Ella es el gran don
En
la víspera del 18 de octubre
Queridos hermanos y
hermanas;
Querida Familia de
Schoenstatt:
Nos encontramos ya en la víspera de nuestra gran fiesta
del 18 de octubre, en la víspera de un día de gracias para todos los que
creemos en el misterio de Schoenstatt;
es decir, en la vinculación de María Santísima a este Santuario y en su acción
fecunda en este lugar y desde este lugar, fruto de la Alianza de Amor que
sellamos con Ella.[1]
En este día es bueno recordar las palabras que nuestro
Padre Fundador dirigiera a la Familia en
1939, y aplicarlas a nosotros hoy, aquí y ahora: “Todo lo grande y valioso que
hemos recibido durante este tiempo, en este santo lugar, está íntimamente
ligado con la Madre, Reina y Señora de Schoenstatt. Simplemente Ella es el don que la sabiduría, bondad y
omnipotencia divina ha querido regalar, de un modo especial, el 18 de octubre
de 1914 a nuestra Familia y, por su intermedio, nuevamente al mundo entero.”[2]
Ella es el gran don
Sí, Ella es el gran don que se nos regala aquí en Tupãrenda
como concreción de las palabras de Jesús a su discípulo: «Aquí tienes a tu madre» (Jn
19,27a). La Alianza de Amor con María hace concreta en nuestra historia personal
esta palabra de Jesús.
Por la Alianza de Amor nosotros le pertenecemos a Ella –Ella
nos hace suyos-, Ella nos pertenece a nosotros –la hacemos nuestra-. En María,
a quien en Tupãrenda experimentamos como persona viva, presente y actuante,
recibimos el gran don de una aliada que es Madre, Reina y Educadora.
Recibimos sobre todo el gran don de su corazón maternal y
de su mirada serena y misericordiosa. Sí, el corazón y la mirada de una persona
viva, de un tú personal, al cual puedo entregarme sin temores ni reservas. A
Ella puedo entregarle mis capacidades y límites, mi confianza y mis temores, mi
fe y mis dudas, mis logros y fracasos, mi historia personal y familiar, mi
arrepentimiento y mi anhelo… Ella todo lo recibe, todo lo guarda en su corazón
y lo medita en presencia de Dios (cf. Lc
2,19) para así sanarnos, educarnos y enviarnos.
En sus manos y en su corazón toda nuestra vida adquiere
sentido y plenitud, porque nuestra plenitud y felicidad se deciden en a quién
le entregamos nuestro corazón.
Ella es el gran signo
La Sagrada Escritura presenta a la Santísima Virgen no
solamente como el gran don que Jesús nos hace, sino también como el gran signo
en el horizonte de la vida humana (cf. Ap
12,1).
En el lenguaje simbólico, propio del libro del Apocalipsis, la «Mujer
revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en
su cabeza» (Ap 12,1), representa
a la Iglesia, al santo pueblo fiel de Dios, que con fe y fidelidad a Jesús se
opone al otro signo presente en la vida de la humanidad: el «dragón rojo» (Ap 12,3), el adversario, el acusador de los hombres (cf. Ap 12,10). Sin embargo, la misma Iglesia
reconoce en la «Mujer revestida del sol»
a María Santísima, Madre del Salvador e imagen plena de la Iglesia.
Nuestra vida también se desarrolla en medio de la lucha
del bien contra el mal… Lo experimentamos en nosotros mismos: ¡cuánto tenemos
que luchar contra nuestro egoísmo y nuestro pecado! ¡Cuánto luchamos en nuestra
auto-educación! Lo experimentamos en la vida de nuestra Iglesia y de nuestra
patria: ¡necesitamos de una conversión pastoral en nuestra Iglesia!
¡Necesitamos decidirnos a luchar contra la corrupción en nuestra sociedad!
A veces podemos experimentar que el mal –el pecado, la
indiferencia y la corrupción- se presenta como un gran dragón temible, capaz de
arrastrar con su cola nuestros ideales y anhelos y precipitarlos sobre la
tierra (cf. Ap 12,4). En esos
momentos de angustia y oscuridad, nunca olvidemos que hay un signo aún más
grande y potente que el dragón: María, la Mujer revestida del sol de Cristo;
María, nuestra Madre y Aliada. Ella “brilla en nuestro camino como signo de
consuelo y de firme esperanza.”[3]
Queridos hermanos y hermanas, en este día nos alegramos
porque hemos recibido en María un gran don de la misericordia de Dios, y un
gran signo de consuelo y esperanza. Por la Alianza de Amor, “como una verdadera
madre, ella camina con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del amor
de Dios.”[4]
Por eso renovamos con Ella nuestra Alianza de Amor, con la convicción de que este es nuestro camino para seguir a Jesucristo, con la convicción de que la Alianza de Amor con María nos hace más cristianos, nos hace más Cristo. Amén.
[1]
Cf. P. JOSÉ KENTENICH, El Misterio de
Schoenstatt (Schoenstatt-Nazaret, Florencio Varela 2014), 13.
[2]
MOVIMIENTO APOSTÓLICO DE SCHOENSTATT, Documentos
de Schoenstatt (Patris, Córdoba 2007), 44.
[3] MISAL
ROMANO, Prefacio de la Santísima Virgen
María III.
[4]
PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium 286.
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