La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

lunes, 24 de diciembre de 2018

«Les traigo una buena noticia»


Natividad del Señor – Ciclo C

Misa de la Noche

Lc 2, 1- 14

«Les traigo una buena noticia»

Queridos hermanos y hermanas:

Mediante el Evangelio (Lc 2, 1-14) somos testigos del anuncio del Ángel a los pastores: «No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor.»

«Les traigo una buena noticia»

Tratemos de imaginar la escena tan bien descrita por el evangelista Lucas: luego de lo acontecido en «Belén de Judea, la ciudad de David», el Ángel se manifiesta a un grupo de sencillos y desconocidos pastores para comunicarles una buena noticia, un “evangelio”, una gran alegría. En efecto, el texto latino pone en boca del Ángel las siguientes palabras: “evangelizo vobis gaudium magnum”. La frase puede resultarnos familiar por la fórmula usada para anunciar la elección de un nuevo Obispo de Roma. Gaudium magnum. Una gran alegría.

El texto de Lucas en los versículos siguientes nos dice que los pastores se dijeron unos a otros: «Vamos a Belén a ver lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado» (Lc 2, 15). Sin embargo no nos dice ¿qué habrá significado para ellos esta gran alegría? ¿Qué esperaban de ella?

También a nosotros hoy se nos vuelve a anunciar esta gran alegría: «Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor». ¿Qué significa para nosotros este anuncio hoy? ¿Es el nacimiento de Jesús, el anuncio de un Salvador, motivo de alegría para nosotros? ¿Qué esperamos de este anuncio, de esta gran alegría?

«Apareció un decreto del emperador Augusto»

            Como contrapunto a los pastores, en el inicio del texto evangélico se menciona al emperador romano Augusto. Esta mención busca datar el acontecimiento del nacimiento de Jesús en el marco de la historia humana; se trata de un acontecimiento ocurrido en la historia, ocurrido en el tiempo y en el espacio.

            Sin embargo, los grandes de la tierra – representados por el emperador y el gobernador- no son los destinatarios primordiales del anuncio del Ángel. Uno podría preguntarse si el nacimiento de un pequeño niño, el nacimiento de un Salvador, sería de importancia para estos hombres y si sería verdaderamente un motivo de alegría.

             Y esta reflexión nos lleva precisamente a responder a la pregunta de si para nosotros hoy el nacimiento de Jesús es motivo de auténtica alegría.

           
La adoración de los pastores.
Óleo sobre lienzo. Bartolomé Esteban Murillo, c. 1650.
Museo del Prado, Madrid, España.
Wikimedia Commons.
El anuncio alegre de la salvación se hace en primer lugar a un grupo de pastores, hombres sencillos, desconocidos e incluso tal vez rudos. No son importantes a los ojos del mundo. Probablemente el emperador nada sepa de ellos. Y sin embargo, ellos son los primeros destinatarios de este anuncio. Así, desde las primeras páginas del Evangelio se cumple la bienaventuranza: «Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos» (Mt 5, 3).

            Comentando esta bienaventuranza el Papa Francisco dice: “cuando el corazón se siente rico, está tan satisfecho de sí mismo que no tiene espacio para la Palabra de Dios, para amar a los hermanos ni para gozar de las cosas más grandes de la vida. Así se priva de los mayores bienes. Por eso Jesús llama felices a los pobres de espíritu, que tienen el corazón pobre, donde puede entrar el Señor con su constante novedad.”[1]

            Comprendemos entonces que para que el nacimiento de Jesús sea motivo de auténtica alegría para nosotros, necesitamos vaciar nuestro corazón de alegrías aparentes, de riquezas pasajeras.

            Si nuestro corazón está lleno de riquezas pasajeras, lleno de ansias de poder, sediento de placer y obsesionado con el poseer; el nacimiento de Jesús será para nosotros apenas un dato de la historia de las religiones, apenas un acontecimiento social y tal vez familiar. Un corazón cómodo y avaro es un corazón que ha perdido la capacidad para la alegría, un corazón que ha perdido la consciencia de la necesidad de un Salvador.

            Tal vez, si el anuncio del nacimiento del Salvador no es un motivo de sincera alegría para nosotros, se debe a que hemos dejado que nuestro corazón se llene de alegrías pasajeras y de riquezas aparentes.   

«¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres amados por él!»

            Sin embargo, siempre es posible reconocer nuestra propia pequeñez y nuestra sed de auténtica alegría. Siempre es posible vaciar nuestros corazones de las apariencias, del rencor, del egoísmo y del pecado; y así, hacer espacio en nuestro interior para el Señor. Siempre es posible dejarnos salvar y redimir por Jesús y experimentar que “con Jesucristo siempre nace y renace la alegría.”[2]

            Al acercarnos hoy al pesebre pidamos la gracia de un corazón renovado, la gracia de un corazón humilde y manso capaz de estar abierto al anuncio siempre nuevo del nacimiento del Salvador. Un corazón humilde y manso será capaz de descubrir en cada circunstancia de la vida la presencia de Dios y su anuncio de salvación. Un corazón humilde y manso será capaz de acercarse a los demás con ternura y misericordia para descubrir en cada hombre y en cada mujer al «niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre».

Un corazón manso y humilde será capaz de descubrir innumerables razones de alegría y así será fuente de alegría para otros. Un corazón manso y humilde será capaz de unirse a los coros celestiales que en esta Noche Santa cantan: «¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres amados por él!».

Al contemplar hoy a María, Mater Pueri Iesu – Madre del Niño Jesús, le pedimos en oración:

Madre del Pesebre, Madre de los humildes y mansos,
concédenos un corazón renovado,
un corazón humilde y manso,
un corazón abierto a la gran alegría del nacimiento del Salvador.

Madre del Pesebre, Madre de los humildes y mansos,
enséñanos a encaminarnos hacia tu hijo Jesús
para recibir de Él la salvación y la redención,
para recibir de Él la alegría y la ternura.

Madre del Pesebre, Madre de los humildes y mansos,
utilízanos como instrumentos de alegría,
para que el anuncio gozoso de esta Noche Santa
llegue a todos los confines de la tierra,
y a todos los hombres y mujeres de este mundo,
           especialmente a aquellos que más necesitan de la alegría y de la misericordia de Dios manifestadas en Cristo Salvador. Amén.



[1] PAPA FRANCISCO, Gaudete et Exsultate, 68.
[2] PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium, 1.

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