Domingo 3° durante el año –
Ciclo B
Mc
1, 14 – 20
«El Reino de Dios está
cerca»
Queridos hermanos y
hermanas:
En la Liturgia de
la Palabra de este domingo, el evangelista san Marcos, que nos acompañará
durante gran parte este año litúrgico, presenta el inicio de la misión pública
de Cristo.[1]
Esta misión se sintetiza en el anuncio: «“El
Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia”.» (Mc 1,15).
En el mismo pasaje evangélico que se nos presenta hoy,
junto con el anuncio del Reino de Dios y la llamada a la conversión,
encontramos el relato de la vocación de los primeros discípulos. Simón y
Andrés, Santiago y Juan, inician el camino que los llevará a experimentar la
cercanía del Reino de Dios y a comprender la necesidad de la conversión a la
que nos llama Jesús.
«El Reino de Dios está
cerca»
Volvamos al anuncio de Jesús que sintetiza su misión. El
texto dice: «“El tiempo se ha cumplido:
el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia”» (Mc 1,15). Sin lugar a dudas, lo central
del anuncio es la afirmación «el Reino de
Dios está cerca». Sin embargo, la misma va acompañada de dos elementos más.
En primer lugar le antecede la frase «el tiempo se ha cumplido». ¿A qué se refiere Jesús con ello? ¿Qué
significa? ¿A qué tiempo se refiere?
En
la frase «el tiempo se ha cumplido», la
expresión griega –en el texto original del evangelio- que corresponde a «el tiempo» es «ὁ καιρὸς». Dicha expresión griega si bien se refiere al tiempo, no indica el mero tiempo
cronológico, sino que señala un tiempo especial: es el tiempo oportuno, el
tiempo de la gracia que irrumpe en el momento señalado.
Así «el tiempo cumplido» se trata del “tiempo de salvación, prometido
por los profetas, los portavoces de Dios”[2],
ése es el tiempo que se inicia con Jesús. Se trata del “comienzo de una nueva
era: el tiempo de la culpa humana y de la cólera divina, el tiempo de la
desgracia ha pasado; ha comenzado el tiempo de la gracia y de la salvación.”[3]
Sí, la presencia de Jesús y el inicio de su
misión señalan que «el tiempo se ha cumplido». La salvación anhelada y esperada se hace presente. Con
Jesús se inicia un nuevo tiempo que también nos involucra a nosotros. Nosotros
vivimos ese «καιρὸς», ese tiempo oportuno para la salvación.
Y en este tiempo oportuno que es el nuestro,
el de nuestra vida cotidiana, Jesús nos dice: «el Reino de Dios está cerca».
Sabemos que el «Reino de Dios» no implica una realidad delimitable en el espacio y
el tiempo. No se trata de un Estado político a la manera de los reinos o
naciones de la tierra. Más bien, el «Reino
de Dios» es el «Reinado de Dios»;
es decir, la soberanía de Dios en nuestras vidas, la soberanía de Dios en
nuestros corazones.
La expresión «Reino de Dios» “anuncia que Dios es quien reina, que
Dios es el Señor, y que su señorío está presente, es actual, se está realizando”[4]
en el día a día, en nuestros interior y en nuestras relaciones humanas. En
Jesucristo, Dios se ha hecho cercano y quiere reinar en medio de nosotros y en
nosotros. Su reinado se manifiesta en las acciones salvíficas de Jesús: en el
perdón de los pecados, en la sanación de las enfermedades y dolencias, y en la
expulsión de los espíritus impuros que oprimen al hombre.
Por
lo tanto, “el señorío de Dios se manifiesta (…) en la curación integral del
hombre” [5],
en la vida que triunfa sobre la muerte,
en la verdad que se alza sobre la mentira y la ignorancia, en la esperanza que
se sobrepone a la angustia y la tristeza.
«Conviértanse y crean en
la Buena Noticia»
Si el «Reino de
Dios» más que un lugar o un espacio físico-temporal, es la acción salvífica
y redentora de Dios en nosotros y en medio de nosotros; comprendemos entonces
la exigencia que acompaña a su anuncio: «Conviértanse
y crean en la Buena Noticia».
Para abrirnos a la presencia y acción de Dios en nuestras
vidas, necesitamos convertirnos, necesitamos renunciar a dirigir nosotros solos
nuestra vida, necesitamos renunciar al egoísmo que nos domina.
La
conversión a la que se nos llama en la Sagrada
Escritura implica dos dimensiones: por un lado, una actitud interior de
arrepentimiento, y, por otro lado, un cambio concreto en nuestra conducta
cotidiana.
Así
la conversión inicia cuando en nuestro interior tomamos conciencia de que nos
hemos equivocado, de que hemos tomado un mal camino en nuestra vida o de que la
infelicidad nos domina porque nos hemos puesto a nosotros mismos en el centro
de nuestra existencia. La conversión se trata entonces de una vuelta interior a
Dios, de desandar el camino recorrido y volvernos hacia Dios.
Muchas
veces experimentamos esa infelicidad interior, y deseamos volver a Dios, volver
a sus brazos, a su presencia. Pero no damos el siguiente paso de la conversión:
junto con la actitud interior, tenemos que tomar decisiones concretas para cambiar
nuestra vida.
Solamente
cambiando concretamente nuestra rutina, nuestro estilo de vida y nuestras
opciones personales, podremos desandar el camino del egoísmo, del vicio y del
pecado, para iniciar un nuevo camino siguiendo a Jesús.
«Ellos dejaron sus redes y
lo siguieron»
La vocación de Pedro y Andrés. Basílica de San Apolinar el Nuevo. Rávena, Italia. Mosaico bizantino. |
También nosotros queremos escuchar hoy el llamado de
Jesús a la conversión y su invitación a seguirlo por un nuevo camino de vida. Así
como los primeros dejaron sus redes, ¿qué debemos dejar nosotros para seguir
libremente a Jesús y ser testigos del «Reino
de Dios» en nuestra vida? ¿A qué cosa, a qué actitud, a qué costumbre debo
renunciar si quiero seguir más libre y plenamente a Jesús?
Pero la conversión a Jesús y con Jesús implica todavía
algo más. Junto con escuchar el anuncio del Reino y la llamada a la conversión
y al seguimiento en nuestro tiempo actual, el Señor también nos invita a
compartir con otros la Buena Noticia del Reino de Dios: «Síganme, y yo los haré pescadores de hombres» (Mc 1,17). El signo claro de que Dios reina
en nuestra vida, es la capacidad de anunciar su presencia haciendo el bien a
los demás.
A María, Madre del
Evangelio viviente, le pedimos que nos ayude a percibir el «Reino de Dios» que está cerca y que nos
anime a dejarlo todo para convertirnos a su hijo Jesús, y con Él, dar
testimonio de la «Buena Noticia» con
nuestras palabras y obras. Amén.
[1] Cf.
BENEDICTO XVI, Ángelus, 27 de enero
de 2008 [en
línea]. [fecha de consulta: 20 de enero de 2018]. Disponible en: <http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/angelus/2008/documents/hf_ben-xvi_ang_20080127.html>
[2] R.
SCHNACKENBURG, El Evangelio según san
Marcos. Tomo Primero (Editorial Herder, Barcelona 1980), 37.
[3]
Ibídem
[4] BENEDICTO
XVI, Ángelus, 27 de enero de 2008 [en línea].
[fecha
de consulta: 20 de enero de 2018]. Disponible en: <http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/angelus/2008/documents/hf_ben-xvi_ang_20080127.html>
[5]
Ibídem
Buenísima reflexión P. Oscar!
ResponderEliminarGracias Padre! Buen inicio de semana
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