La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

jueves, 27 de julio de 2017

«¡Felices los ojos de ustedes porque ven!»

Domingo 15° del tiempo durante el año – Ciclo A

Mt 13, 1 – 23

«¡Felices los ojos de ustedes porque ven!»

Queridos hermanos y hermanas:

            Hoy, la Liturgia de la Palabra nos trae el texto evangélico de la “parábola del sembrador” (Mt 13; 1-23). Probablemente este texto nos resulte muy familiar, muy conocido.

            «El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino… Otras cayeron en terreno pedregoso… Otras cayeron entre espinas… Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta» (Mt 13; 4. 5. 7. 8).

            Sin embargo, aunque aparentemente conozcamos el texto y comprendamos su significado, una vez más necesitamos abrir nuestros corazones a las palabras de Jesús. Queremos ser como la «buena tierra» que está abierta a recibir la semilla del Señor para que ésta germine y sea fecunda.

«¿Por qué les hablas por medio de parábolas?»

            Si observamos la estructura del texto con atención, podremos ver que está compuesto de tres partes temáticas: la parábola misma (Mt 13; 4-9); un diálogo entre Jesús y sus discípulos (Mt 13; 10-17), y la explicación de la parábola (Mt 13; 18-23).

           
 La parábola del sembrador, Manuscrito "Hortus Deliciarum" (1167-1185).
Herrada de Landsberg.
Wikimedia Commons .
Deseo que meditemos juntos en torno al diálogo de Jesús con sus discípulos. Los discípulos le preguntan al Señor: «¿Por qué les hablas por medio de parábolas?» (Mt 13,10); y Jesús les proporciona una interesante respuesta: «A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no» (Mt 13,11).

            «A ustedes se les ha concedido». Se trata de un regalo, de un don, de un privilegio; y, precisamente por ello, se trata al mismo tiempo de una misión. Las palabras del evangelio de hoy deberían ayudarnos a tomar conciencia de que el tener acceso a los «misterios del Reino de los Cielos» es un gran y hermoso regalo. El tener acceso a la persona de Jesús, a su Evangelio, a su íntima cercanía en la oración; el tener acceso a su Iglesia y a sus sacramentos, es un gran regalo, un gran don, una gran alegría.

            Todo esto trae a mi memoria las hermosas palabras de Jesús contenidas en el Evangelio de san Mateo: «Yo te alabo, Padre, señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has revelado a los pequeños» (Mt 11,25).

            Por lo tanto, hoy estamos invitados a tomar conciencia de todas las cosas, de todos los regalos, que hemos recibido a través de la fe en Cristo Jesús, a través de la fe de los pequeños.

            ¿Somos conscientes de todos los regalos que diariamente recibimos de las manos de Dios? ¿Somos conscientes de que todo es un regalo? ¿Alabamos a Dios por todo lo que nos ha concedido y concede? ¿Alabamos a Dios por el gran regalo que nos ha hecho al entregarnos a su Hijo?

Don y misión

            En el diálogo con sus discípulos, Jesús continúa diciendo: «Por eso les hablo por medio de parábolas: porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni entienden» (Mt 13,13).

            Jesús era bastante crítico con respecto a muchos de sus contemporáneos porque, aun  cuando vieron muchos de los milagros y signos que hizo en medio de ellos, no comprendieron el profundo significado salvífico que había en los mismos. Aunque miraron, no vieron; aunque oyeron, no escucharon. En realidad, el problema de estos hombres no radicaba en sus ojos o en sus oídos, sino en sus corazones.

            La incapacidad para ver o para oír es, en realidad, la incapacidad del corazón para estar abierto a los signos de Dios en medio de la vida cotidiana; y, si no estamos abiertos a la presencia de Dios en la vida cotidiana, entonces somos incapaces de creer, de creer de verdad. Somos incapaces de basar nuestra vida –nuestras decisiones- en la fe.  

            Por eso, si no nos arriesgamos creer, entonces nos volvemos ciegos y sordos a la presencia de Dios en nuestra vida. Esta es la razón por la cual la carta encíclica Lumen fidei dice: “Quien cree ve; ve con una luz que ilumina todo el trayecto del camino, porque llega a nosotros de Cristo resucitado, estrella de la mañana que no conoce ocaso.”[1]

            Por lo tanto, la fe es un don, pero también una tarea y una misión. Como discípulos de Jesús nos preguntamos, ¿en qué consiste nuestra tarea cotidiana en relación con la fe? Y podemos responder que nuestra misión, nuestra tarea cotidiana, consiste en aprender a escuchar para comprender, en aprender a observar la realidad para percibir la presencia de Dios en ella.

            Como hijos del P. José Kentenich queremos entrar en la escuela de la fe práctica en la Divina Providencia. Queremos aprender a percibir con los ojos y los oídos del corazón la presencia del Dios vivo en medio de nuestra vida. Queremos desarrollar en nosotros mismos –con la gracia del Espíritu Santo y la intercesión de la santísima Virgen María- la capacidad para contemplar la vida con ojos de fe,  tal como rezamos en el Hacia el Padre:

            “También así quieres actuar en nuestro Santuario
             fortaleciendo la fe
            de nuestros débiles ojos,
            para que contemplemos la vida
            con la mirada de Dios
            y caminemos siempre bajo la luz del cielo.”[2]
    
        Y si aprendemos a ver y a escuchar en la fe; si aprendemos a contemplar con fe nuestra propia vida, la de nuestras familias, comunidades y naciones; entonces, cada uno producirá el fruto que el Señor espera de nosotros: «Otras semillas cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta» (cf. Mt 13,8). Que Jesús y María Santísima nos concedan esta fecundidad de fe y amor a cada uno de nosotros. Amén.




[1] PAPA FRANCISCO, Carta encíclica Lumen fidei sobre la fe, 1.
[2] P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre, estrofa 213.

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