Natividad del Señor –
Ciclo B
Solemnidad – Misa de la Noche
Lc
2, 1 – 14
«El pueblo que caminaba en
las tinieblas ha visto una gran luz»
Queridos hermanos y
hermanas:
Celebramos la Natividad
del Señor; y, como los «pastores, que
vigilaban por turno sus rebaños durante la noche» (Lc 2,8), también nosotros, “en la noche santa en que la Virgen
María dio a luz al Salvador del mundo”[1],
estamos en vigilia aguardando oír en nuestros corazones el anuncio gozoso del
ángel: «No teman, porque les traigo una
buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de
David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor» (Lc 2, 10-11).
«El pueblo que caminaba en
las tinieblas ha visto una gran luz»
El profeta Isaías
nos dice que «el pueblo que caminaba en
las tinieblas ha visto una gran luz; sobre los que habitaban en el país de la
oscuridad ha brillado una luz» (Is
9,1). ¿Pueden aplicarse estas palabras proféticas a nosotros hoy?
Caminamos en las tinieblas y habitamos en el país de la
oscuridad cuando nos dejamos dominar por la mediocridad espiritual, el desánimo,
el egoísmo y el pecado.
La mediocridad en la vida espiritual va entrando de a
poco en nuestra vida cristiana: primero nos dispensamos de nuestros compromisos
espirituales bajo el pretexto del cansancio, luego la excusa se torna costumbre
y de repente la sequedad se apodera de nuestro corazón, de nuestra oración y de
nuestro actuar. Entonces la tiniebla de la mediocridad oscurece nuestro corazón
y nuestro rostro.
A ello le sigue el desánimo: el ya no anhelar o aspirar a la plenitud de vida, al crecimiento
personal y a la santidad. Cuando descubrimos que ya no anhelamos la santidad,
que ya no anhelamos vivir nuestros ideales, preocupémonos; pues, la medida de
nuestro anhelo, es la medida de la gracia que recibimos. Si anhelamos poco,
recibiremos poco; y si ya no anhelamos, ya no estamos abiertos a recibir la
gracia.
Sin embargo, aún en medio de la mediocridad y el
desánimo; aún en medio del egoísmo y el pecado, «el pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz. Porque
un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado» (Is 9, 1. 5).
Sí, las palabras proféticas de Isaías pueden aplicarse a
nosotros hoy. Muchas veces caminamos en tinieblas, pero aún en medio de ellas
anhelamos la luz, esa «luz verdadera que,
al venir a este mundo, ilumina a todo hombre» (Jn 1,9). Mientras mantengamos ese anhelo, nuestro corazón estará
abierto a la luz que es el Niño que nos ha nacido.
«La gracia de Dios se ha
manifestado»
Y esa luz brilla para nosotros hoy “en el pobre y pequeño
establo de Belén”[2];
esa luz, que es «la gracia de Dios, que
es fuente de salvación para todos los hombres, se ha manifestado» (Tit 2,11) en el Niño «recién nacido envuelto en pañales y
acostado en un pesebre» (Lc
2,12).
Por eso, esta noche aún en medio de su oscuridad es fuente
de luz para todos nosotros. Porque en medio de nuestras oscuridades, en medio
de nuestras fragilidades, heridas y pecados la gracia de Dios se manifiesta. Y
precisamente así comprendemos lo que es gracia:
don que supera todos nuestros méritos y previsiones.[3]
Don que nos sorprende cuando en medio de la oscuridad permanecemos anhelantes
de la luz.
En esta noche santa con humildad reconozcamos nuestras
oscuridades –personales y familiares-, y en medio de ellas, anhelemos la luz de
Dios. ¿Qué oscuridades necesito que el Señor ilumine? ¿Qué tristezas necesito
que Él alegre? ¿Qué ansiedades necesito que Él pacifique? ¿Qué ideales necesito
que Él renueve y vivifique?
«Encontrarán a un niño
recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre»
El Nacimiento. Capilla de la Casa de los encuentros cristianos. Copiago, Italia, 2006. |
Y ese Niño pequeño, «Consejero
maravilloso, Dios fuerte, Padre para siempre, Príncipe de la paz» (Is 9,5), es el Hijo de Dios encarnado, y
es, al mismo tiempo, la encarnación de nuestros anhelos, la encarnación de un
nuevo comienzo, de una nueva oportunidad para cada uno de nosotros.
A Él lo reconocemos como nuestro Salvador, Mesías y
Señor; y lo adoramos llenos de anhelos de redención. Y a María, Mater lucis aeternae – Madre de la Luz
eterna, le dirigimos nuestra súplica:
Madre de la Luz
eterna,
somos el pueblo que camina en la
oscuridad y anhela ver la Luz.
Mantén nuestros corazones despiertos
durante la noche del tiempo actual;
y que las tinieblas de la
mediocridad, el desánimo, el egoísmo y el pecado,
no opaquen en nuestros corazones la
luz de Cristo Jesús,
que hoy, en la ciudad de David, ha
nacido para nosotros
como Salvador, Mesías y Señor. Amén.
Hermosa homilía, nos ha nacido un Salvador!!!
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