Domingo 2° de Pascua –
Ciclo B
Jn
20, 19 – 31
«Al atardecer del primer
día de la semana»
Queridos hermanos y
hermanas:
Celebramos el Domingo
2° de Pascua o de la Divina
Misericordia. Como sabemos, san Juan Pablo II ha querido dedicar este
domingo a la Misericordia divina ya que, el Hijo de Dios “en su resurrección ha
experimentado de manera radical en sí mismo la misericordia, es decir, el amor
del Padre que es más fuerte que la muerte.”[1]
Precisamente, en el evangelio de hoy (Jn 20, 19 – 31) vemos que el mismo Jesús
Resucitado, junto con el don de la paz, concede a los apóstoles –y a través de
ellos a la Iglesia- el ministerio de la misericordia al soplar sobre ellos y
decirles: «Reciban el Espíritu Santo. Los
pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a
los que ustedes se los retengan.» (Jn
20, 22 – 23).
«Al atardecer del primer
día de la semana»
De acuerdo con el texto evangélico, «al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se
encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó
Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”.»
(Jn 20, 19).
Así como en la Vigilia
Pascual escuchábamos que en la «madrugada
del primer día de la semana» (Mc
16, 2) tres mujeres se encaminaban hacia el sepulcro, donde recibirían el
anuncio de la resurrección; así también, escuchamos hoy que «al atardecer del primer día de la semana»
(Jn 20, 19) Jesús Resucitado se
manifiesta a los suyos.
Claramente, desde los inicios de la comunidad cristiana
el “primer día de la semana” tiene un valor especial, ¿a qué se debe esto? Lo
sabemos, lo hemos escuchado en los textos evangélicos proclamados durante la octava de Pascua. “El primer encuentro
con el Resucitado se produjo la mañana del primer día de la semana –el tercer
día después de la muerte de Jesús-, por tanto, la mañana del domingo. Por eso,
la mañana del primer día se convirtió espontáneamente en el momento de la
liturgia cristiana, en el domingo, el «día del Señor».”[2]
¿Qué
significado tiene este hecho para nosotros hoy? En primer lugar debemos tomar
conciencia de la magnitud del cambio operado en la práctica religiosa de la
primera comunidad de discípulos, comunidad formada por hombres y mujeres de fe
judía.
El domingo como “«día del Señor», es el día de la
asamblea, de la comunidad cristiana que se reúne para su culto propio, es decir
la Eucaristía, culto nuevo y distinto desde el principio del judío del sábado.
De hecho, la celebración del día del Señor es una prueba muy fuerte de la
Resurrección de Cristo, porque sólo un acontecimiento extraordinario y
trascendente podía inducir a los primeros cristianos a iniciar un culto
diferente al sábado judío.”[3]
«Como el Padre me envió a
mí, yo también los envío a ustedes»
En segundo lugar, tomamos conciencia de que “la
Eucaristía se celebra como un encuentro con el Resucitado”[4]
y que en la Eucaristía dominical se nos ofrece “la presencia viva del
Resucitado en medio de los suyos.”[5]
Así lo experimentaron los discípulos que «se
llenaron de alegría cuando vieron al Señor» (Jn 20, 20).
Cristo resucitado soplando el Espíritu. Catedral de San Sebastián. Bratislava, Eslovaquia. 2011. |
Por lo tanto, si bien es cierto que “el domingo y las
demás fiestas de precepto los fieles tienen obligación de participar en la Misa”[6];
nosotros queremos asistir y celebrar la Eucaristía dominical no porque un
precepto eclesiástico nos obligue a ello, sino, porque “la Eucaristía del
domingo fundamenta y confirma toda la práctica cristiana.”[7]
Sí, el encuentro con Jesús Resucitado en la Eucaristía
dominical fundamenta nuestra vida de fe. Nos llena de alegría al volver a
encontrarnos con Aquel que nos «amó hasta
el fin» (Jn 13, 1) y nos vivifica
con el don del Espíritu Santo que nos capacita para compartir esta alegría por
medio del envío que nos hace el mismo
Señor: «Como el Padre me envió a mí, yo
también los envío a ustedes» (Jn 20,
21).
¡Qué hermoso vivir nuestras eucaristías como encuentros
con el Resucitado! Qué hermoso imaginar -mientras nos preparamos para asistir a
Misa- que somos como las mujeres que «a
la madrugada del primer día de la semana, cuando salía el sol, fueron al
sepulcro» (Mc 16, 2); o como
Pedro y Juan, que también en «el primer
día de la semana» (Jn 20, 1),
corrieron al sepulcro para comprobar que estaba vacío y que las vendas que cubrían
el cuerpo de Jesús estaban en el suelo (cf. Jn
20, 1 – 9). Todos ellos se dirigieron presurosos y llenos de fervor al
encuentro del Resucitado.
«¡Hemos visto al Señor!»
Finalmente,
al participar con fe en la Eucaristía dominical recibimos la misión de
testimoniar a los demás la presencia de Cristo Resucitado. Al igual que los discípulos
de ese entonces, también nosotros podemos y debemos proclamar: «¡Hemos visto al Señor!» (Jn 20, 25).
En efecto, en la comunidad de fe reunida para la
celebración; en la proclamación litúrgica del Evangelio, y en el Cuerpo y Sangre de Cristo, “vivimos lo que
experimentaron los discípulos, es decir, el hecho de ver a Jesús y al mismo
tiempo no reconocerlo; de tocar su cuerpo, un cuerpo verdadero, pero libre de
ataduras terrenales.”[8]
Por eso, la celebración del «primer día de la semana» como día del Señor, como domingo, nos
otorga nuestra identidad cristiana más profunda: somos discípulos del
Resucitado, y encontrándonos con Él recibimos siempre de nuevo los dones de
salvación que nos obtuvo a través del Misterio
Pascual de su muerte y resurrección.
A María, a quien en el tiempo pascual saludamos como Regina Coeli – Reina del Cielo, le
pedimos que nos enseñe a vivir como cristianos, según «el día del Señor», de modo que recibiendo cada domingo los dones
del Resucitado, renovemos nuestra vocación bautismal y compartamos con los
demás la alegría y la paz que brotan de la Pascua del Señor. Amén.
[1] JUAN
PABLO II, Carta encíclica Dives in
Misericordia sobre la misericordia divina, 8.
[2] J.
RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de
Nazaret. Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección (Editorial
Encuentro S.A., Madrid 2011), 169.
[3]
BENEDICTO XVI, Regina Caeli, Domingo
de la Divina Misericordia, 15 de abril de 2012 [en línea]. [fecha de consulta: 7 de abril
de 2018]. Disponible en: <http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/angelus/2012/documents/hf_ben-xvi_reg_20120415.html>
[4]
Cf. J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de
Nazaret…, 170.
[5] JUAN
PABLO II, Carta apostólica Dies Domini
sobre la santificación del domingo, 31.
[6] CÓDIGO
DE DERECHO CANÓNICO, 1247; Dies Domini,
47.
[7]
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, 2181.
[8] BENEDICTO
XVI, Regina Caeli, Domingo de la
Divina Misericordia, 15 de abril de 2012.
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