Pentecostés – Ciclo B
Jn
20, 19 - 23
Solemnidad de la
transformación interior
Queridos hermanos y
hermanas:
Con la celebración de la solemnidad de Pentecostés, el tiempo
pascual llega no solamente a su fin temporal, sino también a su plenitud.
Esta solemnidad litúrgica señala la plenitud del tiempo pascual porque el Misterio
Pascual de Jesucristo, su muerte y resurrección, implica su ascensión al Padre
y la efusión del Espíritu Santo.
Hoy la Iglesia celebra y renueva su fe en que Cristo
Resucitado, desde el Padre, continúa operando el envío del Espíritu Santo sobre
la humanidad. Y al hacerlo, vuelve a tomar conciencia de que «hay diversidad de dones, pero todos
proceden del mismo Espíritu. En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el
bien común» (1 Cor 12, 4. 7).
«Vieron aparecer unas
lenguas como de fuego»
El libro de los Hechos
de los apóstoles nos presenta el relato más conocido del acontecimiento de
Pentecostés: «Al llegar el día de
Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del
cielo un ruido, semejante a una ráfaga de viento, que resonó en toda la casa
donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que
descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del
Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu
les permitía expresarse.» (Hch 2,
1 - 4).
Este relato ha quedado impreso en el imaginario popular
religioso, el cual, ha dado preeminencia a las manifestaciones exteriores de la
acción del Espíritu de Dios: la ráfaga de viento, las lenguas de fuego y la
capacidad de hablar en distintas lenguas.
Al contemplar este relato nos maravillamos, al igual que
la multitud que se congregó en torno a los apóstoles el día de Pentecostés (cf.
Hch 2, 7 – 8), por estas
manifestaciones de la presencia y acción del Espíritu Santo. Incluso, muchas
veces en nuestra vida espiritual buscamos o anhelamos manifestaciones o gracias
extraordinarias.
Sin embargo, pienso que en la contemplación y meditación
del relato de Pentecostés, debemos ir desde las manifestaciones exteriores a la
acción interior del Espíritu Santo en los corazones de los apóstoles. ¿Qué
ocurrió interiormente en ellos? ¿Qué obró el Espíritu Santo en cada uno de
ellos?
Solemnidad de la
transformación interior
Cuando el P. José Kentenich habla del acontecimiento de
Pentecostés, dice que “Pentecostés fue la solemnidad de una transformación
interior integral.”[1]
Así, los sujetos de esta transformación interior integral fueron los apóstoles
y discípulos congregados en ese entonces en el Cenáculo.
Y esta transformación interior se realizó en las
capacidades espirituales de los apóstoles, es decir, en el entendimiento, en la
voluntad y en el corazón de cada uno de ellos.
Por la acción del Espíritu Santo, el entendimiento de
cada uno de ellos fue iluminado por la luz de la fe. Con esta iluminación, los
mismos fueron capaces de comprender en plenitud el Misterio Pascual de Cristo y
así anunciarlo a todos los hombres. Sabemos que antes de la Pascua del Señor los discípulos no
comprendían del todo las palabras y gestos de Jesús.
De la misma manera, la voluntad de los discípulos se vio
fortalecida por la acción del Espíritu Santo a tal punto de estar dispuestos a
dar su vida por Jesús y su mensaje. ¡Qué cambio entre aquellos hombres que
abandonan a su Maestro y los que se sienten gozosos por haber soportado
humillaciones por el nombre de Jesús!
Finalmente en el corazón de cada uno de los apóstoles se
vuelve a encender el fuego del amor a Jesús y su misión salvífica. El fervor
que enciende el Espíritu Santo es semejante a una llama que arde sin consumirse
y reparte su luz y calor generosamente.
Así la transformación interior que opera el Espíritu
Santo en el corazón de los apóstoles –y en cada uno de nosotros- es una
purificación de las facultades interiores del hombre. Se trata de una
purificación que realiza el Espíritu Santo en lo más íntimo de nuestra
personalidad y con ello nos capacita para estar más disponibles para Dios y
para los demás.
En esto consiste Pentecostés; no solamente en el recuerdo
de un acontecimiento pasado, sino en la acción transformadora y purificadora
del Espíritu Santo en nosotros. Por eso, hoy, cada uno de nosotros debe
preguntarse en oración: ¿dónde necesito ser purificado? ¿En qué dimensión de mi
vida o de mi personalidad necesito ser transformado por el Espíritu Santo?
«Como el Padre me envió a
mí, yo también los envío a ustedes»
El evangelio que hemos escuchado (Jn 20, 19 – 23) nos presenta el acontecimiento de Pentecostés unido
a la manifestación de Jesús resucitado a sus discípulos: «Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se
encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó
Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”»
(Jn 20, 19).
En el cuarto evangelio se ilustra con mayor claridad la
unidad entre resurrección de Jesús y efusión del Espíritu Santo. Por eso, es el
mismo Resucitado el que dona el Espíritu a los apóstoles: «“Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que
ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”» (Jn 20, 22 – 23).
Pentecostés. Capilla del Obispado. Tenerife, España. 2010. |
Lo podemos experimentar en nuestra vida cotidiana. Cuando
nos animamos a aceptar compromisos apostólicos o misioneros, experimentamos que
el Espíritu Santo actúa en nosotros despertando capacidades muchas veces
desconocidas o adormecidas en nuestro interior. Por eso, el Espíritu actúa en
el envío misionero y en la fecundidad del mismo.
En este día de Pentecostés, día de transformación y envío
misionero, suplicamos a María, Regina
Apostolorum – Reina de los Apóstoles:
“En medio de los apóstoles, con tu
poderosa intercesión, imploras la prometida irrupción del Espíritu Santo por la
cual fueron transformados débiles hombres y se indica a la Iglesia la ruta de
victoria.
Abre nuestras almas al Espíritu de Dios y que Él
nuevamente arrebate al mundo desde sus cimientos.”[2] Amén.
[1] P.
J. KENTENICH, Soy el fuego de Dios.
Textos sobre el Espíritu Santo (Editorial Patris, Santiago – Chile 1998),
184.
[2] P.
J. KENTENICH, Hacia el Padre.
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