Domingo 2° de Adviento –
Ciclo B
Mc
1, 1 – 8
«Hablen al corazón de
Jerusalén»
Queridos hermanos y
hermanas:
Una vez más, como Iglesia peregrina, nos encontramos
transitando los caminos del tiempo litúrgico del Adviento. Sabemos que con el Adviento
se inicia un nuevo año litúrgico; además,
durante este tiempo litúrgico nos preparamos “para la santa Navidad, cuando él,
el Señor, que es la novedad absoluta, vino a habitar en medio de esta humanidad
decaída para renovarla desde dentro.”[1]
Sí, el Señor quiere renovar a la humanidad desde dentro,
quiere renovarnos a cada uno de nosotros desde dentro. Por eso, a través del
profeta Isaías dice: «¡Consuelen, consuelen a mi Pueblo! Hablen
al corazón de Jerusalén» (Is 40,
1. 2a).
«Hablen al corazón de
Jerusalén»
A través de estas palabras del profeta Isaías, el tiempo de Adviento se nos presenta como tiempo de
consuelo y esperanza; como tiempo donde Dios quiere hablarnos al corazón.
En la Sagrada
Escritura el corazón designa no solamente la sede de los sentimientos y
afectos en el hombre, sino que refiere al núcleo de la personalidad humana.
Hablar al corazón del hombre es dirigirse al núcleo de su personalidad, a la
raíz de sus pensamientos, decisiones y acciones.
¿Y cuál es el mensaje que Dios quiere hacernos llegar hoy
al corazón, al núcleo de nuestra personalidad, al lugar íntimo y auténtico
donde somos nosotros mismos? Se trata de un mensaje de consuelo y esperanza,
pero también de un llamado a la conversión.
Lo vemos claramente en la primera lectura tomada del libro del profeta Isaías: «¡Consuelen,
consuelen a mi Pueblo, dice su Dios! Hablen al corazón de Jerusalén y
anúncienle que su tiempo de servicio se ha cumplido, que su culpa está pagada.»
(Is 40, 1-2). Inmediatamente después
del mensaje de consuelo y esperanza, se anuncia también el llamado a la
conversión: «Una voz proclama: “¡Preparen
en el desierto el camino del Señor, tracen en la estepa un sendero para nuestro
Dios! ¡Que se rellenen todos los valles y se aplanen todas las montañas y
colinas; que las quebradas se conviertan en llanuras y los terrenos escarpados,
en planicies!”» (Is 40, 3-4).
Cuando Dios nos habla al corazón, o más bien, cuando
permitimos que Dios nos hable al corazón, percibimos el anuncio gozoso y
esperanzado de la salvación: «¡Aquí está
tu Dios!» (Is 40,9); pero también
percibimos nuestra propia fragilidad y necesidad de conversión.
Y
no puede ser de otra manera, pues, precisamente para poder percibir ese anuncio
y esa presencia salvadora de Dios en medio de nosotros, debemos también
aprender a percibir con sinceridad nuestra propia necesidad de conversión. Esperanza
y conversión van unidas; salvación y conversión van juntas.
«La verdad brotará de la
tierra y la justicia mirará desde el cielo»
Es
lo que expresa el salmista al decir: «El
amor y la verdad se encontrarán, la justicia y la paz se abrazarán; la verdad
brotará de la tierra y la justicia mirará desde el cielo» (Salmo 84 [85], 11-12).
Durante
este tiempo de Adviento, en nuestros
corazones deben darse cita el amor y la verdad; la justicia y la paz. ¿Qué
significa esto? ¿Cómo sucede este encuentro misterioso y salvífico en nuestros
corazones?
Si
queremos prepararle en nuestros corazones un camino al Señor, un sendero a
nuestro Dios (cf. Is 40,3), debemos
comenzar por reconocer nuestra propia verdad. Eso significa reconocer nuestras
capacidades, pero también, reconocer nuestros límites, fracasos y pecados.
Cuando permitimos que Dios vea toda nuestra verdad, entonces su amor
misericordioso puede salir a nuestro encuentro: «al amor y la verdad se encontrarán».
Juan Bautista.
Capilla del Seminario.
Maribor, Eslovenia. 2001.
|
Bautismo de conversión
Comprendemos
ahora porqué en este Domingo 2° de
Adviento el texto evangélico (Mc
1, 1-8) destaca la figura y predicación de Juan el Bautista, quien se presentó «en el desierto, proclamando un bautismo de
conversión para el perdón de los pecados» (Mc 1,4).
El
Bautista sabe que él es la voz que grita en el desierto: «Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos» (Mc 1,3); sabe que él debe preparar los
corazones del pueblo de Dios para que puedan recibir plenamente el don de la
salvación. En definitiva, el Bautista sabe que es necesaria la conversión
sincera para que el corazón pueda escuchar las palabras que Dios le dirige en
Cristo Jesús.
La
predicación del Bautista –ayer y hoy- está vinculada “a un llamamiento ardiente
a una nueva forma de pensar y actuar, está vinculada sobre todo al anuncio del
juicio de Dios y al anuncio de alguien más Grande que ha de venir después de
Juan.”[3]
El Bautista sabe que debe realizar un bautismo de conversión para que luego,
Aquél que puede más que él, bautice en el Espíritu Santo (cf. Mc 1, 7-8).
También
nosotros queremos caminar los senderos del Adviento,
reconociendo nuestros pecados y nuestra pequeñez con sinceridad y esperanza, para
disponer el propio corazón a recibir la palabra divina de consuelo y salvación
que es Cristo mismo.
A María, Mater Adventus – Madre del Adviento, que
supo escuchar la palabra de consuelo y salvación con un corazón totalmente
abierto a Dios, le pedimos que nos guíe por los caminos de la conversión para
que preparemos nuestros corazones para Aquél que vino, que viene y que ha de
venir, Jesucristo, el Señor. Amén.
[1]
BENEDICTO XVI, Ángelus, II Domingo de
Adviento, 7 de diciembre de 2008 [en línea]. [Fecha de consulta: 9 de diciembre
de 2017]. Disponible en: <http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/angelus/2008/documents/hf_ben-xvi_ang_20081207.html>
[2] P.
WOLF, La mirada misericordiosa del Padre.
Textos escogidos del P. José Kentenich (Nueva Patris, Santiago, Chile
2015), 172.
[3] J.
RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de
Nazaret. Desde el Bautismo a la Transfiguración (Planeta, Santiago, Chile
2007), 36.
No hay comentarios:
Publicar un comentario