La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

domingo, 30 de julio de 2017

«Concede a tu siervo un corazón sabio»

Domingo 17° del tiempo durante el año – Ciclo A

Mt 13, 44 – 52

1 Reyes 3, 5. 7 – 12

«Concede a tu siervo un corazón sabio»

Queridos hermanos y hermanas:

            Una vez más la Liturgia de la Palabra nos presenta un texto tomado del Evangelio según san Mateo. El texto evangélico de hoy (Mt 13, 44 – 52) contiene tres parábolas que con imágenes nos hablan del Reino de los Cielos.

            La primera parábola utiliza la imagen de un hombre que, en un campo, encuentra un tesoro escondido. De acuerdo con el texto, el hombre vuelve a esconder el tesoro «y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo» (Mt 13,44), de modo que pueda quedarse con el tesoro.

            La segunda parábola utiliza la imagen de «un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró» (Mt 13, 45 – 46).

«El Reino de los Cielos se parece a un tesoro»

            Ambas parábolas utilizan imágenes que nos hablan del valor y de la importancia que le damos a las cosas. Normalmente utilizamos la palabra tesoro para designar objetos muy valiosos, con frecuencia imaginamos tesoros escondidos en la forma de cofres llenos de monedas o piedras preciosas. Todos comprendemos que un tesoro es algo por lo cual vale la pena el trabajo de una dura e intensa búsqueda.

            Así Jesús nos dice que el Reino de los Cielos es como un tesoro valioso –o como una perla preciosa-, por el cual deberíamos trabajar arduamente para encontrarlo y apropiárnoslo.  ¿Por qué utiliza Jesús esta imagen? ¿Por qué compara Jesús el Reino de los Cielos a un tesoro valioso?

            Pienso que esto se debe a que Él conoce muy bien el corazón humano. Jesús sabe muy bien que cada persona lleva en su corazón un conjunto de valores que considera importante y valioso. Cada uno de nosotros lleva el anhelo de un tesoro en el corazón.

            Algunas personas valoran la amistad y la lealtad; otros valoran la verdad y la autenticidad; otras personas ponen su corazón en los bienes materiales: dinero, ropa, terrenos o automóviles. Otros desean prestigio y poder. La lista podría ser interminable.

            También cada uno de nosotros lleva un conjunto de valores en su corazón; un conjunto de realidades que creemos y sentimos importantes para nosotros y que nos esforzamos por realizar y lograr. Como dice el Señor en otro pasaje del Evangelio: «Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón» (Mt 6,21).

            Por lo tanto, cuando nosotros creemos que algo es valioso, que algo es importante, nos esforzamos con todas nuestras capacidades para obtenerlo, para lograrlo. Tal vez, hoy podemos preguntarnos a nosotros mismos: ¿Cuáles son las realidad de mi vida que yo considero un tesoro? ¿Cuáles son las cosas en mi vida por las que más me he esforzado? Si logramos responder a estas preguntas, seremos conscientes de cuáles son los tesoros de nuestra vida.

«Lleno de alegría, vende todo lo que posee»

            Entonces, si entendemos que nuestro corazón, que todo nuestro ser, se mueve en dirección a las cosas que valoramos como importantes; deberíamos esforzarnos por descubrir y comprender que el Reino de los Cielos, es decir, la presencia de Dios Padre en nuestra vida y la relación personal con Jesucristo, es el tesoro más importante y valioso al cual podemos aspirar.

            ¡Sí, el Reino de los Cielos es valioso! ¡El Reino de los Cielos es un tesoro precioso! Más precioso y valioso que todas las cosas terrenas que consideramos importante y queridas para nosotros.

            Esta es la razón por la cual el salmista dice: «Para mí vale más la ley de tus labios que todo el oro y la plata» (Salmo 119 (118), 72). Esta es la razón por la cual san Pablo dice: «Todo lo que hasta ahora consideraba una ganancia, lo tengo por pérdida, a causa de Cristo. Más aún, todo me parece una desventaja comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él he sacrificado todas las cosas, a las que considero como desperdicio, con tal de ganar a Cristo» (Filp 3, 7 – 8).

            Por lo tanto debemos ser como aquél hombre que encontró un tesoro escondido en un campo. Debemos ir y con alegría vender todo lo que tenemos para poder comprar el campo y poseer el tesoro (cf. Mt 13,44). Esto significa que debemos aprender a desprendernos de algunas cosas para poder recibir el Reino de los Cielos. Sí, debemos desprendernos del pecado, del egoísmo y de la indiferencia. Pero también, a veces, debemos desprendernos de cosas buenas para estar más abiertos a la presencia de Dios.

           
Rey Salomón.
Capilla del Colegio Universitario de San Estanislao.

Ljubljana-Šentvid, Eslovenia, Mayo 2004.
¿Cuáles son las cosas a las que tenemos que renunciar para poder recibir el Reino de Dios en nuestras vidas? ¿Tenemos la motivación y la fuerza para hacerlo?

            Mientras nos vamos haciendo estas preguntas, comenzamos a comprender el contenido principal de la oración que el rey Salomón le dirigió a Dios: «Concede a tu siervo un corazón sabio» (cf. 1 Reyes 3,9). Sí, necesitamos un corazón comprensivo, un corazón sabio, no solamente «para discernir entre el bien y el mal», sino para ver claramente dónde está el verdadero tesoro en nuestra vida. Necesitamos un corazón comprensivo y sabio para percibir el Reino de los Cielos en nuestra vida. Y esa sabiduría proviene de Dios.

            Así que pidamos constantemente este don en la oración. El don  de la sabiduría que nos permita tomar las decisiones correctas en nuestro día a día; el don de la sabiduría que nos permita elegir el Reino de los Cielos por encima de todo.

«El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar»

            Y si aprendemos a elegir día a día el Reino de los Cielos como nuestro tesoro, entonces podemos esperar confiados de que al final del tiempo, cuando vengan los ángeles a separar «a los malos de entre los justos» (Mt 13,49), seremos elegidos como para formar parte del tesoro precioso a los ojos del Señor.

            Que nuestra Madre Santísima, Sedes Sapientiae – Trono de la Sabiduría, por medio de su intercesión y de su presencia activa en el Santuario, nos obtenga a cada uno la gracia de un corazón sabio y comprensivo, un corazón orientado hacia el Reino de los Cielos. Amén.


     

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