Domingo 17° del tiempo
durante el año – Ciclo A
Mt 13, 44 – 52
1 Reyes 3, 5. 7 – 12
«Concede a tu siervo un
corazón sabio»
Queridos hermanos y
hermanas:
Una vez más la Liturgia
de la Palabra nos presenta un texto tomado del Evangelio según san Mateo. El texto evangélico de hoy (Mt 13, 44 – 52) contiene tres parábolas
que con imágenes nos hablan del Reino de los Cielos.
La primera parábola utiliza la imagen de un hombre que,
en un campo, encuentra un tesoro escondido. De acuerdo con el texto, el hombre
vuelve a esconder el tesoro «y lleno de
alegría, vende todo lo que posee y compra el campo» (Mt
13,44), de modo que pueda quedarse con el tesoro.
La
segunda parábola utiliza la imagen de «un negociante que se dedicaba a buscar
perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía
y la compró» (Mt 13, 45 – 46).
«El Reino de los Cielos se parece a un tesoro»
Ambas
parábolas utilizan imágenes que nos hablan del valor y de la importancia que le
damos a las cosas. Normalmente utilizamos la palabra tesoro para designar
objetos muy valiosos, con frecuencia imaginamos tesoros escondidos en la forma
de cofres llenos de monedas o piedras preciosas. Todos comprendemos que un
tesoro es algo por lo cual vale la pena el trabajo de una dura e intensa
búsqueda.
Así
Jesús nos dice que el Reino de los Cielos es como un tesoro valioso –o como una
perla preciosa-, por el cual deberíamos trabajar arduamente para encontrarlo y
apropiárnoslo. ¿Por qué utiliza Jesús
esta imagen? ¿Por qué compara Jesús el Reino de los Cielos a un tesoro valioso?
Pienso
que esto se debe a que Él conoce muy bien el corazón humano. Jesús sabe muy
bien que cada persona lleva en su corazón un conjunto de valores que considera
importante y valioso. Cada uno de nosotros lleva el anhelo de un tesoro en el
corazón.
Algunas
personas valoran la amistad y la lealtad; otros valoran la verdad y la
autenticidad; otras personas ponen su corazón en los bienes materiales: dinero,
ropa, terrenos o automóviles. Otros desean prestigio y poder. La lista podría ser
interminable.
También
cada uno de nosotros lleva un conjunto de valores en su corazón; un conjunto de
realidades que creemos y sentimos importantes para nosotros y que nos
esforzamos por realizar y lograr. Como dice el Señor en otro pasaje del Evangelio: «Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón» (Mt 6,21).
Por
lo tanto, cuando nosotros creemos que algo es valioso, que algo es importante,
nos esforzamos con todas nuestras capacidades para obtenerlo, para lograrlo.
Tal vez, hoy podemos preguntarnos a nosotros mismos: ¿Cuáles son las realidad
de mi vida que yo considero un tesoro? ¿Cuáles son las cosas en mi vida por las
que más me he esforzado? Si logramos responder a estas preguntas, seremos conscientes
de cuáles son los tesoros de nuestra vida.
«Lleno de alegría, vende
todo lo que posee»
Entonces, si entendemos que nuestro corazón, que todo
nuestro ser, se mueve en dirección a las cosas que valoramos como importantes;
deberíamos esforzarnos por descubrir y comprender que el Reino de los Cielos,
es decir, la presencia de Dios Padre en nuestra vida y la relación personal con
Jesucristo, es el tesoro más importante y valioso al cual podemos aspirar.
¡Sí, el Reino de los Cielos es valioso! ¡El Reino de los
Cielos es un tesoro precioso! Más precioso y valioso que todas las cosas
terrenas que consideramos importante y queridas para nosotros.
Esta es la razón por la cual el salmista dice: «Para mí vale más la ley de tus labios que
todo el oro y la plata» (Salmo
119 (118), 72). Esta es la razón por la cual san Pablo dice: «Todo lo que hasta ahora consideraba una
ganancia, lo tengo por pérdida, a causa de Cristo. Más aún, todo me parece una
desventaja comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi
Señor. Por él he sacrificado todas las cosas, a las que considero como
desperdicio, con tal de ganar a Cristo» (Filp 3,
7 – 8).
Por
lo tanto debemos ser como aquél hombre que encontró un tesoro escondido en un
campo. Debemos ir y con alegría vender todo lo que tenemos para poder comprar
el campo y poseer el tesoro (cf. Mt
13,44). Esto significa que debemos aprender a desprendernos de algunas cosas
para poder recibir el Reino de los Cielos. Sí, debemos desprendernos del
pecado, del egoísmo y de la indiferencia. Pero también, a veces, debemos
desprendernos de cosas buenas para estar más abiertos a la presencia de Dios.
Rey Salomón. Capilla del Colegio Universitario de San Estanislao. Ljubljana-Šentvid, Eslovenia, Mayo 2004. |
Mientras
nos vamos haciendo estas preguntas, comenzamos a comprender el contenido
principal de la oración que el rey Salomón le dirigió a Dios: «Concede a tu siervo un corazón sabio» (cf.
1 Reyes 3,9). Sí, necesitamos un
corazón comprensivo, un corazón sabio, no solamente «para discernir entre el bien y el mal», sino para ver claramente
dónde está el verdadero tesoro en nuestra vida. Necesitamos un corazón
comprensivo y sabio para percibir el Reino de los Cielos en nuestra vida. Y esa
sabiduría proviene de Dios.
Así que pidamos constantemente este don en la oración. El
don de la sabiduría que nos permita
tomar las decisiones correctas en nuestro día a día; el don de la sabiduría que
nos permita elegir el Reino de los Cielos por encima de todo.
«El Reino de los Cielos se
parece también a una red que se echa al mar»
Y si aprendemos a elegir día a día el Reino de los Cielos
como nuestro tesoro, entonces podemos esperar confiados de que al final del
tiempo, cuando vengan los ángeles a separar «a
los malos de entre los justos» (Mt
13,49), seremos elegidos como para formar parte del tesoro precioso a los ojos
del Señor.
Que nuestra Madre Santísima, Sedes Sapientiae – Trono de la Sabiduría, por medio de su
intercesión y de su presencia activa en el Santuario, nos obtenga a cada uno la
gracia de un corazón sabio y comprensivo, un corazón orientado hacia el Reino
de los Cielos. Amén.