La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

lunes, 8 de diciembre de 2014

La Cruz de Cristo y la Inmaculada Concepción

La Cruz de Cristo y la Inmaculada Concepción,
noble árbol y fruto sin igual

Queridos hermanos y hermanas:

            El peregrinar desde la Parroquia-Santuario de Ñandejara Guasu de Piribebuy, hasta el Santuario de la Virgen de los Milagros de Caacupé, nos permite meditar en este día de fiesta en torno a la relación entre Ñandejara Guasu y la Virgen de los Milagros de Caacupé, entre la Cruz de Cristo y la Inmaculada Concepción de María.

            ¿Qué misterio de fe encierran éstas imágenes sagradas? ¿Qué mensajes desean transmitirnos?

            Según sus historias –que llegan hasta nosotros por medio de la tradición oral y se enlazan con leyendas- ambas imágenes estarían en nuestro departamento de Cordillera desde los siglos XVII o XVIII.[1] Dicha presencia suele ser atribuida a la actividad evangelizadora de los franciscanos. Pero más allá de los hechos históricos y de los relatos legendarios, vale la pena que nos preguntemos por qué la Divina Providencia quiso unir las imágenes de Ñandejara Guasu y de Tupãsy Caacupe en esta verde serranía regada por manantiales y arroyos que es Cordillera. ¿Cuál es la relación entre ambas? ¿Cuál es la relación entre los misterios de fe que ilustran?

La Cruz de Cristo y la Inmaculada Concepción de María

            La fe de la Iglesia siempre ha visto en estrecha unión la cruz de Cristo y la Inmaculada Concepción de María. De hecho, si hemos prestado atención a la oración colecta de este día habremos escuchado que el sacerdote, al dirigirse a Dios en oración le dice:

“Dios nuestro, por la Concepción Inmaculada de la Virgen María preservada de todo pecado, preparaste a tu Hijo una digna morada; en atención a los méritos de la muerte redentora de Cristo.”[2]

            Sí, la liturgia de nuestra fe expresa lo que la inteligencia de la fe ha captado: María ha sido preservada de todo pecado, de todo egoísmo, de toda separación de Dios y de los hombres, por la entrega de Cristo en la cruz. Previendo la entrega de amor de Jesús en la cruz, el Padre preservó del pecado a aquélla que sería la Madre del Hijo. Comprendemos entonces las hermosas y contundentes palabras del Cantar de los cantares: “el Amor es fuerte como la Muerte” (Ct 8,6); más aún, el amor es más fuerte que la muerte, la entrega del amor es más fuerte que el egoísmo del pecado.

            Al contemplar las imágenes de Ñandejara Guasu y de Tupãsy Caacupe me vienen a la mente las palabras del Himno a la Cruz del Viernes Santo:

“Esta es la cruz de nuestra fe, el más noble de los árboles: ningún bosque produjo otro igual en ramas, flores y frutos.

El Creador tuvo compasión de Adán, nuestro padre pecador, que al comer del fruto prohibido se precipitó hacia la muerte; y para reparar los daños de ése árbol, Dios eligió el árbol de la Cruz.”[3]

            Sí, al contemplar a Cristo en la cruz y a su Madre Inmaculada, contemplamos el árbol de la cruz y el fruto de la redención: la libertad del pecado. Aquél árbol de la vida que perdimos (cf. Gn 2,9. 3,11.22), Jesús nos lo regala en el árbol de la cruz. Aquél fruto que nos estaba prohibido (cf. Gn 3,11), se transforma en el fruto sin igual de la redención: María Inmaculada.

            Sí, ahora comprendemos por qué quiso Dios unir en este jardín cordillerano a Ñandejara Guasu y a Tupãsy Caacupe. Sí, árbol y fruto nos recuerdan aquél jardín en Edén (cf. Gn 2,8) que Dios plantó para colocar allí al hombre, aquél jardín en el cual a la hora de la suave brisa Dios se paseaba buscando la compañía del hombre y de la mujer (cf. Gn 3, 8-9).

Santos por el amor, por el encuentro con los demás

            Y si Jesucristo y María habitan en medio de nosotros, ya no es necesario temer ni escondernos. También para nosotros son las palabras que el ángel dirigió a María: “No temas, María, porque Dios te ha favorecido” (Lc 1,30). Sí, Dios nos ha favorecido al regalarnos a Cristo y a su Madre. Con razón podemos hacer nuestras las palabras y los sentimientos de júbilo de San Pablo: “Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo, y nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor.” (Ef 1, 3-4).

            Sí, es el amor misericordioso de Dios el que nos hace dignos de servirle en su presencia;[4] es el amor misericordioso de Dios el que nos quiere ir haciendo santos e irreprochables en su presencia. Cuando vivimos en su presencia, cuando respondemos a su llamada y salimos a su encuentro, entonces nuestra vida se va haciendo plena y por ello santa. La plenitud de vida, la felicidad, no se alcanza en el aislamiento egoísta del pecado sino en el encuentro con Cristo y con los demás hombres en presencia de Dios Padre.

Es lo que el relato del Génesis y el texto del Evangelio según San Lucas nos muestran. Cuando nos aislamos, cuando nos encerramos en nosotros mismos y queremos ser autosuficientes, “como dioses” (cf. Gn 3,5), descubrimos que estamos desnudos (cf. Gn 3,7.10). Experimentamos que nuestros pecados desnudan nuestras heridas y fragilidades; desnudan ante nuestros ojos nuestra realidad, y como Adán tenemos miedo y nos escondemos de Dios y de los demás. El pecado siempre genera temor, tristeza, vacío interior y aislamiento.[5]

Sin embargo, Dios no cesa de buscarnos, de llamarnos y de preguntarnos: “¿dónde estás?” (Gn 3,9). Dios no cesa de decirnos: “¡Alégrate! El Señor está contigo” (cf. Lc 1,28). En Jesucristo, Ñandejara Guasu, Dios nos dice una y otra vez: “¡Alégrate! Yo estoy contigo, hoy y siempre”. Y en María, Tupãsy Caacupe, aprendemos a confiar en ese amor y a responder: “Yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Cristo es el amor misericordioso del Padre que se nos ofrece, y María es la respuesta confiada que acoge ese amor.

Y así cuando renunciamos a “ser como dioses”, cuando renunciamos a aislarnos en nosotros mismos y en nuestros intereses; y nos convertimos día a día en “servidores del Señor” (cf. Lc 1,38), confiando en su amor y saliendo al encuentro de los demás en su presencia, entonces experimentamos que “la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”; entonces experimentamos que somos “liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior y del aislamiento.”[6]

La plenitud de vida y la santidad no están en el aislamiento egoísta sino en el encuentro con los demás en presencia de Dios. María ha sido hecha Inmaculada, es decir plena, por el amor misericordioso de Dios y en unión con Cristo; y, también nosotros seremos hechos plenos por la misericordia de Dios y en el encuentro con Cristo y con nuestros hermanos.

Por eso, desde nuestros santuarios de Piribebuy y de Caacupé, desde este jardín que evoca el jardín en Edén, queremos entregar a nuestro pueblo, como signo de la salvación, como signo de la vida plena, la Cruz de Cristo y la imagen de María Inmaculada, el árbol de la vida y el fruto de la salvación. “¡Que nadie separe lo uno de lo otro, pues en su plan de amor el Padre los concibió como unidad!”.[7] Que así sea. Amén.

P. Oscar Iván Saldivar F.
Vicario de la Parroquia-Santuario de Ñandejara Guasu de Piribebuy,
en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María,
Fiesta de la Virgen de los Milagros de Caacupé 2014.



   




[1] Cf. Santuarios del Paraguay, Publicación N° 1, COMISIÓN NACIONAL DE LITURGIA Y PASTORAL BÍBLICA (CEP), Área de Pastoral de Santuarios, Págs. 6 y 12.
[2] MISAL ROMANO, La Inmaculada Concepción de la Virgen María, Solemnidad, Oración Colecta.
[3] MISAL ROMANO, Himno a la Cruz, Liturgia del Viernes Santo de la Pasión del Señor.
[4] Cf. MISAL ROMANO, Plegaria Eucarística II.
[5] Cf. PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium 1.
[6] Ibídem
[7] P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre, estrofa 332.

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