Domingo 1° de Cuaresma –
Ciclo B
Mc
1, 12 – 15
«El Espíritu llevó a Jesús
al desierto»
Queridos hermanos y
hermanas:
Luego de haber iniciado el tiempo de Cuaresma con el significativo rito del Miércoles de Ceniza, celebramos hoy el primer domingo de este
tiempo litúrgico “que estimula a
los cristianos a comprometerse en un camino de preparación para la Pascua”[1].
En
efecto, los cuarenta días de la Cuaresma
quieren ser un camino en el cual avanzamos guiados por el Espíritu Santo. Con
el salmista, también nosotros decimos en oración: «Muéstrame, Señor, tus caminos, enséñame tus senderos» (Sal 24 [25], 4).
«El Espíritu llevó a Jesús
al desierto»
Precisamente en el evangelio de hoy (Mc 1, 12 – 15) vemos cómo «el Espíritu llevó a Jesús al desierto,
donde fue tentado por Satanás durante cuarenta días». Es decir, luego de
recibir el bautismo por parte de Juan en el Jordán (cf. Mc 1,9) y antes de iniciar su ministerio público, Jesús es guiado
por el Espíritu hacia el desierto; ése es el camino que Dios tiene previsto
para Él.
¿Por qué Jesús debe ir al desierto? ¿Por qué debe
someterse a ser tentado por Satanás?
Para responder a estas preguntas debemos recordar una vez
más el significado del desierto para la Sagrada
Escritura, y en este caso en particular, para el Evangelio según san Marcos. “El
desierto del que se habla tiene varios significados. Puede indicar el estado de
abandono y de soledad, el «lugar» de la debilidad del hombre donde no existen
apoyos ni seguridades, donde la tentación se hace más fuerte. Pero puede
también indicar un lugar de refugio y de amparo —como lo fue para el pueblo de
Israel en fuga de la esclavitud egipcia— en el que se puede experimentar de
modo particular la presencia de Dios.”[2]
Todo indica que para san
Marcos, el desierto es “el lugar del encuentro con Dios.”[3]
Para el segundo evangelio, el desierto no es necesariamente un lugar hostil,
sino más bien, un lugar de soledad. En el conciso relato de Marcos se realza el desierto como espacio
donde estar “lejos de los hombres y a solas con Dios.”[4]
Y precisamente en este lugar de soledad e intimidad, “el Mesías recibe de Dios
instrucción y robustecimiento, reúne fuerzas para su misión y su obra”.
Comprendemos
ahora por qué Jesús es guiado hacia el desierto por el Espíritu Santo. Él es
guiado hacia la soledad, el silencio y la intimidad para que pueda experimentar
un intenso encuentro con Dios. Encuentro que marcará de tal manera su persona
que dará forma a su misión mesiánica. Y no puede ser de otra manera, ya que “Dios
llama y actúa en el silencio y mueve la historia con las fuerzas que se
recuperan a solas con él.”[5]
«Donde fue tentado por
Satanás»
Junto con ser lugar de encuentro con Dios, o precisamente
por ello mismo, el desierto es también “el lugar de la decisión.”[6]
Si
bien Marcos no especifica las
tentaciones a las que Jesús fue sometido,
por la lectura de los textos paralelos que se encuentran en los
evangelios de Mateo y Lucas
(cf. Mt 4, 1 – 11; Lc 4, 1 – 13), sabemos que el tentador
quiso desfigurar la misión de Jesús proponiéndole un mesianismo materialista, triunfalista
y sin referencia a Dios Padre.
Satanás tienta a Cristo en el desierto. Cripta de la iglesia de San Pío de Pietrelcina. San Giovanni Rotondo, Italia. 2009. |
Ante
las tentaciones, que siempre se presentan de forma conveniente y con apariencia
de bien, Jesús debe volver a decidirse por realizar su misión según los
criterios de Dios y en relación filial con Él. Jesús se somete a la tentación,
por un lado para manifestar la forma auténtica en que el Hijo de Dios lleva
adelante su misión como Mesías; y, por otro lado, para enseñarnos “a superar
los ataques del mal”.[7]
En
efecto, el hecho mismo de someterse a las tentaciones, significa que Jesús se hace
solidario con cada uno de nosotros que a diario experimentamos nuestra
inclinación hacia el egoísmo y hacia el mal disfrazado de bien. Cuando nos
sentimos sometidos por nuestras tentaciones, debemos recordar llenos de fe y
esperanza que no estamos solos: el mismo Cristo, que se sometió a la tentación,
nos acompaña en el momento de la prueba, y si nos abrimos a su presencia y a su
gracia, nos muestra el camino para superarla.
Siempre
de nuevo se trata de la lucha por la verdadera libertad, por la capacidad de
decidirnos libremente por Dios y por su plan para nosotros, sus hijos; se trata
de la libertad de los hijos de Dios y de nuestra dignidad como personas humanas.
Cuando
Jesús se implica en la lucha interior por la libertad frente a la tentación, Dios
vuelve a renovar su decisión por cada uno de nosotros y nos dice: «Yo establezco mi alianza con ustedes, con
sus descendientes, y con todos los seres vivientes que están con ustedes» (Gn 9, 9 – 10).
«Vivía entre las fieras, y
los ángeles lo servían»
Finalmente, por todo lo anteriormente dicho, el desierto
se muestra como lugar de reconciliación; lugar donde Jesús recupera para
nosotros la armonía del ser humano con toda la creación, armonía que se había
perdido como consecuencia del pecado de Adán y Eva (cf. Gn 3). Así hay que comprender el pasaje que dice que durante su
estancia en el desierto, Jesús «vivía
entre las fieras, y los ángeles lo servían» (Mc 1,13).
Gracias a Jesús, “el desierto –imagen opuesta al Edén- se
convierte en lugar de reconciliación y salvación; las fieras salvajes, que
representan la imagen más concreta de la amenaza que comporta para los hombres
la rebelión de la creación y el poder de la muerte, se convierten en amigas
como en el Paraíso. (…) Donde el pecado es vencido, donde se restablece la
armonía del hombre con Dios, se produce la reconciliación de la creación; la
creación desgarrada vuelve a ser un lugar de paz.”[8]
Animados por esta página evangélica, queremos seguir a
Jesús en su camino por el desierto cuaresmal, de modo que siguiéndole
fielmente, nuestros múltiples desiertos personales y familiares se transformen
en lugares de encuentro con Dios, de decisión libre por el bien y de
reconciliación y armonía.
A María, la Mujer
revestida del Sol (Ap 12,1), a
quien Dios le preparó un refugio en el desierto (cf. Ap 12,6), le pedimos que nos acompañe y guíe en este nuevo éxodo a
través del desierto cuaresmal, de modo que sigamos con fidelidad y esperanza a
Jesucristo nuestro Señor. Amén.
[1]
BENEDICTO XVI, Ángelus, domingo 5 de
marzo de 2006 [en línea]. [fecha de consulta: 18 de febrero de 2018]. Disponible
en: <https://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/angelus/2006/documents/hf_ben-xvi_ang_20060305.html>
[2] BENEDICTO
XVI, Ángelus, domingo 26 de febrero
de 2012 [en
línea]. [fecha de consulta: 18 de febrero de 2018]. Disponible en: <http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/angelus/2012/documents/hf_ben-xvi_ang_20120226.html>
[3] R.
SCHNACKENBURG, El Evangelio según san
Marcos. Tomo Primero (Editorial Herder, Barcelona 1980), 26.
[4] R.
SCHNACKENBUG, El Evangelio según san
Marcos. Tomo Primero…, 25.
[5] R.
SCHNACKENBUG, El Evangelio según san
Marcos. Tomo Primero…, 26.
[6] Ibídem
[7]
MISAL ROMANO, Prefacio del Domingo I de
Cuaresma. Las tentaciones del Señor.
[8] J.
RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de
Nazaret. Desde el Bautismo a la Transfiguración (Editorial Planeta,
Santiago de Chile 32007), 51.
Amén!🙏✨
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