La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

miércoles, 27 de marzo de 2024

Domingo de Ramos - Ciclo B - 2024 - «Príncipe de la Paz»

 Domingo de Ramos en la Pasión del Señor – Ciclo B - 2024 

Mc 11, 1 – 10 

Mc 14, 1 – 15, 47 

«Príncipe de la Paz»

 

Queridos hermanos y hermanas:

Con esta celebración del Domingo de Ramos iniciamos la gran semana de nuestra fe, la Semana Santa. Y esta Liturgia tiene la particularidad de que, por un lado, se proclama el texto evangélico de la entrada de Jesús en Jerusalén (Mc 11, 1 – 10); y por otro lado, -ya en la Eucaristía misma- escuchamos el relato de la Pasión del Señor -este año tomado del Evangelio según San Marcos (Mc 14, 1 – 15, 47).

En el texto evangélico que hemos escuchado antes de iniciar la procesión del Domingo de Ramos (Mc 11, 1 – 10) se nos relataba que Jesús y sus discípulos se aproximaban a Jerusalén; y a medida que el Señor se acerca a la Ciudad Santa, indica a los suyos los preparativos para su significativa entrada a la misma: «Vayan al pueblo que está enfrente y, al entrar, encontrarán un asno atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo» (Mc 11, 2).

Claramente el Señor prepara su entrada a Jerusalén. El texto nos da a entender que Jesús es consciente del significativo modo en que entrará a la Ciudad de David; así mismo, podemos suponer que  comprende el simbolismo que hay en el gesto de entrar montado sobre un asno. La referencia a la profecía de Zacarías  es inevitable: «¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Grita de júbilo, hija de Jerusalén! Mira que tu Rey viene hacia ti; él es justo y victorioso, es humilde y está montado sobre un asno, sobre la cría de un asna.» (Zac 9, 9).

Jesús es consciente del significado de todo este simbolismo, sin embargo, me pregunto si los discípulos comprendieron la verdadera profundidad y alcance de este gesto de Jesús.

«Entonces le llevaron el asno, pusieron sus mantos sobre él y Jesús se montó»

Se nos dice que los discípulos obraron tal «como Jesús les había dicho» (Mc 11, 6) y que «entonces le llevaron el asno, pusieron sus mantos sobre él y Jesús se montó» (Mc 11, 7). También es probable que los mismos discípulos se hayan unido a los muchos que «extendían sus mantos sobre el camino» o a los que lo «cubrían con ramas que cortaban en el campo» (cf. Mc 11, 8).

Probablemente, los discípulos y muchos de los que estaban con ellos siguiendo a Jesús, fueron capaces de relacionar todos estos gestos con distintos pasajes del Antiguo Testamento y con la historia del pueblo de Israel.

Al pedir prestado un asno «que nadie ha montado todavía», “Jesús reivindica el derecho del rey a requisar medios de transporte, un derecho conocido en toda la antigüedad. El hecho de que se trate de un animal sobre el que nadie ha montado todavía remite también a un derecho real.”[1]

Así mismo, “el echar los mantos tiene su sentido en la realeza de Israel (cf. 2 R 9, 13). Lo que hacen los discípulos es un gesto de entronización en la tradición de la realeza davídica y, así, también en la esperanza mesiánica que se ha desarrollado a partir de ella.”[2]

Los discípulos son capaces de relacionar todos estos gestos con la tradición de la realeza davídica y con la esperanza de un Mesías; sin embargo, queda pendiente la pregunta de si comprendieron la verdadera profundidad de estos gestos. ¿Comprendieron en ese entonces qué clase de realeza Jesús reivindicaba para sí? ¿Comprendieron la manera en que Jesús quería llevar adelante su misión mesiánica? Preguntas que siguen siendo válidas para nosotros actualmente.  

Hoy nosotros hemos aclamado a Jesús como rey;  anhelamos que sea el rey de nuestras vidas, el rey de nuestros corazones. Lo hemos aclamado como Mesías, es decir, como el Salvador, el lleno del Espíritu. Anhelamos que reine en nuestros corazones y que nos salve.

¿Pero cómo esperamos que sea su salvación? ¿Según nuestros criterios, según nuestras ideas, según  nuestra medida? ¿Comprendemos su misión?

«¡Hosana en las alturas!»

Al igual que los discípulos de ese entonces, también nosotros nos hemos unido a «los que iban delante y los que seguían a Jesús» gritando y aclamando: «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito sea el Reino que ya viene, el Reino de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!» (Mc 11, 9 – 10).

Domingo de Ramos 2024
Iglesia Santa María de la Trinidad 

De alguna manera, sobre todo en la primera parte de la celebración, cuando en procesión seguíamos las imágenes del Señor de las Palmas, de la Dolorosa y de san Juan, el discípulo amado; también nosotros entramos en esa atmósfera festiva y alegre, llena de expectativa. También nosotros hemos aclamado con alegría al Señor que entra en la Jerusalén de hoy que es su iglesia congregada para la celebración eucarística.

 Sin embargo, en medio de tanta emoción, de tanta alegría y de tanta expectativa, el único que comprende profundamente el sentido de esta entrada mesiánica es el mismo Jesús.

Así como la imagen del Señor de las Palmas hoy nos muestra un rostro sereno, así podemos imaginar al Señor Jesús en medio de las multitudes que entonces lo aclamaban con la expresión «¡Hosanna!».

Contemplemos la imagen sagrada del Señor de las Palmas. Tengamos en cuenta que una imagen religiosa quiere resaltar algún rasgo particular de aquel a quien representa. En lo personal, pienso que lo que más resalta en este Jesús de las Palmas es su rostro sereno. Aún en medio de tanta alegría, de tanto ruido y de tanta expectativa; incluso aún en medio de tanta presión, su rostro transmite serenidad y paz.

«Príncipe de la Paz»

A pesar de que Israel esperaba de Él un Mesías triunfalista, un Mesías político; Jesús sabe que la meta última de su peregrinación y entrada en Jerusalén “es la entrega de sí mismo en la cruz”.[3] Sabe que es «necesario que el Mesías soporte sufrimientos para entrar en su gloria» (cf. Lc 24, 26). Pues su gloria es la gloria del grano de trigo que cae en la tierra, muere y da mucho fruto (cf. Jn 12, 24).

 Jesús permanece sereno y su mirada penetra los acontecimientos externos para llegar al sentido profundo de su vida y misión. En su corazón Jesús tiene la certeza de que Dios vendrá en su ayuda, aún en medio de tanta conmoción exterior.

¿Cómo podemos participar de esta serenidad de Jesús? Hay una clave en la invitación que la Iglesia nos hace en este año dedicado a la oración. Lo hemos escuchado también en el relato de la Pasión (Mc 14, 1 – 15, 47), en medio de toda la conmoción exterior, en medio de toda la gente que se acercaba a Jesús para arrestarlo; Él hace oración.

En lugar de inquietarse, Él se toma el tiempo para hacer oración e invita a sus discípulos a hacer lo mismo. Este Año de la Oración[4] es como una invitación que Jesús nos hace para aprender a orar. Cuando mayor sea la intranquilidad, cuando mayor sea la cantidad de cosas que tenemos que hacer, más intensa debe ser nuestra oración. La clave de la paz y de la serenidad interior está en buscar el encuentro con el Dios de la vida en la oración.

Porque la oración es claridad de pensamiento, serenidad de alma y fortaleza de voluntad. Muchas veces no logramos vivir los momentos de inquietud con fe porque nos falta la oración persevera. El texto de la Pasión dice que tres veces Jesús se echó en tierra a orar.

Por eso, con soberana paz interior, Jesús ingresa en la Ciudad Santa, aún sabiendo que «ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores» (Mc 14, 41).

La soberanía que Jesús irradia en toda situación radica en su profunda oración, en su relación filial con Dios y en su total conformidad con la voluntad del Padre. Y precisamente, en ese dominar las circunstancias exteriores desde una interioridad profunda, desde la relación personal con el Padre Dios, en eso consiste su soberanía, en eso consiste su ser rey, su ser Señor, su ser Mesías.

Desde ese dominio interior puede entregarse libremente para la salvación de todos. Mirando a Jesús como Señor de las Palmas, como Señor de la serenidad interior, los descubrimos también como «Príncipe de la Paz» (Is 9, 5).  

Queridos hermanos y hermanas, iniciamos hoy la Semana Santa. Probablemente también nosotros la iniciamos con inquietudes, preguntas, intranquilidades y tareas pendientes. Miremos al Príncipe de la Paz, al sereno Señor de las Palmas, y con él adentrémonos en la oración que es fuente de paz, de serenidad, de claridad y de fortaleza.

A María, Mater serenitatis – Madre de la Serenidad, le pedimos la gracia de comprender profundamente el misterio de la realeza mesiánica de Cristo, y así, unidos a Él en oración, permanecer serenos en medio de las conmociones de la vida cotidiana, sabiendo que nuestra vida siempre descansa en las manos del Padre Dios. Amén.

 

P. Óscar I. Saldívar, I.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt

24 de marzo de 2024



[1] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección (Ediciones Encuentro, S.A., Madrid 2011), 14.

[2] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret…, 16.

[3] J. RATZINGER/BENDICTO XVI, Jesús de Nazaret…, 12.

[4] PAPA FRANCISCO, Carta a S.E. Mons. Rino Fisichella para el Jubileo 2025.

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