La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

lunes, 7 de mayo de 2018

«Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes»


Domingo 6° de Pascua – Ciclo B

Jn 15, 9 – 17

«Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes»

Queridos hermanos y hermanas:

            En el evangelio de hoy (Jn 15, 9 – 17) encontramos un hermoso e íntimo diálogo entre Jesús y sus discípulos. En el contexto de la Última Cena, Jesús invita a los suyos a adentrarse en la intimidad del amor que hay entre el Padre y el Hijo, y les recuerda a sus discípulos que precisamente, por haber compartido con ellos esa intimidad, ya no son siervos sino amigos del Señor.

            También nosotros queremos adentrarnos en la intimidad divina y aprender a ser amigos de Jesús recibiendo su amor para compartirlo con los demás.

«Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes»

            Si meditamos con atención la frase de Jesús: «Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes» (Jn 15, 9) nos daremos cuenta de todo lo que ella implica.

            En primer lugar Jesús nos dice que ha sido amado por el Padre. Creo que es importante que nos demos cuenta de que Jesús tiene conciencia de ser profundamente amado por Dios, su Padre. Es inevitable preguntarse, ¿cómo será el amor del Padre por el Hijo? Podemos suponer que es un amor pleno, desbordante, ya que «Dios es rico en misericordia» (cf. Ef 2,4).

            Y precisamente, con ese amor pleno y desbordante, con ese amor misericordioso, nos ama Jesús. Jesús no guarda para sí el amor que recibe como Hijo en la comunión divina. De hecho, «durante la última Cena», Jesús abre la puerta de la intimidad que como Hijo tiene con su Padre. Con ese amor Jesús amó a sus discípulos de ese entonces; con ese amor Jesús ama a sus discípulos de hoy.

            Sí, Jesús nos ama con el amor del Padre. Por lo tanto, en el amor de Jesús conocemos el amor del Padre. Se cumple así la palabra que Jesús dirigiera a Felipe: «El que me ha visto, ha visto al Padre» (Jn 14, 9), ya que “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre”.[1]

            Por lo tanto, detengámonos a pensar, o mejor aún, a meditar y gustar cómo nos ha amado Jesús. Recorramos nuestra historia de vida con Él, nuestro camino de discípulos. ¿En qué día salió Él a mi encuentro? ¿Cómo fue el momento en que me sentí amado por Él? ¿Qué hizo su amor en mí? ¿Me perdonó? ¿Me sanó? ¿Me levantó? ¿Me devolvió la alegría, la dignidad y la esperanza? ¿Me invitó a seguirlo por un nuevo camino de vida?

            Recordar cómo nos amó y nos ama Jesús es tomar conciencia del gran amor con el cual el Padre nos amó y nos ama. Es renovar nuestra identidad cristiana más profunda: “Hemos creído en el amor: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida.”[2]   

«Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor»

            Y junto con tomar conciencia del gran amor con el cual somos amados, Jesús hoy nos hace un pedido: «Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor.» (Jn 15, 9b – 10a).

            Como vemos, el pedido viene acompañado de una orientación. “Permanezcan en mi amor, permanezcan en ese amor que nace del corazón de Dios Padre y llega a ustedes a través del Hijo.” Pero ese permanecer en el amor no es mero sentimentalismo, tampoco es simplemente una convicción interior. Ese permanecer en el amor del Padre y del Hijo implica cumplir los mandamientos de Jesús.

            Y en concreto aquel que Él llama «mi mandamiento»: «Este es mi mandamiento: ámense los unos a los otros, como yo los he amado» (Jn 15, 12).

            Se nos señala así al menos dos cosas. En primer lugar, que el amor al que Jesús nos invita nunca es solamente sentimiento o buena intención. Permanecer en su amor implica recibir sus palabras, sus enseñanzas y mandamientos y ponerlos en práctica.

Como lo dice el mismo Jesús en otro pasaje del Evangelio, esta vez en Mateo: «No son los que me dicen: «Señor, Señor», los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena.» (Mt 7, 21. 24. 26).

            En segundo lugar, se nos indica que este amor concreto al que se nos llama tiene un modelo, un parámetro según el cual regirse: «Ámense los unos a los otros, como yo los he amado». (Jn 15, 12). Se trata de amar como Jesús amó, como Jesús nos ama a cada uno de nosotros.

            Por eso, ¡qué importante volver a tomar conciencia de que somos amados por el Señor! ¡Qué importante volver a recordar cómo Jesús ama a los suyos! Como lo dice el Evangelio según san Juan: «Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Jn 13, 1). Sí, Jesús nos amó y nos ama hasta el fin, hasta la consumación de su amor, hasta la cruz, hasta dar la vida por los suyos. Por eso él mismo dirá: «No hay amor más grande que dar la vida por los amigos» (Jn 15, 13). En el fondo, al decir esto, Jesús está describiendo su propio amor por nosotros, y con ello, nos está mostrando el modelo que debemos seguir. Cumplir el mandamiento del amor de Jesús implica asumir su estilo de vida, entrar en la dinámica de su amor: porque soy amado, puedo amar a los demás.

            Así, se vuelve a poner de manifiesto que el cristianismo es al mismo tiempo don y tarea. Es el don del amor del Padre que se recibe en Cristo Jesús. Y es, al mismo tiempo, tarea de compartir ese don con los demás, pues, “ser cristiano es ante todo un don, pero que luego se desarrolla en la dinámica del vivir y poner en práctica este don.”[3]

«Que ese gozo sea perfecto»

            Finalmente, Jesús dice a sus discípulos –y por ello a cada uno de nosotros-: «Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto» (Jn 15, 11).

            Recibir el amor del Padre en Cristo Jesús y asumir su estilo de vida por medio del amor concreto, nos lleva a compartir el gozo de Cristo mismo. La alegría de Jesús consiste en recibir el amor del Padre y compartirlo con los demás. De la misma manera, nuestra alegría, nuestro gozo, consiste en recibir el amor del Padre, ser amigos de Jesús (cf. Jn 15, 15) y amarnos los unos a los otros como Él nos amó (cf. Jn 15, 12).

            Se trata del gozo que nadie nos podrá arrebatar (cf. Jn 16, 22), pues es el gozo de la certeza de ser amados. Aquel que se sabe amado, puede encontrar el sentido de su vida tanto en la alegría como el sufrimiento, ya que «Dios dispone, todas las cosas para el bien de los que lo aman» (Rm 8, 28).

           
María, Madre de la ternura.
Policlinico Gemelli.
Roma, Italia. 2015.
Y ese gozo se hace perfecto en nosotros porque es un don del Espíritu Santo (cf. Gál 5, 22); es más, es el mismo Espíritu Santo, el Amor increado, actuando en nosotros. Así, el amor cristiano se nos muestra como una realidad trinitaria: tiene su fuente en el Padre, llega a nosotros por medio del Hijo y actúa en nosotros y con nosotros por la acción del Espíritu Santo.

Y precisamente, cuando nos dejamos guiar por el Espíritu Santo y así amamos a los demás, permanecemos en el amor del Señor.

A María, Madre y Maestra del amor, le pedimos que nos eduque y nos enseñe a recibir el don del amor que proviene del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; y que recibiendo ese amor lo pongamos en práctica amando concretamente a nuestros hermanos, pues si cumplimos los mandamientos de Jesús, permaneceremos en su amor, como Él cumplió los mandamientos de su Padre y permaneció en su amor (cf. Jn 15, 10). Amén.


[1] PAPA FRANCISCO, Misericordiae Vultus, 1.
[2] BENEDICTO XVI, Deus Caritas est, 1.
[3] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección (Ediciones Encuentro S.A., Madrid 2011),  83.

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