La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

miércoles, 1 de noviembre de 2017

La cátedra de Moisés

31° Domingo del tiempo durante el año – Ciclo A

Mt 23, 1 – 12

La cátedra de Moisés

Queridos hermanos y hermanas:

            Hoy la Liturgia de la Palabra está especialmente dirigida a quienes en la comunidad cristiana desempeñan el papel de maestros. Sin duda, los primeros destinatarios de las palabras de hoy somos los ministros ordenados –obispos, presbíteros y diáconos-; sin embargo, también los consagrados y laicos que de distintas maneras ejercen una tarea de pastores a través del apostolado, están llamados a evaluar su misión a la luz de la palabra de Dios.

«Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés»

            El evangelio (Mt 23, 1-12) inicia con las siguientes palabras de Jesús: «Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés; ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen» (Mt 23, 2-3).

El Papa Francisco, de pie ante su cátedra,
en la Basílica de San Juan de Letrán, Roma.
Es fácil comprender la seriedad de la denuncia que Jesús realiza respecto de los maestros de la comunidad judía. Por un lado, «ocupan la cátedra de Moisés»; es decir, tienen la autoridad y el encargo de enseñar la interpretación fiel y auténtica de la Ley de Dios; pero por otro lado, no cumplen con su vida –con sus acciones, opciones y actitudes- aquello que enseñan con sus palabras. Se trata del drama de la separación entre verdad y vida; entre pensamiento y acción; entre fe enseñada y fe vivida.

Esta dramática separación entre fe enseñada y fe vivida, incluso puede recibir el nombre de ateísmo práctico. Si bien “no se niegan las verdades de la fe”[1], éstas no tienen incidencia alguna en la vida cotidiana, por lo que a menudo ocurre que los creyentes terminamos viviendo nuestra vida diaria como si Dios no existiera. Así nuestro testimonio se convierte en anti-testimonio, pues nuestros hechos destruyen “lo que, con palabras, habíamos predicado y anunciado”[2].

Comprendemos entonces la dureza de las palabras proféticas dirigidas a los sacerdotes de la antigua alianza: «Ustedes se han desviado del camino, han hecho tropezar a muchos con su doctrina, han pervertido la alianza con Leví, dice el Señor de los ejércitos. ¿No tenemos todos un solo Padre? ¿No nos ha creado un solo Dios? ¿Por qué nos traicionamos unos a otros, profanando así la alianza de nuestros padres?» (Mal 2, 8. 10).

«A nadie en el mundo llamen “padre”, porque no tienen sino uno, el Padre celestial»

            Cuando los sacerdotes –obispos y presbíteros- y los demás agentes pastorales se desvían del camino de Dios, hacen tropezar a muchos y pervierten el sentido auténtico del ministerio sacerdotal y del apostolado laical. Tanto el ministerio sacerdotal como el apostolado de los bautizados es un don recibido del Señor Jesús para ejercerlo en favor del Pueblo de Dios.

            La incoherencia entre fe y vida; la falta de disponibilidad para el servicio; el autoritarismo con que ejercemos nuestros encargos pastorales; la falta de ternura y misericordia; y la búsqueda de comodidad, poder y prestigio, son las actitudes que hacen tropezar a nuestros hermanos, los confunden, lastiman y alejan de la Iglesia de Dios.

            En último término el ateísmo práctico que se manifiesta en la perversión del encargo pastoral desemboca en la pretensión de suplantar a Dios. En lugar de conducir hacia Dios, el sacerdote o pastor laico, busca conducir a las personas hacia sí; y en lugar de servirlas, se sirve de ellas.

            Por esta razón Jesús dice: «En cuanto a ustedes, no se hagan llamar “maestro”, porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos. A nadie en el mundo llamen “padre”, porque no tienen sino uno, el Padre celestial. No se dejen llamar tampoco “doctores”, porque sólo tienen un Doctor, que es el Mesías» (Mt 23, 8–10).

              Tanto los pastores sagrados como los fieles laicos debemos recordar que somos Pueblo de Dios, y como tal le pertenecemos a Cristo y a Dios Padre. Todos somos hijos de Dios, todos somos hermanos, todos estamos en camino, guiados por Cristo. Esta conciencia de ser hijos del Padre y discípulos de Cristo, puede ayudarnos a realizar nuestra vocación y nuestras tareas pastorales con la actitud adecuada.

«El mayor entre ustedes será el que los sirve»

            ¿Y cuál es la actitud adecuada para ejercer el ministerio pastoral en la Iglesia de Dios? Jesús nos ofrece una respuesta clara: «El mayor entre ustedes será el que los sirve, porque el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado» (Mt 23, 11–12).

            Por eso, el problema no es la “cátedra de Moisés”; el problema no es llamar a los ministros con el título de “padre”, “maestro” o “doctor”. Jesús no busca abolir los ministerios pastorales en la Iglesia. Jesús busca que los comprendamos y vivimos adecuadamente: «el mayor entre ustedes será el que los sirve».

            Aquél que vive adecuadamente su vocación y ministerio, sabe que cuando su pueblo lo llama con el apelativo de “padre” lo hace porque espera de él un servicio auténtico y desinteresado a la vida de las personas que acompaña, guía y sirve como pastor. Sabe que su paternidad no es originaria y absoluta; sino que está siempre en dependencia y en relación con Jesucristo que ha dicho: «El que me ha visto ha visto al Padre» (Jn 14,9).

            Finalmente, el pastor –ordenado o laico- sigue el ejemplo de san Pablo, quien se dirige a los cristianos de Tesalónica diciéndoles: «Ya saben cómo procedimos cuando estuvimos allí al servicio de ustedes. Fuimos tan condescendientes, como una madre que cuida y alimenta a sus hijos. Sentíamos por ustedes tanto afecto, que deseábamos entregarles, no solamente la Buena Noticia de Dios, sino también nuestra propia vida: tan queridos llegaron a sernos» (1 Ts 1,5b; 2, 7b-8).

            A María, Madre de la Iglesia y Reina de los Apóstoles, le pedimos que en nuestros distintos ministerios y apostolados nos eduque como pastores según el corazón de su hijo Jesús. Que por intercesión de Ella, al realizar nuestras tareas pastorales, las llevemos a cabo con la serena alegría que transmiten las palabras del Salmo 130:

«Mi corazón no se ha enorgullecido, Señor,

ni mis ojos se han vuelto altaneros.

No he pretendido grandes cosas

ni he tenido aspiraciones desmedidas.


Yo aplaco y modero mis deseos:

como un niño tranquilo en brazos de su madre,

           así está mi alma dentro de mí». Amén.



[1] BENEDICTO XVI, Audiencia General, miércoles 14 de noviembre de 2012 [en línea]. [fecha de consulta: 31 de octubre de 2017]. Disponible en: <http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/audiences/2012/documents/hf_ben-xvi_aud_20121114.html>
[2] P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre 369.

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