Domingo 2° de Cuaresma –
Ciclo B
Mc
9, 2 – 10
Alimenta nuestro espíritu
con tu Palabra
Queridos hermanos y
hermanas:
Celebramos ya el segundo domingo de este tiempo especial
de la Cuaresma. Iniciando la segunda
semana de este tiempo litúrgico se nos brinda la oportunidad de adentrarnos en
el espíritu cuaresmal. ¿En qué consiste este espíritu cuaresmal? ¿Cómo podemos
concretar la vivencia del espíritu propio de este tiempo?
Recordemos lo que expresa la oración colecta de la misa de este día:
“Padre
santo, que nos mandaste escuchar a tu Hijo amado, alimenta nuestro espíritu con
tu Palabra, para que, después de haber purificado nuestra mirada interior,
podamos contemplar gozosos la gloria de su rostro.”[1]
La oración mencionada nos señala que el espíritu
cuaresmal consiste en la purificación del corazón humano para hacerlo capaz de
contemplar el rostro de Dios.
Purificación cuaresmal
El tiempo cuaresmal está marcado por el llamado a
purificarnos; por el llamado a purificar nuestro cuerpo y nuestra alma. Como
camino de purificación del cuerpo, la Iglesia nos ofrece el ayuno y la abstinencia.
El
ayuno concreto, es decir, el renunciar a consumir alimentos en las cantidades a
las que estamos habituados, tiene un triple sentido. En primer lugar, unirnos
al sacrificio de Jesús haciendo un sacrificio concreto, realizando una renuncia
concreta. En esto estamos llamados a ir a contracorriente de una sociedad
cómoda y hedonista. Se trata de renunciar a las alegrías sensibles que nos brinda
la comida. En segundo lugar, el ayuno es una manera de fortalecer nuestra
voluntad; una manera de aprender a educarnos a nosotros mismos poniéndonos
límites. En tercer lugar, el ayuno tiene una dimensión solidaria. Lo que
renunciamos a consumir deberíamos compartirlo con aquellos que lo necesitan.
Por eso, a la larga, el ayuno está
íntimamente unido a la limosna y a la oración.
Así
el primer tiempo de la Cuaresma al
estar marcado por el ayuno y la abstinencia enfatiza la purificación del
cuerpo. Sin embargo hoy, la Liturgia
enfatiza la purificación del espíritu, de nuestra alma, de nuestro interior. ¿Y
cómo se purifica nuestro interior? Escuchando la Palabra de Dios. Es decir, en
la medida en que hagamos espacio en nuestro interior para la Palabra de Dios,
esa Palabra va ir purificándonos.
Si
nos conocemos a nosotros mismos, y nos contemplamos con humildad y lucidez,
reconoceremos que tenemos necesidad de purificar nuestro cuerpo y nuestra alma.
Es decir, tenemos necesidad de purificar todas las dimensiones de nuestra
personalidad y de nuestra vida. Como seres humanos, como personas humanas,
vivimos nuestra existencia en ambas dimensiones: la corporal y la espiritual.
En último término, esto nos señala que la Cuaresma
nos está invitando a la plenitud humana. Así el tiempo cuaresmal quiere ser para
nosotros una experiencia totalizante, una experiencia global.
Por
lo tanto, si queremos purificar toda nuestra personalidad, tenemos que
auto-educarnos tanto en la dimensión del cuerpo como en la del alma. Por esta
razón podemos decir que la Cuaresma quiere
enseñarnos a ser personas, a madurar como personas y así llegar no sólo a la
madurez humana sino a la plenitud cristiana.
«Has obedecido mi voz»
Y precisamente para llegar a la plenitud cristiana
debemos aprender a escuchar la Palabra de Dios y lo que implica este escuchar.
En la primera
lectura, tomada del libro del Génesis
(Gn 22, 1-2. 9-13. 15-18) hemos
escuchado el relato del “sacrificio de Isaac”. Dios, por alguna razón
misteriosa, le pide a Abraham que le entregue en sacrificio a su único hijo:
Isaac (cf. Gn 22,2). ¿Y qué es lo que
hace Abraham? Abraham escucha, y no sólo eso, sino que se pone en camino para
obrar según la palabra recibida (cf. Gn 22,
9 -10).
Así, la escucha tiene que ver en primer lugar con esa
capacidad de percibir la voz de Dios; pero, por su misma dinámica, la escucha
de la voz de Dios tiene un segundo momento que consiste en realizar aquello que
Dios nos pide. En la Sagrada Escritura
la escucha está unida a la obediencia.
Además, el relato de Abraham nos muestra también algo muy
hermoso. La Palabra de Dios escuchada y concretada en la obediencia, concede la
bendición de Dios: «Porque has obrado de
esa manera (…), yo te colmaré de bendiciones (…). Y por tu descendencia se
bendecirán todas las naciones de la tierra, ya que has obedecido mi voz» (Gn 22, 16. 17. 18).
Cuando uno escucha la Palabra de Dios y se arriesga a
ponerla en práctica, es decir, a tomar decisiones concretas para realizar
aquello que con la fe percibe que Dios le pide, entonces recibe la bendición
del Señor. Y en sentido contrario, cuando escuchamos la Palabra de Dios, pero
no la ponemos en práctica, nos privamos de recibir la bendición de Dios.
¿Cuánto escucho yo la Palabra de Dios? ¿Cuánto contacto
tengo yo con los textos del Evangelio?
¿Cuánto tiempo le dedico a leer y meditar el Evangelio? ¿Dejo que la Palabra de Dios entre en mi interior?
«Y se les aparecieron
Elías y Moisés, conversando con Jesús»
En el evangelio de hoy (Mc 9, 2-10) hemos leído que Dios Padre se manifiesta a través de
una voz que dice: «Este es mi Hijo muy
querido, escúchenlo». Al leer estas palabras podemos preguntarnos: ¿Dónde
nos habla hoy Dios? ¿Dónde se manifiesta su voz?
La Transfiguración - Moisés y Elías. Capilla del Seminario. Verona, Italia. 2012. |
En segundo lugar, Dios sigue hablando hoy a través de
nuestra historia personal y a través de la “voz del tiempo”. En las
disposiciones y permisiones de Dios en nuestra vida, Él nos habla. Nos
manifiesta su voz y su querer para nosotros. En la “voz del tiempo”, Dios nos
habla a través de las circunstancias que nos toca vivir; a través de los
acontecimientos de la vida social, a través de las corrientes y pensamientos de
una época. Dios sigue hablando. Somos nosotros los que no nos hacemos el tiempo
para escucharlo y discernir su voz en la voz del tiempo y en nuestra historia
personal.
Precisamente, hoy el evangelio nos hace esta invitación
apremiante: «Este es mi Hijo muy querido,
escúchenlo». Y en relación a la escucha de la voz de Dios en la Sagrada Escritura, el texto de la
transfiguración nos dice que en lo alto del monte «aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús» (Mc 9,4). ¿Qué significa esto? Que toda la Sagrada Escritura, incluida la Ley
de Moisés y los Profetas, señala
y orienta hacia Cristo Jesús. Además, Cristo es la clave de interpretación y
comprensión de la Sagrada Escritura. Por
lo tanto, desconocer la Escritura es
desconocer a Cristo.[2]
En este tiempo de Cuaresma
queremos conocer más la Sagrada Escritura
para así conocer más a Cristo Jesús. Por ello, también nosotros queremos subir
al monte de la Sagrada Escritura para
escuchar a Cristo y dejarnos iluminar por su presencia. Que María, quien en la Anunciación escuchó y asintió a la
Palabra de Dios, y así mereció concebirla en su seno, nos enseñe a recibir en
nuestro interior a la Palabra hecha carne, Jesucristo nuestro Señor. Amén.
[1]
MISAL ROMANO, Oración colecta del Domingo
2° de Cuaresma.
[2]
Cf. CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, 133.