Peregrinos de la
Misericordia
Domingo
III de Adviento – Ciclo C
Apertura
de la Puerta Santa en Tupãrenda – Jubileo de la Misericordia
Queridos hermanos y
hermanas:
Con la apertura de la “Puerta Santa” en la iglesia Santa
María de la Trinidad y la celebración de esta Eucaristía, damos inicio al Año
Santo de la Misericordia aquí en el Santuario de Tupãrenda.
Nos unimos así a nuestro obispo diocesano, Monseñor
Joaquín Robledo, quien hoy abre la “Puerta Santa” en la iglesia catedral de San
Lorenzo. Nos unimos también a nuestro Santo Padre, el Papa Francisco, quien el
8 de diciembre abrió solemnemente la “Puerta Santa” de la Basílica de San Pedro
en Roma. Nos unimos a toda la Iglesia que en este tiempo de gracia quiere
peregrinar hacia el Señor que viene a nuestro encuentro.
Peregrinos de la
Misericordia
Precisamente uno de los gestos que hoy realizamos ha sido
el de la peregrinación. Desde la “Casa del Peregrino” hemos peregrinado hacia
la iglesia Santa María de la Trinidad. ¿Qué quiere simbolizar este gesto?
“La peregrinación es un signo peculiar en el Año Santo,
porque es imagen del camino que cada persona realiza en su existencia. La vida
es una peregrinación y el ser humano es viator,
un peregrino que recorre su camino hasta alcanzar la meta anhelada.”[1]
Sí, cada uno de nosotros es un peregrino en el camino de
la vida. Pero no cualquier caminar es una peregrinación.
El peregrino reconoce que debe encaminarse hacia una
meta; reconoce que debe salir de sí mismo: de su cotidianeidad, de su rutina,
de su comodidad; y a veces, de su encerrase en su propio “yo”, en su ego. El
peregrino se pone en camino con una actitud interior: aligerar la carga para
poder caminar con libertad; dejar atrás lo superfluo y sobre todo aligerar el
corazón y la mente.
Finalmente el peregrino se dirige hacia una meta, y eso
lo distingue del vagabundo, de aquel que “se convierte en errante, que gira
siempre en torno a sí mismo sin llegar a ninguna parte.”[2]
Nosotros no queremos ser vagabundos errantes, queremos
ser “peregrinos
de la misericordia”, queremos que nuestra vida sea una “peregrinación
con Cristo hacia el Padre”.[3]
Por eso, al iniciar este Año Santo, esta peregrinación de
la misericordia, vale la pena que nos preguntemos: “¿De dónde tengo que salir
yo? ¿De qué situaciones, de qué pecados, de qué egoísmos y rencores debo salir?”.
Y no solo preguntarnos, sino también animarnos a dar los pasos necesarios para
iniciar esta peregrinación.
A lo largo de este año, el recurrir al sacramento de la
confesión nos permitirá aligerar el corazón, descargarnos de pesos y lastres
que no nos permiten avanzar en el camino del amor.
Parte de nuestro peregrinar es el caminar con otros,
caminar juntos, ayudándonos mutuamente. Cada vez que hagamos el bien a los
demás, cada vez que realicemos una obra
de misericordia habremos avanzado un trecho del camino de la misericordia.
Nuestra meta es el Padre, bueno y misericordioso, que
siempre nos espera (cf. Lc 15,20),
que siempre está dispuesto a recibirnos, perdonarnos y sanarnos; el Padre que
siempre se alegra con nuestra presencia y transforma nuestra vida en una alegre
fiesta (cf. Lc 15, 22-24).
Puerta de la Misericordia
Hoy la meta de nuestra peregrinación ha sido la “Puerta
Santa”, la “Puerta de la Misericordia”. En toda iglesia, la puerta es en primer
lugar un símbolo cristológico, un símbolo de Jesucristo. En el Evangelio según
san Juan, Jesús dice de sí mismo: «Yo soy
la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará
alimento» (cf. Jn 10,9).
Jesús es la puerta que está siempre abierta para que
entremos a la casa del Padre. Jesús es la puerta siempre abierta al corazón de
Dios. Jesús es la puerta siempre abierta del perdón y del amor.
Por eso el atravesar la “Puerta Santa” simboliza entrar a
través de Jesús, a través de su vida y de su palabra, al encuentro con el amor
de Dios. Así, cada vez que a lo largo de este año de la Misericordia
atravesemos “la Puerta Santa nos dejaremos abrazar por la misericordia de Dios
y nos comprometeremos a ser misericordiosos con los demás como el Padre lo es
con nosotros.”[4]
“Misericordioso
como el Padre” es el lema de este Año Santo.
«Viene uno que puede más
que yo»
Sabemos también que toda peregrinación requiere esfuerzo.
“También la misericordia es una meta por alcanzar y que requiere compromiso y
sacrificio.”[5]
Puede suceder que en el camino de la misericordia aparezca
la tentación del “cansancio del corazón”: a veces nos cansamos de pedir perdón
o de perdonar; a veces nos cansamos de volver a empezar; a veces nos cansamos
de amar y de volver a confiar y ayudar.
Cuando ese cansancio aparezca en nuestro camino nos hará
bien escuchar en el corazón la palabra que hoy nos dirige Juan Bautista: «viene uno que puede más que yo» (cf. Lc 3,16). Viene Jesús, cuya misericordia
y amor puede más que nuestros cansancios y pecados.
Cuando cueste perdonar: «viene uno que puede más que yo».
Cuando cueste
volver a empezar: «viene uno que puede
más que yo».
Cuando la lucha contra nuestro propio egoísmo y pecado
nos canse: «viene uno que puede más que
yo».
Sí, lo que nosotros solos no podemos, lo puede la
misericordia de Jesús. Y esa es la razón de nuestra esperanza y alegría. Esta
esperanza sostiene nuestro caminar, nuestro peregrinar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario