La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

jueves, 29 de diciembre de 2022

«Vayamos a Belén» – La Natividad del Señor – 2022

 

La Natividad del Señor – Ciclo A – 2022

Misa de la Aurora

Lc 2, 15 – 20

«Vayamos a Belén»

Queridos hermanos y hermanas:

            El evangelio que se proclama en esta Misa de la Aurora (Lc 2, 15 – 20) es continuación del texto proclamado en la celebración de la Noche Buena (Lc 2, 1 – 14). Por lo tanto, ambos textos se pertenecen mutuamente al igual que ambas celebraciones litúrgicas.

            La Liturgia de alguna manera nos hace contemporáneos a los acontecimientos en Belén y sus alrededores.

            En la Misa de la Noche de Navidad fuimos rodeados por la luz de la gloria del Señor al escuchar el anuncio del Ángel: «les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor» (Lc 2, 10 – 11).

            Y en esta Misa de la Aurora, la Liturgia nos permite unirnos a los pastores, con ellos ponernos en camino al decir: «Vayamos a Belén, y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha anunciado» (Lc 2, 15).

«Vayamos a Belén»

            «Vayamos a Belén» dicen los pastores. Y es como si desde el evangelio estas palabras saliesen dirigidas hacia nosotros y nos involucrasen en su peregrinación: «Vayamos a Belén, y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha anunciado» (Lc 2, 15).

            Para los pastores de entonces, «vayamos a Belén» significaba propiamente llegar al espacio físico en el cual aconteció el nacimiento anunciado por los ángeles. Para nosotros, pastores de hoy, significa sobre todo una peregrinación espiritual. No se trata de llegar a un punto geográfico; sino, tal vez, a un punto temporal o a un punto existencial. ¿A qué me refiero?

            «Vayamos a Belén», para nosotros, significa mirar nuestra vida cotidiana; recorrer lo vivido a lo largo de este año y descubrir allí a las personas, los momentos y circunstancias que han sido Belén para nosotros.

            Es decir, volver a esos momentos donde en lo sencillo, auténtico y cotidiano hemos experimentado que «se manifestó la bondad de Dios» en nuestra vida (Tit 3, 4). Esos momentos donde «por su misericordia, él nos salvó» (Tit 3, 5).

            Sí, todos tenemos “momentos de Belén” donde Dios se nos ha manifestado, donde Dios nos ha regalado a Jesús, donde Dios no ha donado “la nueva luz de su Verbo hecho carne”[1]. «Vayamos a Belén», volvamos a esos momentos y personas.

«Encontraron al recién nacido»

           

Con las Madres de la Sagrada Familia de Urgell
En el pesebre de la Iglesia Santa María de la Trinidad
Navidad del 2022

    Cuando los pastores del evangelio llegaron a Belén «encontraron a María, a José y al recién nacido acostado en el pesebre» (Lc 2, 16). Tal vez se habrán asombrado ante esa escena tan sencilla. Allí, en un pesebre estaba el Salvador, el Mesías y Señor anunciado por los ángeles (cf. Lc 2, 1- 14). Sí, “en el pobre y pequeño establo de Belén”, María dio a luz para todos nosotros al Señor del mundo (cf. Hacia el Padre, 343).

            Jesús, el recién nacido, no está solo. María y José lo rodean. Está apoyado en un pesebre, es decir, en el lugar donde habitualmente come el ganado doméstico. Familia y sencillez; comunidad y austeridad. Los dos signos que marcan la presencia y la manifestación de «la bondad de Dios» en Belén.

            Esos son los signos que tenemos que buscar  en nuestra vida para encontrar a Jesús. Esos son los valores que tenemos que asumir y vivir para dejarnos encontrar, sanar y salvar por Jesús.

Lo contrario a ello son el aislamiento y el consumismo. No dejemos que estas actitudes nos impidan ir al encuentro de Jesús en el Belén de nuestras vidas.

«Conservaba y meditaba»

            El texto nos dice que una vez que los pastores llegaron a Belén «contaron lo que habían oído decir sobre este niño» (Lc 2, 17). Mientras ellos hablaban «María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19).

            Como María, también nosotros estamos llamados a conservar esos momentos de Belén en nuestros corazones, y a partir de ellos meditar lo que Dios nos ha dicho y nos dice.

            Si volvemos a mirar nuestra vida para descubrir allí los momentos de Belén que hemos vivido, no es para quedarnos en la nostalgia del pasado. No, se trata de hacer memoria, memoria de la fe y del amor. Ya que “la fe contiene precisamente la memoria de la historia de Dios con nosotros, la memoria del encuentro con Dios.”[2]

            Y a partir de esa memoria actualizada del encuentro con Dios en Belén estamos llamados a meditar; es decir, a dialogar con el Dios de la vida, el Dios de nuestra vida, y estar atentos a lo que Dios nos dice en ese Belén, a lo que nos invita a realizar. Si Dios habla, Él espera una respuesta de nuestra parte. Esa respuesta puede ser una oración, una decisión a tomar, un perdón a conceder, o simplemente la gratitud sincera por lo vivido, por encontrar allí «la bondad de Dios» en el Belén de hoy.

            «Vayamos a Belén», redescubramos esos momentos de sencillez, autenticidad y comunidad en los que Dios nos regaló a Jesús en un pesebre. Hagamos memoria de ello, y a partir allí dialoguemos con el Dios vivo y volvamos a la vida cotidiana «alabando y glorificando a Dios por todo lo que hemos visto y oído» (cf. Lc 2, 20).

            En este día santo de la Navidad, en que hacemos memoria del nacimiento del Salvador, le pedimos a María, Madre de Belén:

            “Con alegría sumerge nuevamente

            al Señor en mi alma, y, al igual que tú,

            me asemeje a Él en todo;

            hazme portador de Cristo a nuestro tiempo

            para que se encienda

            en el más luminoso resplandor del sol.”[3] Amén.

           

            ¡Feliz y bendecida Navidad!

P. Óscar Iván Saldivar, P.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda - Schoenstatt  

[1] Cf. MISAL ROMANO, Oración Colecta, Misa de la Aurora.

[2] PAPA FRANCISCO, Memoria de Dios, Homilía durante la Misa para la jornada de los Catequistas, Roma, 29 de septiembre de 2013. [en línea]. [fecha de consulta: 29 de diciembre de 2022]. Disponible en: <http://w2.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2013/documents/papa-francesco_20130929_giornata-catechisti.html>

[3] P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre, 189.

miércoles, 21 de diciembre de 2022

«No temas recibir a María»

 

Domingo 4° de Adviento – Ciclo A - 2022

Mt 1, 18 – 24

«No temas recibir a María»

Queridos hermanos y hermanas:

            Celebramos hoy el Domingo 4° del tiempo de Adviento. ¡Cada vez estamos más cercanos a la Noche Buena y a la Navidad!

            Domingo a domingo hemos peregrinado durante el Adviento hacia el Señor que viene a nuestro encuentro. Y lo hemos hecho acompañados sobre todo por la figura y las palabras de Juan el Bautista.

            Él es quien desde el desierto proclama: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca» (Mt 3, 2). Él es quien lleno de anhelos envía a sus discípulos a preguntar a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?» (Mt 11, 3).

            De Juan el Bautista dice el Señor: «Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan, y sin embargo, el más pequeño en el Reino de Dios es más grande que él» (Lc 7, 28).

María estaba comprometida con José

            Y precisamente, a medida que avanza el tiempo de Adviento, y nos acercamos a la celebración del nacimiento del Salvador, también la Liturgia de la Palabra mueve nuestra mirada, desde la persona de Juan el Bautista, hacia la persona de María y de José. De alguna manera ellos son esos pequeños que pertenecen al Reino de Dios, y que por la fe se hacen grandes a los ojos de Dios y de la humanidad (cf. Lc 7, 28).

           

María, José y el Niño Jesús.
Tallas en madera, Asunción 1934.
Foto original del P. Hugo Fernández, 
Arquidiócesis de Asunción, Paraguay. 

«El más pequeño en el Reino de Dios es grande»; así podemos parafrasear a Jesús. Así podemos comprender el rol de María y de José en el nacimiento del Salvador, en el nacimiento del Hijo de Dios.

            El texto evangélico proclamado hoy (Mt 1, 18 – 24) precisamente pone ante nuestros ojos y nuestro corazón una constante en el Reino de Dios: sus orígenes son siempre sencillos, pequeños e incluso inesperados.

            ¡Cuántas veces esperamos que Dios se manifieste de forma grandilocuente y espectacular! Es como si dijéramos en nuestro interior: “si existes, Dios, tienes que mostrarte. Debes despejar las nubes que te ocultan y darnos la claridad que nos corresponde.”[1] Muchas veces buscamos el espectáculo religioso. Sin embargo, una y otra vez la Sagrada Escritura nos muestra que el estilo de Dios es otro,  que lo pequeño es finalmente criterio de discernimiento y de autenticidad de que lo que se manifiesta en un determinado momento y circunstancia, pertenece al Reino de Dios.

            Qué más sencillo que el origen de Jesucristo en el ámbito doméstico de de una pareja de jóvenes judíos: «María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo» (Mt 1, 18).

            Sin duda que la concepción virginal de Jesús por obra del Espíritu Santo es una intervención extraordinaria de Dios en la historia de la humanidad; pero no olvidemos que esta intervención extraordinaria de Dios aconteció en el ámbito doméstico, en el ámbito familiar. Lo extraordinario de Dios acontece en lo ordinario de la vida humana.

            Y fue una intervención tan sencilla, tan pequeña –tan silenciosa podríamos decir- que el mismo José, quien está vinculado a esta intervención y sus consecuencias, no conoce dicha intervención y hasta duda de la situación  que se creó a partir de ella: «José, (…), resolvió abandonarla en secreto» (cf. Mt 1, 19).

            Estos son los inicios de nuestra salvación… En medio de lo cotidiano de la vida de una pareja de prometidos, en medio del ambiente doméstico y sencillo de una aldea judía. “¡Cuántas veces en la historia del mundo ha sido lo pequeño e insignificante el origen de lo grande, de lo más grande!”.[2]

Resolvió abandonarla en secreto

            Pero precisamente lo pequeño y sencillo, que es a la vez inesperado, requiere de discernimiento sincero y de valiente decisión.

            Es lo que vemos en José. En un primer momento, y como hombre justo que no desea exponer públicamente a su prometida, decide abandonarla en secreto, sin llamar la atención ni exponerla.

            Toma esta decisión con los criterios e informaciones de las que disponía en ese momento. Toma una decisión, entre en juego su reflexión y su voluntad. No esquiva el desafío, la dificultad, lo inesperado. Sino que lo confronta haciendo uso de sus capacidades humanas.

            Y haciendo uso de las mismas, precisamente se le abra el camino para recibir el mensaje de Dios; para discernir en lo pequeño, silencioso e inesperado la voluntad de Dios: «El Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: no temas recibir a María, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo.» (Mt 1, 20).

            Es importante notar que el sueño revelador, ocurre solo luego de que José tomara una decisión; es decir, luego de que se esforzara por reflexionar y tomar una decisión. Por lo tanto, debemos poner de nuestra parte, de nuestras capacidades; y en el desarrollo del discernimiento humano, se irá manifestando el querer divino.

No temas recibir a María

            El texto evangélico nos da todavía una característica más del obrar divino: «No temas recibir a María». La invitación a no temer es una constante en la Sagrada Escritura. Dios siempre nos dice que estará con nosotros, acompañándonos, sosteniéndonos, guiándonos.

Por lo tanto, no hay lugar para el miedo. Sobre todo para aquel miedo que paraliza. El miedo que paraliza no proviene de Dios. En cambio, la serena confianza de su compañía es señal de que estamos en el camino del discernimiento.

            Finalmente, como José y como María, estamos llamados a realizar aquello que hemos descubierto en la fe –gracias a la reflexión y al discernimiento- como voluntad de Dios: «Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó  a María a su casa». (Mt 1, 24).

            Que estos días de Adviento que nos quedan, nos sirvan para descubrir a Dios en lo cotidiano y sencillo de nuestras vidas; y que encontrándolo en lo cotidiano y sencillo, vayamos aprendiendo a discernir su querer para nosotros. Desarrollar esa habilidad para encontrar a Dios en lo cotidiano: en las circunstancias de la vida, en los demás y en el propio corazón; es la mejor preparación para celebrar el misterio del nacimiento del Salvador en medio de nosotros, el misterio y el gran regalo del “Dios con nosotros”.

Amén.

 

P. Oscar Iván Saldívar, P.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt



[1] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Desde el Bautismo a la Transfiguración (Editorial Planeta Chilena S.A., Chile 20073), 55.

[2] P. JOSÉ KENTENICH, Acta de fundación de Schoenstatt, 18 de octubre de 1914.

jueves, 27 de octubre de 2022

Llamados a dar testimonio de Jesucristo - Tupãrenda 2022

 

 Domingo 29° del tiempo durante el año – Ciclo C – 2022

Lc 18, 1 – 8

Novena a la Madre, Reina y Victoriosa Tres veces Admirable de Schoenstatt

Santuario de Tupãrenda

Octavo día: Llamados a dar testimonio de Jesucristo con coherencia de vida

 

Queridos hermanos y hermanas:

            En el marco de la preparación a la Fiesta del 18 de Octubre en Tupãrenda, fiesta de la Alianza de Amor con María y fiesta del Santuario, nos reunimos a celebrar Eucaristía en el domingo, día de Cristo Resucitado.

            Es Cristo quien nos convoca a celebrar Eucaristía, es Cristo quien nos convoca a escuchar su Palabra y así nos desafía a vivir según su Evangelio, como auténticos discípulos suyos, como auténticos bautizados.

            De eso se trata el Año del Laicado que estamos viviendo como Iglesia en el Paraguay. Por un lado estamos llamados a “redescubrir el ser y la misión de los laicos” desde el sacramento del Bautismo; y por otro lado, estamos llamados a vivir en coherencia con la gracia bautismal que hemos recibido, en coherencia con nuestra fe, en coherencia con el Evangelio de Jesús.

            Redescubrir el gran don del Bautismo cristiano y vivir en coherencia con ese don: esta es nuestra tarea, esto es lo que esperamos de este Año del Laicado; esta gracia imploramos también aquí en Tupãrenda.

Coherencia de vida

            Vivir en coherencia con el gran don del Bautismo, con el gran don de la fe en Cristo. Si queremos vivir en coherencia con ese don, en primer lugar debemos re-descubrir ese don, re-descubrir ese gran regalo que es la fe en Cristo y el Bautismo. O más que re-descubrir ese don, se trata en realidad de descubrirlo como don por vez primera.

            Aunque somos bautizados, no hemos descubierto toda la riqueza que contiene nuestro Bautismo cristiano; aunque somos bautizados, no hemos descubierto toda la riqueza que contiene nuestra fe en Cristo. Porque muchas veces vivimos nuestra fe solamente como compromiso ético y no como don que nos da vida y vida en abundancia (cf. Jn 10, 10).

            Olvidamos que “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva[1]

                Sí, el gran don de la fe es el encuentro con la persona de Jesucristo, vivo y presente en su Iglesia, en su Palabra y en los sacramentos.

Y “sólo gracias a ese encuentro —o reencuentro— con el amor de Dios [en Cristo], que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad.”[2] Sólo gracias a ese encuentro recibimos la vida en abundancia y estamos en camino hacia una vida auténtica, plena y feliz.

Ése es el gran don de la fe, ése el gran don del cristianismo. Y es con este gran don que estamos llamados a vivir en coherencia. Ser coherentes con el don recibido en el Bautismo.

Misa desde el Santuario de Tupãrenda
Novenario 2022
En profundidad la coherencia cristiana es en primer lugar ser coherentes con la identidad más auténtica que nos regala el Bautismo: hijos e hijas de Dios Padre en Cristo Jesús; morada del Espíritu Santo y miembros del santo Pueblo de Dios. ¡Es hermosa la identidad que nos regala Cristo! Con esa identidad estamos llamados a ser coherentes y así a dar testimonio de Jesús en nuestras vidas.

Una vez que comprendemos la raigambre bautismal de la coherencia, podemos entonces decidirnos a cultivar con decisión la dimensión ética de la coherencia de vida; es decir, actuar concretamente en todas las dimensiones y ambientes de nuestra vida de acuerdo a nuestra identidad más propia y profunda: bautizados en Cristo, aliados de María, con una vocación de vida y con un ideal al cual aspiramos.          

El testimonio de la viuda del Evangelio

            En el fondo, ese es el testimonio que ofrece la viuda del evangelio (cf. Lc 18, 3); ese es el testimonio que ofrecen tantos hombres y mujeres de fe que a pesar de las adversidades e injusticas sufridas, no dejan de «orar siempre sin desanimarse» (Lc 18, 1), y así, con su oración dan testimonio de que Jesús está presente en sus corazones, de que Dios sigue obrando en el mundo de forma silenciosa pero eficaz allí donde hay un corazón creyente, un corazón con fe (cf. Lc 18, 8).

            En efecto, el que permanece en oración constante, y al mismo tiempo hace todo lo posible por realizar el bien concreto en su entorno, da testimonio de esperanza, da testimonio de que “cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. (…) El que reza nunca está totalmente sólo”.[3]

            Y así el hombre y la mujer orantes y activos en el servicio a los demás, dan testimonio de Cristo, porque en el fondo son coherentes con su vocación bautismal, con el gran don recibido en el Bautismo. El que es uno con Cristo, el que está movido por el Espíritu y se sabe hijo del Padre y hermano de todos los miembros del Pueblo de Dios, no puede sino irradiar eso que lleva en el corazón con su oración y su acción.

            El que conoce su identidad cristiana y la asume, connaturalmente vive esa identidad en su obrar y así irradia desde su interior a Cristo vivo y presente en él.   

            Al renovar hoy nuestra Alianza de Amor con María, renovemos también nuestra conciencia de bautizados en Cristo, para que desde el corazón y en oración, nos pongamos al servicio de la edificación de la Nación de Dios en Paraguay. Amén.

 

P. Oscar Iván Saldívar, P.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt

16 de octubre de 2022



[1] BENEDICTO XVI, Deus Caritas Est, 1.

[2] FRANCISCO, Evangelii Gaudium, 8.

[3] BENEDICTO XVI, Spe Salvi, 32.

lunes, 8 de agosto de 2022

El laico, el bien común y la dignidad humana

 

Arquidiócesis de la Santísima Asunción

Parroquia San Juan María Vianney

Fiesta Patronal 2022

Solemne Víspera

“El laico en la búsqueda y promoción del bien común,

en la defensa de la dignidad humana”

 

Queridos hermanos y hermanas:

            Celebramos esta Eucaristía en la Solemne Víspera de la fiesta de San Juan María Vianney, el santo cura de Ars, patrón de todos los sacerdotes[1] y en especial de aquellos a quienes se ha encomendado el oficio pastoral de párrocos.

            San Juan María Vianney, a cuya patrocinio está dedicada esta hermosa comunidad parroquial, nos decía: “Si comprendiéramos bien lo que es un sacerdote en la tierra, moriríamos: no de miedo, sino de amor”. Sintetizaba así su íntima experiencia y comprensión de la vocación sacerdotal. Él nos ayuda a comprender que “el sacerdocio no es un simple «oficio», sino un sacramento: Dios se vale de un hombre con sus limitaciones para estar, a través de él, presente entre los hombres y actuar en su favor.”[2]

Año del laicado

             Así también, a lo largo de este Novenario, con la presencia espiritual del Santo Cura de Ars y animados por nuestros Pastores, hemos querido comprender en profundidad la vocación del laico cristiano. De eso se trata este Año del laicado que estamos viviendo como Iglesia en el Paraguay: redescubrir “el ser y la misión de los laicos”[3].

            Incluso podríamos parafrasear al Santo Cura de Ars y decir: “si comprendiéramos bien el misterio del laico cristiano, viviríamos con el corazón lleno de alegría y de amor”.

            Para descubrir en profundidad el misterio del laico cristiano, la grandeza de la dignidad y vocación laical, debemos centrarnos en el sacramento del Bautismo; el sacramento que es como “«La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia (…). Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22).”[4]

            Sí, el Bautismo es la puerta de entrada a la vida de comunión con Dios y con los hermanos; es el sacramento fundamental y fundante de la vida cristiana, pues, nos une íntima y verdaderamente a Cristo Jesús; y al hacerlo nos hace hijos del Padre, nos perdona el pecado original, nos dona el Espíritu Santo y nos hace Pueblo de Dios.

            Tal como lo expresa la Primera Carta de san Pedro: «Ustedes son una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido para anunciar las maravillas de aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz: ustedes, que antes no eran un pueblo, ahora son el Pueblo de Dios; ustedes que antes no habían obtenido misericordia, ahora la han alcanzado.» (1 Pe 2, 9 – 10).

            En el gran don del Bautismo está enraizada la vocación del laico cristiano, aquí está su grandeza, su dignidad; su identidad más auténtica y profunda; y por lo tanto, desde el Bautismo –y la Confirmación- brota su misión: anuncia a todos la dignidad humana y promover incansablemente el bien común.

Dignidad humana

            Los textos bíblicos proclamados en la Liturgia de la Palabra hoy, nos ayudan a comprender dónde radica la dignidad humana que como bautizados estamos llamados a anunciar, cultivar y defender.

            En primer lugar nuestra Fe nos ensaña que somos creación predilecta de Dios: «Dios dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza; y que le estén sometidos los peces del mar y las aves del cielo, el ganado, las fieras de la tierra, y todos los animales que se arrastran por el suelo». Y Dios creó al hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer.» (Gn 1, 26 – 27).

           

"Este es el Cordero de Dios..."
Eucaristía en la Parroquia San Juan María Vianney
Arquidiócesis de la Santísima Asunción
Al hecho de ser creación, se une también el gran don del Bautismo en Cristo. ¡Somos valiosos a los ojos de Dios! En primer lugar porque hemos salido de sus manos, de su corazón, de su pensamiento, de su voluntad creacional. Ninguno de nosotros es fruto del azar o la casualidad; ninguno de nosotros es un error; todos y cada uno hemos sido queridos, pensados y amados. Cada uno es creación predilecta. Y este hecho nadie nos lo puede arrebatar; esta dignidad creacional, nadie nos la puede arrebatar. Somos imagen y semejanza de Dios.

            Unida a la dignidad creacional, se encuentra la dignidad bautismal: «Porque todos ustedes son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús, ya que todos ustedes, que fueron bautizados en Cristo, han sido revestidos de Cristo.» (Ga 3, 26 – 27).

            Sí, la dignidad humana radicada en el acto creacional de Dios, en el Bautismo se reviste de la dignidad misma del Hijo de Dios: de Jesucristo. No olvidemos que por el Bautismo somos verdaderamente identificados con Cristo y participamos, cada uno según su vocación y particularidad sacramental, del triple oficio de Cristo: sacerdote, profeta y rey.

            ¡Cuánta dignidad se nos ha regalado y confiado! Cuán apropiadas entonces las palabras de san León Magno: “Reconoce, cristiano, tu dignidad.”[5] Animémonos a creer en nuestra dignidad; animémonos creer en lo valiosos y amados que somos.

            Sólo si reconocemos y creemos en el gran don de nuestra dignidad cristiana, también asumiremos la misión de promover esta dignidad a través de la búsqueda del bien común en la sociedad.

Bien común

            Comprendemos entonces que solamente el auténtico encuentro con Jesús, y la auténtica vivencia del Bautismo, son los que transforman nuestra existencia, pues ese encuentro y esa vivencia “da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.”[6]

Ese encuentro y esa vivencia nos impulsan a una auténtica búsqueda del bien común, pues como bautizados hemos experimentado que “cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente: en efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad y, aceptando esta verdad, se hace libre (cf. Jn 8,32).”[7]

Así mismo, al estar íntimamente unidos a Cristo, y entre nosotros como Pueblo de Dios, comprendemos también que “amar a alguien es querer su bien y trabajar eficazmente por él. Junto al bien individual, hay un bien relacionado con el vivir social de las personas: el bien común. Es el bien de ese «todos nosotros», formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social. No es un bien que se busca por sí mismo, sino para las personas que forman parte de la comunidad social, y que sólo en ella pueden conseguir su bien realmente y de modo más eficaz. Desear el bien común y esforzarse por él es exigencia de justicia y caridad.”[8] Es exigencia de nuestra dignidad y misión de bautizados en Cristo Jesús.

En el Evangelio (Jn 9, 1 – 7) hemos visto  que tanto los discípulos de Jesús como el ciego de nacimiento tomaron consciencia de la dignidad inherente de cada uno, y así mismo hemos percibido cómo han ido comprendiendo que el bien común implica siempre reconocer, cultivar y defender la dignidad de cada persona humana, sin importar su condición. Pues la vida de todos y de cada uno es siempre oportunidad «para que se manifiesten en él las obras de Dios» (Jn 9,3).

Que la Santísima Virgen María y san Juan M. Vianney, nos ayuden a tomar consciencia de nuestra dignidad cristiana, y así, nos muevan a reconocer y promover la dignidad de todos en la consecución del bien común en nuestras familias, comunidades y en nuestra Patria. Que así sea. Amén.

 

P. Oscar Iván Saldívar, P.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt

3 de agosto de 2022  

[1] BENEDICTO XVI, Año Sacerdotal.

[2] BENEDICTO XVI, Homilía, Santa Misa, Clausura del Año Sacerdotal, 11 de Junio de 2010.

[3] CEP, Mensaje de los Obispos del Paraguay, Año del Laicado.

[4] BENEDICTO XVI, Porta Fidei, 1.

[5] LEÓN MAGNO, Sermón 1 en la Natividad del Señor 1 – 3.

[6] BENEDICTO XVI, Deus caritas est, 1.

[7] BENEDICTO XVI, Caritas in veritate, 1.

[8] BENEDICTO XVI, Caritas in veritate, 7.