El comienzo de nuestra
redención
Noche Buena 2014
Queridos hermanos y
hermanas:
Con
esta Misa Vespertina de la Vigilia de la
Natividad del Señor iniciamos el tiempo
de Navidad. Y con esta solemnidad de la Natividad del Señor celebramos “el
comienzo de nuestra redención”.[1]
Cada año, al celebrar la Navidad, celebramos el inicio de nuestra redención, el
inicio de nuestra salvación.
El comienzo de nuestra
redención
La redención de la humanidad se inicia con la encarnación
del Hijo de Dios y con su nacimiento en Belén de Judá. ¡Qué inicio más
sencillo, pequeño, íntimo y frágil! La salvación de toda la humanidad comienza
con el sí de una sencilla muchacha de
Nazaret (cf. Lc 1,38) y con el
nacimiento de un niño en un pesebre (cf. Lc
2,7).
Nazaret y Belén ponen
ante nuestros ojos el hecho de que el inicio de lo más grande radica en lo más
pequeño. No en vano durante su predicación Jesús dirá: “El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre
sembró en su campo. En realidad, ésta es la más pequeña de las semillas, pero
cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto,
de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas” (Mt 13, 31-32).
Sí, el Reino de los Cielos se inicia en lo pequeño, en lo
íntimo y frágil, pero crece hasta manifestarse, fortalecerse y ser capaz de
cobijar, de regalarse.
No
sólo la salvación de toda la humanidad comienza en la intimidad de Nazaret y en
la fragilidad de Belén; también, la salvación de cada uno de nosotros comienza
en la pequeñez, en la intimidad y en la fragilidad de nuestros corazones cuando
se abren al encuentro con Jesús. “No se comienza a ser cristiano por una
decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento,
con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una
orientación decisiva.”[2]
Sí, son los comienzos pequeños y frágiles los que inician
la salvación en nuestras vidas, los que inician el nacimiento de Jesús en
nuestros corazones. Cada nuevo comienzo, cada volver a empezar, cada volver a
creer en el amor de Dios, cada volver a perdonar, cada volver a dar una
oportunidad al otro, cada volver a abrazar, cada volver a decidirse por el bien,
es el comienzo de nuestra redención. Comienzo siempre íntimo, pequeño y frágil.
Comienzo que necesita ser cultivado y sostenido con la fe, con el amor y con la
esperanza cada día.
No temas José; no temas
María
Cada
nuevo comienzo es hermoso, pero también frágil y nos produce algo de temor, de
incertidumbre. Es por ello que el ángel del Señor debe infundirle valor a José
diciéndole: “José, hijo de David, no
temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella
proviene del Espíritu Santo.” (Mt
1, 20). También en la anunciación del Señor a María, el ángel Gabriel debe
insistir: “No temas, María, porque Dios
te ha favorecido.” (Lc 1,30).
En
esta noche santa al contemplar al Niño en el pesebre comprendemos que todo
nuevo inicio, que todo nuevo comienzo es siempre frágil. Frágil como el Niño
que hoy se nos regala, pero también hermoso.
Sobre
todo, el volver a empezar en la vida es siempre frágil; el dejar atrás el
pecado, el egoísmo y la indiferencia siempre son decisiones fuertes y frágiles
a la vez. Fuertes, porque implican un cambio de vida, de actitud. Frágiles,
porque siempre se puede volver atrás. ¿Cómo volver a empezar entonces?
Si
contemplamos el Evangelio y observamos a José y a María, comprenderemos que la
única manera de volver a empezar, la única manera de encarar un nuevo comienzo
es confiando. El temor siempre nos paraliza. La confianza nos dinamiza y
despierta la creatividad y el amor.
José
y María han confiado en el Señor, en el Dios de Israel, el Dios de las promesas. José y María han
confiado el uno en el otro, y por eso pudieron asumir este nuevo inicio, este
nuevo comienzo en la historia de la salvación. Por eso pudieron recibir a este
pequeño Niño que crecería para ser fuente de salvación para toda la humanidad.
Por
eso, cada uno de nosotros en esta noche santa y ante cada desafío, ante cada
nuevo inicio, debemos escuchar en nuestro interior la voz de Dios que nos dice:
“No temas, porque este nuevo comienzo, este nuevo paso, este volver a empezar, proviene
del Espíritu Santo”. Y cuando nos dejamos guiar por el Espíritu de Dios
experimentamos entonces que “todo esto
sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: «La
Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel»,
que traducido significa: «Dios con nosotros».” (Mt 1, 22-23).
En
cada nuevo comienzo, está Jesús, está el Niño, está el Dios-con-nosotros.
Animémonos a creer en esta buena noticia y dejemos que Aquél que inició en
nosotros la obra de nuestra redención, Él mismo la lleva a término. Que así
sea. Amén.
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