La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

sábado, 10 de febrero de 2018

«Si quieres, puedes purificarme»

Domingo 6° durante el año – Ciclo B

Mc 1, 40 – 45

«Si quieres, puedes purificarme»

Queridos hermanos y hermanas:

            Celebramos hoy el último domingo de la primera parte del tiempo durante el año; ya que con la celebración del Miércoles de Ceniza daremos inicio al tiempo de Cuaresma.

Podemos decir que en esta primera parte del tiempo ordinario, la Liturgia de la Palabra estuvo caracterizada por “la acción de Jesús contra todo tipo de mal, en beneficio de los que sufren en el cuerpo y en el espíritu: endemoniados, enfermos, pecadores... Él se presenta como aquel que combate y vence el mal donde sea que lo encuentre.”[1] En el fondo, en estas acciones se concreta el anuncio con el cual Jesús inicia su ministerio público: «El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia» (Mc 1,15).

En este domingo somos testigos del conmovedor encuentro entre Jesús y un hombre leproso (cf. Mc 1, 40 – 45). También para este hombre, “marginado por la comunidad civil y religiosa”[2], el Reino de Dios se hace cercano y eficaz a través de los gestos y palabras de Jesús. Meditemos a partir de este evangelio para aprender a presentar ante el Señor nuestra “oración humilde y confiada”[3].         

«Si quieres, puedes purificarme»

            El relato del encuentro entre Jesús y el leproso es bastante sencillo, pero a la vez muy profundo. En primer lugar se nos dice que «se le acercó un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: “Si quieres, puedes purificarme”.» (Mc 1,40).

            Es importante analizar los gestos y palabras del hombre enfermo: se acercó a Jesús y arrodillándose le presentó su petición. El ponerse de rodillas expresa exteriormente una actitud interior. Es la actitud y el gesto de aquel que se sabe pequeño y necesitado, y, al mismo tiempo sabe que está ante Alguien más grande que él y que puede más que él. Por eso, arrodillarse en la oración significa reconocer nuestra propia pequeñez y, al mismo tiempo, confiar en la bondad y el poder de Dios.

           
Cristo cura al leproso.
Cripta de la iglesia San Pío de Pietrelcina.
San Giovanni Rotondo, Italia. 2009.
Y así, arrodillado, este hombre enfermo de lepra le dijo a Jesús: «Si quieres, puedes purificarme» (Mc 1,40). ¿Cómo interpretar correctamente las palabras del leproso? ¿Cuál es el sentido de su petición que es al mismo tiempo una afirmación?

            Para responder a estas preguntas debemos notar que la oración del hombre leproso tiene dos partes por así decirlo. En primer lugar se presenta la petición: «si quieres». Es decir, el hombre enfermo pide la benevolencia del Señor, pide que la voluntad del Señor se muestre favorable a él.

            La frase «si quieres», en la versión latina del evangelio se expresa: si vis; y, en el texto original griego dice: Ἐὰν θέλῃς (ean thelēs). Tanto el término latino como el griego señalan que la petición del orante apunta a mover la voluntad del Señor. Por lo tanto, la primera parte de la oración del leproso podría sonar así: “si está en tu voluntad, en tu querer”.

            La segunda parte de la súplica del leproso dice: «puedes purificarme». Estamos aquí no ante una posibilidad, sino ante una afirmación de fe. Nuevamente debemos recurrir al latín y al griego. «Puedes purificarme» se dice en latín: potes me mundare; y en griego: δύνασαί με καθαρίσαι (dynasai me katharisai). Tanto potes como δύνασαί expresan poder como capacidad y habilidad. Por lo tanto, el hombre leproso expresa su certeza de que Jesús verdaderamente tiene la capacidad de sanarlo. Su oración es confiada, no dudosa: “Señor, si está en tu voluntad, en tu querer; tú tienes el poder, la capacidad, de limpiarme”.

«Conmovido, extendió la mano y lo tocó»

            Ante esta expresión de humildad y confianza, de petición y certeza llena de fe, «Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó» (Mc 1,41).

También en el Señor vemos un movimiento que va desde lo interior hasta el exterior, desde la actitud al gesto. Jesús se conmueve; es decir, siente en su interior, en lo más íntimo de sí, la petición humilde y llena de fe del hombre enfermo. Se trata de la manifestación de la «entrañable misericordia de nuestro Dios» (Lc 1,78)[4], esa misericordia que brota de las entrañas mismas de Dios, esa misericordia que es amor “visceral”[5].

Esta misericordia, este estar conmovido, no se queda sólo en sentimiento, sino que se manifiesta con el gesto de extender la mano y tocar al enfermo. En Jesús, “la misericordia de Dios supera toda barrera”[6] y toma contacto con la enfermedad y sufrimiento humanos. Jesús no tuvo miedo de tocar al hombre leproso, no tuvo miedo de contagiarse de la enfermedad y volverse impuro. Al contrario, Jesús sabe que como «Santo de Dios» (Mc 1,24), Él hace presente el «Reino de Dios» (Mc 1,15) y por lo tanto, su pureza, bondad y santidad, purifica y sana toda dolencia humana, incluida la lepra corporal y la lepra del alma que es el pecado.

«Lo quiero, queda purificado»

            Y junto con el gesto, la palabra manifiesta la acción salvífica de Jesús: «Lo quiero, queda purificado» (Mc 1,41). En su respuesta al hombre enfermo, Jesús expresa precisamente su conciencia de que tiene la voluntad y el poder de sanar al hombre enfermo y así salvarlo.

            Si comprendemos estas palabras evangélicas en toda su profundidad, tomaremos conciencia de que el Señor tiene el poder, la capacidad de sanarnos –sea en el alma o en el cuerpo- y que su voluntad salvífica es constante. Verdaderamente «Él quiere que todos se salven, y lleguen al conocimiento de la verdad» (1Tim 2,4).

            ¡Qué consuelo y esperanza recibimos del Evangelio! El Señor quiere que yo me salve, quiere que cada uno de nosotros se salve por medio de su misericordia, por medio del contacto y la relación personal con Él. Por lo tanto, siempre de nuevo tenemos que aprender a dejarnos salvar por Jesús, aprender a dejarnos tocar por su mano misericordiosa y sanadora.

            Esto implica aprender a presentar nuestra oración de forma humilde y a la vez confiada. La humildad radica en creer que Dios quiere verdaderamente sanarnos y salvarnos; y al mismo tiempo en aprender a esperar –y no demandar- el momento y la forma en que esa voluntad salvífica se manifestará en nuestra vida: «que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo» (Mt 6,10).

            Y la confianza consiste en la certeza de que el Señor realmente tiene la capacidad de sanar aquello que con humildad ponemos en sus manos. Que el Señor verdaderamente tiene la voluntad y la capacidad de salvarnos, “suceda lo que suceda en nuestro caso particular”[7]: «Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman» (Rom 8,28). ¿Tenemos nosotros esa humildad, esa confianza, esa fe?

            A María, Mater fidei – Madre de la fe, le pedimos que nos eduque con paciencia y así nos enseñe la constancia de la fe y la confiada humildad de la oración, de modo que verdaderamente podamos proclamar con los labios y el corazón: «¡Me alegras con tu salvación, Señor!». Amén.      



[1] PAPA FRANCISCO, Ángelus, 15 de febrero de 2015 [en línea]. [fecha de consulta: 10 de febrero de 2018]. Disponible en: <http://w2.vatican.va/content/francesco/es/angelus/2015/documents/papa-francesco_angelus_20150215.html>
[2] Ibídem
[3] Ibídem
[4] Según la traducción presente en los libros de la LITURUGIA DE LAS HORAS, Cántico evangélico de Laudes (Benedictus).
[5] Cf. PAPA FRANCISCO, Misericordiae Vultus, Bula de convocación del Jubileo extraordinario de la Misericordia, 6.
[6] PAPA FRANCISCO, Ángelus, 15 de febrero de 2015.
[7] Cf. BENEDICTO XVI, Spe Salvi, 26.

2 comentarios:

  1. Debemos tener la fe de ese leproso para que Jesús nos escuche y obre en nuestra vida, para que podamos experimentar la paz y felicidad que todos anhelamos

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