La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

lunes, 21 de mayo de 2018

Solemnidad de la transformación interior


Pentecostés – Ciclo B

Jn 20, 19 - 23

Solemnidad de la transformación interior

Queridos hermanos y hermanas:

            Con la celebración de la solemnidad de Pentecostés, el tiempo pascual llega no solamente a su fin temporal, sino también a su plenitud. Esta solemnidad litúrgica señala la plenitud del tiempo pascual porque el Misterio Pascual de Jesucristo, su muerte y resurrección, implica su ascensión al Padre y la efusión del Espíritu Santo.

            Hoy la Iglesia celebra y renueva su fe en que Cristo Resucitado, desde el Padre, continúa operando el envío del Espíritu Santo sobre la humanidad. Y al hacerlo, vuelve a tomar conciencia de que «hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu. En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común» (1 Cor 12, 4. 7).

«Vieron aparecer unas lenguas como de fuego»

            El libro de los Hechos de los apóstoles nos presenta el relato más conocido del acontecimiento de Pentecostés: «Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse.» (Hch 2, 1 - 4).

            Este relato ha quedado impreso en el imaginario popular religioso, el cual, ha dado preeminencia a las manifestaciones exteriores de la acción del Espíritu de Dios: la ráfaga de viento, las lenguas de fuego y la capacidad de hablar en distintas lenguas.

            Al contemplar este relato nos maravillamos, al igual que la multitud que se congregó en torno a los apóstoles el día de Pentecostés (cf. Hch 2, 7 – 8), por estas manifestaciones de la presencia y acción del Espíritu Santo. Incluso, muchas veces en nuestra vida espiritual buscamos o anhelamos manifestaciones o gracias extraordinarias.

            Sin embargo, pienso que en la contemplación y meditación del relato de Pentecostés, debemos ir desde las manifestaciones exteriores a la acción interior del Espíritu Santo en los corazones de los apóstoles. ¿Qué ocurrió interiormente en ellos? ¿Qué obró el Espíritu Santo en cada uno de ellos?       

Solemnidad de la transformación interior

            Cuando el P. José Kentenich habla del acontecimiento de Pentecostés, dice que “Pentecostés fue la solemnidad de una transformación interior integral.”[1] Así, los sujetos de esta transformación interior integral fueron los apóstoles y discípulos congregados en ese entonces en el Cenáculo.

            Y esta transformación interior se realizó en las capacidades espirituales de los apóstoles, es decir, en el entendimiento, en la voluntad y en el corazón de cada uno de ellos.

            Por la acción del Espíritu Santo, el entendimiento de cada uno de ellos fue iluminado por la luz de la fe. Con esta iluminación, los mismos fueron capaces de comprender en plenitud el Misterio Pascual  de Cristo y así anunciarlo a todos los hombres. Sabemos que antes de la Pascua del Señor los discípulos no comprendían del todo las palabras y gestos de Jesús.

            De la misma manera, la voluntad de los discípulos se vio fortalecida por la acción del Espíritu Santo a tal punto de estar dispuestos a dar su vida por Jesús y su mensaje. ¡Qué cambio entre aquellos hombres que abandonan a su Maestro y los que se sienten gozosos por haber soportado humillaciones por el nombre de Jesús!

            Finalmente en el corazón de cada uno de los apóstoles se vuelve a encender el fuego del amor a Jesús y su misión salvífica. El fervor que enciende el Espíritu Santo es semejante a una llama que arde sin consumirse y reparte su luz y calor generosamente.

            Así la transformación interior que opera el Espíritu Santo en el corazón de los apóstoles –y en cada uno de nosotros- es una purificación de las facultades interiores del hombre. Se trata de una purificación que realiza el Espíritu Santo en lo más íntimo de nuestra personalidad y con ello nos capacita para estar más disponibles para Dios y para los demás.

            En esto consiste Pentecostés; no solamente en el recuerdo de un acontecimiento pasado, sino en la acción transformadora y purificadora del Espíritu Santo en nosotros. Por eso, hoy, cada uno de nosotros debe preguntarse en oración: ¿dónde necesito ser purificado? ¿En qué dimensión de mi vida o de mi personalidad necesito ser transformado por el Espíritu Santo?  

«Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes»

            El evangelio que hemos escuchado (Jn 20, 19 – 23) nos presenta el acontecimiento de Pentecostés unido a la manifestación de Jesús resucitado a sus discípulos: «Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”» (Jn 20, 19).

            En el cuarto evangelio se ilustra con mayor claridad la unidad entre resurrección de Jesús y efusión del Espíritu Santo. Por eso, es el mismo Resucitado el que dona el Espíritu a los apóstoles: «“Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”» (Jn 20, 22 – 23).

Pentecostés.
Capilla del Obispado.
Tenerife, España. 2010.
            Y esta donación del Espíritu Santo va unida al envío misionero: «“Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”» (Jn 20, 21). Por lo tanto, se nos muestra que Pentecostés es envío misionero. Se trata de transformación interior y de envío a la misión. Por esta razón, Pentecostés es acontecimiento y actualidad, y así disponibilidad para vivir nuestra vocación de discípulos misioneros.

            Lo podemos experimentar en nuestra vida cotidiana. Cuando nos animamos a aceptar compromisos apostólicos o misioneros, experimentamos que el Espíritu Santo actúa en nosotros despertando capacidades muchas veces desconocidas o adormecidas en nuestro interior. Por eso, el Espíritu actúa en el envío misionero y en la fecundidad del mismo.

            En este día de Pentecostés, día de transformación y envío misionero, suplicamos a María, Regina Apostolorum – Reina de los Apóstoles:

“En medio de los apóstoles, con tu poderosa intercesión, imploras la prometida irrupción del Espíritu Santo por la cual fueron transformados débiles hombres y se indica a la Iglesia la ruta de victoria. 

Abre nuestras almas al Espíritu de Dios y que Él nuevamente arrebate al mundo desde sus cimientos.”[2] Amén.



[1] P. J. KENTENICH, Soy el fuego de Dios. Textos sobre el Espíritu Santo (Editorial Patris, Santiago – Chile 1998), 184.
[2] P. J. KENTENICH, Hacia el Padre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario