La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

viernes, 13 de abril de 2018

«Ustedes son testigos de todo esto»


Domingo 3° de Pascua – Ciclo B

Lc 24, 35 – 48

«Ustedes son testigos de todo esto»

Queridos hermanos y hermanas:

            Al celebrar hoy el Domingo 3° de Pascua, nos encontramos con el relato de una de las apariciones del Resucitado a sus discípulos (Lc 24, 35 – 48). De acuerdo con este relato, «los discípulos, que retornaron de Emaús a Jerusalén, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”.» (Lc 24, 35 – 36).

            El capítulo 24 del Evangelio según San Lucas está dedicado a los intensos hechos que se vivieron «el primer día de la semana» (Lc 24, 1), desde el «amanecer» del mismo hasta el atardecer, cuando los discípulos dijeron al Peregrino de Emaús: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba» (Lc 24, 29).

            Por lo tanto, la Liturgia de la Palabra nos presenta hoy como una síntesis de lo ocurrido el día de la Resurrección según san Lucas, y con ello, nos indica también el proceso que llevó a los discípulos a convertirse en testigos del Resucitado y su acción salvífica (cf. Lc 24, 48). Reflexionemos en torno a este itinerario para que también nosotros lleguemos a ser testigos de Jesús resucitado.

«Los discípulos retornaron de Emaús a Jerusalén»

            Lo primero que refiere la perícopa evangélica de hoy es que «los discípulos, que retornaron de Emaús a Jerusalén, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan» (Lc 24, 35). Esta referencia me parece muy importante, ¿por qué?

            Porque nos señala en primer lugar la dinámica eclesial del cristianismo, es decir, la dinámica comunitaria de nuestra fe en Cristo Jesús. Los discípulos que retornan de Emaús a Jerusalén, son los mismos que reconocieron a Jesús resucitado al partir el pan (cf. Lc 24, 30 – 31) y los que se decían unos a otros: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» (Lc 24, 32).

            Por lo tanto, una vez que han tenido la experiencia del encuentro con el Resucitado, inmediatamente retornan a la comunidad de los discípulos y comparten esta experiencia y dan testimonio de la misma a los demás. A los primeros a quienes estamos invitados a dar testimonio de la presencia y acción del Resucitado en nuestras vidas es a nuestros hermanos en la fe.

            Y precisamente en ese momento en que los discípulos de Emaús dan testimonio de su encuentro con el Resucitado, el Señor se manifiesta a ellos: «Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”» (Lc 24, 36).

            Cuando nos reunimos como comunidad de fe en nuestras celebraciones eucarísticas, en nuestros talleres formativos como Rama y como grupos de vida, allí está presente Cristo Resucitado; allí se cumple su palabra que es la vez promesa: «Donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos» (Mt 18, 20). Y especialmente se hace presente cuando nos evangelizamos los unos a los otros compartiendo su presencia y acción en nuestras vidas.

«Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo»

            Volvamos al relato de Lucas. Ante la manifestación del Resucitado, los discípulos se encuentran «atónitos y llenos de temor», a tal punto que «creían ver un espíritu» (Lc 24, 37). Incluso el Señor les pregunta: «“¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas?”» (Lc 24, 38).

            Esta reacción de los discípulos vuelve a señalarnos una vez más lo extraordinario de la Resurrección de Jesús. Los discípulos, a pesar de que Jesús continuamente les había anunciado que debía padecer y resucitar al tercer día, no esperaban que la resurrección del Señor se cumpliera de la forma en que se realizó. Tal vez varios de ellos, al igual que Marta –la hermana de Lázaro-, esperaban «la resurrección del último día» (Jn 11, 24). Sin embargo no esperaban que ese «último día» se hiciese ya presente en Cristo Resucitado.

           
Cristo Resucitado y Santo Tomás.
Domus Laetitiae.
Asís, Italia. 2014.
¿Cómo reacciona Jesús ante el desconcierto y la duda de sus discípulos? «Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos como ven que yo tengo» (Lc 24, 39).

            Estas palabras del Resucitado apuntan fundamentalmente a dos realidades. En primer lugar, al invitar a sus discípulos a ver sus manos y sus pies, el Señor les muestra los rastros de su Pasión (cf. Jn 20, 20. 25 – 27), se comprueba así que el Crucificado es el que verdaderamente ha resucitado (cf. Mc 16, 6). La resurrección no ha eliminado las heridas de la Pasión sino que las ha “transfigurado”, y, por lo tanto, esas heridas transfiguradas dan testimonio de que el mismo que los llamó y compartió con ellos, el mismo que pasó su vida haciendo el bien y luego «los amó hasta el fin» (Jn 13, 1) entregándose en la cruz, es el que hoy se presenta como Resucitado.

            En segundo lugar, las palabras del Resucitado nos señalan que el acontecimiento de la resurrección de Jesús no es una realidad meramente íntima y espiritual; y, por lo tanto, el encuentro con el Resucitado no es producto de la imaginación de los discípulos o una proyección de sus deseos y anhelos; tampoco se trata de un encuentro aparentemente místico y desencarnado.  

Las palabras «miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean» (Lc 24, 39) apuntan hacia el realismo de la resurrección. De hecho, el Resucitado “es plenamente corpóreo. Y, sin embargo, no está sujeto a las leyes de la corporeidad, a las leyes del espacio y del tiempo. En esta sorprendente dialéctica entre identidad y alteridad, entre verdadera corporeidad y libertad de las ataduras del cuerpo, se manifiesta la esencia peculiar, misteriosa, de la nueva existencia del Resucitado. En efecto, ambas cosas con verdad: Él es el mismo –un hombre de carne y hueso- y es también el Nuevo, el que ha entrado en un género de existencia distinto.”[1]      

«Ustedes son testigos de todo esto»

            Una vez que los discípulos lo reconocieron, Jesús les dijo: «“Cuando todavía estaba entre ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos”.» (Lc 24, 44). Y en ese momento, «les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: “Así está escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto”.» (Lc 24, 45 – 48).

            Vemos así cómo el Resucitado guía a sus discípulos para que se conviertan en testigos de su resurrección. Se manifiesta a ellos en la comunidad reunida para testimoniar su presencia y acción; los ayuda a reconocerlo e incluso a tocarlo en la fe y en la vida; finalmente, les explica las Escrituras mostrándoles el sentido del Misterio Pascual y los envía como testigos de su resurrección y su acción salvífica siempre presente en nuestra historia.

            También nosotros queremos ser testigos del Resucitado y su actuar en medio de nosotros. Busquemos su presencia eficaz en su Iglesia; toquemos sus manos y sus pies en los Sacramentos; abramos nuestras mentes y corazones a la acción de su Palabra en nuestras vidas, y demos testimonio de su amor hasta el fin (cf. Jn 13, 1) con nuestras obras. Cuanto más anunciemos al Resucitado, más lo veremos presente en nuestra vida cotidiana; como dice el salmista: «Tengo siempre presente al Señor: él está a mi lado, nunca vacilaré. Me harás conocer el camino de la vida, saciándome de gozo en tu presencia, de felicidad eterna a tu derecha.» (Salmo 16, 8. 11).

            A María, Madre del Resucitado, quien llena de júbilo lo vio “transfigurado y hermoso, con el resplandor que tendremos al resucitar en el cielo”[2], le pedimos que nos eduque para hacer de nosotros auténticos testigos del Resucitado, de modo que «en su Nombre prediquemos a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados» (cf. Lc 24, 47). Amén.



[1] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección (Editorial Encuentro S.A., Madrid 2011), 309s.
[2] P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre 351.

1 comentario:

  1. Amén! Fuerza Padre! Que sus reflexiones sigan recibiendo la luz del Espíritu Santo!

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