La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

sábado, 31 de marzo de 2018

«La madrugada del primer día de la semana»


Vigilia Pascual en la Noche del Sábado Santo – Ciclo B

Mc 16, 1 – 8

«La madrugada del primer día de la semana»

Queridos hermanos y hermanas:

            Luego del jubiloso Anuncio Pascual y la imponente Liturgia de la Palabra, en la cual hemos escuchado “serenamente la Palabra de Dios meditando cómo, al cumplirse el tiempo, Dios salvó a su pueblo y finalmente envió a su Hijo para redimirnos”[1]; queremos adentrarnos aún más en la contemplación de la Resurrección del Señor reflexionando juntos el texto evangélico que hemos escuchado (Mc 16, 1 – 8).

«La madrugada del primer día de la semana»

            El relato de Marcos nos dice que «pasado el sábado, María Magdalena, María, la madre de Santiago, y Salomé compraron perfumes para ungir el cuerpo de Jesús» (Mc 16, 1). Luego de los intensos y dramáticos sucesos de la crucifixión y muerte de Jesús, estas mujeres quieren cuidar del cuerpo del Señor. Podríamos decir que desean realizar una obra de misericordia a favor del Señor.

            En ese sentido impresiona que estas mujeres –al igual que Jesús- saben “amar hasta el fin” (cf. Jn 13, 1), saben perseverar en el amor aún en medio del dolor y la muerte. Podemos imaginar la escena: tres mujeres que caminan solitarias en la «madrugada del primer día de la semana» (Mc 16, 2); tres mujeres llevando consigo los perfumes y ungüentos con los cuales esperan curar las heridas del cuerpo del Amado. Tres mujeres dispuestas a tocar con amor y ternura la carne del Crucificado.

            ¿Qué sentimientos había en sus corazones? ¿Qué pensamientos poblaban sus mentes? ¿Qué expresión llevaban en el rostro y cómo era su caminar hacia el sepulcro? El texto nos dice que «decían entre ellas: “¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?» (Mc 16, 3). Dicho comentario nos hace ver que las mujeres no estaban preparadas para lo que sucedería luego, para los signos que encontrarían al llegar al sepulcro y para el anuncio de la resurrección.

            En su momento, tampoco los discípulos comprendieron del todo “cuando Jesús les habló por primera vez sobre la cruz y la resurrección; mientras bajaban del monte de la Transfiguración, ellos se preguntaban qué querría decir eso de «resucitar de entre los muertos» (Mc 9, 10).”[2]

«Vieron que la piedra había sido corrida»

            Volviendo al relato de la «madrugada del primer día de la semana», vemos que las mujeres encontraron una serie de signos que testimoniaban la resurrección.

            En primer lugar «vieron que la piedra había sido corrida» (Mc 16, 4), inmediatamente «al entrar al sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca» (Mc 16, 5), y de sus labios escucharon el siguiente anuncio: «“No teman. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí. Miren el lugar donde lo habían puesto.”» (Mc 16, 6).

            Las mujeres –en este relato- no se encuentran directamente con el Resucitado, sino más bien con los signos de la resurrección. En ese sentido, las mujeres de la mañana del domingo y nosotros –hombres y mujeres de la Vigilia en la Noche Santa- nos encontramos en la misma situación.

           
Pascua de Resurrección 2018. Sello postal.
Oficina de Filatelia y Numismática de la
Gobernación de la Ciudad del Vaticano.
Cristo Resucitado. Lienzo. 
Raúl Berzosa. 2016.
No hemos tenido un encuentro directo con el Resucitado, tampoco –al igual que ellas- hemos sido testigos del momento preciso de la resurrección. De hecho, “ninguno de los evangelistas describe la resurrección misma de Jesús. Ésta es un proceso que se ha desarrollado en el secreto de Dios, entre Jesús y el Padre, un proceso que nosotros no podemos describir y que por su naturaleza escapa a la experiencia humana.”[3]

            Como bien lo expresa el solemne Anuncio Pascual: “¡Noche verdaderamente feliz! Sólo ella mereció saber el tiempo y la hora en que Cristo resucitó del abismo de la muerte.”[4] Por ello la liturgia de esta Vigilia Pascual trata de introducirnos en el acontecimiento de la resurrección por medio de signos y acciones simbólicas.

A medida que avanza la celebración litúrgica pasamos de la oscuridad del pecado y de la muerte a la luz de la salvación y la vida eterna. En el momento señalado, todas las luces del templo y los cirios del altar se encienden, y así, la alegría de ese momento nos hace comprender que “la resurrección de Jesús es un estallido de luz.”[5]

«Él irá a Galilea, allí lo verán»

            Pero volvamos una vez más a las mujeres de la «madrugada del primer día de la semana». Al igual que ellas, también nosotros tenemos en nuestra vida signos del acontecimiento de la resurrección, signos de la presencia del Resucitado en medio de nosotros.

            Pero para poder percibir esos signos del Resucitado dos condiciones se deben cumplir en nosotros. En primer lugar estar dispuestos –al igual que Jesús y las mujeres- a amar hasta el fin (cf. Jn 13, 1). Ellas fueron capaces de ver los signos de la resurrección porque estaban dispuestas a amar hasta el fin, porque estaban dispuestas a tocar la carne del Crucificado.

Luego de estos días santos, al retornar a nuestros hogares y labores cotidianas tendremos la oportunidad de tocar la carne de Cristo Crucificado en nuestros hermanos. ¡A cuántos enfermos; niños, jóvenes y ancianos; entristecidos y desorientados, podremos ungir con el perfume de nuestra cercanía, compañía y ternura! ¡A cuántos podremos ungir con el aceite del perdón y de la amistad!

Y junto con estar dispuestos a tocar la carne de Cristo Crucificado, se nos pide también anunciar con gozo y confianza la resurrección: «“Vayan ahora a decir a sus discípulos que él irá antes que ustedes a Galilea; allí lo verán”» (cf. Mc 16, 7). Ver en Galilea al Resucitado equivale a decir que lo veremos en la vida cotidiana, siempre y cuando los anunciemos con nuestras palabras y obras. El Resucitado se hace presente allí donde el amor hasta el fin se alimenta de pequeños y constantes actos de amor. El Resucitado se hace presente allí donde se vive “una santidad cotidiana fuerte y silenciosa.” (Hacia el Padre 192).


         A María, Madre de la mañana del domingo, le pedimos que se ponga en camino hacia nosotros, y que ungiéndonos con el aceite de su ternura maternal, nos transforme en hombres y mujeres matutinos, hombres y mujeres capaces de percibir y testimoniar la presencia de “Jesucristo, que resucitado de entre los muertos brilla sereno para el género humano, y vive y reina por los siglos de los siglos.”[6] Amén.



[1] Cf. MISAL ROMANO, Vigilia Pascual en la Noche Santa, monición introductoria a la Liturgia de la Palabra.
[2] Cf. BENEDICTO XVI, Homilía, Sábado Santo, Vigilia Pascual, 15 de abril de 2006 [en línea]. [fecha de consulta: 31 de marzo de 2018]. Disponible en: <http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/homilies/2006/documents/hf_ben-xvi_hom_20060415_veglia-pasquale.html>
[3] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección (Ediciones Encuentro, S. A., Madrid 2011), 304.
[4] MISAL ROMANO, Vigilia Pascual en la Noche Santa, Anuncio Pascual.
[5] BENEDICTO XVI, Homilía, Sábado Santo, Vigilia Pascual, 11 de abril de 2009 [en línea]. [fecha de consulta: 30 de marzo de 2018]. Disponible en:  <https://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/homilies/2009/documents/hf_ben-xvi_hom_20090411_veglia-pasquale.html>
[6] MISA ROMANO, Vigilia Pascual en la Noche Santa, Anuncio Pascual.

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