Sion Trinitatis, Santiago de Chile, 24 de abril 2011
“El Bautismo, (…), no es un rito del pasado sino el encuentro con Cristo que conforma toda la existencia del bautizado, le da la vida divina y lo llama a una conversión sincera, iniciada y sostenida por la Gracia , que lo lleve a alcanzar la talla adulta de Cristo.”
Benedicto XVI, Mensaje para la Cuaresma 2011
Queridos amigos:
Al terminar el Triduo Pascual y al iniciarse este tiempo de Pascua que se inaugura con la Resurrección de Jesucristo, nuestro hermano y Señor, quisiera compartir con ustedes una breve reflexión en torno a la que hemos vivido en estos días santos y su significado profundo para nuestra existencia.
Cuaresma: tiempo de conversión y de bautismo
El Triduo Pascual que hemos celebrado en estos días estuvo precedido por el tiempo de la Cuaresma , un tiempo “en el cual se nos invita a contemplar el Misterio de la cruz, (…), para llevar a cabo una conversión profunda de nuestra vida”.[1] Tradicionalmente hemos comprendido el tiempo de la Cuaresma como un tiempo de penitencia, pero muchas veces nos ha faltado profundizar en el sentido de la penitencia… Se trata de una penitencia encaminada hacia la conversión del corazón, hacia la conversión de lo más propio e íntimo de cada hombre y mujer.
En la Iglesia de Santiago de Chile, el tiempo de Cuaresma ha sido sin duda un tiempo de cruz, un tiempo de dolor y vergüenza por el “espantoso pecado” de los abusos sexuales por parte de “personas consagradas a Jesucristo, de quienes se espera un testimonio coherente de amor y servicio”.[2] Muchos somos los que estamos dolidos con estos hechos y que en la oración, en la reflexión y en el diálogo hemos intentado interpretar estos hechos a la luz de la fe.
Personalmente creo que se trata realmente de una vivencia cuaresmal, una vivencia que nos llama a una profunda conversión eclesial y personal. Los abusos de autoridad y de confianza –que han desembocado en abusos sexuales- por parte de algunos consagrados, me han llevado a reflexionar en torno al sacerdocio ministerial y su ejercicio en la Iglesia.
Creo que estas dolorosas situaciones pueden también interpretarse a la luz de la categoría bíblica de la “idolatría”. Cuando absolutizamos personas, valores e ideas, sin referencia alguna a Jesucristo, terminamos por reemplazar al Dios vivo con estas realidades. Aquello que estaba llamado a ser un camino de encuentro con Dios se convierte en obstáculo y termina por convertirse en un ídolo, en aquella “obra de manos humanas” que en el corazón del hombre toma el lugar de Dios (cf. Sb 13,10).
Cuando se absolutiza en sí mismo el sacerdocio, el valor de la autoridad o el prestigio de la Iglesia , estas realidades terminan por convertirse en “ídolos”, terminan por reclamar para sí la totalidad del corazón humano, algo que sólo pertenece a Dios mismo. Por eso el doloroso camino de conversión que implica el reconocimiento de los pecados eclesiales -y de nuestros propios límites-, nos tiene que llevar a ubicar de nuevo las cosas en su lugar. El sacerdocio, la autoridad como servicio y la Iglesia nunca son un fin en sí mismos, sino que son un medio, un camino de encuentro con el Dios vivo. Por eso frente al absolutismo que convierte estas realidades en ídolos, debemos contraponer la relacionalidad que siempre integra estas realidades en el horizonte humano y divino. El sacerdocio y la Iglesia deben siempre estar en viva relación con su fundamento que es Jesucristo y al servicio de los hombres, de las personas concretas que Dios pone en nuestro camino.
Así el tiempo de Cuaresma se nos revela como un tiempo de penitencia, de renunciar a los pequeños o grandes ídolos que tenemos en nuestra propia vida y que desfiguran el rostro humano, y por ello mismo, desfiguran el rostro del Dios vivo revelado en Jesucristo. Se trata de decirle con sinceridad al Señor: “Quítame lo que tengo y lo que soy, te lo entrego todo; úsalo para salvación de los hombres, aunque deba sufrir por ello (Hacia el Padre, 148).
El camino de la sincera renuncia a aquello que intenta ocupar en mi corazón el lugar de Dios es el camino de la conversión. Es éste el profundo sentido de la Cuaresma. De alguna manera se trata de morir a aquello que nos aparta de Dios, morir a aquello que nos aparta de la sinceridad, de la humildad, de la sencillez, de la autenticidad, del amor y de la verdad. Cuando así vivimos la Cuaresma experimentamos entonces que el tiempo cuaresmal se transforma en un tiempo bautismal, pues “fuimos, (…), con Él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo resucitó de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva” (Rm 6,4).
Bautismo y tiempo pascual
Así como con Cristo fuimos sepultados en el Bautismo, así como con Él hemos muerto a todo aquello que nos separa de Dios, con Él también hemos resucitado (cf. Col 2, 12). Por eso el Bautismo no es sólo propio del tiempo cuaresmal sino más bien es propio del tiempo pascual, pues la vida nueva en Cristo Señor “ya se nos transmitió el día del Bautismo, cuando «al participar de la muerte y resurrección de Cristo» comenzó para nosotros «la aventura gozosa y entusiasmante del discípulo »”[3].
Ya ahora vivimos nosotros de esa vida nueva y en esa vida nueva, es la vida del Resucitado que vino al mundo “para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10b). Por eso, luego del tiempo cuaresmal, una vez iniciado el camino de la conversión, debemos vivir no ya de nuestros egoísmos –nuestras ansias de poder y de dominación de los otros- ni de nuestros supuestos méritos y seguridades –que muchas veces son nuestros pequeños ídolos-, sino del don de la vida nueva en Jesucristo Resucitado, ese don que siempre nos supera, que siempre “supera el mérito, y cuya norma es sobreabundar”.[4] Se trata de renovar nuestra conciencia bautismal. Se trata de rescatar nuestro Bautismo del “baúl de los recuerdos” y hacerlo consciente. Lo que me mantiene vivo es la vida de Cristo Jesús, lo que mantiene viva y activa mi esperanza en el día a día es al resurrección de Cristo Jesús, ésta es la gran esperanza cristiana, ésta es la gran esperanza que nos sostiene en nuestro caminar diario, en medio de las tinieblas de nuestras inseguridades, angustias y temores. Nosotros caminamos detrás de la luz de Cristo Resucitado tal y como lo hicimos en la celebración de la Vigilia Pascual.
Bautismo y Alianza de Amor con María
Experimentamos así que el pecado no tiene la última palabra, que el dolor reconocido y asumido puede ser redimido por la cruz y la resurrección de Jesucristo. En último término tomamos conciencia de lo que significa ser cristiano, vivir de la vida de Cristo Resucitado; tomamos conciencia de que “cristiano no es el adepto a un partido confesional, sino el que, mediante su ser cristiano, se hace realmente hombre”[5], se hace realmente humano.
Queridos amigos, en este caminar cristiano, en este camino por llegar a ser hombres, por llegar a ser plenamente humanos, no estamos solos, María la Madre de Jesús y Madre nuestra, camina con nosotros. Ella nos toma de la mano y nos conduce por el camino cristiano, Ella nos enseña a caminar en esta vida nueva que significa nuestro Bautismo; porque cuando nos entregamos a Ella, cuando confiamos en Ella, María lleva a término la obra buena que Dios inició con nosotros en el día de nuestro Bautismo. María no sólo nos acerca a Cristo y nos hace más cristianos, sino que, por la Alianza de Amor, María nos hace más Cristo.
Así con la esperanza puesta en la Resurrección del Señor –con la esperanza puesta en el Bautismo de Cristo y en la Alianza de Amor con María- los saludo a cada uno en esta Pascua de Resurrección y deseo de corazón que cada uno experimente en su vida que “Cristo, (…), al salir del sepulcro, brilla sereno para el linaje humano”[6], Él brilla para nosotros en el camino de la vida, Él brilla en medio de nuestras tinieblas y en último término, cuando nos entregamos totalmente a Jesús, Él transforma nuestras tinieblas en luz. ¡Feliz Pascua de Resurrección!
Con cariño, Oscar Iván, PMSCP [1] Benedicto XVI, Mensaje para la Cuaresma 2011
[2] Mons. Ricardo Ezzati Andrello, Mensaje del Arzobispo de Santiago a los fieles y comunidades de la Arquidiócesis, 2.04.2011.
[3] Benedicto XVI, Mensaje para la Cuaresma 2011
[4] Cf. Benedicto XVI, Caritas in Veritate 34.
[5] J. Ratzinger, Introducción al cristianismo (Ediciones Sígueme, Salamanca 21971), pág. 234.
[6] Pregón Pascual