La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

jueves, 8 de febrero de 2018

«Jesús sanó a muchos enfermos»

Domingo 5° durante el año – Ciclo B

Mc 1, 29 – 39

«Jesús sanó a muchos enfermos»

Queridos hermanos y hermanas:

            En el evangelio de hoy (Mc 1, 29 – 39) vemos a Jesús sanar a «la suegra de Simón [que] estaba en cama con fiebre.» El texto nos dice que Jesús «se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos.» (Mc 1, 30. 31).

            La noticia de esta sanación milagrosa que realiza Jesús, probablemente se extendió a los vecinos y más allá, pues «al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados, y la ciudad entera se reunió delante de la puerta.» (Mc 1, 32 – 33).

            También nosotros, en esta celebración eucarística, estamos ante la puerta de la «casa de Simón y Andrés» buscando que el Señor Jesús toque nuestra vida, toque nuestro corazón, y nos sane de nuestras enfermedades, egoísmos, obsesiones y pecados. ¿Qué debemos hacer para que Jesús toque, sane y levante nuestra vida?  

«Jesús sanó a muchos enfermos»

            Pienso que es importante que recordemos que todos los actos de sanación y liberación que realiza Jesús son un signo de que «el Reino de Dios está cerca» (Mc 1,15).

Cristo con el poseído liberado.
Capilla de la Casa de la Salud de Idanha.
Belas, Portugal. 2012.
De hecho, sanando a los enfermos, liberando a los posesos, perdonando a los pecadores y convocando a sus discípulos, Jesús pone en práctica las palabras con las cuales el Evangelio según san Marcos señala el inicio de su misión pública: «El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia» (Mc 1, 15). Podríamos decir que todo el relato evangélico es desarrollo y concreción de estas palabras que sintetizan la misión del Mesías.

Por lo tanto, la sanación de la suegra de Simón y de los muchos enfermos y posesos que trajeron ante la presencia de Jesús, es signo de la cercanía del Reino de Dios. Signo de la cercanía, presencia y acción del Reino de Dios en medio de nosotros.

Así, para ser sanados, también nosotros debemos abrirnos a la cercanía y presencia del Reino de Dios en nuestra vida. También nosotros debemos convertirnos y creer en esta Buena Noticia que Jesús sigue anunciando hoy.

Sí, para sanarnos debemos convertirnos: «Conviértanse y crean en la Buena Noticia» (Mc 1, 15). Sin duda que la conversión a la que nos llama el Evangelio consiste en esa actitud interior de retorno a Dios que se concreta en un cambio de nuestra conducta cotidiana; pero hay también otro tipo de conversión. La conversión que se nos pide para ser sanados por Jesús es la dejar de lado nuestra auto-suficiencia y nuestra dispersión espiritual. Es decir, ser capaces de mirar con sinceridad nuestra vida, aceptarla con sus límites y heridas, y ponerla en manos del Señor.

«¿No es una servidumbre la vida del hombre sobre la tierra?»

            En el fondo, se nos invita a reflexionar sobre nuestra vida, tal como Job lo hizo. «Job habló diciendo: ¿No es una servidumbre la vida del hombre sobre la tierra? ¿No son sus jornadas las de un asalariado? Como un esclavo que suspira por la sombra, como un asalariado que espera su jornal, así me han tocado en herencia meses vacíos, me han sido asignadas noches de dolor.» (Jb 7, 1 – 3).

            Podemos decir que Job realiza un sincero ejercicio de introspección. No teme confrontarse con su vida y con ese sentimiento de cansancio y desgaste anímico que parece aflorar en sus palabras. Job se confronta con su vida y consigo mismo; y, en el fondo, se pregunta cuál es el sentido de su existencia.

            Muchas veces nosotros no logramos hacer este ejercicio de introspección, ese “mirar en nuestro propio interior”. A veces porque no sabemos hacerlo, otras veces porque tememos mirar en nuestro propio corazón, y la mayoría de las veces, porque estamos muy distraídos como para confrontarnos con valentía y sinceridad con nuestra propia conciencia y sus preguntas.

            Huimos de nuestra propia vida y nuestros cuestionamientos profundos a través de la constante dispersión que nos proporcionan hoy las redes sociales e internet. Huimos de nuestra propia vida a través de la búsqueda enfermiza de placer. Huimos de nuestra propia vida llenando nuestra agenda de ocupaciones y evitando los encuentros personales y los momentos de silencio. Huimos de nuestra propia vida a través del pecado. Huimos de nuestra propia vida concentrándonos en la vida de los demás y opinando sobre la situación de otros sin fundamento alguno y sin un sincero interés en ayudarlos.

            También en esto necesitamos convertirnos. Dejar de huir de nuestra vida, de nuestros límites, de nuestros interrogantes. La conversión muchas veces se inicia cuando nos confrontamos con nuestras insatisfacciones, las asumimos y nos animamos a hacer algo para superarlas.   

«¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!»

            Por lo tanto, para que el Señor Jesús pueda tocar nuestra vida, sanarla y levantarla de su postración, necesitamos primero confrontarnos con nosotros mismos. Mirarnos con sinceridad, reconocer nuestras heridas e insatisfacciones, aceptarlas con realismo y ponerlas en manos del Señor por medio de la oración y de la auto-educación.

            Mirar nuestra vida. Reconocer nuestros límites e insatisfacciones. Aceptarnos como somos. Entregar nuestros límites a Jesús por medio de la oración y de la auto-educación. Tenemos aquí un camino de conversión. Un camino que puede llevarnos a un encuentro sanante con Jesús.

            Y en la medida en que experimentamos esa sanación que proviene del Señor, se nos invita a levantarnos y servir a nuestros hermanos. Tal como lo hizo la suegra de Simón; tal como lo manifiesta el apóstol Pablo: «Si anuncio el Evangelio, no lo hago para gloriarme: al contrario, es para mí una necesidad imperiosa. ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1Cor 9, 16).

            Aquél que ha experimentado al cercanía y acción del Reino de Dios en su vida, la sanación que proviene de Jesús, no puede hacer otra cosa que compartir esa Buena Noticia. No puede hacer otra cosa que dar testimonio de Jesús con palabras y obras, pues anhela que a todos alcance este don, «por amor a la Buena Noticia» y «a fin de participar de sus bienes» (1Cor 9, 23).

            A María, Madre del Evangelio Viviente, le pedimos que implore para nosotros la gracia de una sincera conversión, y que nos lleve al encuentro de su hijo Jesús para que Él toque, sane y eleve nuestra vida. Amén.

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