Misa de la noche de la
Natividad del Señor – Ciclo A – 2019
Lc
2, 1 – 14
El hermoso signo del
pesebre
Queridos hermanos y
hermanas:
En esta “noche
santa”[1]
vuelve a resonar el anuncio profético de Isaías: «un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado» (Is 9, 5); vuelve a resonar el anuncio
del Ángel del Señor: «No teman, porque
les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la
ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor.» (Lc 2, 10 – 11).
En la noche de los pastores y en la noche de nuestras
vidas, Dios anuncia su presencia y cercanía.[2]
Los pastores recibieron el anuncio mientras «vigilaban
por turnos sus rebaños». Y nosotros, ¿en qué situación existencial
recibimos esta alegre noticia?
«Vigilaban por turnos sus
rebaños»
Puede que el anuncio también nos encuentre cuidando de
los nuestros: de nuestras familias y comunidades; puede que nos encuentre
velando por los pobres, enfermos y ancianos o acompañando a los encarcelados.
Puede que el anuncio nos encuentre ocupados en un sinnúmero de tareas,
obligaciones y compromisos.
Pero también puede suceder que este anuncio nos encuentre
dispersos y distraídos en la oscuridad de nuestro egoísmo y pecado. En la
oscuridad de la superficialidad, la apariencia y la inmediatez.
Pero aún en esos momentos en que “la noche envuelve
nuestras vidas”[3]
y nuestra fe; “incluso en esos instantes, Dios no nos deja solos, sino que se
hace presente para responder a las preguntas decisivas sobre el sentido de
nuestra existencia. (…) Su cercanía trae luz donde hay oscuridad e ilumina a
cuantos atraviesan las tinieblas del sufrimiento (cf. Lc 1, 79).”[4]
Sí, «el pueblo que
caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz; sobre los que habitaban en el
país de la oscuridad ha brillado una luz.» (Is 9, 1).
«Un niño recién nacido
envuelto en pañales»
¿Y en qué consiste esta luz que ilumina nuestras
oscuridades y orienta nuestras vidas? Se trata de «un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2, 12). Se trata de Jesús, en quien “el
Padre nos ha dado un hermano que viene a buscarnos cuando estamos desorientados
y perdemos el rumbo; un amigo fiel que siempre está cerca de nosotros; nos ha
dado a su Hijo que nos perdona y nos levanta del pecado.”[5]
Sí, Jesús es la luz “que ilumina todo el trayecto del
camino”[6]
de nuestra vida porque Él es el hermano, el amigo y el Hijo Salvador que todos
anhelamos en el corazón.
Es el hermano que constantemente nos busca; que se ha
unido a nosotros para siempre y nunca nos rechaza ni niega. El hermano que
conoce nuestras capacidades y límites, nuestras virtudes y defectos. Y aún así
sigue creyendo en lo bueno que hay en cada uno de nosotros y nos anima a
compartirlo y así crecer. Es el hermano que nos mira con ojos de misericordia y
ternura, y sabe enjugar nuestras lágrimas.
Es el amigo fiel que siempre nos acompaña y nunca nos
deja solos. Aquel cuya ternura y presencia sacia nuestra sed de amor y comparte
su vida con nosotros. El amigo que con paciencia y constancia «nos enseña a rechazar la impiedad y los
deseos mundanos, para vivir en la vida presente con sobriedad, justicia y
piedad» (Tit 2, 12); es decir,
para vivir como hombres y mujeres nuevos y libres, para vivir según nuestra
vocación bautismal y nuestros ideales más auténticos.
Es el Hijo Salvador que nos redime, el que «se entregó por nosotros, a fin de librarnos
de toda iniquidad, purificarnos y crear para sí un Pueblo elegido y lleno de
celo en la práctica del bien» (Tit
2, 14). El Hijo en quien y con quien aprendemos a ser hijos del Padre y para el
Padre. En definitiva, el Hijo en quien aprendemos lo que significa ser persona
humana y en quien recibimos la paz de los que son amados por Dios (cf. Lc 2, 14).
El hermoso signo del
pesebre
Sea cual sea el lugar vital en el cual nos encuentre el
anuncio del nacimiento del Salvador, queremos ser como los pastores, quienes “a
diferencia de tanta gente que pretende hacer otras mil cosas, (…) se
convirtieron en testigos de los esencial, es decir, de la salvación que se les
ofrece.”[7]
Procesión de entrada a la Misa de la noche de la Natividad del Señor, 2019. Santuario de Tuparenda, Paraguay. |
Sí, queremos ponernos en camino hacia “Dios que viene a
nuestro encuentro en el Niño Jesús”[8].
Lo encontraremos saliendo de nuestro egoísmo y comodidad; lo encontraremos en
las personas que nos rodean –especialmente en los frágiles, pobres y necesitados-;
lo encontraremos en el servicio generoso; lo encontraremos en la vida de
oración cotidiana; lo encontraremos en el Evangelio
leído, meditado y vivido; lo encontraremos en la Santa Misa, ya que hay un
vínculo especial entre el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios y la
Eucaristía[9];
lo encontraremos en el silencio e intimidad de nuestro santuario corazón.
Y hoy especialmente, lo buscaremos y encontraremos en el
pesebre de nuestros hogares e Iglesias. Y allí, ante el pesebre “la mente irá
espontáneamente a cuando uno era niño y se esperaba con impaciencia el tiempo
para empezar a construirlo”[10],
y recordaremos que encontraremos al Niño, haciéndonos nosotros mismos,
pequeños, humildes y esperanzados como niños.
A María, Madre del
Pesebre, nos encomendamos en esta Noche
Buena para que nos enseñe a buscar al Niño, para que nos enseñe a
contemplarlo en cada hombre y acontecimiento con ojos de ternura y de fe, de
modo que en el día a día veamos “el hermosos signo del pesebre”, el hermoso
signo del Dios-con-nosotros. Amén.
[1]
MISAL ROMANO, Plegaria Eucarística II,
«Acuérdate
Señor» propio en la Natividad del Señor y durante su octava.
[2]
Cf. PAPA FRANCISCO, Admirabile Signum,
4.
[3] PAPA
FRANCISCO, Admirabile Signum, 4.
[4]
Ibídem
[5] PAPA
FRANCISCO, Admirabile Signum, 3.
[6] PAPA
FRANCISCO, Lumen Fidei, 1.
[7]
PAPA FRANCISCO, Admirabile Signum, 5.
[8]
Ibídem
[9]
Cf. PAPA FRANCISCO, Admirabile Signum,
2.
[10]
PAPA FRANCISCO, Admirabile Signum,
10.