23° Domingo del tiempo
durante el año – Ciclo A
Mt
18, 15 – 20
Sobre la corrección
fraterna
Queridos hermanos y
hermanas:
El
evangelio de hoy (Mt 18, 15-20) nos
habla de la “corrección fraterna”: «Si tu
hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu
hermano» (Mt 18,15).
Ciertamente
estamos siempre listos para corregir o señalar las faltas de las personas que
nos rodean; pero esta actitud, ¿es corrección
fraterna o simple crítica que surge no del amor, sino de la envidia? ¿Cómo
hacer la distinción?
«Ojalá
hoy escuchen la voz del Señor»
Debemos
mirar la primera lectura, tomada del Libro
del Profeta Ezequiel (Ez 33, 7–9);
allí encontraremos la clave para distinguir la verdadera corrección fraterna de
la mera crítica o la envidia.
Según
el texto, el Profeta ha recibido el siguiente encargo de parte de Dios: «A ti, hijo de hombre, yo te he puesto como
centinela de la casa de Israel: cuando oigas una palabra de mi boca, tú les
advertirás de mi parte» (Ez 33,7);
eso significa que el primero en corregirnos es Dios mismo.
Por
lo tanto, para corregir a un hermano tenemos que escuchar la palabra de Dios
primero; sólo entonces seremos capaces de corregir verdaderamente a nuestros
hermanos y hermanas. Y esto es así, porque la corrección no surge de nuestra
envidia o de nuestras críticas; no surge de nuestras propias ideas o criterios;
sino de la palabra de Dios.
Al
constatar esto, sería bueno que cada uno de nosotros haga un breve examen de
conciencia: “Cuando corrijo a un hermano o a una hermana; ¿De dónde surge esa
corrección? ¿Nace de mi envidia o de mi escucha de la palabra de Dios?”.
Ahora
entendemos por qué el salmo de este día reza: «Ojalá hoy escuchen la voz del Señor» (Salmo 95,7). Sólo un corazón lleno de la palabra de Dios puede
verdaderamente corregir con amor y por amor.
«Si
tu hermano peca»
Pienso
que ahora estamos listos para comprender y poner en práctica las palabras de
Jesús con respecto a la corrección fraterna.
En
primer lugar, Jesús nos enseña a buscar el diálogo personal: «Si tu hermano peca, ve y corrígelo en
privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano» (Mt 18, 15). Ciertamente, este es un consejo claro, simple y sabio;
pero muy difícil de poner en práctica. Lamentablemente, es muy común ver cómo
la gente se critica entre sí sin buscar un diálogo personal, maduro y directo.
Parece ser que preferimos el chisme al diálogo; la confrontación a la
reconciliación. Ese no es el camino del Señor. Él siempre nos invita a crecer
en el amor fraterno y en la responsabilidad mutua a través de un diálogo maduro
y sincero.
Si
el diálogo personal no funciona; nuestro Señor nos aconseja: «Si no te escucha, busca una o dos personas
más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos»
(Mt 18, 16). Esto significa que
necesitamos buscar ayuda cuando el diálogo personal no funciona. Así nos damos
cuenta de que el punto de vista de otra persona puede complementar nuestro
propio punto de vista y enriquecer el diálogo de una manera constructiva.
Y
finalmente, si este diálogo en común no funciona, el asunto debe ser llevado a
la comunidad, a la Iglesia. ¿Por qué el Señor nos indica esto? Porque si
realmente pertenecemos a una comunidad, entonces estamos vinculados por sus
costumbres, sus leyes y su estilo de vida. La pertenencia a nuestra comunidad eclesial
debe expresarse tanto en nuestra actitud como en nuestro estilo de vida
concreto. Por lo tanto, la comunidad tiene el derecho y la responsabilidad de aconsejarnos
y corregirnos si es necesario.
«Donde hay dos o tres
reunidos en mi Nombre, yo estoy presente»
Pero, una vez más, debemos
recordar que el fundamento de la comunidad cristiana -y de sus decisiones-
siempre debe ser Cristo: «También les
aseguro que si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre
que está en el cielo se lo concederá. Porque donde hay dos o tres reunidos en
mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos» (Mt 18, 19-20).
Por lo tanto, si la comunidad
quiere corregir a sus miembros, ella misma tiene que ponerse en la presencia
del Señor y escuchar su palabra. Una comunidad que escucha continuamente la
Palabra de Dios es una comunidad que tendrá la capacidad de educar a sus
miembros según los deseos de Dios y de acuerdo a un estilo de vida cristiano.
Precisamente el estilo de
vida que nos propone san Pablo en su Carta
a los Romanos: «Que la única deuda
con los demás sea la del amor mutuo: el que ama al prójimo ya cumplió toda la
Ley. El amor no hace mal al prójimo. Por lo tanto, el amor es la plenitud de la
Ley» (Rm 13, 8.10).
Pidamos a nuestra querida
Madre, Regina Caeli - Reina del Cielo,
que nos eduque a cada uno de nosotros como miembros de una comunidad que
refleje la presencia de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, tanto en la actitud
como en la acción; lo hacemos diciendo:
“Haz
que Cristo
brille
en nosotros con mayor claridad;
Madre,
únenos en comunidad santa;
danos
constante prontitud para el sacrificio,
así
como nos lo exige
nuestra santa misión.”[1]Amén.
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