La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

sábado, 2 de septiembre de 2017

«El que quiera venir detrás de mí»

22° Domingo del tiempo durante el año – Ciclo A

Mt 16, 21 – 27

«El que quiera venir detrás de mí»

Queridos hermanos y hermanas:

El texto evangélico de este domingo (Mt 16, 21 – 27) está en estrecha relación con el del domingo anterior (cf. Mt 16, 13 – 20). En efecto, la perícopa de hoy sigue inmediatamente a aquella que contiene la profesión de fe de Simón Pedro y la solemne declaración de Jesús respecto de la particular misión del apóstol: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia» (Mt 16,18).

Así, el domingo anterior meditábamos en cómo Jesús le había entregado tanta confianza y responsabilidad a Pedro. Decíamos que Jesús había hecho esto porque primeramente Pedro se había confiado totalmente a Él: porque Pedro creyó en Jesús y se entregó a Él; Jesús le confió su Iglesia.

Y sin embargo, el pasaje de hoy parece ser una negación de la confianza de Jesús en Pedro. Luego de que Jesús anuncia su pasión, «Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: «Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá». Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».» (Mt 16, 22 – 23). ¿Cómo comprender las duras palabras que el Señor le dirige a Pedro? ¿Cuál es el sentido de las mismas?

«¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás!»

            Luego de que Jesús acepta la profesión de fe de Pedro; luego de que acepta ser llamado y reconocido por sus discípulos como «Mesías, Hijo de Dios vivo» (cf. Mt 16,16); el Señor explica a los suyos en qué consiste su identidad y misión mesiánica: «Desde aquel día, Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día» (Mt 16,21).

            Jesús sabe que sus discípulos –como hombres de su tiempo y de su cultura- participan de las múltiples expectativas mesiánicas que anidaban en el alma del pueblo israelita. Algunos esperaban un mesías político que liberase a Israel del yugo romano; otros esperaban un mesías legalista que interpretaría la Ley de Moisés de forma tajante para excluir a los pecadores de la comunidad religiosa del pueblo. Y así, cada grupo social y religioso al interior del judaísmo se hacía una imagen propia del Mesías esperado, una imagen a la medida de sus anhelos y expectativas.

            Cuando Pedro dice a Jesús: «Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá» (Mt 16,22) en referencia al anuncio del sufrimiento, la muerte y la resurrección; vemos que a Pedro le cuesta aceptar la imagen de un Mesías sufriente; un Mesías rechazado por las autoridades del pueblo; un Mesías, que según los criterios humanos, ha fracasado.

            Este rechazo del sufrimiento y del fracaso es comprensible, y podríamos decir que es normal y esperable. Tal vez, confrontados con esa situación, nosotros responderíamos de la misma manera que Pedro. ¿Qué expectativas tenemos nosotros de Jesús como Mesías? ¿Qué imagen tenemos de Él en nuestros anhelos y deseos? ¿Cuál es nuestra reacción ante la cruz del sufrimiento y del fracaso?

            La respuesta del Señor a Pedro es inesperadamente dura: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás!» (Mt 16,23). ¿Por qué reacción así el Señor? Jesús sabe que debe educar a sus discípulos, y a veces, debe hacerlo duramente para que comprendan en profundidad lo que significa el camino cristiano.

            En efecto, en la dureza de las palabras del Señor hay una invitación a seguirlo de forma nueva, radical y madura. Jesús no rechaza a Pedro, no le retira su confianza, sino que con claridad le hace ver que sus «pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres» (Mt 16,23); y, por lo tanto, Pedro tendrá que retirarse y ponerse detrás del Señor; Pedro debe seguir al Señor, no intentar guiarlo.

            También, a lo largo de nuestra vida, muchas veces somos educados de forma dura y severa por Jesús; pero lo hace porque nos ama, porque toma en serio su misión de Maestro nuestro, y porque quiere conducirnos a la plenitud de vida a la que nos llama. Si vivimos con fe esas situaciones, “permanecemos tranquilos cuando Dios quiere formarnos como instrumentos para la redención del mundo”.[1]     

«El que quiera venir detrás de mí»

            ¿En qué consiste el camino de seguimiento a Jesús, el camino de seguimiento de cada cristiano? El Señor lo expresa de forma clara y sincera: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (Mt 16,24).

           
La mano de Cristo glorificado se encuentra 
con la mano de Pedro crucificado. Detalle.
Capilla de la Nunciatura Apostólica.
Damasco, Siria. Febrero 2004.
«El que quiera venir detrás de mí». En primer lugar se trata de una invitación. Jesús no nos obliga a seguirlo, a aceptarlo como Maestro y Salvador. Nos invita. Y la invitación del Señor está dirigida a nuestra libertad. Es cierto que de alguna manera, como dice el profeta Jeremías, el Señor nos seduce (cf. Jeremías 20,7) con la belleza de la vida que nos propone; pero, siempre deja espacio a nuestra voluntad para que libremente nos decidamos por Él. Y no puede ser de otra manera, ya que el amor no se una imposición sino más bien una decisión.

            «Que renuncie a sí mismo». Seguir a Jesús implica renunciar a nosotros mismos, renunciar  a guiarnos exclusivamente por nuestros criterios e ideas. Se trata de asumir los criterios de Jesús y su estilo de vida. Pero sobre todo, se trata de renunciar a nuestro egoísmo y a nuestra pretensión de estar siempre en primer lugar y en el centro de todo. El que ama fácilmente se olvida de sí mismo, pues en el centro de su vida y de su corazón está el Amado.

            «Que cargue con su cruz y me siga». Y este seguimiento por amor no está exento de cruz. De hecho, el mismo Jesús hizo el via crucis durante su vida, por lo tanto, también nosotros andaremos el camino de la cruz. Pero lo haremos confortados por la confianza de que al cargar  nuestras propias cruces con fe, el Señor nos ayuda a cargarlas. Al unirnos a Él en el camino de la cruz, sabemos que nuestras cruces participan de la fecundidad de su cruz, de su entrega por amor.   

«El que pierda su vida a causa de mí, la encontrará»

            Finalmente, el camino de seguimiento de Jesús consiste en un perdernos a nosotros mismos en Cristo, para en Él, encontrar nuestro ser más auténtico. Sí, cuando de verdad empezamos a seguirle a Él en nuestras decisiones más íntimas; cuando de verdad comenzamos a seguirlo a Él imitando sus sentimientos, palabras y gestos; perdemos nuestro egoísmo, perdemos nuestras seguridades humanas y a veces, incluso, nuestro poder. Pero entonces, ganamos en autenticidad, en humildad y en confianza filial ante Dios; entonces encontramos la vida, la vida en plenitud.

            Pedro necesitó perseverar en el camino del seguimiento de Jesús, muchas veces tropezó en el camino, pero con humildad y confianza se dejó levantar por Cristo. Por el Evangelio según san Juan sabemos que en el final de su vida terrena, Pedro pudo seguir plenamente a su Maestro en el camino de la cruz y de la resurrección: «“Te aseguro que cuando eras joven tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras”. De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: “Sígueme”» (Jn 21, 18 – 19).
   
              También nosotros queremos aprender a seguir a Jesús; también nosotros queremos 
“ponernos detrás de Él” para caminar como Él y por los caminos que Él quiera señalarnos, sabiendo que siempre nos guiará hacia la vida plena. Por eso, unidos a María, Madre de los discípulos de Cristo, rezamos con los labios y el corazón:

            “Mi Señor y mi Dios,

            toma todo lo que me ata,

            cuanto disminuye mi fuerte amor por ti;

            dame todo lo que acreciente el amor por ti

            y, si estorba al amor, quítame mi propio yo. Amén.”[2]



[1] P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre 345.
[2] P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre 392.

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