Natividad del Señor – 2020
Misa de la Noche
Lc 2, 1 – 14
«Exiit edictum a Caesare Augusto»
Queridos
hermanos y hermanas:
«Apareció
un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo
el mundo» (Lc 2, 1). Así inicia
el texto evangélico que se proclama en la Misa
de la Noche de la Natividad del Señor
(Lc 2, 1 – 14). Un decreto que
ordenaba un censo «en todo el mundo»;
la traducción latina del texto dice: «universus
orbis»; es decir, en todo el orbe terráqueo, en todo el mundo conocido en
ese entonces.
«Apareció
un decreto del emperador Augusto»
“Un censo cuyo objeto era dictaminar
y recaudar los impuestos es la razón por la cual José, con María, su esposa
encinta, van de Nazaret a Belén. El nacimiento de Jesús en la ciudad de David
se coloca en el marco de la gran historia universal, aunque el emperador nada
sabe de esta gente sencilla que por causa suya está en viaje en un momento
difícil.”[1]
El esfuerzo del evangelista Lucas
por datar y situar el nacimiento de Jesucristo nos dice primeramente que “Jesús
no ha nacido y comparecido en público en un tiempo indeterminado, en la
intemporalidad del mito. Él pertenece a un tiempo que se puede determinar con
precisión y a un entorno geográfico indicado con exactitud: lo universal y lo
concreto se tocan recíprocamente. En él, el Logos,
la Razón creadora de todas las cosas, ha entrado en el mundo. El Logos eterno se ha hecho hombre, y esto
requiere el contexto del lugar y del tiempo.”[2]
En segundo lugar, esto nos señala
que Dios ha obrado en la historia humana, en la historia universal; tiene la
capacidad de hacerlo y quiere seguir haciéndolo. Dios sigue obrando en la
historia humana y sigue conduciéndola. Tanto la gran historia universal como la
pequeña gran historia personal de cada uno.
«Apareció
un decreto… ordenando que se realizara un censo en todo el mundo». Al leer
hoy estas palabras es inevitable hacer una relación con lo que estamos viviendo
a nivel mundial. Esta vez no se trata de un decreto imperial sino de un virus.
Casi podríamos decir: “apareció un virus afectando a todo el mundo”, «universus orbis».
En ese entonces todo el mundo
conocido tuvo que movilizarse: «cada uno
iba a inscribirse a su ciudad de origen» (Lc 2, 3). Hoy, todo el mundo conocido, por un lado se paraliza
buscando evitar la propagación del virus, y otro lado, se moviliza buscando una
cura efectiva que nos devuelva a cierta normalidad de vida.
«Le
llegó el tiempo de ser madre»
Y en medio de toda la movilización
de ese entonces, en medio de toda la situación actual, «mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y
María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un
pesebre» (Lc 2, 6 – 7).
En medio de los acontecimientos de
la historia universal Dios sigue obrando, Dios sigue viniendo a nuestro
encuentro. Como lo señalé antes, el emperador nada sabía de esta sencilla
familia de Nazaret que por su causa se moviliza a Belén. Probablemente tampoco
nada sabía de las promesas de un Salvador contenidas en las Escrituras sagradas
judías: «Y tú, Belén Efratá, tan pequeña
entre los clanes de Judá, de ti nacerá el que debe gobernar a Israel» (Mi 5, 1).
Y sin embargo, ese aparente
anonimato no detiene el avance del plan de Dios en la historia humana, no
detiene la acción de Dios en nuestra vida, pues, «el Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en tierra: sea
que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo,
sin que él sepa cómo» (Mc 4, 26 –
27).
También hoy, los grandes líderes del
mundo, si bien se empeñan por encontrar una cura que frene la pandemia de Covid-19, probablemente están ajenos a
las vivencias y experiencias de tantas familias, de tantos hombres y mujeres,
que como pueden, enfrentan esta difícil situación.
Ante esta pandemia, los creyentes
nos encontramos munidos con las mismas
herramientas que la ciencia y la prudencia proporcionan a todos, a ellas unimos
la fe y la luz plena de sentido que ella otorga a las situaciones cotidianas.
Hemos respondido cuidándonos los unos a los otros, y en especial a los más
vulnerables: nuestros niños y nuestros ancianos. Hemos respondido con
responsabilidad, solidaridad y oración.
Y en medio de todas estas situaciones, también hemos experimentado
de alguna manera que en tantos gestos de compañía, cuidado, solidaridad y amor:
«María dio a luz a su Hijo primogénito».
Sí, en medio de tanta movilización, en medio de los
escondido y silencioso de las experiencias personales y familiares que
guardamos en el corazón, descubrimos que «María
dio a luz a su Hijo primogénito» en nosotros; que «la gracia de Dios (…) se ha manifestado» (Tit 2, 11); que «el pueblo
que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz» (Is 9, 1).
«Gloria
a Dios en las alturas, y en la tierra paz»
Por ello, aún «durante la noche» (Lc 2,
8) del tiempo actual, unidos a los pastores volvemos a escuchar con fe el
anuncio gozoso y esperanzado: «No teman,
porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy,
en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor» (Lc 2, 10 – 11).
Pesebre en la
Iglesia Santa María de la Trinidad
A nosotros está dirigido este
anuncio: «No teman. Hoy les ha nacido un
Salvador». En medio del tiempo actual; en medio de desafíos y exigencias;
en medio de partidas y re-encuentros; en medio de las medidas sanitarias: «No teman. Hoy les ha nacido un Salvador».
Y por ello, con la certeza de que
ante Dios nuestras vidas y experiencias no son desconocidas, sino que son
valiosas y llenas de sentido, nos unimos a la «multitud del ejército celestial (…) diciendo: “¡Gloria a Dios en las
alturas, y en la tierra paz a los hombres amados por él!”» (Lc 2, 13 – 14). Renovamos así la certeza
de que Dios conduce providentemente no sólo la historia universal sino también
nuestra historia personal.
Así la serena alegría de esta “santísima
noche”[3]
es para nosotros “un brote de luz que nace de la certeza personal de ser
infinitamente amado, más allá de todo”[4]; un brote de luz en este tiempo particular que nace de la certeza de que «hoy nos ha nacido un Salvador» que
llena de luz y sentido toda nuestra vida.
A María, Mater peregrinante ad Betlehem – Madre peregrina hacia Belén, le
pedimos que nos enseñe a dejarnos guiar por Dios en toda situación y
circunstancia de la vida, y que así, Ella vuelva a dar a luz Jesús «su Hijo primogénito» en nuestras almas.
Amén.
¡A todos, bendecida Noche Buena y
feliz Navidad!
P. Oscar Iván Saldívar; I.Sch.
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