La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

viernes, 16 de septiembre de 2016

¿A quién le entrego mi corazón?

Domingo 25° del tiempo durante el año – Ciclo C

¿A quién le entrego mi corazón?

Queridos hermanos y hermanas:

            En la Liturgia de la Palabra de hoy encontramos la parábola del administrador infiel (Lc 16, 1-8). Una parábola que “suscita en nosotros cierta sorpresa porque en ella se habla de un administrador injusto, al que se alaba”[1]. Sin embargo, debemos leer y reflexionar atentamente este texto evangélico para comprender la enseñanza que Jesús quiere entregarnos.

El administrador infiel

            Como sabemos, las parábolas son relatos que Jesús va construyendo con imágenes y situaciones de la vida cotidiana de su tiempo. Al escuchar esta parábola, nos damos cuenta de que también en tiempos de Jesús existía la corrupción; el abuso de confianza y el mal uso de las propias capacidades y de los bienes confiados. Es lo que se desprende del texto evangélico: «Había un hombre rico que tenía una administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes. Lo llamó y le dijo: “¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto”» (Lc 16, 1-2).

           
           Ante esta situación el administrador infiel se ve en apuros y debe pensar en cómo prever su futuro: «”¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza.”» (Lc 16,3). Es entonces cuando este hombre infiel demuestra toda su capacidad y astucia: «”¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!”. Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: “¿Cuánto debes a mi señor?”. “Veinte barriles de aceite”, le respondió. El administrador le dijo: “Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota diez”.» (Lc 16, 4-6).

            ¿Qué hizo el administrador astuto? En tiempos de Jesús, era costumbre que los administradores tuvieran la facultad de aumentar los préstamos de sus señores, de modo que, en la devolución del préstamo, ellos recibieran la parte aumentada como pago por su trabajo administrativo.[2] Sería lo que hoy conocemos como “gastos administrativos”.

            Por lo tanto, lo que el administrador astuto hizo, no fue disminuir el monto del préstamo debido a su señor, sino renunciar a la parte que le correspondía como ganancia personal. Renunciando a esta ganancia quedaría en buenos términos con los deudores de su señor. Por eso la parábola concluye diciendo: «Y el señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente.» (Lc 16,8).

            En el fondo se alaba no la corrupción por la cual ha sido despedido este administrador, sino su astucia para salir al paso de la nueva situación que se ha creado como resultado de su infidelidad. Se reconoce su astucia, su inteligencia, sus capacidades.

            También hoy podríamos reconocer la astucia e inteligencia de tantas personas que ponen todos sus esfuerzos y capacidades en lograr beneficios de forma corrupta. ¡Cuánta gente tan astuta para hacer el mal! ¡Cuánta gente tan inteligente y hábil para la corrupción y para la consecución de intereses mezquinos!

            Lo vemos a diario en nuestro medio: personas que hábilmente se aprovechan de los recursos del Estado; personas que montan sutiles esquemas para defraudar o para percibir beneficios a costa del bien común; personas que ponen todas sus capacidades para manipular a otros y utilizar las instancias de decisión común en favor del interés personal. ¡Cuánta astucia! ¡Cuánta inteligencia! ¡Cuánta capacidad! Pero todo puesto al servicio del egoísmo, del mal y del crecimiento de “ese cáncer social que es la corrupción”.[3]

            Queridos hermanos y hermanas: todas nuestras capacidades y bienes humanos, de los cuales somos meros administradores (cf. Lc 16,1), deberíamos ponerlos al servicio del bien común, al servicio de los demás, al servicio del Reino de Dios. Es decir, al servicio del verdadero Bien y no de bienes aparentes. Si este administrador infiel se ha mostrado astuto en el mal, ¡cuánto más podrían fructificar sus capacidades obrando rectamente el bien!

Tu tesoro y tu corazón

¿Qué debemos hacer para poner todas nuestras capacidades al servicio del bien? ¿Cómo hacer para decidirnos a poner toda nuestra inteligencia, astucia y creatividad al servicio del Reino de Dios?

La respuesta es sencilla pero profunda y contundente: entregarle nuestro corazón a Jesús. Entregarle a Él el núcleo de nuestra personalidad. Ese lugar íntimo desde donde brotan nuestras decisiones y amores más auténticos. Nuestra vida se juega en a quién le entregamos nuestro corazón. Nuestra vida se pierde o se salva dependiendo de a quién le entreguemos el corazón, porque «allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón» (Mt 6,21).

Y aquí vale la pena que nos preguntemos: ¿dónde está mi tesoro? ¿Dónde está realmente mi corazón? ¿Por qué o por quién late mi corazón? ¿Por qué o por quién me apasiono con todo mi ser? ¿Mi corazón está apasionado por los bienes perecederos o por el Bien mismo que es Jesús?

Entregar el corazón entero

            Pero todavía hay una dimensión más del texto evangélico de hoy. Cuando entregamos el corazón debemos hacerlo por entero, no podemos hacerlo a medias: «Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al dinero» (Lc 16,13).

            Jesús, como maestro de vida y de vida plena (cf. Jn 10,10), nos enseña que nuestro corazón está hecho para entregarse por entero, no a medias. No podemos vivir interiormente divididos. Cuando tratamos de vivir una entrega a medias vivimos mediocremente. Y la mediocridad nos lleva a la frustración, y la frustración a la hipocresía.

            Se trata de tomar una decisión, de hacer una opción sincera y radical. “En verdad, la vida es siempre una opción: entre honradez e injusticia, entre fidelidad e infidelidad, entre egoísmo y altruismo, entre bien y mal. (…). En definitiva —dice Jesús— hay que decidirse.”[4]

           
       Cuando nos decidimos por Jesús, cuando nos decidimos de corazón por responder a su amor con nuestro amor, entonces ponemos todas nuestras capacidades y bienes al servicio del Reino de Dios, al servicio del bien de nuestros hermanos y hermanas, y así encontramos nuestro propio bien.

            No temamos entregarnos por entero. Jesús se ha entregado por entero en la cruz por nosotros y así nos abrió el camino hacia la resurrección. El que se entrega por entero en el amor se encamina también hacia la resurrección de Jesús. “El Señor, que dio todo por nosotros, no se contenta con recibir la mitad de nuestra vida: quiere enteros alma y corazón, y no le basta el resplandor pálido de una mediocre entrega.”[5]

            Pidámosle a la Santísima Virgen María, en cuyo sí no había reservas ni amargas quejas, que nos enseñe a entregarle totalmente nuestro corazón a su hijo Jesús y que podamos experimentar en nuestra vida que “quien ofrece entera la vida por causa del Señor, experimenta la bendición y el gozo de la vida verdadera.”[6] Amén.




[1] BENEDICTO XVI, Celebración eucarística en la plaza delante de la catedral de Velletri, 23 de septiembre de 2007 [en línea]. [fecha de consulta: 16 de septiembre de 2016]. Disponible en: <http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/homilies/2007/documents/hf_ben-xvi_hom_20070923_velletri.html>
[2] Cf. Nueva Biblia de Jerusalén, nota al pie de Lc 16,8.
[3] PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium 60.
[4] BENEDICTO XVI, Ibídem
[5] P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre 411.
[6] P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre 415.

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