La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

viernes, 10 de noviembre de 2017

El aceite del amor y la lámpara de la fe

32° Domingo del tiempo durante el año – Ciclo A

Mt 25, 1 – 13

El aceite del amor y la lámpara de la fe
Queridos hermanos y hermanas:

            En la proclamación del Evangelio hemos escuchado “una célebre parábola, que habla de diez muchachas invitadas a una fiesta de bodas, símbolo del reino de los cielos, de la vida eterna (cf. Mt 25, 1-13)”.[1] En esta parábola se nos dice que «cinco de ellas eran necias y cinco prudentes» (Mt 25,2). Además se nos dice que las jóvenes prudentes pudieron entrar con el esposo a la sala nupcial, mientras que las necias quedaron fuera (cf. Mt 25, 10-12).

¿Qué significa esta parábola? ¿Cuál es el sentido de las imágines que Jesús utiliza en este relato? ¿Cómo podemos aplicar su enseñanza a nuestra vida?

«Diez jóvenes fueron con sus lámparas al encuentro del esposo»

            Para comprender mejor esta parábola es bueno que tomemos conciencia de que la Liturgia de la Palabra a punta ya hacia el final del año litúrgico. Celebramos hoy el 32° Domingo del tiempo durante el año; eso significa que en un par de domingos el año litúrgico llega a su fin con la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo. Por ello, se nos invita a mirar hacia el final del tiempo, el final de la historia, cuando Jesucristo “vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos”.[2]

            Así, la parábola de “las diez jóvenes” es una invitación a mirar nuestra vida cristiana, evaluarla y ponerla en la perspectiva del encuentro definitivo con el Señor Jesús.

            En ese sentido, así como las diez jóvenes «fueron con sus lámparas al encuentro del esposo» (Mt 25,1), también nosotros estamos llamados a ir al encuentro de Jesús en el día a día. Salimos a su encuentro a través de la oración personal diaria, la lectura orante del Evangelio, la celebración de los sacramentos en comunidad y el servicio generoso a los hermanos en el apostolado.

            Todos estamos en camino hacia el encuentro con Jesús, que también viene hacia nosotros “en cada hombre y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y para que demos testimonio por el amor de la espera dichosa de su reino”.[3]

            Sin embargo, a veces, en este caminar esperanzado hacia el Señor nos distraemos. Precisamente de eso trata esta parábola. El texto señala la oposición entre las jóvenes necias y las jóvenes prudentes; entre los cristianos necios y los cristianos prudentes.

            ¿Quién es quién? “Son prudentes los que oyen y ponen por obra las palabras del Evangelio, son necios los que oyen las palabras, pero no proceden de acuerdo con ellas. Unas jóvenes traen consigo el aceite, las otras sólo traen vasijas vacías. El aceite es el Evangelio realizado en la vida.”[4]     

«Mientras tanto, llegó el esposo»

            Tal vez, nos llama la atención la actitud de las jóvenes prudentes ante el pedido de las jóvenes necias: «“¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?”. Pero éstas les respondieron. “No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado”.» (Mt 25, 8-9).

            ¿No deberían haber compartido el aceite necesario para encender las lámparas? ¿No es egoísta la actitud de las jóvenes prudentes? ¿Por qué no pueden compartir su aceite? “San Agustín (cf. Discursos 93, 4) y otros autores antiguos leen en él un símbolo del amor, que no se puede comprar, sino que se recibe como don, se conserva en lo más íntimo y se practica en las obras.”[5]

           
Las vírgenes prudentes. Detalle. Mosaico.
Basílica de Santa María en Trastevere, Roma. 
El aceite que mantiene encendida la lámpara de la fe es el amor que se recibe como don en el encuentro personal con Jesucristo; se conserva en lo íntimo del corazón y se cultiva y demuestra con las obras de misericordia. Por eso, este aceite del amor es intransferible. Cada acto personal y libre de amor forma y ensancha el corazón del cual nace; y así también, cada acto de egoísmo deja una huella en el corazón y lo va empequeñeciendo y oscureciendo.     

Las jóvenes que tienen aceite en sus lámparas son llamadas prudentes porque con sabiduría supieron “aprovechar la vida mortal para realizar obras de misericordia”.[6] En cambio las llamadas necias han “malgastado tiempo y oportunidades”[7] de hacer el bien a los demás y así ensanchar sus corazones y multiplicar el aceite del amor. El amor está siempre atento a los demás; el egoísmo nos distrae y fija nuestra mirada sólo en nosotros mismos.

«Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora»

            Al no haber estado preparadas, los jóvenes necias deben ir al mercado a buscar este aceite, pero «mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta. Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: “Señor, Señor, ábrenos”. Pero él respondió: “Les aseguro que no las conozco”.» (Mt 25, 10-12).

            El egoísmo nos centra en nosotros mismos y nos hace indiferentes a los demás y por lo tanto incapaces de percibir la llegada del Señor. Muchas veces nuestra conciencia se aísla, adormece o distrae por la dinámica de consumo en la que vivimos y por la búsqueda enfermiza de placeres superficiales.[8] Malgastamos el aceite del amor en la búsqueda insaciable y estéril del propio yo.  Así, “cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien.”[9]

            Por eso, al escuchar hoy la advertencia de Jesús: «Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora» (Mt 25,13); queremos renovarnos en nuestra decisión por responder a su amor con nuestro amor; queremos volver a decidirnos por hacer lo ordinario de cada día de forma extraordinaria, y así, custodiar el aceite del amor que alimenta la lámpara de la fe.

            A María, Virgo prudens – Virgen prudente, le pedimos que nos eduque en el amor cotidiano que alimenta la fe y le decimos:

            “Transforma todo mi ser

            en tabernáculo predilecto de la Trinidad,

            donde siempre arda una lámpara perpetua

            y nunca se apague el fuego del amor.”[10] Amén.


[1] BENEDICTO XVI, Ángelus, domingo 6 de noviembre de 2011 [en línea]. [fecha de consulta: 10 de noviembre de 2017]. Disponible en: <https://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/angelus/2011/documents/hf_ben-xvi_ang_20111106.html>
[2] Credo Niceno-Constantinopolitano
[3] MISAL ROMANO, Prefacio de Adviento II. Cristo, Señor y Juez de la historia.
[4] W. TRILLING, El Evangelio según san Mateo. Tomo segundo (Editorial Herder, Barcelona 1980), 283.
[5] BENEDICTO XVI, Ángelus, domingo 6 de noviembre de 2011.
[6] BENEDICTO XVI, Ibídem.
[7] Cf. P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre 370.
[8] Cf. PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium, 2.
[9] PAPA FRANCISCO, Ibídem.
[10] Cf. P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre 640.

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