La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

sábado, 20 de enero de 2018

«El Reino de Dios está cerca»

Domingo 3° durante el año – Ciclo B

Mc 1, 14 – 20

«El Reino de Dios está cerca»

Queridos hermanos y hermanas:

            En la Liturgia de la Palabra de este domingo, el evangelista san Marcos, que nos acompañará durante gran parte este año litúrgico, presenta el inicio de la misión pública de Cristo.[1] Esta misión se sintetiza en el anuncio: «“El Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia”.» (Mc 1,15).

            En el mismo pasaje evangélico que se nos presenta hoy, junto con el anuncio del Reino de Dios y la llamada a la conversión, encontramos el relato de la vocación de los primeros discípulos. Simón y Andrés, Santiago y Juan, inician el camino que los llevará a experimentar la cercanía del Reino de Dios y a comprender la necesidad de la conversión a la que nos llama Jesús.

«El Reino de Dios está cerca»

            Volvamos al anuncio de Jesús que sintetiza su misión. El texto dice: «“El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia”» (Mc 1,15). Sin lugar a dudas, lo central del anuncio es la afirmación «el Reino de Dios está cerca». Sin embargo, la misma va acompañada de dos elementos más.

            En primer lugar le antecede la frase «el tiempo se ha cumplido». ¿A qué se refiere Jesús con ello? ¿Qué significa? ¿A qué tiempo se refiere?

En la frase «el tiempo se ha cumplido», la expresión griega –en el texto original del evangelio- que corresponde a «el tiempo» es «ὁ καιρὸς». Dicha expresión griega si bien se refiere al tiempo, no indica el mero tiempo cronológico, sino que señala un tiempo especial: es el tiempo oportuno, el tiempo de la gracia que irrumpe en el momento señalado.

Así «el tiempo cumplido» se trata del “tiempo de salvación, prometido por los profetas, los portavoces de Dios”[2], ése es el tiempo que se inicia con Jesús. Se trata del “comienzo de una nueva era: el tiempo de la culpa humana y de la cólera divina, el tiempo de la desgracia ha pasado; ha comenzado el tiempo de la gracia y de la salvación.”[3]

Sí, la presencia de Jesús y el inicio de su misión señalan que «el tiempo se ha cumplido». La salvación anhelada y esperada se hace presente. Con Jesús se inicia un nuevo tiempo que también nos involucra a nosotros. Nosotros vivimos ese «καιρὸς», ese tiempo oportuno para la salvación.

Y en este tiempo oportuno que es el nuestro, el de nuestra vida cotidiana, Jesús nos dice: «el Reino de Dios está cerca».

Sabemos que el «Reino de Dios» no implica una realidad delimitable en el espacio y el tiempo. No se trata de un Estado político a la manera de los reinos o naciones de la tierra. Más bien, el «Reino de Dios» es el «Reinado de Dios»; es decir, la soberanía de Dios en nuestras vidas, la soberanía de Dios en nuestros corazones.

La expresión «Reino de Dios» “anuncia que Dios es quien reina, que Dios es el Señor, y que su señorío está presente, es actual, se está realizando”[4] en el día a día, en nuestros interior y en nuestras relaciones humanas. En Jesucristo, Dios se ha hecho cercano y quiere reinar en medio de nosotros y en nosotros. Su reinado se manifiesta en las acciones salvíficas de Jesús: en el perdón de los pecados, en la sanación de las enfermedades y dolencias, y en la expulsión de los espíritus impuros que oprimen al hombre.

Por lo tanto, “el señorío de Dios se manifiesta (…) en la curación integral del hombre” [5],  en la vida que triunfa sobre la muerte, en la verdad que se alza sobre la mentira y la ignorancia, en la esperanza que se sobrepone a la angustia y la tristeza.         

«Conviértanse y crean en la Buena Noticia»

            Si el «Reino de Dios» más que un lugar o un espacio físico-temporal, es la acción salvífica y redentora de Dios en nosotros y en medio de nosotros; comprendemos entonces la exigencia que acompaña a su anuncio: «Conviértanse y crean en la Buena Noticia».

            Para abrirnos a la presencia y acción de Dios en nuestras vidas, necesitamos convertirnos, necesitamos renunciar a dirigir nosotros solos nuestra vida, necesitamos renunciar al egoísmo que nos domina.

La conversión a la que se nos llama en la Sagrada Escritura implica dos dimensiones: por un lado, una actitud interior de arrepentimiento, y, por otro lado, un cambio concreto en nuestra conducta cotidiana.

Así la conversión inicia cuando en nuestro interior tomamos conciencia de que nos hemos equivocado, de que hemos tomado un mal camino en nuestra vida o de que la infelicidad nos domina porque nos hemos puesto a nosotros mismos en el centro de nuestra existencia. La conversión se trata entonces de una vuelta interior a Dios, de desandar el camino recorrido y volvernos hacia Dios.

Muchas veces experimentamos esa infelicidad interior, y deseamos volver a Dios, volver a sus brazos, a su presencia. Pero no damos el siguiente paso de la conversión: junto con la actitud interior, tenemos que tomar decisiones concretas para cambiar nuestra vida.

Solamente cambiando concretamente nuestra rutina, nuestro estilo de vida y nuestras opciones personales, podremos desandar el camino del egoísmo, del vicio y del pecado, para iniciar un nuevo camino siguiendo a Jesús.  

«Ellos dejaron sus redes y lo siguieron»

           
La vocación de Pedro y Andrés.
Basílica de San Apolinar el Nuevo.
Rávena, Italia. Mosaico bizantino.
Precisamente es lo que comprendieron los primeros discípulos. La llamada a la conversión está íntimamente unida a la llamada al discipulado. El que quiere convertirse a Dios debe dejar sus redes y seguir a Jesús. El seguimiento práctico de Jesús en nuestra vida cotidiana hace concreta nuestra conversión, hace que la decisión interior se manifieste en opciones concretas de vida.

            También nosotros queremos escuchar hoy el llamado de Jesús a la conversión y su invitación a seguirlo por un nuevo camino de vida. Así como los primeros dejaron sus redes, ¿qué debemos dejar nosotros para seguir libremente a Jesús y ser testigos del «Reino de Dios» en nuestra vida? ¿A qué cosa, a qué actitud, a qué costumbre debo renunciar si quiero seguir más libre y plenamente a Jesús?

            Pero la conversión a Jesús y con Jesús implica todavía algo más. Junto con escuchar el anuncio del Reino y la llamada a la conversión y al seguimiento en nuestro tiempo actual, el Señor también nos invita a compartir con otros la Buena Noticia del Reino de Dios: «Síganme, y yo los haré pescadores de hombres» (Mc 1,17). El signo claro de que Dios reina en nuestra vida, es la capacidad de anunciar su presencia haciendo el bien a los demás.

            A María, Madre del Evangelio viviente, le pedimos que nos ayude a percibir el «Reino de Dios» que está cerca y que nos anime a dejarlo todo para convertirnos a su hijo Jesús, y con Él, dar testimonio de la «Buena Noticia» con nuestras palabras y obras. Amén.




[1] Cf. BENEDICTO XVI, Ángelus, 27 de enero de 2008 [en línea]. [fecha de consulta: 20 de enero de 2018]. Disponible en: <http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/angelus/2008/documents/hf_ben-xvi_ang_20080127.html>
[2] R. SCHNACKENBURG, El Evangelio según san Marcos. Tomo Primero (Editorial Herder, Barcelona 1980), 37.
[3] Ibídem
[4] BENEDICTO XVI, Ángelus, 27 de enero de 2008 [en línea]. [fecha de consulta: 20 de enero de 2018]. Disponible en: <http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/angelus/2008/documents/hf_ben-xvi_ang_20080127.html>
[5] Ibídem

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