La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

lunes, 14 de diciembre de 2015

Peregrinos de la Misericordia

Peregrinos de la Misericordia

Domingo III de Adviento – Ciclo C

Apertura de la Puerta Santa en Tupãrenda – Jubileo de la Misericordia

Queridos hermanos y hermanas:

            Con la apertura de la “Puerta Santa” en la iglesia Santa María de la Trinidad y la celebración de esta Eucaristía, damos inicio al Año Santo de la Misericordia aquí en el Santuario de Tupãrenda.

            Nos unimos así a nuestro obispo diocesano, Monseñor Joaquín Robledo, quien hoy abre la “Puerta Santa” en la iglesia catedral de San Lorenzo. Nos unimos también a nuestro Santo Padre, el Papa Francisco, quien el 8 de diciembre abrió solemnemente la “Puerta Santa” de la Basílica de San Pedro en Roma. Nos unimos a toda la Iglesia que en este tiempo de gracia quiere peregrinar hacia el Señor que viene a nuestro encuentro.

Peregrinos de la Misericordia

            Precisamente uno de los gestos que hoy realizamos ha sido el de la peregrinación. Desde la “Casa del Peregrino” hemos peregrinado hacia la iglesia Santa María de la Trinidad. ¿Qué quiere simbolizar este gesto?

            “La peregrinación es un signo peculiar en el Año Santo, porque es imagen del camino que cada persona realiza en su existencia. La vida es una peregrinación y el ser humano es viator, un peregrino que recorre su camino hasta alcanzar la meta anhelada.”[1]

            Sí, cada uno de nosotros es un peregrino en el camino de la vida. Pero no cualquier caminar es una peregrinación.

            El peregrino reconoce que debe encaminarse hacia una meta; reconoce que debe salir de sí mismo: de su cotidianeidad, de su rutina, de su comodidad; y a veces, de su encerrase en su propio “yo”, en su ego. El peregrino se pone en camino con una actitud interior: aligerar la carga para poder caminar con libertad; dejar atrás lo superfluo y sobre todo aligerar el corazón y la mente.

            Finalmente el peregrino se dirige hacia una meta, y eso lo distingue del vagabundo, de aquel que “se convierte en errante, que gira siempre en torno a sí mismo sin llegar a ninguna parte.”[2]

            Nosotros no queremos ser vagabundos errantes, queremos ser “peregrinos de la misericordia”, queremos que nuestra vida sea una “peregrinación con Cristo hacia el Padre”.[3]

            Por eso, al iniciar este Año Santo, esta peregrinación de la misericordia, vale la pena que nos preguntemos: “¿De dónde tengo que salir yo? ¿De qué situaciones, de qué pecados, de qué egoísmos y rencores debo salir?”. Y no solo preguntarnos, sino también animarnos a dar los pasos necesarios para iniciar esta peregrinación.

            A lo largo de este año, el recurrir al sacramento de la confesión nos permitirá aligerar el corazón, descargarnos de pesos y lastres que no nos permiten avanzar en el camino del amor.

            Parte de nuestro peregrinar es el caminar con otros, caminar juntos, ayudándonos mutuamente. Cada vez que hagamos el bien a los demás, cada vez que realicemos una obra de misericordia habremos avanzado un trecho del camino de la misericordia.

            Nuestra meta es el Padre, bueno y misericordioso, que siempre nos espera (cf. Lc 15,20), que siempre está dispuesto a recibirnos, perdonarnos y sanarnos; el Padre que siempre se alegra con nuestra presencia y transforma nuestra vida en una alegre fiesta (cf. Lc 15, 22-24).

Puerta de la Misericordia

            Hoy la meta de nuestra peregrinación ha sido la “Puerta Santa”, la “Puerta de la Misericordia”. En toda iglesia, la puerta es en primer lugar un símbolo cristológico, un símbolo de Jesucristo. En el Evangelio según san Juan, Jesús dice de sí mismo: «Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará alimento» (cf. Jn 10,9).

            Jesús es la puerta que está siempre abierta para que entremos a la casa del Padre. Jesús es la puerta siempre abierta al corazón de Dios. Jesús es la puerta siempre abierta del perdón y del amor.

            Por eso el atravesar la “Puerta Santa” simboliza entrar a través de Jesús, a través de su vida y de su palabra, al encuentro con el amor de Dios. Así, cada vez que a lo largo de este año de la Misericordia atravesemos “la Puerta Santa nos dejaremos abrazar por la misericordia de Dios y nos comprometeremos a ser misericordiosos con los demás como el Padre lo es con nosotros.”[4] “Misericordioso como el Padre” es el lema de este Año Santo.

«Viene uno que puede más que yo»

           Sabemos también que toda peregrinación requiere esfuerzo. “También la misericordia es una meta por alcanzar y que requiere compromiso y sacrificio.”[5]
      
         Puede suceder que en el camino de la misericordia aparezca la tentación del “cansancio del corazón”: a veces nos cansamos de pedir perdón o de perdonar; a veces nos cansamos de volver a empezar; a veces nos cansamos de amar y de volver a confiar y ayudar.
            
           Cuando ese cansancio aparezca en nuestro camino nos hará bien escuchar en el corazón la palabra que hoy nos dirige Juan Bautista: «viene uno que puede más que yo» (cf. Lc 3,16). Viene Jesús, cuya misericordia y amor puede más que nuestros cansancios y pecados.
            
                Cuando cueste perdonar: «viene uno que puede más que yo».
                Cuando cueste volver a empezar: «viene uno que puede más que yo».
              Cuando la lucha contra nuestro propio egoísmo y pecado nos canse: «viene uno que puede más que yo».

            Sí, lo que nosotros solos no podemos, lo puede la misericordia de Jesús. Y esa es la razón de nuestra esperanza y alegría. Esta esperanza sostiene nuestro caminar, nuestro peregrinar.

            Que a lo largo de este Año Santo, María, Madre de Misericordia nos acompañe y sostenga nuestro peregrinar, y que “la dulzura de su mirada”[6] nos ayude a redescubrir la alegría y la hermosura de la misericordia de Dios. Amén.


[1] PAPA FRANCISCO, Misericordiae Vultus 14.
[2] Cf. PAPA FRANCISCO, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium 170.
[3] PAPA FRANCISCIO, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium 170.
[4] PAPA FRANCISCO, Misericordiae Vultus 14.
[5] Ídem
[6] PAPA FRANCISCO, Misericordiae Vultus 24.

No hay comentarios:

Publicar un comentario