Domingo 4° durante el año
– Ciclo B
Mc
1, 21 – 28
«Les enseñaba como quien
tiene autoridad»
Queridos hermanos y
hermanas:
En este domingo acompañamos a Jesús a Cafarnaúm, “la
pequeña ciudad sobre el lago de Galilea donde habitaban Pedro y su hermano Andrés”[1];
en ella, «cuando llegó el sábado, fue a la
sinagoga y comenzó a enseñar» (Mc
1,21). En el pasaje evangélico de hoy (Mc
1, 21 – 28) somos testigos de cómo Jesús enseña con autoridad, a tal punto que
los mismos espíritus impuros le obedecen.
Sin embargo, no debemos quedarnos solamente en un asombro
pasajero o buscar el espectáculo religioso de lo extraordinario. Más bien
debemos preguntarnos: ¿Cuál es la razón profunda del asombro de los que escuchan
a Jesús? ¿Qué implica para nosotros que Jesús enseñe con autoridad? ¿Cómo
podemos aprender a escuchar hoy la voz de Dios contenida en las palabras y gestos
de Jesús? (cf. Salmo 94 [95], 7).
«El Señor, tu Dios, te
suscitará un profeta como yo»
Para
ello, debemos iniciar nuestra reflexión con la primera lectura (Dt 18,
15 – 20), la cual nos habla del profeta prometido al pueblo de Israel en
tiempos de Moisés: «Moisés dijo al
pueblo: El Señor, tu Dios, te suscitará un profeta como yo; lo hará surgir de
entre ustedes, de entre tus hermanos, y es a él a quien escucharán.» (Dt 18,15).
Si
consideramos con cuidado las palabras de Moisés notaremos que el profeta
prometido tiene tres características: será suscitado por Dios; surgirá de en
medio del pueblo de Israel, y, «es a él a
quien escucharán». Sin lugar a dudas podemos aplicar estar tres
características a Jesús de Nazaret.
Ya
al principio del Evangelio según san
Marcos, en el relato del bautismo de Jesús, podemos ver cómo Jesús es
señalado como el que ha sido constituido por Dios como su Mesías, y por lo
tanto como su profeta: «En aquellos días,
Jesús llegó desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Y
al salir del agua, vio que los cielos se abrían y que el Espíritu Santo
descendía sobre él como una paloma; y una voz desde el cielo dijo: “Tú eres mi
Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección”» (Mc 1, 9-11).
Así
mismo, por su nacimiento en Belén, de María comprometida con José (cf. Lc 2,6; Mt 1,18), Jesucristo pertenece al pueblo de Israel, en efecto, «de ellos desciende Cristo según su
condición humana» (Rm 9,5). Se
cumple por lo tanto la palabra pronuncia por Moisés: «lo hará surgir de entre ustedes».
«Es a él a quien
escucharán»
Sin
embargo, la característica más importante es la que se refiere a la escucha: «es a él a quien escucharán».
El
libro del Deuteronomio señala que el
pueblo de Israel, en el monte Horeb, el día de la asamblea dijo: «No quiero seguir escuchando la voz del
Señor, mi Dios, ni miraré más este gran fuego, porque de lo contrario moriré»
(Dt 18,16). Estas palabras hacen
referencia a la teofanía del Horeb, es decir, a la manifestación tremenda y
gloriosa de Dios a través de una voz potente, en medio de fuego, nubes y
oscuridad (cf. Dt 5,22; Ex 20,18).
En
esa ocasión, el Señor Dios había entregado a los israelitas los mandamientos de
la Ley; mandamientos que debían poner
en práctica en la tierra que les iba a ser confiada como propia (cf. Dt 6,1).
Tal
teofanía suscita en los israelitas un temor reverencial y genera en ellos el siguiente
pedido a Moisés: «Acércate
y escucha lo que dice el Señor, nuestro Dios, y luego repítenos todo lo que él
te diga. Nosotros lo escucharemos y lo pondremos en práctica» (Dt 5,27).
A
esto se refiere Moisés cuando dice: «El
Señor, tu Dios, te suscitará un profeta como yo; lo hará surgir de entre
ustedes, de entre tus hermanos, y es a él a quien escucharán. Esto es
precisamente lo que pediste al Señor, tu Dios, en el Horeb» (Dt 18, 15 – 16a).
«Les enseñaba como quien
tiene autoridad»
Para la naciente comunidad cristiana se hizo evidente que
en Jesús de Nazaret se cumplía la palabra contenida en el Antiguo Testamento: «El Señor, tu Dios, te suscitará un profeta». Y
precisamente eso es lo que vemos en el evangelio proclamado hoy.
Sanación de los endemoniados. Detalle. Santuario de San Juan Pablo II. Cracovia, Polonia. 2013. |
¿Qué
significa que Jesús enseñaba con autoridad y no como los escribas? “Naturalmente,
con estas expresiones no se hace referencia a la calidad retórica de las
palabras de Jesús, sino a la reivindicación evidente de estar al mismo nivel
que el Legislador, a la misma altura que Dios.”[2]
Es decir, cuando Jesús enseña, no se limita simplemente a interpretar la Ley de Dios contenida en las palabras de
Moisés –como hacían los escribas y maestros de la Ley-, sino que la profundiza
dándole su pleno sentido.
Esto
es evidente sobre todo en la enseñanza que Jesús realiza en el conocido “Sermón
de la montaña” –del cual conocemos sobre todo las “Bienaventuranzas”-. En
varios momentos de este sermón, Jesús dice: «Ustedes
han oído que se dijo a los antepasados – Pero yo les digo» (cf. Mt 5, 21 – 22). Hay una antítesis: lo
que se dijo a los antepasados; y lo que el «yo»
de Jesús dice hoy. Dicha antítesis no podían realizarla los escribas y maestros
de la Ley, pues ninguno de ellos es el “Hijo único de Dios, (…) de la misma
naturaleza del Padre”[3];
ninguno de ellos puede decir: «El Padre y
yo somos una sola cosa» (Jn 10,30).
Ahí radica la verdadera razón del asombro de los que oyen a Jesús.
Por
lo tanto, Jesús enseña con la misma autoridad de Dios. Cuando Jesús nos habla –ya
sea por medio de sus palabras o de sus gestos y acciones- es el mismo Dios
quien nos habla. El mismo que habló en la teofanía del monte Horeb, habla ahora
en la persona de Jesús.
Por
lo tanto, también nosotros debemos acoger las palabras de Jesús con respeto y amor,
con seriedad y diligencia. Es cierto que la manifestación de Dios en Jesucristo
es una manifestación de amor y misericordia, pero no por ello ha de ser tomada
con ligereza y superficialidad.
La
palabra pronunciada con autoridad, para ser eficaz en nuestras vidas y en nuestros corazones, debe ser acogida con fe,
diligencia y obediencia. ¿Qué tan seria es nuestra vida espiritual? ¿Cuidamos y
cultivamos nuestro ser discípulos de Cristo? ¿Lo reconocemos verdaderamente
como Hijo de Dios? Solo si acogemos a Jesús como «el Santo de Dios» (Mc
1,24), la palabra contenida en su Evangelio
nos sanará y liberará de tantos espíritus impuros que habitan en nuestros
corazones y en nuestras relaciones. Solo así el Reino de Dios se hará presente y eficaz en medio de nosotros.
A María, Madre del verdadero Dios por quien se vive[4],
le pedimos que nos eduque en la escucha de la voz de Dios que llega a nosotros
por medio de Jesucristo. Así, con una fe atenta y una obediencia diligente, haremos
en nuestra vida cotidiana «lo que es más
conveniente y nos entregaremos totalmente al Señor» (cf. 1Cor 7,35). Amén.
[1]
BENEDICTO XVI, Ángelus, 29 de enero
de 2012 [en
línea]. [fecha de consulta: 25 de enero de 2018]. Disponible en: <http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/angelus/2012/documents/hf_ben-xvi_ang_20120129.html>
[2] J.
RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de
Nazaret. Desde el Bautismo a la Transfiguración (Editorial Planeta,
Santiago de Chile 2007), 132.
[3]
Credo Niceno-Constantinopolitano.
[4] Del
Nicán Mopohua, relato del escritor
indígena del siglo XVI don Antonio Valeriano. Oficio de Lectura de la fiesta de
Nuestra Señora de Guadalupe. Liturgia de las Horas según el rito romano, Tomo
I.
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