la gloria del grano de
trigo que cae en la tierra, muere y da mucho fruto (cf. Jn 12,
24).
Jesús permanece sereno y su mirada penetra los
acontecimientos externos para llegar al sentido profundo de su vida y misión. En
su corazón Jesús tiene la certeza de que Dios vendrá en su ayuda, aún en medio
de tanta conmoción exterior.
¿Cómo
podemos participar de esta serenidad de Jesús? Hay una clave en la invitación
que la Iglesia nos hace en este año dedicado a la oración. Lo hemos escuchado
también en el relato de la Pasión (Mc 14, 1 – 15, 47), en medio de toda la
conmoción exterior, en medio de toda la gente que se acercaba a Jesús para
arrestarlo; Él hace oración.
En
lugar de inquietarse, Él se toma el tiempo para hacer oración e invita a sus
discípulos a hacer lo mismo. Este Año de
la Oración[4]
es como una invitación que Jesús nos hace para aprender a orar. Cuando mayor
sea la intranquilidad, cuando mayor sea la cantidad de cosas que tenemos que
hacer, más intensa debe ser nuestra oración. La clave de la paz y de la
serenidad interior está en buscar el encuentro con el Dios de la vida en la
oración.
Porque
la oración es claridad de pensamiento, serenidad de alma y fortaleza de
voluntad. Muchas veces no logramos vivir los momentos de inquietud con fe
porque nos falta la oración persevera. El texto de la Pasión dice que tres veces Jesús se echó en tierra a orar.
Por
eso, con soberana paz interior, Jesús ingresa en la Ciudad Santa, aún sabiendo que
«ha llegado la hora en que el
Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores» (Mc 14, 41).
La
soberanía que Jesús irradia en toda situación radica en su profunda oración, en
su relación filial con Dios y en su total conformidad con la voluntad del Padre.
Y precisamente, en ese dominar las circunstancias exteriores desde una
interioridad profunda, desde la relación personal con el Padre Dios, en eso consiste
su soberanía, en eso consiste su ser rey, su ser Señor, su ser Mesías.
Desde
ese dominio interior puede entregarse libremente para la salvación de todos. Mirando
a Jesús como Señor de las Palmas, como
Señor de la serenidad interior, los descubrimos también como «Príncipe de la Paz» (Is 9, 5).
Queridos
hermanos y hermanas, iniciamos hoy la Semana
Santa. Probablemente también nosotros la iniciamos con inquietudes, preguntas,
intranquilidades y tareas pendientes. Miremos al Príncipe de la Paz, al sereno Señor
de las Palmas, y con él adentrémonos en la oración que es fuente de paz, de
serenidad, de claridad y de fortaleza.
A
María, Mater serenitatis – Madre de la
Serenidad, le pedimos la gracia de comprender profundamente el misterio de
la realeza mesiánica de Cristo, y así, unidos a Él en oración, permanecer
serenos en medio de las conmociones de la vida cotidiana, sabiendo que nuestra vida
siempre descansa en las manos del Padre Dios. Amén.
P. Óscar I.
Saldívar, I.Sch.
Rector
del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt
24 de marzo de 2024
[1] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección (Ediciones Encuentro, S.A., Madrid 2011), 14.
[2] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret…, 16.
[3] J. RATZINGER/BENDICTO XVI, Jesús de Nazaret…, 12.
[4]
PAPA FRANCISCO, Carta a S.E. Mons. Rino Fisichella
para el Jubileo 2025.
Buenas Padre!
ResponderEliminarHermosa homilía. Gracias por compartir!!