La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

lunes, 31 de diciembre de 2018

«Tu padre y yo te buscábamos»


Sagrada Familia de Jesús, María y José – Fiesta – Ciclo C

Lc 2, 41 – 52

«Tu padre y yo te buscábamos»

Queridos hermanos y hermanas:

            En el marco de la octava de Navidad, celebramos hoy la fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José. El evangelio de hoy (Lc 2, 41 – 52) nos presenta el pasaje que conocemos por la oración del Rosario como el misterio gozoso de la “pérdida y hallazgo del Niño en el Templo”.

            Al contemplar este pasaje evangélico quisiera invitarlos a que nos preguntemos ¿qué nos dice este relato sobre la vida cotidiana de la Sagrada Familia?

            Es como si descorriéramos un velo, o una cortina, y lográsemos entrar en el día a día de la Sagrada Familiar para contemplar –con los ojos de la fe- algo de la vida familiar y doméstica de Jesús, María y José.

«Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua»

            El texto evangélico inicia diciéndonos que «los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de Pascua.» Se trata la peregrinación al Templo de Jerusalén con ocasión de la Pascua judía. “La Torá prescribía que todo israelita debía presentarse en el templo para las tres grandes fiestas: Pascua, la fiesta de las Semanas y la fiesta de las Tiendas (cf. Ex 23,17; 34,23s; Dt 16,16s).”[1]

            Por lo tanto, vemos que “la familia de Jesús era piadosa, observaba la Ley.”[2] Se trata de una costumbre religiosa pero también de un verdadero acto de fe, pues, “la decisión de partir hacia el santuario ya es una confesión de fe, el caminar es un verdadero canto de esperanza, y la llegada es un encuentro de amor.”[3] ¡Cuánto habrá aprendido Jesús niño en estas peregrinaciones, en estas experiencias a la vez religiosas y familiares!

            El niño debe ir aprendiendo, de la mano de sus padres, a entrar y vivir en la fe del Pueblo de Dios. Debe ir conociendo, aprendiendo y  haciendo propia esta experiencia. Esto sólo es posible si es introducido en ella por sus propios padres, no sólo con palabras, sino sobre todo con su ejemplo y testimonio.

            Así vemos que lo han hecho José y María con Jesús, ¿cómo lo hacemos nosotros? ¿Qué enseñamos hoy a nuestros niños y jóvenes? ¿Qué experiencias de vida les brindamos?

«Creyendo que estaba en la caravana…»

            Sin duda que esta experiencia familiar es al mismo tiempo una profunda experiencia religiosa y de pertenencia a su pueblo. En la peregrinación nunca se camino solo, siempre vamos acompañados por una multitud de hombres y mujeres hermanados por la fe. Es también la experiencia de la Sagrada Familia. “La Sagrada Familia se inserta en esta gran comunidad en el camino hacia el templo y hacia Dios.”[4]

            Por el hecho de que José y María, al retornar de la peregrinación a Jerusalén suponían que Jesús estaba en medio de la caravana y entre sus parientes y conocidos (cf. Lc 2, 44), podemos ver que se trata de una familia plenamente inserta en su comunidad, en su historia, en su pueblo.

            Pertenecer a una familia es siempre –al mismo tiempo- pertenecer a un pueblo, es identidad, es vínculos y por ello es sentido de vida. Normalmente, perdemos identidad y sentimos un vacío existencial cuando no cultivamos esa pertenencia a nuestra familia y a nuestra comunidad. El arraigo, el compromiso, es lo que nos da libertad; la aparente libertad de nunca comprometerse y de nunca pertenecer a otros, sólo nos esclaviza en nuestro propio yo cerrado y en una búsqueda incesante de placer que nunca nos sacia.

            ¿Cuidamos hoy nuestros vínculos familiares y sociales? ¿Sentimos que nos pertenecemos los unos a los otros? ¿Sentimos que somos responsables los unos por los otros, y juntos, por el todo?

En esta línea de reflexiones, espero que aquellos que optan por la objeción de consciencia ante el servicio militar obligatorio, no se desentiendan de su responsabilidad social para con el país. Que la objeción no sea una excusa, sino una oportunidad. Todos juntos debemos aprender a hacernos cargo de nuestra vida en sociedad. Si no hacemos nuestro aporte personal al todo, todos perdemos.

«Tu padre y yo te buscábamos»

La Sagrada Familia con un pajarito.
Óleo sobre tela. Bartolomé Esteban Murillo, c. 1650.
Museo del Prado, Madrid, España.
Wikimedia Commons.
            Finalmente vemos que la Sagrada Familia es una familia donde los miembros se preocupan los unos por los otros, y por ello, se ocupan de cuidarse mutuamente. Así interpreto las palabras de la Virgen María a Jesús niño: «Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados.» (Lc 2,48).

            En este sentido, el ocuparse los unos de los otros, el cuidarse mutuamente, es una concreción de lo que el P. José Kentenich llama la “comunidad nueva”. Esta comunidad nueva “lucha por lograr una vinculación profunda que cale hasta en lo hondo del alma: un estar el uno en el otro, con el otro, para el otro; se empeña por alcanzar una conciencia de responsabilidad por el prójimo.”[5] También cada una de nuestras familias está llamada a ser una comunidad nueva en la cual vivimos una profunda comunión interior.

            Como Movimiento de Schoenstatt en Paraguay hemos formulado un objetivo que queremos trabajar concretamente durante el bienio 2019 – 2020: “Vivir con coherencia como apóstoles del Padre cuidando la vida y la familia.”

            Cuidar la vida y la familia significa cuidar a cada miembro de nuestra familia nuclear y de nuestra familia extendida. Cuidar con pequeños gestos cotidianos y con decisiones a favor de los demás que perduren en el tiempo.

            ¿Cuido yo de los míos de forma concreta? ¿Les demuestro afecto e interés? ¿Les doy de mi tiempo o me encierro en mí mismo y en mis distracciones?

            Dice el Papa Francisco: “el pequeño núcleo familiar no debería aislarse de la familia ampliada donde están los padres, los tíos, los primos e incluso los vecinos. En esa familia ampliada puede haber algunos necesitados de ayuda, o al menos de compañía y de gestos de afecto, o puede haber grandes sufrimientos que necesitan consuelo.”[6]

            Queridos hermanos y hermanas, hemos contemplado a la Sagrada Familia, y hemos descubierto que ella es una familia religiosa, llena de fe; una familia que se siente parte de un pueblo, de una comunidad, de una historia; una familia en la cual sus miembros se cuidan los unos a los otros. Y es en esa familia donde «Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres» (Lc 2,52).

            También nosotros queremos crecer en sabiduría y en gracia; también nosotros queremos que nuestros hijos crezcan en sabiduría y en gracia hasta alcanzar la plena madurez humana en Cristo. Para ello, ayudados por la gracia de Dios, hagamos de nuestras familias, familias llenas de fe, familias solidarias comprometidas con la sociedad, familias donde aprendemos a cuidarnos los nos a los otros.

            Entonces también en nuestras familias –con sus historias de gozo y dolor- experimentaremos la alegría del amor, y así, en nuestra vida cotidiana nos sentiremos siempre en la Casa del Padre y podremos decirle a Dios en oración: «¡Felices los que habitan en tu Casa y te alaban sin cesar!» (Salmo, 84 [83], 5).

           
A María, Madre del Niño – Mater Pueri, y a san José, Custodio del Redentor – Remptoris Custos, les pedimos que acojan y custodien en sus corazones a cada una de nuestras familias. Amén.


[1] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, La Infancia de Jesús (Editorial Planeta, Buenos Aires 2012), 126.
[2] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, La Infancia de Jesús…, 125.
[3] CELAM, Aparecida. Documento conclusivo, 259.
[4] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, La Infancia de Jesús…, 127.
[5] P. JOSÉ KENTENICH, Clave para comprender Schoenstatt (Editorial Patris Argentina, Córdoba 2017), 16.
[6] PAPA FRANCISCO, Amoris Laetitia, 187.

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