Natividad del Señor –
Ciclo C
Misa de la Noche
Lc
2, 1- 14
«Les traigo una buena
noticia»
Queridos hermanos y
hermanas:
Mediante
el Evangelio (Lc 2, 1-14) somos testigos del anuncio del Ángel a los pastores: «No teman, porque les traigo una buena
noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les
ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor.»
«Les traigo una buena
noticia»
Tratemos
de imaginar la escena tan bien descrita por el evangelista Lucas: luego de lo
acontecido en «Belén de Judea, la ciudad
de David», el Ángel se manifiesta a un grupo de sencillos y desconocidos
pastores para comunicarles una buena noticia, un “evangelio”, una gran alegría.
En efecto, el texto latino pone en boca del Ángel las siguientes palabras: “evangelizo vobis gaudium magnum”. La
frase puede resultarnos familiar por la fórmula usada para anunciar la elección
de un nuevo Obispo de Roma. Gaudium
magnum. Una gran alegría.
El
texto de Lucas en los versículos siguientes nos dice que los pastores se
dijeron unos a otros: «Vamos a Belén a
ver lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado» (Lc 2, 15). Sin embargo no nos dice ¿qué habrá significado para
ellos esta gran alegría? ¿Qué esperaban de ella?
También
a nosotros hoy se nos vuelve a anunciar esta gran alegría: «Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el
Mesías, el Señor». ¿Qué significa para nosotros este anuncio hoy? ¿Es el
nacimiento de Jesús, el anuncio de un Salvador, motivo de alegría para
nosotros? ¿Qué esperamos de este anuncio, de esta gran alegría?
«Apareció un decreto del
emperador Augusto»
Como contrapunto a los pastores, en el inicio del texto
evangélico se menciona al emperador romano Augusto. Esta mención busca datar el
acontecimiento del nacimiento de Jesús en el marco de la historia humana; se
trata de un acontecimiento ocurrido en la historia, ocurrido en el tiempo y en
el espacio.
Sin embargo, los grandes de la tierra – representados por
el emperador y el gobernador- no son los destinatarios primordiales del anuncio
del Ángel. Uno podría preguntarse si el nacimiento de un pequeño niño, el
nacimiento de un Salvador, sería de importancia para estos hombres y si sería
verdaderamente un motivo de alegría.
Y esta reflexión
nos lleva precisamente a responder a la pregunta de si para nosotros hoy el
nacimiento de Jesús es motivo de auténtica alegría.
La adoración de los pastores. Óleo sobre lienzo. Bartolomé Esteban Murillo, c. 1650. Museo del Prado, Madrid, España. Wikimedia Commons. |
Comentando esta bienaventuranza
el Papa Francisco dice: “cuando el corazón se siente rico, está tan satisfecho
de sí mismo que no tiene espacio para la Palabra de Dios, para amar a los
hermanos ni para gozar de las cosas más grandes de la vida. Así se priva de los
mayores bienes. Por eso Jesús llama felices a los pobres de espíritu, que
tienen el corazón pobre, donde puede entrar el Señor con su constante novedad.”[1]
Comprendemos entonces que para que el nacimiento de Jesús
sea motivo de auténtica alegría para nosotros, necesitamos vaciar nuestro
corazón de alegrías aparentes, de riquezas pasajeras.
Si nuestro corazón está lleno de riquezas pasajeras,
lleno de ansias de poder, sediento de placer y obsesionado con el poseer; el
nacimiento de Jesús será para nosotros apenas un dato de la historia de las
religiones, apenas un acontecimiento social y tal vez familiar. Un corazón
cómodo y avaro es un corazón que ha perdido la capacidad para la alegría, un corazón
que ha perdido la consciencia de la necesidad de un Salvador.
Tal vez, si el anuncio del nacimiento del Salvador no es
un motivo de sincera alegría para nosotros, se debe a que hemos dejado que
nuestro corazón se llene de alegrías pasajeras y de riquezas aparentes.
«¡Gloria a Dios en las
alturas, y en la tierra paz a los hombres amados por él!»
Sin embargo, siempre es posible reconocer nuestra propia
pequeñez y nuestra sed de auténtica alegría. Siempre es posible vaciar nuestros
corazones de las apariencias, del rencor, del egoísmo y del pecado; y así,
hacer espacio en nuestro interior para el Señor. Siempre es posible dejarnos
salvar y redimir por Jesús y experimentar que “con Jesucristo siempre nace y
renace la alegría.”[2]
Al acercarnos hoy al pesebre pidamos la gracia de un
corazón renovado, la gracia de un corazón humilde y manso capaz de estar
abierto al anuncio siempre nuevo del nacimiento del Salvador. Un corazón
humilde y manso será capaz de descubrir en cada circunstancia de la vida la presencia
de Dios y su anuncio de salvación. Un corazón humilde y manso será capaz de
acercarse a los demás con ternura y misericordia para descubrir en cada hombre
y en cada mujer al «niño recién nacido
envuelto en pañales y acostado en un pesebre».
Un
corazón manso y humilde será capaz de descubrir innumerables razones de alegría
y así será fuente de alegría para otros. Un corazón manso y humilde será capaz
de unirse a los coros celestiales que en esta Noche Santa cantan: «¡Gloria a Dios en las alturas, y en la
tierra paz a los hombres amados por él!».
Al
contemplar hoy a María, Mater Pueri Iesu
– Madre del Niño Jesús, le pedimos en oración:
Madre del Pesebre, Madre de los humildes
y mansos,
concédenos un corazón renovado,
un corazón humilde y manso,
un corazón abierto a la gran alegría del
nacimiento del Salvador.
Madre del Pesebre, Madre de los humildes
y mansos,
enséñanos a encaminarnos hacia tu hijo
Jesús
para recibir de Él la salvación y la redención,
para recibir de Él la alegría y la ternura.
Madre del Pesebre, Madre de los humildes
y mansos,
utilízanos como instrumentos de alegría,
para que el anuncio gozoso de esta Noche
Santa
llegue a todos los confines de la tierra,
y a todos los hombres y mujeres de este
mundo,
especialmente a aquellos que más necesitan de la
alegría y de la misericordia de Dios manifestadas en Cristo Salvador. Amén.
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