Viernes Santo 2015 – Ciclo
B
Vía crucis del corazón
Jesús, cargando sobre sí
la cruz… (Jn 19,17)
Sin duda alguna la imagen
que domina este día del Triduo Pascual
es la imagen de Jesús cargando con la cruz hasta el Gólgota.
El
relato de la Pasión según San Juan (Jn
18,1-19,42) pone ante nuestros ojos y nuestro corazón el cumplimiento de
aquella palabra con la cual se inicia el relato del lavatorio de los pies: “Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo
Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había
amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin.” (Jn 13,1).
Sí,
Jesús nos amó hasta el fin asumiendo voluntariamente la cruz y transformándola
en entrega de amor hasta el fin por nosotros. Podríamos decir que en eso consiste
el Misterio Pascual: en la
transformación del dolor de la cruz en amor entregado. Pascua es transformación
por amor.
Una
y otra vez hemos escuchado en estos días que el Sagrado Triduo Pascual “de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, (…) es el
culmen de todo el año litúrgico y también el culmen de nuestra vida cristiana.”[1]
¿Comprendemos vivencialmente lo que se nos dice? ¿Comprendemos lo que
celebramos en esta Liturgia?
El Misterio Pascual de Cristo es el culmen de nuestra vida cristiana
no solamente porque a través de este misterio Cristo nos ha redimido; sino
porque en la medida en que nosotros mismos nos introducimos en este misterio
salvífico -en el misterio de su cruz y su resurrección- nos vamos asemejando a
Él, nos vamos haciendo más hijos, nos vamos haciendo más Cristo.
Nuestro misterio pascual
Nuestra vida
misma nos presenta numerosas oportunidades para vivir el misterio pascual de
Cristo. Cada uno de nosotros tiene la posibilidad de participar vivencialmente
de este misterio, porque cada uno de nosotros, así como Jesús, carga una cruz.
La cruz del
sufrimiento; la cruz de un dolor físico o moral –el pecado-; la cruz de la
incomprensión; la cruz de una herida íntima en el alma; la cruz de una
situación que no puedo cambiar; la cruz de una enfermedad; la cruz de una
situación familiar difícil; la cruz de la ausencia de un ser querido… Cada uno
de nosotros carga una cruz en su vida.
Y al contemplar
hoy la Pasión de Jesús estamos llamados a confrontarnos con nuestras propias
cruces. A mirarlas de frente, a reconocerlas y a aceptarlas. Somos discípulos
de Jesús y por lo tanto queremos seguirlo a Él en su camino, también en su
camino de cruz.
Sí, queremos
integrar nuestras cruces personales o familiares a nuestra vida. No tiene
sentido rechazarlas, esconderlas o negarlas. Aceptar la cruz es el primer paso
de la transformación en el amor.
Vía crucis del corazón
Aceptar.
Decir: «sí, esta es mi cruz. Me duele, pero es mía. Hace parte de mi vida, de
mi historia, de mi identidad.» Aceptarla y así cargarla con serenidad para
unirla a la cruz de Jesús. Entregársela a Él, compartirla con Él. Cuando
compartimos nuestra cruz con Jesús esta adquiere sentido y se hace fecunda.
Aceptar,
cargar, entregar y fructificar. Son los pasos del discípulo que toma su cruz y
sigue a Jesús (cf. Mt 16,24). Ese es
nuestro propio vía crucis existencial.
Un vía crucis del corazón que nos
ayuda a transformar nuestras cruces en entrega de amor. Y la cruz transformada
en entrega de amor se convierte en camino de esperanza, en Pascua que se espera
y se anhela.
Que María,
Madre del Camino y de la Esperanza, implore para nosotros el Espíritu Santo que
nos ayuda a “aceptar, cargar y soportar” (cf. Hacia el Padre 639); que Ella implore para nosotros la gracia de la
transformación pascual: la transformación de nuestras cruces en amor. Que así
sea. Amén.
[1]
PAPA FRANCISCO, Audiencia General del miércoles 1 de abril de 2015 [en línea].
[fecha de consulta: 1 de abril de 2015]. Disponible en:< http://www.news.va/es/news/el-papa-francisco-explica-el-triduo-pascual-en-su>
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