La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

sábado, 16 de septiembre de 2017

El perdón cristiano

24° Domingo del tiempo durante el año – Ciclo A

Mt 18, 21 – 35

El perdón cristiano

Queridos hermanos y hermanas:

            El evangelio de hoy (Mt 18, 21-35) está íntimamente unido al del domingo anterior (Mt 18, 15-20). Así como el domingo anterior reflexionábamos sobre la “corrección fraterna”; hoy reflexionaremos sobre el “perdón cristiano”. ¿Dónde tiene su origen este perdón? ¿Qué lo caracteriza?

«¿Cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano?»

            El evangelio inicia cuando Pedro pregunta: «Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?» (Mt 18,21). Al mencionar la frase «hasta siete veces», Pedro quiere indicar su capacidad de ofrecer generosamente el perdón al hermano que lo ha ofendido.

Sin embargo, esta es una generosidad meramente aparente; pues, en el fondo nace de la pretensión de que son los otros los únicos que se equivocan y pecan contra nosotros. Por lo tanto nosotros simplemente perdonamos o disculpamos esas faltas desde una posición de superioridad moral.

            En el fondo, Pedro olvida que él mismo ha sido perdonado una y otra vez por parte de Aquel que en verdad es generoso en conceder el perdón. Esa auténtica generosidad en conceder el perdón por parte de Dios, está expresada bellamente en el salmo que dice:

«Bendice al Señor, alma mía, 

que todo mi ser bendiga a su santo Nombre;

bendice al Señor, alma mía, y nunca olvides sus beneficios.

El perdona todas tus culpas y cura todas tus dolencias.

No nos trata según nuestros pecados

ni nos paga conforme a nuestras culpas.» (Salmo 103, 3. 10).

Por lo tanto, una vez más Jesús necesita educar a sus discípulos y corregir su visión del perdón. Entonces el Señor relata la parábola conocida como “la parábola del servidor sin entrañas de misericordia” (Mt 18, 23 – 34).

«Señor, dame un plazo y te pagaré todo»

            La parábola nos presenta la situación de un servidor que ante el requerimiento de su señor, se encuentra incapaz de devolver lo que en justicia debe:

«El Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores. Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda. El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: "Señor, dame un plazo y te pagaré todo". El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda.» (Mt 18, 23-26).

El desvalimiento del servidor ante su señor es evidente; la deuda es tal que no puede pagarla y es condenado a ser vendido junto con su familia y todas sus posesiones. El servidor pide un plazo para pagar la deuda. Ante esta petición, su señor le responde con una generosidad inesperada: el rey no le concede un plazo para pagar la deuda –sabe que no posee los medios para hacerlo-, sino que le concede el perdón de su deuda, la cancela totalmente. «Cuanto dista el oriente del occidente, así aparta de nosotros nuestros pecados» (Salmo 103,12).

¡Cuánta alegría y cuánto alivio habrá experimentado este hombre en su corazón! Sin embargo, pareciera ser que pronto olvida esta alegría que brota del perdón misericordioso de su señor y no de su propio esfuerzo o mérito.

En la segunda parte de la parábola vemos con sorpresa y dolor que este mismo servidor es incapaz de misericordia con un compañero suyo –«No tiene piedad de un hombre semejante a él» (Eclesiástico 28,4)-; y, lo que es peor, no es capaz de perdonar una deuda mucho menor a la que le han perdonado a él:

«Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: "Págame lo que me debes". El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: "Dame un plazo y te pagaré la deuda". Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía.» (Mt 18, 28 – 30).

«¿No debías también tú tener compasión de tu compañero?»

            Con razón, «los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor» (Mt 18,31); y la reacción del rey es clara y aleccionadora: «¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti? E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía» (Mt 18,33-34). El Señor Jesús agrega: «Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos.» (Mt 18,35).

            La enseñanza es clara: «Perdona el agravio a tu prójimo y entonces, cuando ores, serán absueltos tus pecados» (Eclesiástico 28,2). Sin embargo vale la pena que nos detengamos a reflexionar en la misma. ¿Por qué se nos pide esta compasión, esta misericordia con nuestros hermanos?

Se nos pide misericordia simple y profundamente por dos razones. En primer lugar porque nosotros mismos hemos recibido misericordia. Y en segundo lugar porque día a día experimentamos nuestra propia miseria y necesidad de misericordia.

 Y aquí  es importante tomar conciencia del sentido de nuestras propias faltas y pecados. Muchas veces, sobre todo para las personas religiosas o idealistas, es doloroso experimentar el propio pecado y la propia miseria. Sin embargo, Dios en su sabiduría y misericordia permite que experimentemos cuán pequeños somos para que lleguemos a ser verdaderamente humildes; para que aprendamos a ser mansos de corazón y comprensivos con nuestros hermanos; para que seamos ágiles espiritualmente; y para que lo busquemos a Él de todo corazón.

Sin negar la realidad moral del pecado –que consiste en actuar libre y conscientemente en contra de lo que Dios nos propone en nuestra vida de alianza con Él-; debemos ver la dimensión pedagógica del mismo. Es decir, podemos aprender a ser más humanos y sinceramente religiosos si miramos nuestras faltas y pecados con sinceridad y en presencia de Dios. Las lecturas de hoy nos indican ese camino.

El pecado y la propia debilidad, cuando son reconocidos y asumidos, nos ayudan a ser compasivos con los demás; nos ayudan a ser mansos de corazón en el trato con los otros y nos ayudan a tener una mirada comprensiva. Con razón dice el papa Francisco que la “misericordia es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida.”[1]

Porque experimentamos con dolor nuestros propios límites y nuestros pecados; porque experimentamos con dolor que no vivimos plenamente según el ideal al que aspiramos; miramos la ofensa del hermano no con ira y venganza, sino con dolor y compasión. La debilidad de mi hermano me duele porque me causa sufrimiento, pero también porque él sufre con la cruz de su pecado, al igual que yo sufro con mi pecado.

Comprendemos entonces que el perdón cristiano tiene su origen no en nuestras propias fuerzas y méritos; sino en la misericordia que hemos recibido de Dios como un don para compartir. Por lo tanto, lo característico del perdón cristiano es la fuerza y la alegría de perdonar de todo corazón, porque nosotros hemos sido perdonados de todo corazón. Y esa experiencia de misericordia nos concede ser mansos, gentiles y tiernos con los demás. Anhelamos ternura, por eso regalamos la ternura que hemos recibido de Cristo.

Dirijámonos a María, Mater Misericordiae – Madre de la Misericordia; y pidámosle que sus “ojos misericordiosos (…) estén siempre vueltos hacia nosotros”[2] y que nos enseñe a recibir confiadamente el perdón de su Hijo para regalarlo humilde y generosamente a nuestros hermanos. Amén.



[1] PAPA FRANCISCO, Misericordiae Vultus, 1.
[2] PAPA FRANCISCO, Misericordia et misera, 22.

domingo, 10 de septiembre de 2017

Sobre la corrección fraterna

23° Domingo del tiempo durante el año – Ciclo A

Mt 18, 15 – 20

Sobre la corrección fraterna

Queridos hermanos y hermanas:

El evangelio de hoy (Mt 18, 15-20) nos habla de la “corrección fraterna”: «Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano» (Mt 18,15).

Ciertamente estamos siempre listos para corregir o señalar las faltas de las personas que nos rodean; pero esta actitud,  ¿es corrección fraterna o simple crítica que surge no del amor, sino de la envidia? ¿Cómo hacer la distinción?

«Ojalá hoy escuchen la voz del Señor»

Debemos mirar la primera lectura, tomada del Libro del Profeta Ezequiel (Ez 33, 7–9); allí encontraremos la clave para distinguir la verdadera corrección fraterna de la mera crítica o la envidia.

Según el texto, el Profeta ha recibido el siguiente encargo de parte de Dios: «A ti, hijo de hombre, yo te he puesto como centinela de la casa de Israel: cuando oigas una palabra de mi boca, tú les advertirás de mi parte» (Ez 33,7); eso significa que el primero en corregirnos es Dios mismo.

Por lo tanto, para corregir a un hermano tenemos que escuchar la palabra de Dios primero; sólo entonces seremos capaces de corregir verdaderamente a nuestros hermanos y hermanas. Y esto es así, porque la corrección no surge de nuestra envidia o de nuestras críticas; no surge de nuestras propias ideas o criterios; sino de la palabra de Dios.

Al constatar esto, sería bueno que cada uno de nosotros haga un breve examen de conciencia: “Cuando corrijo a un hermano o a una hermana; ¿De dónde surge esa corrección? ¿Nace de mi envidia o de mi escucha de la palabra de Dios?”.

Ahora entendemos por qué el salmo de este día reza: «Ojalá hoy escuchen la voz del Señor» (Salmo 95,7). Sólo un corazón lleno de la palabra de Dios puede verdaderamente corregir con amor y por amor.

«Si tu hermano peca»

Pienso que ahora estamos listos para comprender y poner en práctica las palabras de Jesús con respecto a la corrección fraterna.

En primer lugar, Jesús nos enseña a buscar el diálogo personal: «Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano» (Mt 18, 15). Ciertamente, este es un consejo claro, simple y sabio; pero muy difícil de poner en práctica. Lamentablemente, es muy común ver cómo la gente se critica entre sí sin buscar un diálogo personal, maduro y directo. Parece ser que preferimos el chisme al diálogo; la confrontación a la reconciliación. Ese no es el camino del Señor. Él siempre nos invita a crecer en el amor fraterno y en la responsabilidad mutua a través de un diálogo maduro y sincero.

Si el diálogo personal no funciona; nuestro Señor nos aconseja: «Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos» (Mt 18, 16). Esto significa que necesitamos buscar ayuda cuando el diálogo personal no funciona. Así nos damos cuenta de que el punto de vista de otra persona puede complementar nuestro propio punto de vista y enriquecer el diálogo de una manera constructiva.

Y finalmente, si este diálogo en común no funciona, el asunto debe ser llevado a la comunidad, a la Iglesia. ¿Por qué el Señor nos indica esto? Porque si realmente pertenecemos a una comunidad, entonces estamos vinculados por sus costumbres, sus leyes y su estilo de vida. La pertenencia a nuestra comunidad eclesial debe expresarse tanto en nuestra actitud como en nuestro estilo de vida concreto. Por lo tanto, la comunidad tiene el derecho y la responsabilidad de aconsejarnos y corregirnos si es necesario.

«Donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente»

Pero, una vez más, debemos recordar que el fundamento de la comunidad cristiana -y de sus decisiones- siempre debe ser Cristo: «También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos» (Mt 18, 19-20).

Por lo tanto, si la comunidad quiere corregir a sus miembros, ella misma tiene que ponerse en la presencia del Señor y escuchar su palabra. Una comunidad que escucha continuamente la Palabra de Dios es una comunidad que tendrá la capacidad de educar a sus miembros según los deseos de Dios y de acuerdo a un estilo de vida cristiano.

Precisamente el estilo de vida que nos propone san Pablo en su Carta a los Romanos: «Que la única deuda con los demás sea la del amor mutuo: el que ama al prójimo ya cumplió toda la Ley. El amor no hace mal al prójimo. Por lo tanto, el amor es la plenitud de la Ley» (Rm 13, 8.10).

Pidamos a nuestra querida Madre, Regina Caeli - Reina del Cielo, que nos eduque a cada uno de nosotros como miembros de una comunidad que refleje la presencia de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, tanto en la actitud como en la acción; lo hacemos diciendo:

“Haz que Cristo

brille en nosotros con mayor claridad;

Madre, únenos en comunidad santa;

danos constante prontitud para el sacrificio,

así como nos lo exige

           nuestra santa misión.”[1]Amén.



[1] P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre 194.

About fraternal correction

23rd Sunday of the Year (A)

Mt 18: 15 – 20

About fraternal correction

Dear brothers and sisters:

            Today´s gospel (Mt 18: 15 – 20) talks to us about “fraternal correction”: «If your brother sins against you, go and tell him his fault, between you and him alone. If he listen to you, you have gained your brother» (Mt 18:15).

            Certainly we are always ready to correct or signal the faults of the people around us; but is that fraternal correction or a simple critic that arises not from love but from envy? How to make the distinction?

«O that today you would listen to his voice!»

            We should look at the first reading –taken from the Book of the Prophet Ezekiel-; there we will find the key to distinguish real fraternal correction from mere critic or envy.

            According to the text, the Prophet has received the following order form God: «Wherever you hear a word from my mouth, you shall give them warning from me» (Ez 33:7); that means that the first one to correct us is God himself. Therefore in order to correct a brother we have to listen to the word of God first; only then are we capable of truly correct our brothers and sisters. And this is so because the correction arises not from our envy or critics; not from our own ideas or thoughts; but from the word of God.

Each one of us should make a personal examination: “When I correct a brother or a sister; from where does that correction arise? Does it arise from my envy or from the word of God?”

And now we understand why today´s psalm says: «O that today you would listen to his voice! Harden not your hearts» (Psalm 95: 7 – 8). Only a heart filled by the word of God can truly correct with love and out of love.

«If your brother sins against you»

            Now we are ready to understand and to put into practice Jesus’ words regarding fraternal correction.

            Firstly, He teaches us to look for personal dialogue: «If you brother sins against you, go and tell him his fault, between you and him alone» (Mt 18:15). Certainly, this is a very simple and wise advice; but very difficult to put into practice. Sadly, it is very common to see how people criticize each other without looking for personal, mature and direct dialogue. It seems we prefer gossip to dialogue; confrontation to reconciliation. That is not the way of the Lord. He invites us always to grown in fraternal love and mutual responsibility through mature and sincere dialogue.

            If personal dialogue does not work; our Lord advices us: «Take one or two along with you, that every word may be confirmed by the evidence of two or three witnesses» (Mt 18:16). That means that we need to ask for help when personal dialogue does not work. This allows us to realize that the point of view of another person can complement our own point of view and enrich the dialogue in a constructive way.

            And finally, if this does not work, the matter should be taken to the community, to the Church. Why does the Lord advices this to us? Because if we really belong to a community, it means that we are subjected to his customs, laws and style of life. The belonging to our community should express itself in our attitude and in our concrete way of life. Therefore the community has the right and the responsibility to advice us and to correct us if necessary.

«For where two or three are gathered in my name»

           
Crowning of the Virgin Mary.
San Zeno di Montagna, Italy.
June 2013.
But again, we should remember that the foundation of the Christian community –and its decisions- should always be Christ: «Again I say to you, if two of you agree on earth about anything they ask, it will be done for them by my Father in heaven. For where two or three are gathered in my name, there am I in the midst of them» (Mt 18: 19 – 20).

              Therefore if the community wants to correct its members, she too has to put herself in the presence of the Lord and listen to his words. A community that continually listens to the Word of God is a community that will have the ability to educate its members according to God´s wishes and in a Christian style of life; the style that Saint Paul proposes to us in the letter to the Romans: «Owe nothing to anyone, except to love one another; for the one who loves another has fulfilled the law. Love does no evil to the neighbor; hence, love is the fulfillment of the law» (Rom 13: 8. 10).

            Let us ask our Blessed Mother, Regina Caeli – Queen of Heaven, that she may educate each and every one of us as a community that reflects the presence of her Son, our Lord Jesus Christ, both, in attitude and action; we do so praying:

            “Mother, let Christ shine in us more brightly

            and join us together in holy community,

            always ready for the sacrifices

            our holy mission may demand of us”[1]. Amen.


[1] FR. JOSEPH KENTENICH, Heavenwards, Schoenstatt Office, Prime.

sábado, 2 de septiembre de 2017

«El que quiera venir detrás de mí»

22° Domingo del tiempo durante el año – Ciclo A

Mt 16, 21 – 27

«El que quiera venir detrás de mí»

Queridos hermanos y hermanas:

El texto evangélico de este domingo (Mt 16, 21 – 27) está en estrecha relación con el del domingo anterior (cf. Mt 16, 13 – 20). En efecto, la perícopa de hoy sigue inmediatamente a aquella que contiene la profesión de fe de Simón Pedro y la solemne declaración de Jesús respecto de la particular misión del apóstol: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia» (Mt 16,18).

Así, el domingo anterior meditábamos en cómo Jesús le había entregado tanta confianza y responsabilidad a Pedro. Decíamos que Jesús había hecho esto porque primeramente Pedro se había confiado totalmente a Él: porque Pedro creyó en Jesús y se entregó a Él; Jesús le confió su Iglesia.

Y sin embargo, el pasaje de hoy parece ser una negación de la confianza de Jesús en Pedro. Luego de que Jesús anuncia su pasión, «Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: «Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá». Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».» (Mt 16, 22 – 23). ¿Cómo comprender las duras palabras que el Señor le dirige a Pedro? ¿Cuál es el sentido de las mismas?

«¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás!»

            Luego de que Jesús acepta la profesión de fe de Pedro; luego de que acepta ser llamado y reconocido por sus discípulos como «Mesías, Hijo de Dios vivo» (cf. Mt 16,16); el Señor explica a los suyos en qué consiste su identidad y misión mesiánica: «Desde aquel día, Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día» (Mt 16,21).

            Jesús sabe que sus discípulos –como hombres de su tiempo y de su cultura- participan de las múltiples expectativas mesiánicas que anidaban en el alma del pueblo israelita. Algunos esperaban un mesías político que liberase a Israel del yugo romano; otros esperaban un mesías legalista que interpretaría la Ley de Moisés de forma tajante para excluir a los pecadores de la comunidad religiosa del pueblo. Y así, cada grupo social y religioso al interior del judaísmo se hacía una imagen propia del Mesías esperado, una imagen a la medida de sus anhelos y expectativas.

            Cuando Pedro dice a Jesús: «Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá» (Mt 16,22) en referencia al anuncio del sufrimiento, la muerte y la resurrección; vemos que a Pedro le cuesta aceptar la imagen de un Mesías sufriente; un Mesías rechazado por las autoridades del pueblo; un Mesías, que según los criterios humanos, ha fracasado.

            Este rechazo del sufrimiento y del fracaso es comprensible, y podríamos decir que es normal y esperable. Tal vez, confrontados con esa situación, nosotros responderíamos de la misma manera que Pedro. ¿Qué expectativas tenemos nosotros de Jesús como Mesías? ¿Qué imagen tenemos de Él en nuestros anhelos y deseos? ¿Cuál es nuestra reacción ante la cruz del sufrimiento y del fracaso?

            La respuesta del Señor a Pedro es inesperadamente dura: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás!» (Mt 16,23). ¿Por qué reacción así el Señor? Jesús sabe que debe educar a sus discípulos, y a veces, debe hacerlo duramente para que comprendan en profundidad lo que significa el camino cristiano.

            En efecto, en la dureza de las palabras del Señor hay una invitación a seguirlo de forma nueva, radical y madura. Jesús no rechaza a Pedro, no le retira su confianza, sino que con claridad le hace ver que sus «pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres» (Mt 16,23); y, por lo tanto, Pedro tendrá que retirarse y ponerse detrás del Señor; Pedro debe seguir al Señor, no intentar guiarlo.

            También, a lo largo de nuestra vida, muchas veces somos educados de forma dura y severa por Jesús; pero lo hace porque nos ama, porque toma en serio su misión de Maestro nuestro, y porque quiere conducirnos a la plenitud de vida a la que nos llama. Si vivimos con fe esas situaciones, “permanecemos tranquilos cuando Dios quiere formarnos como instrumentos para la redención del mundo”.[1]     

«El que quiera venir detrás de mí»

            ¿En qué consiste el camino de seguimiento a Jesús, el camino de seguimiento de cada cristiano? El Señor lo expresa de forma clara y sincera: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (Mt 16,24).

           
La mano de Cristo glorificado se encuentra 
con la mano de Pedro crucificado. Detalle.
Capilla de la Nunciatura Apostólica.
Damasco, Siria. Febrero 2004.
«El que quiera venir detrás de mí». En primer lugar se trata de una invitación. Jesús no nos obliga a seguirlo, a aceptarlo como Maestro y Salvador. Nos invita. Y la invitación del Señor está dirigida a nuestra libertad. Es cierto que de alguna manera, como dice el profeta Jeremías, el Señor nos seduce (cf. Jeremías 20,7) con la belleza de la vida que nos propone; pero, siempre deja espacio a nuestra voluntad para que libremente nos decidamos por Él. Y no puede ser de otra manera, ya que el amor no se una imposición sino más bien una decisión.

            «Que renuncie a sí mismo». Seguir a Jesús implica renunciar a nosotros mismos, renunciar  a guiarnos exclusivamente por nuestros criterios e ideas. Se trata de asumir los criterios de Jesús y su estilo de vida. Pero sobre todo, se trata de renunciar a nuestro egoísmo y a nuestra pretensión de estar siempre en primer lugar y en el centro de todo. El que ama fácilmente se olvida de sí mismo, pues en el centro de su vida y de su corazón está el Amado.

            «Que cargue con su cruz y me siga». Y este seguimiento por amor no está exento de cruz. De hecho, el mismo Jesús hizo el via crucis durante su vida, por lo tanto, también nosotros andaremos el camino de la cruz. Pero lo haremos confortados por la confianza de que al cargar  nuestras propias cruces con fe, el Señor nos ayuda a cargarlas. Al unirnos a Él en el camino de la cruz, sabemos que nuestras cruces participan de la fecundidad de su cruz, de su entrega por amor.   

«El que pierda su vida a causa de mí, la encontrará»

            Finalmente, el camino de seguimiento de Jesús consiste en un perdernos a nosotros mismos en Cristo, para en Él, encontrar nuestro ser más auténtico. Sí, cuando de verdad empezamos a seguirle a Él en nuestras decisiones más íntimas; cuando de verdad comenzamos a seguirlo a Él imitando sus sentimientos, palabras y gestos; perdemos nuestro egoísmo, perdemos nuestras seguridades humanas y a veces, incluso, nuestro poder. Pero entonces, ganamos en autenticidad, en humildad y en confianza filial ante Dios; entonces encontramos la vida, la vida en plenitud.

            Pedro necesitó perseverar en el camino del seguimiento de Jesús, muchas veces tropezó en el camino, pero con humildad y confianza se dejó levantar por Cristo. Por el Evangelio según san Juan sabemos que en el final de su vida terrena, Pedro pudo seguir plenamente a su Maestro en el camino de la cruz y de la resurrección: «“Te aseguro que cuando eras joven tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras”. De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: “Sígueme”» (Jn 21, 18 – 19).
   
              También nosotros queremos aprender a seguir a Jesús; también nosotros queremos 
“ponernos detrás de Él” para caminar como Él y por los caminos que Él quiera señalarnos, sabiendo que siempre nos guiará hacia la vida plena. Por eso, unidos a María, Madre de los discípulos de Cristo, rezamos con los labios y el corazón:

            “Mi Señor y mi Dios,

            toma todo lo que me ata,

            cuanto disminuye mi fuerte amor por ti;

            dame todo lo que acreciente el amor por ti

            y, si estorba al amor, quítame mi propio yo. Amén.”[2]



[1] P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre 345.
[2] P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre 392.