La Asunción de María:
destino de la Iglesia
“Madre, así
como pasaste con el Señor por la vida,
con Él
viviste,
amaste y
sufriste,
ahora, una
vez terminado el curso de la existencia,
te asume Él
con cuerpo y alma al cielo.
De corazón participo,
Madre, en tu dicha y la suya,
e imploro un destino semejante para
el mundo.” (Hacia el Padre,
354).
Cada 15 de agosto
celebramos la fiesta de la Asunción de la
Virgen María en cuerpo y alma al Cielo. Les propongo que meditemos en este
misterio de la vida de María que nos concierne a cada uno de nosotros y a toda
la Iglesia.
Pasaste con el Señor por
la vida
El
P. José Kentenich inicia la meditación de este misterio mariano diciéndole a la
Mater: “Madre, así como pasaste con el
Señor por la vida…”. Esta declaración no se trata de un pensamiento piadoso
o cariñoso, se trata más bien de una constatación de la misión de María al lado
de Jesús.
Si
recorremos las páginas del Evangelio veremos cómo María ha estado íntimamente
unida a Jesús a lo largo de su vida, desde la misma concepción virginal y
nacimiento de Jesús (cf. Lc 1,35.
2,6-7), pasando por sus primeros signos (cf.
Jn 2,1-11) hasta la cruz (cf. Jn
19,25-27) y el nacimiento de la Iglesia en Pentecostés (cf. Hch 1,14). Verdaderamente María “ha pasado con el Señor por la
vida”. Ella ha caminado por la vida con Jesús y sus discípulos.
Este
constante caminar de María al lado de Jesús nos descubre que Ella es la
Colaboradora y Compañera de Jesucristo en toda su obra de Redención.
Te asume Él con cuerpo y
alma al cielo
Y porque Ella ha estado unida a Jesús durante su vida “una vez terminado el curso de la
existencia” el Señor la asume “con
cuerpo y alma al cielo”. Si tomamos conciencia de que la fe de la Iglesia
siempre contempla a María en “estrechísima unión con su divino Hijo y
participando siempre de su suerte”[1],
comprenderemos que la Asunción es
consecuencia de la fidelidad de Dios a las personas en su plan de salvación.
Aquella que fue llamada a participar de la vida terrena de Jesús, es también
llamada a participar de su vida gloriosa en el cielo.
Y esta participación en la vida gloriosa de Jesús se
realiza “en cuerpo y alma”; es decir, la totalidad de la persona humana de
María participa de la vida plena del Resucitado.
Cuando hablamos de la asunción en cuerpo y alma de María
al cielo no debemos imaginar una nueva localización del cuerpo de María. Por el
contrario, debemos pensar en un cambio de estado del cuerpo de María. Se trata
del paso de la condición terrena a la condición gloriosa de la totalidad de su
persona, que se encuentra unida al cuerpo espiritual y glorioso de su Hijo.
Un destino semejante para
el mundo
Pero este misterio salvífico está lejos de ser un
“privilegio mariano” aislado. Se trata más bien de una realización de la
Historia de Salvación. Historia que siempre involucra a toda la Iglesia y a
toda la humanidad. Historia que es obra de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Historia en la cual Dios se anticipa al hombre, lo fundamenta, posibilita su
respuesta libre y lo lleva a su plenitud.
Por ello, la Asunción
de María señala el destino de toda la Iglesia y de toda la humanidad
redimida. Así como María fue asumida en cuerpo y alma al Cielo, también
nosotros seremos asumidos en la totalidad de nuestra persona y de nuestra vida
a la presencia plena y definitiva del Resucitado. Pero para llegar a este
destino, debemos, como María, peregrinar por la vida con Cristo Jesús y con sus
discípulos. Si con Él vivimos, amamos y sufrimos, entonces participaremos
también plenamente de su vida nueva.
Por ello ya desde ahora con esperanza podemos decir: “De corazón participo, Madre, en tu dicha y la suya, e imploro un destino semejante para el mundo.” Amén.
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