22° Domingo del tiempo
durante el año – Ciclo A
Mt
16, 21 – 27
«El que quiera venir
detrás de mí»
Queridos hermanos y
hermanas:
El
texto evangélico de este domingo (Mt
16, 21 – 27) está en estrecha relación con el del domingo anterior (cf. Mt 16, 13 – 20). En efecto, la perícopa
de hoy sigue inmediatamente a aquella que contiene la profesión de fe de Simón
Pedro y la solemne declaración de Jesús respecto de la particular misión del
apóstol: «Tú eres Pedro, y sobre esta
piedra edificaré mi iglesia» (Mt
16,18).
Así,
el domingo anterior meditábamos en cómo Jesús le había entregado tanta
confianza y responsabilidad a Pedro. Decíamos que Jesús había hecho esto porque
primeramente Pedro se había confiado totalmente a Él: porque Pedro creyó en
Jesús y se entregó a Él; Jesús le confió su Iglesia.
Y
sin embargo, el pasaje de hoy parece ser una negación de la confianza de Jesús
en Pedro. Luego de que Jesús anuncia su pasión, «Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: «Dios no lo
permita, Señor, eso no sucederá». Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro:
«¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus
pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».» (Mt 16, 22 – 23). ¿Cómo comprender las
duras palabras que el Señor le dirige a Pedro? ¿Cuál es el sentido de las
mismas?
«¡Retírate,
ve detrás de mí, Satanás!»
Luego de que Jesús acepta la profesión de fe de Pedro;
luego de que acepta ser llamado y reconocido por sus discípulos como «Mesías, Hijo de Dios vivo» (cf. Mt 16,16); el Señor explica a los suyos
en qué consiste su identidad y misión mesiánica: «Desde aquel día, Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir
a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y
de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día»
(Mt 16,21).
Jesús sabe que sus discípulos –como hombres de su tiempo
y de su cultura- participan de las múltiples expectativas mesiánicas que
anidaban en el alma del pueblo israelita. Algunos esperaban un mesías político
que liberase a Israel del yugo romano; otros esperaban un mesías legalista que
interpretaría la Ley de Moisés de
forma tajante para excluir a los pecadores de la comunidad religiosa del
pueblo. Y así, cada grupo social y religioso al interior del judaísmo se hacía
una imagen propia del Mesías esperado, una imagen a la medida de sus anhelos y
expectativas.
Cuando Pedro dice a Jesús: «Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá» (Mt 16,22) en referencia al anuncio del sufrimiento, la muerte y la
resurrección; vemos que a Pedro le cuesta aceptar la imagen de un Mesías
sufriente; un Mesías rechazado por las autoridades del pueblo; un Mesías, que
según los criterios humanos, ha fracasado.
Este rechazo del sufrimiento y del fracaso es
comprensible, y podríamos decir que es normal y esperable. Tal vez,
confrontados con esa situación, nosotros responderíamos de la misma manera que
Pedro. ¿Qué expectativas tenemos nosotros de Jesús como Mesías? ¿Qué imagen
tenemos de Él en nuestros anhelos y deseos? ¿Cuál es nuestra reacción ante la
cruz del sufrimiento y del fracaso?
La respuesta del Señor a Pedro es inesperadamente dura: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás!» (Mt 16,23). ¿Por qué reacción así el
Señor? Jesús sabe que debe educar a sus discípulos, y a veces, debe hacerlo
duramente para que comprendan en profundidad lo que significa el camino
cristiano.
En efecto, en la dureza de las palabras del Señor hay una
invitación a seguirlo de forma nueva, radical y madura. Jesús no rechaza a
Pedro, no le retira su confianza, sino que con claridad le hace ver que sus «pensamientos no son los de Dios, sino los
de los hombres» (Mt 16,23); y,
por lo tanto, Pedro tendrá que retirarse y ponerse detrás del Señor; Pedro debe
seguir al Señor, no intentar guiarlo.
También, a lo largo de nuestra vida, muchas veces somos
educados de forma dura y severa por Jesús; pero lo hace porque nos ama, porque
toma en serio su misión de Maestro nuestro, y porque quiere conducirnos a la
plenitud de vida a la que nos llama. Si vivimos con fe esas situaciones,
“permanecemos tranquilos cuando Dios quiere formarnos como instrumentos para la
redención del mundo”.[1]
«El
que quiera venir detrás de mí»
¿En qué consiste el camino de seguimiento a Jesús, el
camino de seguimiento de cada cristiano? El Señor lo expresa de forma clara y
sincera: «El que quiera venir detrás de
mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (Mt 16,24).
La mano de Cristo glorificado se encuentra con la mano de Pedro crucificado. Detalle. Capilla de la Nunciatura Apostólica. Damasco, Siria. Febrero 2004. |
«Que renuncie a sí mismo».
Seguir a Jesús implica renunciar a nosotros mismos, renunciar a guiarnos exclusivamente por nuestros
criterios e ideas. Se trata de asumir los criterios de Jesús y su estilo de
vida. Pero sobre todo, se trata de renunciar a nuestro egoísmo y a nuestra
pretensión de estar siempre en primer lugar y en el centro de todo. El que ama
fácilmente se olvida de sí mismo, pues en el centro de su vida y de su corazón
está el Amado.
«Que cargue con su cruz y me siga». Y
este seguimiento por amor no está exento de cruz. De hecho, el mismo Jesús hizo
el via crucis durante su vida, por lo
tanto, también nosotros andaremos el camino de la cruz. Pero lo haremos
confortados por la confianza de que al cargar
nuestras propias cruces con fe, el Señor nos ayuda a cargarlas. Al
unirnos a Él en el camino de la cruz, sabemos que nuestras cruces participan de
la fecundidad de su cruz, de su entrega por amor.
«El
que pierda su vida a causa de mí, la encontrará»
Finalmente, el camino de seguimiento de Jesús consiste en
un perdernos a nosotros mismos en Cristo, para en Él, encontrar nuestro ser más
auténtico. Sí, cuando de verdad empezamos a seguirle a Él en nuestras
decisiones más íntimas; cuando de verdad comenzamos a seguirlo a Él imitando
sus sentimientos, palabras y gestos; perdemos nuestro egoísmo, perdemos nuestras
seguridades humanas y a veces, incluso, nuestro poder. Pero entonces, ganamos
en autenticidad, en humildad y en confianza filial ante Dios; entonces
encontramos la vida, la vida en plenitud.
Pedro
necesitó perseverar en el camino del seguimiento de Jesús, muchas veces tropezó
en el camino, pero con humildad y confianza se dejó levantar por Cristo. Por el
Evangelio según san Juan sabemos que en
el final de su vida terrena, Pedro pudo seguir plenamente a su Maestro en el
camino de la cruz y de la resurrección: «“Te aseguro
que cuando eras joven tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando
seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no
quieras”. De esta
manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de
hablar así, le dijo: “Sígueme”»
(Jn 21, 18 – 19).
También nosotros queremos aprender a seguir a Jesús;
también nosotros queremos
“ponernos detrás de Él” para caminar como Él y por
los caminos que Él quiera señalarnos, sabiendo que siempre nos guiará hacia la
vida plena. Por eso, unidos a María, Madre
de los discípulos de Cristo, rezamos con los labios y el corazón:
“Mi Señor y mi
Dios,
toma
todo lo que me ata,
cuanto
disminuye mi fuerte amor por ti;
dame
todo lo que acreciente el amor por ti
y,
si estorba al amor, quítame mi propio yo. Amén.”[2]
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