La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

domingo, 25 de febrero de 2018

Alimenta nuestro espíritu con tu Palabra


Domingo 2° de Cuaresma – Ciclo B

Mc 9, 2 – 10

Alimenta nuestro espíritu con tu Palabra

Queridos hermanos y hermanas:

            Celebramos ya el segundo domingo de este tiempo especial de la Cuaresma. Iniciando la segunda semana de este tiempo litúrgico se nos brinda la oportunidad de adentrarnos en el espíritu cuaresmal. ¿En qué consiste este espíritu cuaresmal? ¿Cómo podemos concretar la vivencia del espíritu propio de este tiempo?

            Recordemos lo que expresa la oración colecta de la misa de este día:
“Padre santo, que nos mandaste escuchar a tu Hijo amado, alimenta nuestro espíritu con tu Palabra, para que, después de haber purificado nuestra mirada interior, podamos contemplar gozosos la gloria de su rostro.”[1]

            La oración mencionada nos señala que el espíritu cuaresmal consiste en la purificación del corazón humano para hacerlo capaz de contemplar el rostro de Dios.

Purificación cuaresmal

            El tiempo cuaresmal está marcado por el llamado a purificarnos; por el llamado a purificar nuestro cuerpo y nuestra alma. Como camino de purificación del cuerpo, la Iglesia nos ofrece el ayuno y la abstinencia.

El ayuno concreto, es decir, el renunciar a consumir alimentos en las cantidades a las que estamos habituados, tiene un triple sentido. En primer lugar, unirnos al sacrificio de Jesús haciendo un sacrificio concreto, realizando una renuncia concreta. En esto estamos llamados a ir a contracorriente de una sociedad cómoda y hedonista. Se trata de renunciar a las alegrías sensibles que nos brinda la comida. En segundo lugar, el ayuno es una manera de fortalecer nuestra voluntad; una manera de aprender a educarnos a nosotros mismos poniéndonos límites. En tercer lugar, el ayuno tiene una dimensión solidaria. Lo que renunciamos a consumir deberíamos compartirlo con aquellos que lo necesitan. Por eso, a la larga, el ayuno está íntimamente unido a la limosna  y a la oración.

Así el primer tiempo de la Cuaresma al estar marcado por el ayuno y la abstinencia enfatiza la purificación del cuerpo. Sin embargo hoy, la Liturgia enfatiza la purificación del espíritu, de nuestra alma, de nuestro interior. ¿Y cómo se purifica nuestro interior? Escuchando la Palabra de Dios. Es decir, en la medida en que hagamos espacio en nuestro interior para la Palabra de Dios, esa Palabra va ir purificándonos.

Si nos conocemos a nosotros mismos, y nos contemplamos con humildad y lucidez, reconoceremos que tenemos necesidad de purificar nuestro cuerpo y nuestra alma. Es decir, tenemos necesidad de purificar todas las dimensiones de nuestra personalidad y de nuestra vida. Como seres humanos, como personas humanas, vivimos nuestra existencia en ambas dimensiones: la corporal y la espiritual. En último término, esto nos señala que la Cuaresma nos está invitando a la plenitud humana. Así el tiempo cuaresmal quiere ser para nosotros una experiencia totalizante, una experiencia global.

Por lo tanto, si queremos purificar toda nuestra personalidad, tenemos que auto-educarnos tanto en la dimensión del cuerpo como en la del alma. Por esta razón podemos decir que la Cuaresma quiere enseñarnos a ser personas, a madurar como personas y así llegar no sólo a la madurez humana sino a la plenitud cristiana.

«Has obedecido mi voz»

            Y precisamente para llegar a la plenitud cristiana debemos aprender a escuchar la Palabra de Dios y lo que implica este escuchar.

            En la primera lectura, tomada del libro del Génesis (Gn 22, 1-2. 9-13. 15-18) hemos escuchado el relato del “sacrificio de Isaac”. Dios, por alguna razón misteriosa, le pide a Abraham que le entregue en sacrificio a su único hijo: Isaac (cf. Gn 22,2). ¿Y qué es lo que hace Abraham? Abraham escucha, y no sólo eso, sino que se pone en camino para obrar según la palabra recibida (cf. Gn 22, 9 -10).

            Así, la escucha tiene que ver en primer lugar con esa capacidad de percibir la voz de Dios; pero, por su misma dinámica, la escucha de la voz de Dios tiene un segundo momento que consiste en realizar aquello que Dios nos pide. En la Sagrada Escritura la escucha está unida a la obediencia.

            Además, el relato de Abraham nos muestra también algo muy hermoso. La Palabra de Dios escuchada y concretada en la obediencia, concede la bendición de Dios: «Porque has obrado de esa manera (…), yo te colmaré de bendiciones (…). Y por tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra, ya que has obedecido mi voz» (Gn 22, 16. 17. 18).

            Cuando uno escucha la Palabra de Dios y se arriesga a ponerla en práctica, es decir, a tomar decisiones concretas para realizar aquello que con la fe percibe que Dios le pide, entonces recibe la bendición del Señor. Y en sentido contrario, cuando escuchamos la Palabra de Dios, pero no la ponemos en práctica, nos privamos de recibir la bendición de Dios.

            ¿Cuánto escucho yo la Palabra de Dios? ¿Cuánto contacto tengo yo con los textos del Evangelio? ¿Cuánto tiempo le dedico a leer y meditar el Evangelio? ¿Dejo que la Palabra de Dios entre en mi interior?

«Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús»

            En el evangelio de hoy (Mc 9, 2-10) hemos leído que Dios Padre se manifiesta a través de una voz que dice: «Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo». Al leer estas palabras podemos preguntarnos: ¿Dónde nos habla hoy Dios? ¿Dónde se manifiesta su voz?

           
La Transfiguración - Moisés y Elías.
Capilla del Seminario.
Verona, Italia. 2012.
En primer lugar, debemos recordar que Dios sigue hablando hoy a través de la Sagrada Escritura. Como cristianos debemos tomar conciencia del gran don que tenemos en la Biblia, se trata de un libro que contiene la Palabra de Dios para nosotros.

            En segundo lugar, Dios sigue hablando hoy a través de nuestra historia personal y a través de la “voz del tiempo”. En las disposiciones y permisiones de Dios en nuestra vida, Él nos habla. Nos manifiesta su voz y su querer para nosotros. En la “voz del tiempo”, Dios nos habla a través de las circunstancias que nos toca vivir; a través de los acontecimientos de la vida social, a través de las corrientes y pensamientos de una época. Dios sigue hablando. Somos nosotros los que no nos hacemos el tiempo para escucharlo y discernir su voz en la voz del tiempo y en nuestra historia personal.

            Precisamente, hoy el evangelio nos hace esta invitación apremiante: «Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo». Y en relación a la escucha de la voz de Dios en la Sagrada Escritura, el texto de la transfiguración nos dice que en lo alto del monte «aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús» (Mc 9,4). ¿Qué significa esto? Que toda la Sagrada Escritura, incluida la Ley de Moisés y los Profetas, señala y orienta hacia Cristo Jesús. Además, Cristo es la clave de interpretación y comprensión de la Sagrada Escritura. Por lo tanto, desconocer la Escritura es desconocer a Cristo.[2]

            En este tiempo de Cuaresma queremos conocer más la Sagrada Escritura para así conocer más a Cristo Jesús. Por ello, también nosotros queremos subir al monte de la Sagrada Escritura para escuchar a Cristo y dejarnos iluminar por su presencia. Que María, quien en la Anunciación escuchó y asintió a la Palabra de Dios, y así mereció concebirla en su seno, nos enseñe a recibir en nuestro interior a la Palabra hecha carne, Jesucristo nuestro Señor. Amén.


[1] MISAL ROMANO, Oración colecta del Domingo 2° de Cuaresma.
[2] Cf. CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, 133.

2 comentarios:

  1. Excelente Pa'i.. cómo nos cuesta lo más sencillo: ESCUCHAR la Palabra de Dios.. conste q "Cuando uno escucha la Palabra de Dios y se arriesga a ponerla en práctica... entonces recibe la bendición del Señor"

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  2. Buenas tardes Padre! Su reflexión sobre la Palabra, es un alimento para nuestra alma! Gracias!

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