La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

domingo, 30 de abril de 2017

En el camino

Domingo 3° de Pascua – Ciclo A

En el camino

Queridos hermanos y hermanas:

            En este Domingo 3° de Pascua la Liturgia de la Palabra propone para nuestra meditación el texto evangélico de “Los discípulos de Emaús” (Lc 24, 13-35). Como acabamos de escuchar, «el primer día de la semana, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén» (Lc 24,13). También nosotros queremos unirnos a su caminar y con ellos, meditar a partir de este evangelio.

En el camino

            Lo primero que llama la atención es el lugar donde se desarrolla la narración, según la traducción castellana del texto, «en el camino hablaban sobre lo que había ocurrido» (Lc 24, 14).

            Es interesante encontrar a estos dos discípulos «en el camino». Luego de la Pasión y Muerte de su Maestro, estos hombres vuelven a ponerse en camino. Sin duda que iban tristes por todo lo que había acontecido con Jesús (cf. Lc 24, 17); sin embargo siguen caminando.

            Eso significa que los discípulos de Jesús están siempre en camino; es decir, se mantienen en movimiento a pesar de su tristeza, no se dejan paralizar por el desánimo. Caminan juntos –no solitariamente-; y caminando juntos tratan de comprender todo lo que ha ocurrido. Y precisamente en ese caminar, «mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y caminó con ellos» (Lc 24, 15).

           
"Mane nobiscum, Domine".
Capilla de la Congregación para el
Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
Roma, Italia, 2005.
Al caminar con ellos, Jesús en primer lugar pregunta y escucha, deja que sus interlocutores le abran el corazón y desahoguen sus penas. Cleofás le contó «lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo los sumos sacerdotes y los jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron»; pero sobre todo le habló de su esperanza no cumplida, de su frustración: «nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas» (cf. Lc 24, 19-21).

            Jesús sabe acoger la tristeza, la frustración y el desconcierto. Sentimientos y experiencias que no solamente forman parte del camino de los discípulos de Emaús, sino del camino de la vida humana.

Les interpretó las Escrituras

            Así Jesús Resucitado acoge los sentimientos y experiencias de sus discípulos y, por medio de las Escrituras, los coloca en un marco más amplio, el marco de la historia de salvación, y les da un sentido. Con ello el Señor nos muestra que en la Sagrada Escritura encontramos el sentido de nuestra vida, el sentido de nuestro caminar.

            Y al darnos un sentido, la Escritura también nos orienta. Es lo que el salmista expresa bellamente al decir: «me harás conocer el camino de la vida» (Sal 15,11). Sí, a través de su Palabra, Dios nos da a conocer el camino de la vida plena.

            También el Salmo 118, que es un “elogio de la Ley del Señor”, nos habla de la experiencia del creyente que busca su orientación y su camino en la Palabra de Dios:

«Mi alma está postrada en el polvo: devuélveme la vida conforme a tu palabra.
Te expuse mi conducta y tú me escuchaste: enséñame tus preceptos.
Instrúyeme en el camino de tus leyes, y yo meditaré tus maravillas.
Mi alma llora de tristeza: consuélame con tu palabra.

Apártame del camino de la mentira, y dame la gracia de conocer tu ley.
Elegí el camino de la verdad, puse tus decretos delante de mí.
Abracé tus prescripciones: no me defraudes, Señor.
Correré por el camino de tus mandamientos, porque tú me infundes ánimo.» (Sal 118, 25-32).

Se trata de aprender a caminar con la Palabra de Dios, es más, se trata de aprender a caminar en la Palabra de Dios: «Dichoso el que, con vida intachable, camina en la voluntad del Señor» (Sal 118,1). Y este caminar con la Palabra y en la Palabra, ocurre cuando nos acercamos con actitud orante a los textos del Evangelio y de toda la Escritura. Cuando día a día nos hacemos de un tiempo para, en la oración personal o comunitaria, poner en presencia de Dios nuestra vida, nuestros anhelos y angustias, y dejar que Dios responda a ellos a través de su Palabra.

Cuando nos sentimos desorientados, desesperanzados o angustiados, tomemos un pasaje del Evangelio, leámoslo con fe e insistentemente preguntémosle al Señor: “¿Por dónde quieres guiarme? ¿Por dónde quieres que camine? ¡Muéstrame la senda, y camina conmigo Señor!”.

Lo reconocieron al partir el pan

            Y así el caminar en la Palabra de Dios nos prepara para reconocer a Jesús Resucitado en la Eucaristía. Escuchando, leyendo, meditando y orando la Palabra, surge en nosotros el anhelo: «Quédate con nosotros» (Lc 24,29). Y este anhelo de Jesús se sacia precisamente en la Eucaristía. Allí, en el íntimo diálogo que se da con el Señor le decimos:

“Señor, ahora puedo descansar en tu pecho según el profundo deseo de mi corazón; puedo cuidar por tu reino de paz, igual que tu discípulo amado.

Estás enteramente con tu ser en el santuario de mi corazón, así como reinas en el cielo y habitas glorioso junto al Padre.” (Hacia el Padre 142-143).

El camino de los discípulos de Emaús y su experiencia de encuentro con el Resucitado, nos enseña que para reconocer a Jesús necesitamos ponernos en camino –dejar de estar quietos: sumidos en el desánimo, la tristeza, la indiferencia o la comodidad-; buscar en la Palabra de Dios el sentido de nuestra vida y la orientación de nuestro caminar.

Entonces en cada Eucaristía reconoceremos a  Jesús, “que está presente en medio de nosotros, cuando somos congregados por su amor, y como hizo en otro tiempo con sus discípulos, nos explica las Escrituras y parte para nosotros el pan.”[1]

Con la certeza pascual de que el Resucitado camina con nosotros, avancemos día a día, y pidámosle a María, Madre de los peregrinos, que nos eduque y nos enseñe a caminar en la fe, a buscar la orientación de nuestra vida en la Escritura y a reconocer a Jesucristo «al partir el pan» (Lc 24,35). Amén. Aleluya.




[1] MISAL ROMANO COTIDIANO, Plegaria Eucarística para Diversas Circunstancias I.

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