Domingo 5° durante el año
– Ciclo B
Mc
1, 29 – 39
«Jesús sanó a muchos
enfermos»
Queridos hermanos y hermanas:
En el evangelio de hoy (Mc 1, 29 – 39) vemos a Jesús sanar a «la suegra de Simón [que]
estaba en cama con fiebre.» El texto nos dice que Jesús «se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no
tuvo más fiebre y se puso a servirlos.» (Mc 1, 30. 31).
La noticia de esta sanación milagrosa que realiza Jesús,
probablemente se extendió a los vecinos y más allá, pues «al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los
enfermos y endemoniados, y la ciudad entera se reunió delante de la puerta.»
(Mc 1, 32 – 33).
También nosotros, en esta celebración eucarística,
estamos ante la puerta de la «casa de
Simón y Andrés» buscando que el Señor Jesús toque nuestra vida, toque
nuestro corazón, y nos sane de nuestras enfermedades, egoísmos, obsesiones y
pecados. ¿Qué debemos hacer para que Jesús toque, sane y levante nuestra vida?
«Jesús sanó a muchos enfermos»
Pienso que es importante que
recordemos que todos los actos de sanación y liberación que realiza Jesús son un
signo de que «el Reino de Dios está cerca»
(Mc 1,15).
Cristo con el poseído liberado. Capilla de la Casa de la Salud de Idanha. Belas, Portugal. 2012. |
De hecho, sanando a los enfermos, liberando a
los posesos, perdonando a los pecadores y convocando a sus discípulos, Jesús
pone en práctica las palabras con las cuales el Evangelio según san Marcos señala el inicio de su misión pública: «El tiempo
se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena
Noticia» (Mc 1, 15). Podríamos decir que todo el relato evangélico es
desarrollo y concreción de estas palabras que sintetizan la misión del Mesías.
Por
lo tanto, la sanación de la suegra de Simón y de los muchos enfermos y posesos
que trajeron ante la presencia de Jesús, es signo de la cercanía del Reino de
Dios. Signo de la cercanía, presencia y acción del Reino de Dios en medio de
nosotros.
Así,
para ser sanados, también nosotros debemos abrirnos a la cercanía y presencia
del Reino de Dios en nuestra vida. También nosotros debemos convertirnos y
creer en esta Buena Noticia que Jesús sigue anunciando hoy.
Sí,
para sanarnos debemos convertirnos: «Conviértanse
y crean en la Buena Noticia» (Mc
1, 15). Sin duda que la conversión a la que nos llama el Evangelio consiste en esa actitud interior de retorno a Dios que se
concreta en un cambio de nuestra conducta cotidiana; pero hay también otro tipo
de conversión. La conversión que se nos pide para ser sanados por Jesús es la
dejar de lado nuestra auto-suficiencia y nuestra dispersión espiritual. Es
decir, ser capaces de mirar con sinceridad nuestra vida, aceptarla con sus
límites y heridas, y ponerla en manos del Señor.
«¿No es una servidumbre la vida del hombre
sobre la tierra?»
En
el fondo, se nos invita a reflexionar sobre nuestra vida, tal como Job lo hizo.
«Job habló diciendo: ¿No es una
servidumbre la vida del hombre sobre la tierra? ¿No son sus jornadas las de un
asalariado? Como un esclavo que suspira por la sombra, como un asalariado que
espera su jornal, así me han tocado en herencia meses vacíos, me han sido
asignadas noches de dolor.» (Jb
7, 1 – 3).
Podemos
decir que Job realiza un sincero ejercicio de introspección. No teme
confrontarse con su vida y con ese sentimiento de cansancio y desgaste anímico
que parece aflorar en sus palabras. Job se confronta con su vida y consigo
mismo; y, en el fondo, se pregunta cuál es el sentido de su existencia.
Muchas
veces nosotros no logramos hacer este ejercicio de introspección, ese “mirar en
nuestro propio interior”. A veces porque no sabemos hacerlo, otras veces porque
tememos mirar en nuestro propio corazón, y la mayoría de las veces, porque estamos
muy distraídos como para confrontarnos con valentía y sinceridad con nuestra
propia conciencia y sus preguntas.
Huimos
de nuestra propia vida y nuestros cuestionamientos profundos a través de la
constante dispersión que nos proporcionan hoy las redes sociales e internet.
Huimos de nuestra propia vida a través de la búsqueda enfermiza de placer.
Huimos de nuestra propia vida llenando nuestra agenda de ocupaciones y evitando
los encuentros personales y los momentos de silencio. Huimos de nuestra propia
vida a través del pecado. Huimos de nuestra propia vida concentrándonos en la
vida de los demás y opinando sobre la situación de otros sin fundamento alguno
y sin un sincero interés en ayudarlos.
También
en esto necesitamos convertirnos. Dejar de huir de nuestra vida, de nuestros
límites, de nuestros interrogantes. La conversión muchas veces se inicia cuando
nos confrontamos con nuestras insatisfacciones, las asumimos y nos animamos a
hacer algo para superarlas.
«¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!»
Por
lo tanto, para que el Señor Jesús pueda tocar nuestra vida, sanarla y
levantarla de su postración, necesitamos primero confrontarnos con nosotros
mismos. Mirarnos con sinceridad, reconocer nuestras heridas e insatisfacciones,
aceptarlas con realismo y ponerlas en manos del Señor por medio de la oración y
de la auto-educación.
Mirar nuestra vida. Reconocer nuestros límites e insatisfacciones. Aceptarnos como somos. Entregar
nuestros límites a Jesús por medio de la oración y de la auto-educación. Tenemos
aquí un camino de conversión. Un camino que puede llevarnos a un encuentro
sanante con Jesús.
Y
en la medida en que experimentamos esa sanación que proviene del Señor, se nos invita
a levantarnos y servir a nuestros hermanos. Tal como lo hizo la suegra de
Simón; tal como lo manifiesta el apóstol Pablo: «Si
anuncio el Evangelio, no lo hago para gloriarme: al contrario, es para mí una
necesidad imperiosa. ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1Cor 9, 16).
Aquél que ha experimentado al cercanía y acción del Reino
de Dios en su vida, la sanación que proviene de Jesús, no puede hacer otra cosa
que compartir esa Buena Noticia. No puede hacer otra cosa que dar testimonio de
Jesús con palabras y obras, pues anhela que a todos alcance este don, «por amor a la Buena Noticia» y «a fin de participar de sus bienes» (1Cor 9, 23).
A María, Madre del
Evangelio Viviente, le pedimos que implore para nosotros la gracia de una
sincera conversión, y que nos lleve al encuentro de su hijo Jesús para que Él
toque, sane y eleve nuestra vida. Amén.
Que así sea!🙏✨
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