La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

domingo, 24 de diciembre de 2017

«El pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz»

Natividad del Señor – Ciclo B

Solemnidad – Misa de la Noche

Lc 2, 1 – 14

«El pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz»

Queridos hermanos y hermanas:

            Celebramos la Natividad del Señor; y, como los «pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche» (Lc 2,8), también nosotros, “en la noche santa en que la Virgen María dio a luz al Salvador del mundo”[1], estamos en vigilia aguardando oír en nuestros corazones el anuncio gozoso del ángel: «No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor» (Lc 2, 10-11).

«El pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz»

            El profeta Isaías nos dice que «el pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz; sobre los que habitaban en el país de la oscuridad ha brillado una luz» (Is 9,1). ¿Pueden aplicarse estas palabras proféticas a nosotros hoy?

            Caminamos en las tinieblas y habitamos en el país de la oscuridad cuando nos dejamos dominar por la mediocridad espiritual, el desánimo, el egoísmo y el pecado.

            La mediocridad en la vida espiritual va entrando de a poco en nuestra vida cristiana: primero nos dispensamos de nuestros compromisos espirituales bajo el pretexto del cansancio, luego la excusa se torna costumbre y de repente la sequedad se apodera de nuestro corazón, de nuestra oración y de nuestro actuar. Entonces la tiniebla de la mediocridad oscurece nuestro corazón y nuestro rostro.

            A ello le sigue el desánimo: el ya no anhelar o  aspirar a la plenitud de vida, al crecimiento personal y a la santidad. Cuando descubrimos que ya no anhelamos la santidad, que ya no anhelamos vivir nuestros ideales, preocupémonos; pues, la medida de nuestro anhelo, es la medida de la gracia que recibimos. Si anhelamos poco, recibiremos poco; y si ya no anhelamos, ya no estamos abiertos a recibir la gracia.

            Sin embargo, aún en medio de la mediocridad y el desánimo; aún en medio del egoísmo y el pecado, «el pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz. Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado» (Is 9, 1. 5).

            Sí, las palabras proféticas de Isaías pueden aplicarse a nosotros hoy. Muchas veces caminamos en tinieblas, pero aún en medio de ellas anhelamos la luz, esa «luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre» (Jn 1,9). Mientras mantengamos ese anhelo, nuestro corazón estará abierto a la luz que es el Niño que nos ha nacido.

«La gracia de Dios se ha manifestado»

            Y esa luz brilla para nosotros hoy “en el pobre y pequeño establo de Belén”[2]; esa luz, que es «la gracia de Dios, que es fuente de salvación para todos los hombres, se ha manifestado» (Tit 2,11) en el Niño «recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,12).

            Por eso, esta noche aún en medio de su oscuridad es fuente de luz para todos nosotros. Porque en medio de nuestras oscuridades, en medio de nuestras fragilidades, heridas y pecados la gracia de Dios se manifiesta. Y precisamente así comprendemos lo que es gracia: don que supera todos nuestros méritos y previsiones.[3] Don que nos sorprende cuando en medio de la oscuridad permanecemos anhelantes de la luz.

            En esta noche santa con humildad reconozcamos nuestras oscuridades –personales y familiares-, y en medio de ellas, anhelemos la luz de Dios. ¿Qué oscuridades necesito que el Señor ilumine? ¿Qué tristezas necesito que Él alegre? ¿Qué ansiedades necesito que Él pacifique? ¿Qué ideales necesito que Él renueve y vivifique?

«Encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre»

           
El Nacimiento.
Capilla de la Casa de los encuentros cristianos.
Copiago, Italia, 2006.
Y así, con nuestros pedidos y anhelos llegamos a Belén buscando la señal anunciada por el ángel: «Encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,12).

            Y ese Niño pequeño, «Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre para siempre, Príncipe de la paz» (Is 9,5), es el Hijo de Dios encarnado, y es, al mismo tiempo, la encarnación de nuestros anhelos, la encarnación de un nuevo comienzo, de una nueva oportunidad para cada uno de nosotros.

            A Él lo reconocemos como nuestro Salvador, Mesías y Señor; y lo adoramos llenos de anhelos de redención. Y a María, Mater lucis aeternae – Madre de la Luz eterna, le dirigimos nuestra súplica:

            Madre de la Luz eterna,

            somos el pueblo que camina en la oscuridad y anhela ver la Luz.

            Mantén nuestros corazones despiertos durante la noche del tiempo actual;

            y que las tinieblas de la mediocridad, el desánimo, el egoísmo y el pecado,

            no opaquen en nuestros corazones la luz de Cristo Jesús,

            que hoy, en la ciudad de David, ha nacido para nosotros

            como Salvador, Mesías y Señor. Amén.



[1] MISAL ROMANO, Plegaria Eucarística II, «Acuérdate, Señor» propio en la Solemnidad de la Natividad del Señor.
[2] P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre, 343.
[3] Cf. BENEDICTO XVI, Caritas in Veritate, 34.

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