Sagrada Familia 2016
Familia: don y tarea
Queridos hermanos y
hermanas:
La Liturgia de nuestra fe nos presenta en la Fiesta de la Sagrada Familia, el
evangelio de la “huida a Egipto y retorno a Nazaret” (Mt 2, 13-15. 19-23). En este texto evangélico, José aparece como cabeza
de la Sagrada Familia: a Él se dirige el Ángel del Señor (cf. Mt 2,13. 19-20. 22); es Él quien “toma
al niño y a su madre”, tanto para huir a Egipto como para volver a Israel; es
Él quien decide establecer la residencia de la Sagrada Familia en Nazaret (cf. Mt 2,23).
Por lo tanto, ser “cabeza de la familia” es una vocación
y un servicio de amor. Es vocación, porque José fue llamado por el Ángel del
Señor para asumir este servicio de amor como misión de vida. Es servicio,
porque todo lo que José realiza en el Evangelio está orientado al bienestar del
niño Jesús y su madre María. Podríamos decir que José encuentra su vocación y plenitud
de vida en el ámbito de la Sagrada Familia.
Ámbito familiar
En realidad, cada persona, cada uno de nosotros,
encuentra su vocación de vida en el ámbito de la familia. Vocación que por un
lado es don, y, por otro lado es tarea.
La misma familia es un don: allí somos “tomados”, somos
recibidos, acogidos y cuidados; en ella encontramos el lugar existencial en el
cual “establecernos”; en el cual arraigarnos para poder crecer, desarrollarnos,
fructificar y florecer.
Pero también es cierto que la familia es una tarea. Una
tarea cotidiana, exigente y concreta. A eso se refiere san Pablo en la Carta a los Colosenses cuando dice: «Mujeres, respeten a su marido, como
corresponde a los discípulos del Señor. Maridos, amen a su mujer, y no le
amarguen la vida. Hijos, obedezcan a sus padres, porque esto es agradable al
Señor. Padres, no exasperen a sus hijos, para que ellos no se desanimen» (Col 3, 18-21).
La familia como tarea
Sí,
en el ámbito familiar cada miembro tiene una tarea. Un don que entregar y una
tarea que realizar. El marido, la mujer, los hijos y los padres. Todos tienen
una tarea. Y esta tarea está siempre en relación a los otros miembros de la
familia. Es por ello una tarea de amor, de amor concreto y efectivo.
Según la Sagrada
Escritura, la tarea concreta del esposo es amar a su mujer. En la Carta a los Efesios, san Pablo incluso
dice: «maridos, amen a sus mujeres, como
Cristo amó a la Iglesia y se entregó a la muerte por ella para santificarla» (Ef 5, 25-26a).
Si soy esposo: ¿estoy viviendo mi vocación, mi tarea
concreta? ¿Amo a mi esposa, muriendo a mí mismo por ella? ¿Mi amor la hace
santa? Si es así, entonces se cumple la otra petición de san Pablo: «no le amarguen la vida» (Col 3,19).
La
tarea concreta de la mujer es el respeto al esposo. Es decir, otorgarle
valoración y reconocimiento, y con ello, dignidad. El hombre que es amado, a su
vez, puede amar.
En este sentido, es hermoso el ejemplo de María en el
Evangelio. Si bien, ella es la Madre del Hijo de Dios, sabe darle a José un
lugar de autoridad y respeto: así José puede tomar la iniciativa y asumir
responsabilidades. Si soy esposa: ¿confío en mi esposo y sus capacidades? ¿Dejo
que tome iniciativa y asuma responsabilidad? ¿Me comporto como su compañera o
como su niñera?
A veces, hay padres o madres de familia que creen que
educar a los hijos consiste en denigrarlos: constantemente les reprochan sus
errores o los comparan consigo mismos sin brindarles reconocimiento alguno. Lo
único que consiguen es desanimarlos y minar su autoestima.
Sin duda que la educación de los hijos implica ejercer
autoridad y corregir. Pero, ser padre, ser madre, es fundamentalmente corregir
entregando confianza a los hijos. Haciéndoles saber que si hay algo que se
proponen en serio pueden conseguirlo, y que estaremos allí para acompañar.
Finalmente, a los hijos corresponde obedecer. Se trata de
la obediencia filial. Aquella obediencia que a través de los padres llega a
Dios mismo. Y el fruto de la obediencia a Dios es la vida plena. Nuevamente san
Pablo en su Carta a los Efesios nos
dice: «hijos, obedezcan a sus padres,
como lo quiere el Señor, pues esto es justo: «Honra a tu padre y a tu madre».
Éste es el primer mandamiento que lleva consigo una promesa: «Para que te vaya
bien y vivas muchos años sobre la tierra»» (Ef 6, 1-3).
Ambiente familiar
Y toda esta tarea de vida que se realiza en el ámbito
familiar, debe hacerse cultivando un ambiente familiar: «Practiquen la benevolencia, la humildad, la dulzura, la paciencia.
Sopórtense los unos a los otros, y perdónense mutuamente siempre que alguien
tenga motivo de queja contra otro. El Señor los ha perdonado: Hagan ustedes lo
mismo. Sobre todo, revístanse del amor, que es el vínculo de la perfección. Que
la paz de Cristo reine en sus corazones… Y vivan en acción de gracias. Que la
Palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza» (Col 3, 12-15a. 16a).
Al celebrar hoy la Fiesta
de la Sagrada Familia, renovemos cada uno nuestra vocación y tarea al
interior de nuestras familias; y, por intercesión de Jesús, María y José, digámosle
a Dios:
“Concede Padre,
una mesa y un hogar,
amor para trabajar,
padres a quienes querer
y una sonrisa que dar. Amén.”[1]