Domingo 3° de Adviento –
Ciclo B
Jn
1, 6 -8. 19 – 28
«Gaudete in Domino semper»
Queridos hermanos y
hermanas:
En este Domingo 3°
de Adviento, conocido como Gaudete,
o del “Gozo de la espera”, se nos
invita a permanecer atentos a la venida del Señor, y a estar alegres por su
inminente cercanía. De hecho, la antífona de entrada a la misa de hoy, tomada
de la Carta a los Filipenses, dice: «Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a
insistir, alégrense, pues el Señor está cerca» (cf. Flp 4, 4-5).
Sabemos que este permanecer atentos a la venida del Señor
implica un «allanar el camino del Señor»
(cf. Jn 1,23); es decir, implica una
actitud de preparación, de conversión y por ello de penitencia. Y sin embargo,
se nos insiste en el estar alegres en el Señor. ¿Es posible cultivar un
espíritu penitencial y al mismo tiempo una actitud alegre en la espera?
¿Penitencia y gozo pueden ir unidos?
«Yo soy una voz que grita en el desierto»
En
el texto evangélico de hoy (Jn 1,
6-8. 19-28) vuelve a aparecer Juan el Bautista, y con él, el tema de la
conversión. Ya el domingo pasado reflexionábamos que es necesaria la conversión
para acoger la salvación que nos trae Cristo Jesús.[1]
Decíamos que conversión y salvación van juntas. Sin embargo, en este domingo, el
tema de la conversión y de la penitencia va unido a la alegría, al gozo en la
espera del Señor.
El
mismo Juan en otro pasaje evangélico dirá que su alegría es escuchar la voz del
Esposo, es decir Cristo, y que «es
necesario que él crezca y que yo disminuya» (cf. Jn 3, 29-30). En Juan percibimos misteriosamente cómo se unen
penitencia y gozo profundo. Juan es capaz de renuncia a lo superfluo, e incluso
a lo necesario, porque su alegría no la encuentra en las cosas o en sí mismo,
sino en Jesús. Por eso Juan no tiene miedo de disminuir, de hacerse pequeño,
para que Cristo sea percibido en toda su grandeza.
Todo
en la persona de Juan habla de esta renuncia por una alegría más grande. “Juan
se retiró al desierto para llevar una vida muy austera y para invitar, también
con su vida, a la gente a la conversión.”[2]
Sus palabras, que retoman las del profeta Isaías: «Allanen el camino del Señor» (Jn
1,23), están corroboradas por su estilo de vida y por la actitud con que encara
su misión.
Su
austeridad en la vestimenta y en la alimentación (cf. Mc 1,6) son señales de un estilo y de una opción de vida. La
austeridad le otorga libertad interior y disponibilidad para Dios y para los
demás. Así, él mismo va abriendo su corazón a la presencia y acción de Dios; y,
porque ha preparado un camino para Dios en su corazón, puede él preparar los
caminos del Señor en medio de su pueblo.
A la
austeridad de vida, Juan une la humildad y la claridad con la cual vive su
misión: «Este es el testimonio que dio
Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para
preguntarle: “¿Quién eres tú?”. El confesó y no lo ocultó, sino que dijo
claramente: “Yo no soy el Mesías”.» (Jn
1, 19-20). Juan sabía que «él no era luz,
sino el testigo de la luz.» (Jn 1,8);
y aún así, su alegría consiste en escuchar a Cristo Jesús y manifestar su luz.
¿Cuál es la relación entre austeridad y gozo; entre penitencia y alegría?
¿Podemos nosotros llevar una vida austera y gozosa como la del Bautista?
¿En qué consiste la
penitencia cristiana?
Para responder a
esta pregunta es necesario primero plantearnos ¿qué es la penitencia cristiana
y cuál es su sentido?
De acuerdo con una definición tradicional, “penitencia es
que la voluntad se aparte de lo pecaminoso o menos bueno, por amor de Dios, con
propósito de reparar su pecado y de evitarlo en lo futuro.”[3] Si bien las palabras o términos
empleados en la definición citada pueden sonar obsoletos, no lo es el contenido
de la definición.
Hoy también necesitamos hacer penitencia de forma concreta
y lúcida si en verdad buscamos convertirnos a Dios con todo el corazón. Al
realizar un acto de penitencia apartamos nuestra voluntad del pecado y de todo
aquello que pueda separarnos o distraernos de Dios y de nuestros hermanos.
A
veces, incluso, tenemos que aprender a renunciar al uso de determinados bienes
materiales, a privarnos de algunas alegrías sensibles y a ser interiormente
libres de la opinión de los demás y del prestigio social. También esto es
penitencia en tanto que educamos nuestra propia personalidad.
Sin
embargo no debemos olvidar que la penitencia cristiana se realiza por amor a
Dios y al prójimo. Es decir, queremos educarnos a nosotros mismos y crecer en
libertad y disponibilidad para amar con mayor generosidad, sinceridad y ternura
a Dios y a nuestros hermanos. El amor crece y madura en la renuncia. Al menos,
el amor verdadero y duradero. Sólo el que ama es capaz de renunciar a sí mismo
por el amado.
Alegría cristiana: «Dios
con nosotros»
La Virgen Blanca. Escultura en alabastro. Segunda mitad del siglo XIV. Catedral de Santa María. Toledo, España. |
Y en esa renuncia se va educando la personalidad, se va
formando el corazón para crecer en el amor y para aprender a percibir la
verdadera alegría: el encuentro con el Señor Jesús y con los demás. Por eso, el
que ama y anhela encontrarse con el amado experimenta alegría en la renuncia,
porque sabe que lo hace por amor y para el amor.
Comprendemos entonces el sentido más propio de la
penitencia cristiana: renunciar a las pequeñas alegrías de modo a preparar el
propio corazón a la gran alegría que es Cristo mismo. Penitencia es renuncia
llena de anhelo y esperanza; y, por ello llena de gozo interior.
La penitencia cristiana además nos ayuda a comprender
mejor cuál es la fuente de la alegría cristiana: la certeza de que Dios está
con nosotros; de que Cristo Jesús es «Dios
con nosotros» (Mt 1,23). Cristo
es la fuente inagotable de alegría, esperanza y amor. Aprendamos a buscar esa
fuente, y a saciar nuestra sed de vida en ese manantial de aguas claras y no en
las aguas turbias y estancadas del individualismo, la avaricia y la búsqueda
enfermiza de placeres superficiales.[4]
A la santísima Virgen María, Causa nostrae laetitia – Causa de nuestra alegría, “la primera en
escuchar la invitación del ángel: «Alégrate,
llena de gracia: el Señor está contigo» (Lc 1, 28)”[5],
le pedimos que nos eduque en la capacidad de renunciar por amor y así nos
muestre el camino hacia la verdadera alegría, Cristo nuestro Señor. Amén.
[1]
Cf. O. SALDIVAR, «Hablen al corazón de Jerusalén», homilía
del Domingo 2° de Adviento, Ciclo B
[en línea]. [fecha de consulta: 12 de diciembre de 2017]. Disponible en: <http://vidaescamino.blogspot.com/2017/12/hablen-al-corazon-de-jerusalen.html>
[2]
BENEDICTO XVI, Homilía, III Domingo de
Adviento, “Gaudete”, 11 de
diciembre de 2011 [en línea]. [fecha de consulta: 12 de diciembre de 2017].
Disponible en: <https://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/homilies/2011/documents/hf_ben-xvi_hom_20111211_casal-boccone.html>
[3] M.
N. NAILIS, La santificación de la vida
diaria (Editorial Herder, Barcelona 81985), 104.
[4]
Cf. PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium,
2.
[5]
BENEDICTO XVI, Homilía, III Domingo de
Adviento, “Gaudete”, 11 de
diciembre de 2011.
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