La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

jueves, 25 de agosto de 2011

Meditación Pascual 2010

Berg Sion, Alemania, 4 de abril de 2010

“Ser cristiano significa considerar el camino de Jesucristo como el camino correcto para el ser humano, como ese camino que conduce a la meta, a una humanidad plenamente realizada y auténtica. (…)…ser cristiano es un camino, o mejor: una peregrinación, un caminar junto a Jesucristo.”
S.S. Benedicto XVI, Domingo de Ramos 2010
Queridos hermanos y amigos:
            En esta Pascua de Resurrección de nuestro Señor quisiera acercarme a cada uno de ustedes con un afectuoso saludo y compartir unas breves reflexiones en torno a estos días santos. Reflexiones que surgen del pensar y del orar, pero por sobre todo del anhelo de estar con Jesús, de acompañarlo, de tratar de descubrir en la vida el misterio de su amor. Reflexiones que en el compartir quieren ser saludo, cercanía y oración por cada uno de ustedes.
Ser cristiano es un camino
            Tal vez podría empezar compartiendo con ustedes lo que más me llegó en esta Semana Santa… Este año en particular pude gustar, pude vivenciar con mayor intensidad, la procesión del Domingo de Ramos. Mientras me acercaba al Santuario con mi ramo en las manos y con mis hermanos cantando – ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!-, tomé conciencia de lo que hacíamos, de lo que yo estaba haciendo… Yo también durante esa celebración “subía a Jerusalén” (Lc 19,28) como Jesús. De repente se me hizo tan claro –al menos por un momento- lo que allí sucedía.
            Yo estaba subiendo a Sión –cuando vi el Santuario me dije: “yo estoy subiendo con Jesús a Jerusalén”-, con mi ramo acompañaba a Jesús… Lo acompañaba a Él en su entrada a Jerusalén, en su entrada a su Semana Santa, en su entrada a su Pasión.
            Queridos hermanos y amigos, a veces –tal vez muchas- los cristianos –y en especial, nosotros, los católicos- no somos conscientes de lo que las celebraciones y gestos de estos días santos significan…
            Acompañar a Jesús en la procesión de los ramos, reconocerlo como nuestro Salvador, como Mesías y como Rey, implica en nuestra propia vida hacer el camino que Él hizo. La celebración no se agota en el momento, sino que está llamada a plasmar, a conformar nuestra vida a la de Cristo Jesús. Se trata de acompañarlo en su camino, de hacer su camino, su camino de filialidad.
Un camino de filialidad
            Una experiencia similar tuve en el Vía Crucis. Allí con mi propia cruz –la cruz de mis propias fragilidades, de mis egoísmos, la cruz de nuestros dolores- en las manos y en el corazón, volví a recordar las palabras de Jesús: “Quien quiera seguirme… niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16, 24).
            Quien quiera seguirme. Se trata de nuevo de un camino. La vida cristiana, nuestra propia vida, la vida de cada uno, es un camino –un proceso de vida-. Y como en todo camino, tenemos que aprender a caminar, aprender a dar nuestros pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Aprender a andar ese camino. Aprender a vivir. Y aprender una y otra vez sin perder la esperanza, sin dejar de caminar. Se trata de caminar detrás de Cristo, detrás de Él… No según mis ideas o según mi voluntad primeramente, no según mis temores o la moda del momento… Sino detrás de Jesús… Detrás de Él y con Él.
            Niéguese a sí mismo. De eso se trata el amor. Amar de verdad, aprender a amar, significa pasar del “yo quiero” al “lo que Tú quieres”, se trata de hacer vida lo que en Schoenstatt conocemos como Poder en Blanco[1]. Incluso en nuestras relaciones humanas a veces nos conformamos con decir a los que amamos “yo te quiero”; y si bien, lo decimos sinceramente, con el tiempo vamos descubriendo que amar significa no tanto querer poseer a la persona amada, sino más bien querer lo mejor para ella y querer lo que ella quiere. ¡Cuánto más en nuestras relaciones con Cristo y María! ¡Cuánto nos falta aprender! Pero debemos reconocer esto con sinceridad y serenidad, la buena nueva es que si la vida es un camino, siempre de nuevo podemos aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar.
            Tome su cruz y sígame. Se trata, queridos hermanos y amigos, de darle un sí confiado y alegre a nuestro propio camino de vida. Aceptar quienes somos, aceptar nuestro camino de vida, nuestros dones y nuestras limitaciones, nuestra vida toda y las personas con las cuales hacemos este camino. Se trata especialmente de darle un sí alegre y confiado a la cruz que cada uno de nosotros lleva en su vida y en su corazón. Un  sí que damos confiando como niños. Confiando que esa cruz, que ese Vía Crucis, esconde para cada uno de nosotros un camino de filialidad, y por ello, un camino de santidad y de plenitud de vida. Cargar con nuestras propias cruces y caminar con ellas por la vida siguiendo a Cristo con María es un camino de filialidad, un camino de aprender a ser hijos, un camino de plenitud.
Un camino de filialidad y un camino de fidelidad
            Pero nuestro camino de filialidad, nuestro camino de aprender a ser más hijos, de aprender a vivir, no es un camino solitario. Al camino de filialidad que cada uno de nosotros realiza, se corresponde un camino de fidelidad que el Padre Dios hace con cada uno de nosotros. A pesar de nuestras infidelidades, de nuestros egoísmos e ingratitudes Él no nos abandona. A pesar de que pareciera ausente, Él está más que presente.
            Al contemplar –si en serio nos tomamos el tiempo para hacerlo- los sufrimientos de Jesucristo en la cruz podríamos preguntarnos: ¿por qué? ¿Por qué Dios permite algo así? ¿Qué clase de Dios, qué clase de Padre permite algo así? Y muchas veces podemos olvidarnos que no es Dios quien inflige sufrimiento, sino que somos nosotros mismos quienes lastimamos a nuestros hermanos, somos nosotros quienes nos lastimamos a nosotros mismos, quienes seguimos martirizando a Jesús… Para nosotros valen las palabras del Salmo: “Y vosotros, ¿hasta cuándo ultrajaréis mi honor, amaréis la falsedad y buscaréis el engaño? (Salmo 4, 3). Y en el mismo salmo Jesús nos dice confiando en su Padre: “Sabedlo: el Señor hizo milagros en mi favor, y el Señor me escuchará cuando lo invoque” (Salmo 4, 4).
            Y este mismo Señor que hizo milagros en su favor, que ha escuchado a su Hijo, que nos escucha a nosotros, es el que lo acompaña tan de cerca en su camino de cruz, en su camino de filialidad. El Hijo recorre un camino de filialidad y el Padre recorre un camino de fidelidad. Tal como lo hiciera Abrahán con su hijo Isaac (Gn 22, 1-18). Tal como Abrahán, Dios dice: “yo y el muchacho iremos hasta allí” (Gn 22, 5); “yo y mi hijo haremos este camino juntos, no lo hará solo”. Lo mismo nos dice a cada uno de nosotros. Así como para Abrahán su hijo Isaac era el más querido, así también para Dios, su Hijo es el más querido. Lo que Él no le pidió a Abrahán, lo realiza al entregar a su Hijo por amor a nosotros.
            Y este camino de filialidad y de fidelidad, si bien pasa por la cruz – ¡cuánto nos queda todavía por aprender para ser hijos plenamente!- no termina allí. La verdadera filialidad termina en la Resurrección, por que el Padre es fiel, por que Él no abandona a su Hijo, Él no abandona a sus hijos… Aquellos que se animan a hacer este camino de filialidad, este camino de vida, este camino de confianza heroica en Dios en toda circunstancia, podrán finalmente cantar un día con Jesús, el Hijo Resucitado: “Me enseñarás el camino de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha” (Salmo 16 [15], 11).
            Queridos hermanos y amigos, pidamos a María, nuestra Madre y Reina, que nos conceda vivir cada día de nuestras vidas como un camino de filialidad, como un camino de ser más hijos, de ser más niños, de ser más como Cristo Jesús.
            ¡Feliz Pascua de Resurrección para todos! Desde el Santuario Sión imploro para cada uno la gracia de la filialidad y la bendición de Dios, Padre Bueno, Fiel y Misericordioso.
            Con cariño,
            Oscar Iván
PMSCP      


[1] Con este término se quiere expresar una disposición de apertura total al querer divino. En octubre de 1939, a instancias del Fundador –P. José Kentenich- la Familia de Schoenstatt selló una consagración de “Poder en Blanco” con  la Santísima Virgen María.

3 comentarios:

  1. Nuy bueno Oscar, la verdad lo escribiste hace un año y no estamos en epoca pascual pero es lo que queria en este momento. Muchas gracias!

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  2. Manu! Tanto tiempo! Muchas gracias por tomarte el tiempo de leerlo. Sí, es de hace un año... De a poco iré subiendo reflexiones que tengo en el "baúl" y también saldrán cosas nuevas. Un abrazo!

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  3. Genial, ahora sinceramente no tengo tiempo para leerlos y digerirlos bien , pero en la semana los voy a ir leyendo. Es un gusto leer cosas tan profundas y esenciales!

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