La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

domingo, 31 de diciembre de 2017

«Llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor»

La Sagrada Familia – Ciclo B

Lc 2, 22 – 40

«Llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor»

Queridos hermanos y hermanas:

            Luego de la solemnidad de la Natividad del Señor, y todavía dentro de la Octava de Navidad, la Iglesia nos propone celebrar hoy la fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José. “El contexto es el más adecuado, porque la Navidad es por excelencia la fiesta de la familia”[1], y por ello mismo, “una fiesta del hogar”[2].

            Por lo tanto, hoy contemplamos la familia y el hogar conformado por Jesús, María y José. ¿Qué los caracteriza como familia? ¿Qué gracia quiere regalarnos Dios a través de la vida familiar? ¿Cómo podemos acoger en nuestros hogares el ideal de la familia de Nazaret?

«Llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor»

El texto evangélico de hoy (Lc 2, 22 – 40) nos ayuda a comprender qué caracteriza a la Sagrada Familia como tal: «Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: “Todo varón primogénito será consagrado al Señor”.» (Lc 2, 22-23).

Presentación en el Templo.
Catedral de Santa María la Real de la Almudena.
Madrid, España. 2006.
Se trata de cumplir la voluntad de Dios tal como se expresa en la Ley de Moisés. En José y en María vemos, por un lado, a un hombre justo (cf. Mt 1,19), y por otro lado, a una mujer que ha creído en lo que se le anunció de parte del Señor (cf. Lc 1,45). Ambos se nos presentan  como ejemplos de fe auténtica y consecuente. Esa fe que es apertura al querer divino y respuesta concreta a la voluntad de Dios en la vida.

Precisamente eso caracteriza a la Sagrada Familia: su apertura a la voluntad de Dios y su cumplimiento de la misma. Y de eso se trata la santidad. A veces pensamos que la Sagrada Familia es santa y especial por la naturaleza de sus miembros: un esposo casto, una madre virgen y el Hijo de Dios. Sin embargo, la santidad de la Sagrada Familia consiste en realidad en su auténtica obediencia al plan de Dios. Esa obediencia que vemos hoy al contemplar a José y María presentado a su hijo en el Templo como lo prescribe la Ley de Moisés. Esa obediencia de fe que va conformando la vida cotidiana de la familia de Nazaret.

«Así será tu descendencia»

            Es la misma obediencia de fe que vemos en Abrám. Cuando Abrám le dice a Dios: «Tú no me has dado descendiente, y un servidor de mi casa será mi heredero»; el Señor le responde: «No, ese no será tu heredero; tu heredero será alguien que nacerá de ti». Luego, contemplamos una sencilla escena, pero a la vez profunda y misteriosa: Dios saca de su tienda a Abrám y le dice: « “Mira hacia el cielo y, si puedes, cuenta las estrellas”. Y añadió: “Así será tu descendencia”. Abrám creyó en el Señor, y el Señor se lo tuvo en cuenta para su justificación.» (Gn 15, 3. 4. 5-6).

            En Abraham vemos cómo se unen la justicia y la fe. Para la Sagrada Escritura ser justo significa actuar conforme a la voluntad de Dios y por lo tanto ser justificado por Dios mismo. Abraham ha actuado con justicia al otorgarle la confianza de la fe al Señor, ha actuado con justicia al creer en el Señor, al fiarse de su palabra.

Al ver la multitud de las estrellas, Abraham simplemente creyó. En la intimidad de la noche escuchó la voz de Dios en su corazón y el cielo estrellado fue el único signo que necesitó para confiarse libre y totalmente a Dios.[3] Y porque confió en Dios, actuó según la palabra que Dios le dirigió.

Y precisamente esta fe concreta en Dios otorga la bendición del hijo, la bendición de la familia: «Ya no te llamarás más Abrám: en adelante tu nombre será Abraham, para indicar que yo te he constituido padre de una multitud de naciones. El Señor visitó a Sara como lo había dicho, y obró con ella conforme a su promesa. En el momento anunciado por Dios, Sara concibió y dio un hijo a Abraham, que ya era anciano. Cuando nació el niño que le dio Sara, Abraham le puso el nombre de Isaac.» (Gn 17,5. 21, 1-3).  

            Sí, creer en Dios, fiarnos de su palabra aún en medio de las adversidades, nos proporciona la bendición de Dios. Y precisamente, porque Abraham y Sara han creído; porque José y María han creído; han recibido la bendición de un hijo y con ello la promesa de la salvación para todo el género humano. “El Señor ofrece el don de los hijos, vistos como una bendición y una gracia, signo de la vida que continúa y de la historia de la salvación que se orienta hacia nuevas etapas.”[4]

Sagrada Familia, modelo de vida

            Desde esta perspectiva, cada familia humana es una promesa de Dios. Promesa de vida nueva y promesa de salvación. También nuestras familias –cada una de ellas-, con sus virtudes y defectos, con sus alegrías y tristezas, con sus fortalezas y fragilidades son una promesa de vida y de salvación.

            Comprendemos ahora dónde radica la santidad de la Sagrada Familia de Nazaret: en su fe auténtica y en su obediencia cotidiana y sencilla al plan de Dios. Vemos con claridad la gracia que Dios nos quiere regalar en la vida familiar: vida nueva y promesa de salvación.

            Si creemos en esa promesa de Dios que es nuestra familia y nos abrimos todos los días a la vida y la salvación cotidiana que allí nos regala, entonces estamos en condiciones de asumir el ideal de la Sagrada Familia de Nazaret.

La familia de Nazaret es modelo de vida para nosotros porque nos señala que lo que santifica y une a una familia es el buscar, en todas las circunstancias de la vida, cumplir la voluntad de Dios. Lo que santifica y una a una familia es buscar la presencia de Dios en su vida cotidiana. Finalmente, “en la familia de Nazaret, el padre, la madre y el hijo están atados y unidos entre sí por el lazo de un amor profundo e íntimo.”[5]

Si cada uno de nosotros, en su propia familia, hace suyo este ideal en lo pequeño y cotidiano; cada uno, como Jesús, irá «creciendo y se fortalecerá, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estará con él» (cf. Lc 2,40).

Pensando en nuestras familias y hogares, nos dirigimos en oración a Jesús, María y José:

Santa Familia de Nazaret,

ayúdennos a creer en la promesa de vida, amor y salvación

que Dios puso en cada una de nuestras familias.

En ellas susciten una santidad cotidiana,

sencilla y alegre; fuerte y silenciosa.

Que nuestros hogares sean un nuevo Nazaret

donde Dios regale cobijo, transformación y fecundidad,

para que día a día crezcamos en fortaleza, sabiduría y gracia,

y así testimoniemos “la alegría del amor que se vive en las familias”[6]

           y en la Iglesia. Amén.


[1] BENEDICTO XVI, Fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret, Ángelus del domingo 28 de diciembre de 2008 [en línea]. [fecha de consulta: 30 de diciembre de 2017]. Disponible en: <https://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/angelus/2008/documents/hf_ben-xvi_ang_20081228.html>
[2] ISABEL II, Mensaje de Navidad de la Reina 2017 (Traducción propia) [en línea]. [fecha de consulta: 30 de diciembre de 2017]. Disponible en: <https://www.royal.uk/home-royal-family>
[3] Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución Dogmática Dei Verbum sobre la Divina Revelación, 5.
[4] BENEDICTO XVI/J. RATZINGER, El amor se aprende. Las etapas de la familia (Romana Editorial, Madrid 2012), 85.
[5] P. JOSÉ KENTENICH, Familia sirviendo a la vida. Retiros para familias (Instituto de Familias de Schoenstatt – Argentina y Paraguay, 22015), 22.
[6] PAPA FRANCISCO, Exhortación Apostólica Post-sinodal Amoris Laetitia sobre el amor en la familia, 1.

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