Pascua de la Resurrección
del Señor – Misa del día – Ciclo C
Jn
20, 1 – 9
«Él también vio y creyó»
Queridos hermanos y
hermanas:
En este Domingo de
Resurrección hemos escuchado un pasaje del Evangelio según san Juan (Jn
20, 1 – 9). En el mismo se nos relata que «el
primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María
Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada.» (Jn 20, 1).
Este hecho desata una serie de acontecimientos intensos y
rápidos que concluirán con la afirmación de la fe en la resurrección de Cristo
por parte del discípulo al que Jesús amaba (cf. Jn 20, 8).
Volvamos al texto evangélico para mirar con detenimiento
cómo se desenvuelven los acontecimientos, y también para descubrir en medio de
ellos el movimiento y la dinámica de la fe pascual.
«Vio que la piedra había
sido sacada»
Cuando María Magdalena llega al sepulcro ve «que la piedra había sido sacada».
Podemos suponer que María Magdalena iba al sepulcro para -de alguna manera-
velar el cuerpo de Jesús y acompañarlo. Sin embargo, la Magdalena se percata de
que el sepulcro está vacío. En un primer momento, ella no interpreta este hecho
como un signo de la resurrección de Jesús. De hecho, dice a Pedro y al otro
discípulo: «Se han llevado del sepulcro
al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.» (Jn 20, 2).
Ante el sepulcro vacío, en ese momento, no surge en ella
la fe sino más bien el temor y el desconcierto: «Se han llevado al Señor… No sabemos dónde lo han puesto».
«Se han llevado al
Señor». Estas palabras bien podrían aplicarse a la muerte misma. Luego de
los dramáticos acontecimientos ocurridos en Jerusalén, parecía que
efectivamente la muerte se había llevado a Jesús, y con Él, las esperanzas y
anhelos de cuantos creyeron en Él y en su palabra.
«No sabemos dónde
lo han puesto». Son también palabra de desconcierto. Si la muerte se ha
llevado a Jesús: ¿dónde buscarlo? Si la muerte o el fracaso se han llevado
nuestras fuerzas y esperanzas: ¿dónde buscarlas?
«Pedro y el otro discípulo
fueron al sepulcro»
Ante esta situación «Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro» (Jn 20, 3). Así, ante las preocupantes noticias que trajo María Magdalena, Pedro y el otro discípulo – que la tradición identifica con Juan- se ponen en camino raudamente para llegar al lugar de los hechos. Ante el temor y el desconcierto no se esconden, no niegan ni evaden la situación, sino que se confrontan con ella: miran la realidad tal cual es, tal y como se presenta.
Hay aquí una primera actitud de fe sumamente importante:
observar la realidad, incluso cuando ella se presenta con dificultades y
adversidades. Observar la realidad, no huir de ella; no huir de los problemas;
no huir de las cruces; no huir del vacío del sepulcro.
Hoy nos cuesta aceptar y soportar el vacío. Por eso
llenamos nuestra vida de ruidos, imágenes y actividades. Constantemente estamos
distraídos. Constantemente huimos del vacío de la soledad y del silencio. Y por
eso nos cuesta observar con detenimiento y escuchar con atención.
Sin embargo, Pedro y Juan se animan a confrontarse con el
sepulcro vacío y observar la realidad que allí se les presenta. ¿Qué han visto?
¿Qué han encontrado?
Nos dice el texto evangélico que tanto Juan como Pedro
vieron «las vendas en el suelo, y también
el sudario» que había cubierto la cabeza de Jesús (cf. Jn 20, 6 – 7). Se nos precisa además, que dicho sudario «no estaba con las vendas, sino enrollado en
un lugar aparte» (Jn 20,7).
Es decir, en el silencio y soledad del sepulcro vacío,
estos discípulos se encontraron con los signos de la resurrección. No son
testigos del acontecimiento mismo de la resurrección, “ésta es un proceso que
se ha desarrollado en el secreto de Dios, entre Jesús y el Padre, un proceso
que nosotros no podemos describir y que por su naturaleza escapa a la
experiencia humana.”[1]
Sin embargo, son testigos de los signos de la resurrección; son capaces de
percibir los rastros del Resucitado.
«Él también vio y creyó»
La Resurrección de Cristo. El Greco, 1597 - 1600. Óleo sobre tela. Museo del Prado, Madrid, España. Wikimedia Commons. |
Animarnos a observar nuestra realidad –personal,
familiar, eclesial y social-, con toda su riqueza y complejidad, con todos sus
desafíos y posibilidades; para así descubrir en ella los signos de la
resurrección. Siempre, en todo lugar y en toda vida, hay signos de
resurrección, hay vendas blancas que nos dicen que el Resucitado no está en el
sepulcro, y que, por lo tanto, nuestra esperanza no está muerta.
Animémonos a observar, percibir y creer; y que también a
nosotros se apliquen las palabras que el Evangelio
refiere sobre el discípulo al que Jesús amaba: «Él también vio y creyó» (Jn
20, 8).
A María, Mater
fidei paschalis – Madre de la fe pascual, suplicamos:
“¡Madre, ayuda
nuestra fe!
Enséñanos a mirar con los ojos de
Jesús,
para que él sea luz en nuestro
camino.”[2]
Enséñanos a observar la vida con
detenimiento,
para descubrir en ella los signos de
la resurrección, y así,
creyendo contemplemos al Resucitado
que está presente en medio de nosotros
y vive y reina por los siglos de los
siglos. Amén.
P. Oscar Iván
Saldívar, I.Sch.
Santuario de Tupãrenda, 21
de abril de 2019
[1] J.
RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de
Nazaret. Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección (Ediciones
Encuentro, Madrid 2011),304
[2]
PAPA FRANCISCO, Lumen Fidei, 60.
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