Domingo 2° durante el año –
Ciclo B
Jn
1, 35 – 42
«Habla, Señor, porque tu
servidor escucha»
Queridos hermanos y
hermanas:
En el evangelio de hoy (Jn 1, 35 – 42) Juan Bautista señala a Jesús como «el Cordero de Dios». Los discípulos de
Juan, «al oírlo hablar así, siguieron a
Jesús» y «vieron dónde vivía y se
quedaron con él ese día». Con este encuentro, Andrés y el otro discípulo,
iniciaron su camino de seguimiento de Jesús, un camino fascinante y exigente,
que los llevará a compartir la vida y la misión del Maestro; pero sobre todo,
los asemejará a Cristo, de quien a prenderán la actitud fundamental del
auténtico discípulo: «Habla, Señor, que
tu servidor escucha» (1 Sam 3,9).
«Habla, Señor, que tu servidor escucha»
La primera lectura,
tomada del Libro Primero de Samuel (1 Sam 3, 3b – 10. 19) nos relata el
inicio del discipulado de Samuel con el sacerdote Elí y su llamamiento por
parte del Señor. El joven Samuel, que de «niño
quedó al servicio del Señor junto al sacerdote Elí» (1 Sam 2,11); necesita que alguien le enseñe a escuchar la voz de
Dios, necesita de un maestro en la vida espiritual que le ayude a encontrar al “Maestro”
que es Dios mismo.
En el relato veterotestamentario vemos cómo Dios llama
insistentemente a sus elegidos. Esto nos recuerda el primado de Dios en la vida
del discípulo: siempre es Dios quien ama primero, quien llama primero. “Uno no
puede hacerse discípulo por sí mismo, sino que es resultado de una elección,
una decisión de la voluntad del Señor.”[1]
Así mismo, se nos muestra que si Dios toma la iniciativa
en el llamado –vocación y elección-, corresponde al discípulo escuchar y
responder con prontitud y disponibilidad a ese llamado: «Elí comprendió que era el Señor el que llamaba al joven y dijo a
Samuel: “Ve a acostarte, y si alguien te llama, tú dirás: Habla, Señor, porque
tu servidor escucha”.» (1 Sam 3,
8b – 9).
También nosotros necesitamos, siempre de nuevo, emprender
el camino del discipulado con el Señor. Necesitamos, siempre de nuevo, aprender
a escuchar su voz y responderle con generosidad.
«Aquí estoy, Señor, para
hacer tu voluntad»
Precisamente en el Salmo
39 se desarrolla – en forma de oración- la temática de la escucha y la
obediencia. El salmista dice:
«Tú no quisiste
víctima ni oblación;
pero me diste un oído atento;
no pediste holocaustos ni sacrificios,
entonces dije: “Aquí estoy”.» (Salmo 40 [39], 7 – 8a).
Ser
discípulo del Señor, seguir el camino de Dios, consiste fundamentalmente en
estar atentos a lo que Dios nos pide. Por eso el discipulado implica escucha,
implica diálogo, implica comunión de pensamiento y acción con Dios.
«“En el libro de la ley está escrito
lo que tengo que hacer:
yo amo, Dios mío, tu voluntad, y tu
ley está en mi corazón”.» (Salmo
40 [39], 8b – 9).
Y
ese diálogo vivo con Dios se hace a través de su Palabra contenida en la Sagrada Escritura. Allí se expresa su
voluntad. Allí está la fuente primordial a través de la cual conocemos la
voluntad divina. El discípulo conoce la palabra de su Maestro, la asume y la
toma como criterio orientador de su vida. Tan familiar es su trato con la
palabra de Dios, que con el tiempo, aquello que está contenido en el libro de
la Ley – la Torá – pasa a estar vivo
en su corazón.
¿Vive
la palabra de Dios en mi corazón? ¿Hay algún pasaje del Evangelio que sea especialmente significativo para mí? ¿Soy capaz
de tomar decisiones inspirado por la Sagrada
Escritura?
La
escucha de Dios y la obediencia a Dios, sólo son posibles si con fe nos
acercamos a su Palabra contenida en
la Sagrada Escritura.
Familiarizarnos
con la Sagrada Escritura, hacerla
parte de nuestra rutina cotidiana, puede ser el primer paso en nuestro camino
de discipulado cristiano. Allí Jesús nos espera y nos sale al encuentro. En las
palabras de la Sagrada Escritura
queremos encontrar a la Palabra hecha carne (cf. Jn 1,14).
«Maestro ¿dónde vives?»
Y precisamente, porque Jesús es la Palabra hecha carne, “la
Torá viva de Dios”[2],
los discípulos de Juan lo buscan. Esta búsqueda –que nace de la sed de Dios- se
expresa en la pregunta: «Maestro ¿dónde
vives?» (Jn 1,38). La respuesta
de Jesús es paradigmática: «Vengan y lo
verán» (Jn 1,39). Para ser
discípulos de Jesús no basta solamente con el conocimiento intelectual, no
basta con tener algunas noticias sobre él o escuchar algunas anécdotas sobre su
vida; es necesario un encuentro con él y experimentar personalmente su estilo
de vida.
Maestro, ¿dónde vives? Capilla de la Fraternidad San Carlos. Roma, Italia. 2010. |
Sólo en esa comunión interior con Jesús aprendemos a ser
discípulos, aprendemos a escucharle llenos de fe y a obedecerle con alegría.
Sólo en esa comunión interior con Jesús nos transformamos en sus discípulos
misioneros y encontramos así nuestra identidad más auténtica y plena.
A María, Madre de la escucha, que supo acoger en su interior el anuncio del Ángel y con su «fiat» permitió la encarnación de la Palabra del Padre, le pedimos que nos eduque y nos inicie en la camino del discipulado
cristiano, el camino que nos lleva a vivir con Jesús nuestro Maestro y Señor.
Amén.
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