32° Domingo del tiempo
durante el año – Ciclo A
Mt
25, 1 – 13
El aceite del amor y la
lámpara de la fe
Queridos hermanos y
hermanas:
En la proclamación del Evangelio hemos escuchado “una célebre parábola, que habla de diez
muchachas invitadas a una fiesta de bodas, símbolo del reino de los cielos, de
la vida eterna (cf. Mt 25, 1-13)”.[1]
En esta parábola se nos dice que «cinco
de ellas eran necias y cinco prudentes» (Mt 25,2). Además se nos dice que las jóvenes prudentes pudieron
entrar con el esposo a la sala nupcial, mientras que las necias quedaron fuera
(cf. Mt 25, 10-12).
¿Qué
significa esta parábola? ¿Cuál es el sentido de las imágines que Jesús utiliza
en este relato? ¿Cómo podemos aplicar su enseñanza a nuestra vida?
«Diez jóvenes fueron con
sus lámparas al encuentro del esposo»
Para comprender mejor esta parábola es bueno que tomemos
conciencia de que la Liturgia de la
Palabra a punta ya hacia el final del año litúrgico. Celebramos hoy el 32° Domingo del tiempo durante el año;
eso significa que en un par de domingos el año litúrgico llega a su fin con la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo.
Por ello, se nos invita a mirar hacia el final del tiempo, el final de la
historia, cuando Jesucristo “vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos”.[2]
Así, la parábola de “las diez jóvenes” es una invitación
a mirar nuestra vida cristiana, evaluarla y ponerla en la perspectiva del
encuentro definitivo con el Señor Jesús.
En ese sentido, así como las diez jóvenes «fueron con sus lámparas al encuentro del
esposo» (Mt 25,1), también
nosotros estamos llamados a ir al encuentro de Jesús en el día a día. Salimos a
su encuentro a través de la oración personal diaria, la lectura orante del Evangelio, la celebración de los
sacramentos en comunidad y el servicio generoso a los hermanos en el
apostolado.
Todos estamos en camino hacia el encuentro con Jesús, que
también viene hacia nosotros “en cada hombre y en cada acontecimiento, para que
lo recibamos en la fe y para que demos testimonio por el amor de la espera
dichosa de su reino”.[3]
Sin embargo, a veces, en este caminar esperanzado hacia
el Señor nos distraemos. Precisamente de eso trata esta parábola. El texto
señala la oposición entre las jóvenes necias y las jóvenes prudentes; entre los
cristianos necios y los cristianos prudentes.
¿Quién es quién? “Son prudentes los que oyen y ponen por
obra las palabras del Evangelio, son necios los que oyen las palabras, pero no
proceden de acuerdo con ellas. Unas jóvenes traen consigo el aceite, las otras
sólo traen vasijas vacías. El aceite es el Evangelio realizado en la vida.”[4]
«Mientras
tanto, llegó el esposo»
Tal
vez, nos llama la atención la actitud de las jóvenes prudentes ante el pedido
de las jóvenes necias: «“¿Podrían darnos
un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?”. Pero éstas les
respondieron. “No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al
mercado”.» (Mt 25, 8-9).
¿No deberían haber compartido el aceite necesario para
encender las lámparas? ¿No es egoísta la actitud de las jóvenes prudentes? ¿Por
qué no pueden compartir su aceite? “San Agustín (cf. Discursos 93, 4)
y otros autores antiguos leen en él un símbolo del amor, que no se puede
comprar, sino que se recibe como don, se conserva en lo más íntimo y se
practica en las obras.”[5]
Las vírgenes prudentes. Detalle. Mosaico. Basílica de Santa María en Trastevere, Roma. |
Las
jóvenes que tienen aceite en sus lámparas son llamadas prudentes porque con
sabiduría supieron “aprovechar la vida mortal para realizar obras de
misericordia”.[6]
En cambio las llamadas necias han “malgastado tiempo y oportunidades”[7]
de hacer el bien a los demás y así ensanchar sus corazones y multiplicar el
aceite del amor. El amor está siempre atento a los demás; el egoísmo nos
distrae y fija nuestra mirada sólo en nosotros mismos.
«Estén prevenidos, porque
no saben el día ni la hora»
Al no haber estado preparadas, los jóvenes necias deben
ir al mercado a buscar este aceite, pero «mientras
tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala
nupcial y se cerró la puerta. Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: “Señor,
Señor, ábrenos”. Pero él respondió: “Les aseguro que no las conozco”.» (Mt 25, 10-12).
El egoísmo nos centra en nosotros mismos y nos hace
indiferentes a los demás y por lo tanto incapaces de percibir la llegada del
Señor. Muchas veces nuestra conciencia se aísla, adormece o distrae por la
dinámica de consumo en la que vivimos y por la búsqueda enfermiza de placeres
superficiales.[8]
Malgastamos el aceite del amor en la búsqueda insaciable y estéril del propio
yo. Así, “cuando la vida interior se
clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no
entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce
alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien.”[9]
Por eso, al escuchar hoy la advertencia de Jesús: «Estén prevenidos, porque no saben el día ni
la hora» (Mt 25,13); queremos
renovarnos en nuestra decisión por responder a su amor con nuestro amor;
queremos volver a decidirnos por hacer lo ordinario de cada día de forma
extraordinaria, y así, custodiar el aceite del amor que alimenta la lámpara de
la fe.
A María, Virgo prudens
– Virgen prudente, le pedimos que nos eduque en el amor cotidiano que
alimenta la fe y le decimos:
“Transforma todo mi
ser
en tabernáculo predilecto de la
Trinidad,
donde siempre arda una lámpara perpetua
y nunca se apague el fuego del amor.”[10] Amén.
[1]
BENEDICTO XVI, Ángelus, domingo 6 de noviembre
de 2011 [en
línea]. [fecha de consulta: 10 de noviembre de 2017]. Disponible en: <https://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/angelus/2011/documents/hf_ben-xvi_ang_20111106.html>
[2]
Credo Niceno-Constantinopolitano
[3] MISAL
ROMANO, Prefacio de Adviento II. Cristo,
Señor y Juez de la historia.
[4] W.
TRILLING, El Evangelio según san Mateo.
Tomo segundo (Editorial Herder, Barcelona 1980), 283.
[5]
BENEDICTO XVI, Ángelus, domingo 6 de noviembre
de 2011.
[6]
BENEDICTO XVI, Ibídem.
[7]
Cf. P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre
370.
[8]
Cf. PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium,
2.
[9]
PAPA FRANCISCO, Ibídem.
[10] Cf.
P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre
640.
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