Domingo 6° de Pascua –
Ciclo B
Jn
15, 9 – 17
«Como el Padre me amó,
también yo los he amado a ustedes»
Queridos hermanos y
hermanas:
En el evangelio de hoy (Jn 15, 9 – 17) encontramos un hermoso e íntimo diálogo entre Jesús
y sus discípulos. En el contexto de la Última Cena, Jesús invita a los suyos a
adentrarse en la intimidad del amor que hay entre el Padre y el Hijo, y les
recuerda a sus discípulos que precisamente, por haber compartido con ellos esa
intimidad, ya no son siervos sino amigos del Señor.
También nosotros queremos adentrarnos en la intimidad
divina y aprender a ser amigos de Jesús recibiendo su amor para compartirlo con
los demás.
«Como
el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes»
Si meditamos con atención la frase de Jesús: «Como el Padre me amó, también yo los he
amado a ustedes» (Jn 15, 9) nos
daremos cuenta de todo lo que ella implica.
En primer lugar Jesús nos dice que ha sido amado por el
Padre. Creo que es importante que nos demos cuenta de que Jesús tiene
conciencia de ser profundamente amado por Dios, su Padre. Es inevitable
preguntarse, ¿cómo será el amor del Padre por el Hijo? Podemos suponer que es
un amor pleno, desbordante, ya que «Dios
es rico en misericordia» (cf. Ef
2,4).
Y precisamente, con ese amor pleno y desbordante, con ese
amor misericordioso, nos ama Jesús. Jesús no guarda para sí el amor que recibe
como Hijo en la comunión divina. De hecho, «durante
la última Cena», Jesús abre la puerta de la intimidad que como Hijo tiene
con su Padre. Con ese amor Jesús amó a sus discípulos de ese entonces; con ese
amor Jesús ama a sus discípulos de hoy.
Sí, Jesús nos ama con el amor del Padre. Por lo tanto, en
el amor de Jesús conocemos el amor del Padre. Se cumple así la palabra que
Jesús dirigiera a Felipe: «El que me ha
visto, ha visto al Padre» (Jn 14,
9), ya que “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre”.[1]
Por lo tanto, detengámonos a pensar, o mejor aún, a
meditar y gustar cómo nos ha amado Jesús. Recorramos nuestra historia de vida
con Él, nuestro camino de discípulos. ¿En qué día salió Él a mi encuentro?
¿Cómo fue el momento en que me sentí amado por Él? ¿Qué hizo su amor en mí? ¿Me
perdonó? ¿Me sanó? ¿Me levantó? ¿Me devolvió la alegría, la dignidad y la
esperanza? ¿Me invitó a seguirlo por un nuevo camino de vida?
Recordar cómo nos amó y nos ama Jesús es tomar conciencia
del gran amor con el cual el Padre nos amó y nos ama. Es renovar nuestra
identidad cristiana más profunda: “Hemos
creído en el amor: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de
su vida.”[2]
«Si
cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor»
Y junto con tomar conciencia del gran amor con el cual
somos amados, Jesús hoy nos hace un pedido: «Permanezcan
en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor.» (Jn 15, 9b – 10a).
Como vemos, el pedido viene acompañado de una
orientación. “Permanezcan en mi amor, permanezcan en ese amor que nace del
corazón de Dios Padre y llega a ustedes a través del Hijo.” Pero ese permanecer
en el amor no es mero sentimentalismo, tampoco es simplemente una convicción interior.
Ese permanecer en el amor del Padre y del Hijo implica cumplir los mandamientos
de Jesús.
Y en concreto aquel que Él llama «mi mandamiento»: «Este es mi
mandamiento: ámense los unos a los otros, como yo los he amado» (Jn 15, 12).
Se nos señala así al menos dos cosas. En primer lugar,
que el amor al que Jesús nos invita nunca es solamente sentimiento o buena
intención. Permanecer en su amor implica recibir sus palabras, sus enseñanzas y
mandamientos y ponerlos en práctica.
Como
lo dice el mismo Jesús en otro pasaje del Evangelio,
esta vez en Mateo: «No son los que me dicen: «Señor, Señor»,
los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de
mi Padre que está en el cielo. Así, todo el que escucha las palabras que acabo
de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que
edificó su casa sobre roca. Al contrario, el que escucha mis palabras y no las
practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre
arena.» (Mt 7, 21. 24. 26).
En segundo lugar, se nos indica que este amor concreto al
que se nos llama tiene un modelo, un parámetro según el cual regirse: «Ámense los unos a los otros, como yo los he
amado». (Jn 15, 12). Se trata de
amar como Jesús amó, como Jesús nos ama a cada uno de nosotros.
Por eso, ¡qué importante volver a tomar conciencia de que
somos amados por el Señor! ¡Qué importante volver a recordar cómo Jesús ama a
los suyos! Como lo dice el Evangelio
según san Juan: «Sabiendo Jesús que
había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a
los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Jn 13, 1). Sí, Jesús nos amó y nos ama
hasta el fin, hasta la consumación de su amor, hasta la cruz, hasta dar la vida
por los suyos. Por eso él mismo dirá: «No
hay amor más grande que dar la vida por los amigos» (Jn 15, 13). En el fondo, al decir esto, Jesús está describiendo su
propio amor por nosotros, y con ello, nos está mostrando el modelo que debemos
seguir. Cumplir el mandamiento del amor de Jesús implica asumir su estilo de
vida, entrar en la dinámica de su amor: porque soy amado, puedo amar a los
demás.
Así, se vuelve a poner de manifiesto que el cristianismo
es al mismo tiempo don y tarea. Es el don del amor del Padre que se recibe en
Cristo Jesús. Y es, al mismo tiempo, tarea de compartir ese don con los demás,
pues, “ser cristiano es ante todo un don, pero que luego se desarrolla en la
dinámica del vivir y poner en práctica este don.”[3]
«Que ese gozo sea perfecto»
Finalmente, Jesús dice a sus discípulos –y por ello a
cada uno de nosotros-: «Les he dicho esto
para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto» (Jn 15, 11).
Recibir el amor del Padre en Cristo Jesús y asumir su
estilo de vida por medio del amor concreto, nos lleva a compartir el gozo de
Cristo mismo. La alegría de Jesús consiste en recibir el amor del Padre y
compartirlo con los demás. De la misma manera, nuestra alegría, nuestro gozo,
consiste en recibir el amor del Padre, ser amigos de Jesús (cf. Jn 15, 15) y amarnos los unos a los
otros como Él nos amó (cf. Jn 15,
12).
Se trata del gozo que nadie nos podrá arrebatar (cf. Jn 16, 22), pues es el gozo de la
certeza de ser amados. Aquel que se sabe amado, puede encontrar el sentido de
su vida tanto en la alegría como el sufrimiento, ya que «Dios dispone, todas las cosas para el bien de los que lo aman» (Rm 8, 28).
María, Madre de la ternura. Policlinico Gemelli. Roma, Italia. 2015. |
Y
precisamente, cuando nos dejamos guiar por el Espíritu Santo y así amamos a los
demás, permanecemos en el amor del Señor.
A
María, Madre y Maestra del amor, le
pedimos que nos eduque y nos enseñe a recibir el don del amor que proviene del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; y que recibiendo ese amor lo pongamos en
práctica amando concretamente a nuestros hermanos, pues si cumplimos los
mandamientos de Jesús, permaneceremos en su amor, como Él cumplió los
mandamientos de su Padre y permaneció en su amor (cf.
Jn 15, 10). Amén.
[1]
PAPA FRANCISCO, Misericordiae Vultus,
1.
[2]
BENEDICTO XVI, Deus Caritas est, 1.
[3] J.
RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de
Nazaret. Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección (Ediciones
Encuentro S.A., Madrid 2011), 83.
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