La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

domingo, 9 de agosto de 2020

«Ven», le dijo Jesús

 

Domingo 19° durante el año – Ciclo A

Mt 14, 22 – 33

«Ven», le dijo Jesús

Queridos hermanos y hermanas:

            La Liturgia de la Palabra nos presenta en este día el episodio en el cual Jesús “camina sobre las aguas del lago encrespadas por la tempestad para llegar a la barca de los discípulos.”[1] Sin duda que se trata de un episodio que llama nuestra atención y despierta toda nuestra imaginación: ¿cómo es posible que un hombre camine sobre las aguas? ¿Cómo pensar eso, cómo imaginarlo?

            Sin embargo, no debemos perder de vista el contexto en el cual se ubica este relato evangélico ni su función pedagógica para nosotros. ¿Qué ocurre antes de este episodio, cómo comprenderlo plenamente? Y sobre todo, ¿qué nos dice a nosotros hoy?   

«Después de la multiplicación de los panes»

            El texto que hemos escuchado se ubica luego de la primera multiplicación de los panes que relata el Evangelio según san Mateo (Mt 14, 22 - 33). Por esta razón, la perícopa evangélica en el Leccionario inicia diciendo: «Después de la multiplicación de los panes».

            Este detalle es importante. Pues nos ubica no solamente a nosotros en la situación, sino que ubica tanto a Jesús y sus acciones, como a los discípulos.

            La multiplicación de los panes mencionada inicialmente hace referencia al acontecimiento en el cual «comieron hasta saciarse (…) unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños» (Mt 14, 20. 21).

            Se trata por lo tanto de un gran acontecimiento; una experiencia intensa y que podemos suponer habrá impresionado y emocionado a los discípulos y a los que allí estuvieron. De hecho, en el relato de este episodio según san Juan (Jn 6, 1 – 15), se nos dice que luego de que Jesús realizó este signo, querían proclamarlo rey (cf. Jn 6, 15).

            ¿Cuál es la actitud de Jesús luego de esta experiencia tan intensa? ¿Qué realiza luego de lo que podríamos calificar como un “éxito” o “triunfo” apostólico?

            En primer lugar, Jesús envía a sus discípulos a que crucen a la otra orilla. Luego, con toda sencillez despide a la multitud, y, «después, subió a la montaña para orar a solas» (Mt 14, 23).

            Después de una intensa jornada de servicio, donde sanó y alimentó a tantos, Jesús encuentra su descanso y reposo en la oración, en la intimidad con Dios.

            ¿Cómo habrá sido la oración de Jesús en ese momento? Tal vez, con su Padre, volvió a recorrer en su corazón el intenso día vivido. Recordó rostros, nombres, historias. Habrá recordado tantos momentos de tristeza transformada en alegría por la sanación de un hombre o de una mujer; ¡cuánto se habrá alegrado al ver a tantas personas saciar su hambre! ¡Cuánto habrá anhelado saciar el hambre de Dios que existe en cada corazón humano!

            Todo eso lo habrá compartido con Dios y lo habrá dejado reposar en sus manos y en su corazón de Padre.

            Según el texto, Jesús pasó toda la noche en oración: «al atardecer, todavía estaba allí solo. La barca ya estaba muy lejos de las costa… …A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar.» (Mt 14, 23 – 25).                

«Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar»

            Aquí llegamos al corazón del relato, o más bien, al nudo del mismo. Luego de una noche de oración, Jesús se dirige hacia los suyos, caminando sobre el mar. Los discípulos, por su parte, tuvieron toda la noche viento en contra y su barca estaba «sacudida por las olas» (Mt 14, 24).

            Detengámonos nuevamente aquí. Jesús viene del Padre, viene de la oración. Jesús viene del encuentro y de la intimidad con  Dios. Encuentro que serena las aguas del corazón y permite dominarlas.

            Los discípulos se encuentran en la agitación de la continua actividad. Y a pesar de sus esfuerzos y capacidades no logran dominar las aguas y el viento. No logran conducir la barca del propio corazón hacia el puerto de la mansedumbre.

            Por ello, al ver a Jesús «caminar sobre el mar, se asustaron. “Es un fantasma” dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar.» (Mt 14, 26). En su agitación, no reconocen a Jesús.

            Será necesario que Jesús se dé a conocer diciendo: «Tranquilícense, soy yo; no teman.» (Mt 14, 27).

«Ven», le dijo Jesús

            Es entonces cuando Pedro se anima a ir hacia Jesús: «Señor, si eres tú, mándame a ir a tu encuentro sobre el agua.» (Mt 14, 28).

            ¿De dónde nace esta aparente valentía de Pedro? ¿Es el resultado de una decisión de fe, o se trata más bien de una emoción del momento?

            «“Ven”, le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: “Señor, sálvame”.» (Mt 14, 28 – 30).

     

Cristo caminando sobre las aguas.
Orazio Farinati (1559 - 1616). Verona, Italia.
Wikimedia Commons.
Jesús puede caminar sobre las aguas inquietas porque viene desde Dios; en efecto, en Jesús se revela y manifiesta Dios mismo; el Dios tranquilo que serena y pacifica el oleaje del mar, el oleaje de los corazones inquietos, el oleaje de las dificultades de la vida.

            Pedro lo ve, se emociona y quiere hacer lo mismo. También él quiere caminar sobre las aguas inquietas y dominar las dificultades de la vida; pero Pedro no ha serenado ni dominado su corazón previamente. O, mejor dicho, no ha dejado que Dios serene su corazón y así domine y canalice sus afectos y emociones.

            Por ello, la de Pedro no es todavía una decisión de fe, sino una emoción del momento que lo lleva a “probar” algo sin haberse decidido ni preparado interiormente. Es por ello que fácilmente se ve distraído por la violencia del viento y del mar, y así, comienza a hundirse en las aguas inquietas que reflejan su propia inquietud interior.

            En esta situación Pedro nos ayuda a ver la diferencia entre la emoción pasajera y la decisión de fe. Pedro tendrá que madurar. Su Maestro se lo hace ver: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» (Mt 14, 31) Su humildad lo ayudará a crecer.

            Caminar sobre las aguas turbulentas de las dificultades y desafíos de la vida, requiere un aprendizaje y es un proceso. Como Jesús, debemos partir de la oración e intimidad con Dios; debemos caminar sobre las aguas, es decir, en medio de nuestros desafíos, con la mira fija en Jesús; y, finalmente, estar siempre dispuestos a pedir su ayuda, incluso clamar por ella como Pedro.

            Entonces con Jesús podremos subir a la barca de nuestro corazón y experimentar cómo Él serena y pacifica nuestra interioridad y nos señala  con una «brisa suave» (cf. 1Rey 19, 12) la orilla de la vida nueva, la orilla de la vida cuyos desafíos se dominan desde un corazón pacificado y fortalecido por Dios.

             A María, Estrella del mar, luz serena y maternal que nos guía hacia su hijo, le pedimos que nos acompañe y nos enseñe a mantener la mirada y el corazón fijos en Jesús, para así caminar por la vida con serenidad y fortaleza, “repartiendo  amor, paz y alegría.”[2] Amén.



[1] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Desde el Bautismo a la Transfiguración (Editorial Planeta Chilena S.A., Santiago de Chile 2007), 352. 

[2] P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre, 609.

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