Domingo 5° de Pascua –
Ciclo A
«Crean en Dios y crean
también en mí»
Queridos hermanos y
hermanas:
En el evangelio de hoy (Jn 14, 1-12) hemos escuchado una hermosa y alentadora frase de
Jesús: «No se inquieten. Crean en Dios y
crean también en mí» (Jn 14,1).
¿Cuál es el contexto de esta palabra que Jesús dirige a sus discípulos? La
“Última Cena”, ese momento íntimo e intenso que antecede a la hora en que Jesús
pasa de este mundo al Padre (cf. Jn
13,1).
Sin embargo, este momento de intimidad entre Jesús y los
suyos es también un momento de inquietud y turbación para los discípulos. No
olvidemos que durante la Última Cena, Jesús anuncia su partida de este mundo
(cf. Jn 13,33); así mismo, anuncia la
traición de Judas (cf. Jn 13,21) y la
negación de Pedro (cf. Jn 13,38).
«No se inquieten»
Es comprensible que los discípulos estén inquietos y
turbados. En su horizonte aparecen la traición y la negación; es decir, el
pecado. Y todo ello sumado a la aparente lejanía de Jesús que parte de este
mundo hacia el Padre.
También en el
horizonte de nuestra vida aparece el pecado –el propio y el de los demás-; y
cuando ello sucede, también nosotros nos inquietamos y se turba nuestro
corazón; es decir, perdemos la paz del corazón y nos sentimos interiormente
intranquilos, insatisfechos y tristes.
El pecado no solo perturba el corazón sino que lo
enturbia al llenarlo de sentimientos de tristeza, desesperanza, vacío y
aislamiento. Y si nuestro corazón se enturbia, también nuestra mirada se hace
sombría y ciega a la presencia de Jesús Resucitado.
Por eso, cuánto bien nos hace escuchar a Jesús que nos
dice: «No se inquieten. Crean en Dios y
crean también en mí». Ante la turbación que producen la traición y la
negación, Jesús responde diciendo: «Crean
en Dios y crean también en mí». Ante el temor y la angustia, Jesús nos
invita a responder con la fe en Dios y en Él.
La fe como relación de confianza
Esta invitación de Jesús nos lleva, una vez más, a
preguntarnos: ¿qué es la fe?
A partir del diálogo que Jesús mantiene con sus
discípulos en el evangelio (cf. Jn 14,
1-12), podríamos decir que la fe se nos presenta como un pedido de confianza
por parte de Jesús: «Crean en Dios y
crean también en mí». En efecto, en otra traducción de este texto evangélico,
la versión castellana dice: «Creéis en
Dios; creed también en mí».[1]
Así la fe aparece como una invitación, casi como un pedido de Jesús a sus
discípulos: «crean también en mí».
"Cristo y el Abad Menas". Icono del Siglo VII, Baouit, Egipto. Museo del Louvre, París, Francia. Wikimedia Commons. |
El texto evangélico continúa y nos presenta las
siguientes palabras de Jesús: «Ya conocen
el camino del lugar a donde voy». «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie
va al Padre, sino por mí» (Jn 14,
4. 6).
En primer lugar sabemos que Jesús ha venido del Padre y
vuelve al Padre, a Dios. Por su relación única y personal con Dios Padre,
creemos en Jesús: «Creen en Dios; crean
también en mí». Pero también creemos en Jesús basados en la relación personal
que cada uno de nosotros tiene con Él. Así, la fe se nos presenta no solamente
como pedido de confianza, sino como relación de confianza.
Por eso, basado en esa relación de confianza y
conocimiento mutuo, Jesús le dice a cada uno de sus discípulos, y a cada uno de
nosotros: «Yo soy el Camino, la Verdad y
la Vida» (Jn 14,6). Al conocer a
Jesús, al haber entrado en una relación personal de confianza con Él, conocemos
el camino: Él mismo, su vida y su manera de hacer las cosas.
Por lo tanto, siguiendo a Jesús como Maestro, y asumiendo
su estilo de vida como Camino para nuestra vida, comprendemos que podemos
confiar en Él, que podemos recibir sus enseñanzas y entregarle nuestro corazón
libre y totalmente.[2]
En esta relación personal descubrimos la Verdad de la existencia y de nuestra
propia vida, y con ello, recibimos la Vida plena de hijos de Dios.
Y precisamente porque la fe se nos muestra como relación
personal con Cristo, la podemos vivir como entrega total y confiada a Él en
toda circunstancia, sabiendo “que la fe es la respuesta a la palabra del
mensaje salvífico, pero al mismo tiempo es una confianza firme, opuesta al «temblor
del corazón»; es decir, una paz y firmeza del corazón, mediante la cual se
supera y elimina la turbación.”[3]
Pueblo de Dios
Así,
la fe que se inicia como un pedido de Jesús, y se consuma en una relación
personal de confianza con Él, nos introduce en la comunidad de todos los que
creen en el Señor: la Iglesia, Pueblo de Dios.
A
eso se refiere el apóstol san Pedro cuando, dirigiéndose a los que creen en
Cristo Jesús (cf. 1Ped 2,7), dice: «Ustedes, en cambio, son “una raza elegida,
un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido” para anunciar las
maravillas de Aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz. Ustedes,
que antes no eran un pueblo, ahora son el Pueblo de Dios; ustedes, que antes no
habían obtenido misericordia, ahora la han alcanzado» (1Ped 2, 9-10).
Sí,
la fe nos introduce en una relación personal con Cristo Jesús y con todos sus
discípulos, transformándonos en hermanos los unos de los otros y rescatándonos
de nuestra soledad y aislamiento. Sentimos así la alegría de ser Pueblo de Dios[4],
y hacemos la consoladora y esperanzadora experiencia de que “el que cree nunca
está solo”[5].
Sí,
ante la angustia y la tristeza que producen el pecado o las dificultades de la
vida diaria; ante la soledad que a veces nos embarga; recordemos en el corazón las
palabras de Jesús y renovemos nuestra fe
en Él, en Dios y en su Iglesia: «No se
inquieten. Crean Dios, crean también en mí»; “crean también en el amor de
sus hermanos y hermanas”.
Por
eso, renovamos nuestra fe en Jesús y nuestra relación con Él y con nuestros
hermanos, poniendo nuestra confianza en María y en Cristo, diciendo:
“En tu poder y en tu bondad fundo mi
vida;
en ellos espero confiando como niño.
Madre Admirable, en ti y en tu Hijo
en toda circunstancia creo y confío ciegamente.
Amén.”[6]
[1]
BIBILIA DE JERUSALÉN (DESCLEÉ DE BROUWER, Bruselas 1967).
[2]
Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución Dei
Verbum sobre la Divina Revelación, 5.
[3]
Cf. J. BLANK, El Nuevo Testamento y su
mensaje. El Evangelio según san Juan. Tomo II (Herder, Barcelona 1984), 71.
[4]
Cf. PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium
268-274.
[5]
Cf. BENEDICTO XVI, Homilía en Ratisbona,
12 de septiembre de 2006 [en línea]. [fecha de consulta: 10 de mayo de
2017]. Disponible en: <https://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/homilies/2006/documents/hf_ben-xvi_hom_20060912_regensburg.html>
[6] P.
JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre 632.
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