La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

domingo, 21 de abril de 2019

«Él también vio y creyó»


Pascua de la Resurrección del Señor – Misa del día – Ciclo C

Jn 20, 1 – 9

«Él también vio y creyó»

Queridos hermanos y hermanas:

            En este Domingo de Resurrección hemos escuchado un pasaje del Evangelio según san Juan (Jn 20, 1 – 9). En el mismo se nos relata que «el primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada.» (Jn 20, 1).

            Este hecho desata una serie de acontecimientos intensos y rápidos que concluirán con la afirmación de la fe en la resurrección de Cristo por parte del discípulo al que Jesús amaba (cf. Jn 20, 8).

            Volvamos al texto evangélico para mirar con detenimiento cómo se desenvuelven los acontecimientos, y también para descubrir en medio de ellos el movimiento y la dinámica de la fe pascual.

«Vio que la piedra había sido sacada»

            Cuando María Magdalena llega al sepulcro ve «que la piedra había sido sacada». Podemos suponer que María Magdalena iba al sepulcro para -de alguna manera- velar el cuerpo de Jesús y acompañarlo. Sin embargo, la Magdalena se percata de que el sepulcro está vacío. En un primer momento, ella no interpreta este hecho como un signo de la resurrección de Jesús. De hecho, dice a Pedro y al otro discípulo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.» (Jn 20, 2).

            Ante el sepulcro vacío, en ese momento, no surge en ella la fe sino más bien el temor y el desconcierto: «Se han llevado al Señor… No sabemos dónde lo han puesto».

            «Se han llevado al Señor». Estas palabras bien podrían aplicarse a la muerte misma. Luego de los dramáticos acontecimientos ocurridos en Jerusalén, parecía que efectivamente la muerte se había llevado a Jesús, y con Él, las esperanzas y anhelos de cuantos creyeron en Él y en su palabra.

            «No sabemos dónde lo han puesto». Son también palabra de desconcierto. Si la muerte se ha llevado a Jesús: ¿dónde buscarlo? Si la muerte o el fracaso se han llevado nuestras fuerzas y esperanzas: ¿dónde buscarlas?

«Pedro y el otro discípulo fueron al sepulcro»

            
Ante esta situación «Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro» (Jn 20, 3). Así, ante las preocupantes noticias que trajo María Magdalena, Pedro y el otro discípulo – que la tradición identifica con Juan- se ponen en camino raudamente para llegar al lugar de los hechos. Ante el temor y el desconcierto no se esconden, no niegan ni evaden la situación, sino que se confrontan con ella: miran la realidad tal cual es, tal y como se presenta.

            Hay aquí una primera actitud de fe sumamente importante: observar la realidad, incluso cuando ella se presenta con dificultades y adversidades. Observar la realidad, no huir de ella; no huir de los problemas; no huir de las cruces; no huir del vacío del sepulcro.

            Hoy nos cuesta aceptar y soportar el vacío. Por eso llenamos nuestra vida de ruidos, imágenes y actividades. Constantemente estamos distraídos. Constantemente huimos del vacío de la soledad y del silencio. Y por eso nos cuesta observar con detenimiento y escuchar con atención.

            Sin embargo, Pedro y Juan se animan a confrontarse con el sepulcro vacío y observar la realidad que allí se les presenta. ¿Qué han visto? ¿Qué han encontrado?

            Nos dice el texto evangélico que tanto Juan como Pedro vieron «las vendas en el suelo, y también el sudario» que había cubierto la cabeza de Jesús (cf. Jn 20, 6 – 7). Se nos precisa además, que dicho sudario «no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte» (Jn 20,7).

            Es decir, en el silencio y soledad del sepulcro vacío, estos discípulos se encontraron con los signos de la resurrección. No son testigos del acontecimiento mismo de la resurrección, “ésta es un proceso que se ha desarrollado en el secreto de Dios, entre Jesús y el Padre, un proceso que nosotros no podemos describir y que por su naturaleza escapa a la experiencia humana.”[1] Sin embargo, son testigos de los signos de la resurrección; son capaces de percibir los rastros del Resucitado.

«Él también vio y creyó»

           
La Resurrección de Cristo.
El Greco, 1597 - 1600. Óleo sobre tela.
Museo del Prado, Madrid, España.
Wikimedia Commons.
Y precisamente porque han observado la realidad y han percibido los signos de la resurrección, son capaces de creer en el Resucitado. Observar, percibir y creer parecieran ser los pasos del proceso de la fe pascual. Pareciera ser ésta la dinámica de la fe a la cual se nos sigue invitando hoy para descubrir al Resucitado en nuestras vidas.

            Animarnos a observar nuestra realidad –personal, familiar, eclesial y social-, con toda su riqueza y complejidad, con todos sus desafíos y posibilidades; para así descubrir en ella los signos de la resurrección. Siempre, en todo lugar y en toda vida, hay signos de resurrección, hay vendas blancas que nos dicen que el Resucitado no está en el sepulcro, y que, por lo tanto, nuestra esperanza no está muerta.

            Animémonos a observar, percibir y creer; y que también a nosotros se apliquen las palabras que el Evangelio refiere sobre el discípulo al que Jesús amaba: «Él también vio y creyó» (Jn 20, 8).

            A María, Mater fidei paschalis – Madre de la fe pascual, suplicamos:

            “¡Madre, ayuda nuestra fe!

            Enséñanos a mirar con los ojos de Jesús,

            para que él sea luz en nuestro camino.”[2]

            Enséñanos a observar la vida con detenimiento,

            para descubrir en ella los signos de la resurrección, y así,

            creyendo contemplemos al Resucitado que está presente en medio de nosotros

            y vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

P. Oscar Iván Saldívar, I.Sch.
Santuario de Tupãrenda, 21 de abril de 2019


[1] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección (Ediciones Encuentro, Madrid 2011),304
[2] PAPA FRANCISCO, Lumen Fidei, 60.

sábado, 20 de abril de 2019

«Ellas contaron todo a los Apóstoles»


Vigilia Pascual en la Noche Santa – Ciclo C

Lc 24, 1 – 12

«Ellas contaron todo a los Apóstoles»

Queridos hermanos y hermanas:

            Una vez más el Evangelio, al relatarnos los acontecimientos en torno a la resurrección de Cristo de entre los muertos, pone ante nuestros ojos a las fieles y fuertes mujeres que han acompañado al Señor a lo largo de su ministerio.

            Lo que hemos escuchado como anuncio evangélico en esta Noche Santísima pertenece al grupo de textos que los estudiosos llaman “tradición [-es decir, transmisión de la resurrección-] en forma de narración.”[1] En esta forma de tradición bíblica de la resurrección, “las mujeres tienen un papel decisivo; más aún, tienen la preeminencia en comparación con los hombres.”[2] Y esto se debe a que “así como bajo la cruz se encontraban únicamente mujeres –con excepción de Juan-, así también el primer encuentro con el Resucitado estaba destinado a ellas.”[3]

«Fueron al sepulcro con los perfumes»

            Sí, los primeros indicios de la resurrección y los primeros encuentros con el Resucitado están destinados a estas fieles mujeres y  a quienes, como ellas, permanecen fieles al amor en medio de la adversidad. No en vano Jesús dijo a sus discípulos: «Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Permanezcan en mi amor.» (Jn 15, 4. 9b).

            El permanecer en el amor de estas mujeres es muy concreto: «fueron al sepulcro con los perfumes que habían preparado» (Lc 24, 1). Su amor por el Maestro las lleva a cuidar de su cuerpo en la muerte, así como lo ayudaron «con sus bienes» (cf. Lc 8, 1 – 3) mientras vivía, predicaba y sanaba. Amor en vida y en muerte.

            Y permaneciendo en el amor «encontraron removida la piedra del sepulcro y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús» (Lc 24, 2 – 3).

            Las mujeres del Evangelio, las mujeres del amanecer del primer día de la semana, nos enseñan que la fe pascual es posible ahí donde el amor permanece fiel aún en medio de la oscuridad. De hecho, es el amor concreto el que es capaz de percibir la luz matutina de la resurrección.

            Lo experimentamos en nuestra propia vida. ¡Cuántas veces el amor concreto nos llevó a experimentar la luz de la resurrección! Cuando ayudamos a los demás con nuestra presencia, con nuestras capacidades y consejos; cuando compartimos nuestros bienes y nuestro tiempo; cuando perdonamos y pedimos perdón, nuestros rostros y nuestros corazones se iluminan con la luz del amor y de la resurrección.

            Con Cristo siempre es posible que la luz surja en medio de la oscuridad; sí, la luz pascual del amor despeja las tinieblas del egoísmo, el rencor y el pecado.

«Se les aparecieron dos hombres con vestiduras deslumbrantes»

            Volvamos al texto evangélico. El permanecer en el amor permite a las mujeres ser testigos del sepulcro vacío y recibir el primer anuncio de la resurrección: «¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado.» (Lc 24, 5 – 6).

            Al recibir el anuncio de la resurrección, las mujeres recordaron las palabras de Jesús (cf. Lc 24, 5 – 8). Detengámonos aquí. Dijimos que el permanecer en el amor concreto hace posible el ser testigos de las huellas de la resurrección. Amando concretamente percibimos en nuestra vida la presencia del Resucitado; amando concretamente recordamos las palabras del Evangelio de Jesús y las comprendemos con mayor profundidad.

            El percibir al Resucitado, el vivir la vida del Resucitado, necesariamente está unido al amor fraterno concreto. El comprender en toda su amplitud y profundidad el Evangelio está unido al amor concreto. Sólo amando veremos al Resucitado y comprenderemos plenamente su Evangelio, ya que lo estaremos viviendo, o más precisamente, el Resucitado estará amando y viviendo en nosotros.

«Ellas contaron todo a los Apóstoles»

            Finalmente las fieles mujeres, que amando han sido capaces de recibir el anuncio de la resurrección y de comprender en profundidad el Evangelio, se convierten en las primeras testigos y heraldos del Resucitado: «Cuando regresaron del sepulcro, refirieron esto a los Once y a los demás. Eran María Magdalena, Juana y María, la madre de Santiago, y las demás mujeres que les acompañaban. Ellas contaron todo a los Apóstoles.» (Lc 24, 9 – 10).

           
Aparición de Jesucristo a María Magdalena.
Alexander Andreyevich Ivanov, 1835.Óleo sobre tela.
Museo Estatal Ruso, San Petersburgo, Rusia.
Wikimedia Commons.  
Si bien en un primer momento los Apóstoles no supieron dar crédito a este anuncio, las mujeres perseveraron en su testimonio. Una vez más ellas permanecieron en el amor. No en vano “a María Magdalena santo Tomás de Aquino le da el singular calificativo de «apóstol de los Apóstoles» (apostolorum  apostola), dedicándole un bello comentario: «(…) una mujer fue la primera en anunciar a los Apóstoles palabras de vida» (Super Ioannem, ed. Cai, 2519)”.[4]

            También nosotros queremos entrar en la escuela de las fieles y santas mujeres del Evangelio y aprender a permanecer en el amor para así percibir siempre de nuevo la luz de la resurrección, acoger en nuestros corazones el Evangelio y convertirnos en apóstoles de “Jesucristo, (…), que resucitado de entre los muertos brilla sereno para el género humano.”[5]

           
Para ello, nos confiamos a la intercesión y la acción educadora de María, Regina Coeli – Reina del Cielo, quien hoy se goza y se alegra “porque ha resucitado verdaderamente el Señor. Aleluia.”[6]Amén.




[1] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección (Ediciones Encuentro S.A., Madrid 2011), 303.
[2] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret..., 305.
[3] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret..., 306.
[4] BENEDICTO XVI, Audiencia General, 14 de febrero de 2007 [en línea]. [fecha de consulta: 20 de abril de 2019]. Disponible en: <http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/audiences/2007/documents/hf_ben-xvi_aud_20070214.html>
[5] MISAL ROMANO, Pregón Pascual.
[6] Antífona mariana pascual Regina Coeli.

viernes, 19 de abril de 2019

El Kerygma cristiano


Viernes Santo de la Pasión del Señor – Ciclo C

Acción litúrgica de la Pasión del Señor

Jn 18, 1 – 19,42

El Kerygma cristiano

Queridos hermanos y hermanas:

            La Liturgia de este Viernes Santo de la Pasión del Señor centra nuestra atención en la cruz de Jesús; centra nuestra atención en la Pasión y Muerte del Señor. El momento central de esta celebración está constituido por la proclamación de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según san Juan (Jn 18, 1 – 19, 42).

El anuncio de la Pasión

            Año tras año la Iglesia se pone a la escucha de este relato. ¿Por qué lo hace?

            En primer lugar porque la Pasión del Señor, que es concreción de su amor «hasta el fin» por nosotros (cf. Jn 13, 1), forma parte del kerygma (κήρυγμα) cristiano, es decir, forma parte del primer anuncio del Evangelio.

            En la boca de la Iglesia “vuelve a resonar siempre el primer anuncio: «Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte». Cuando a este primer anuncio se le llama «primero», eso no significa que está al comienzo y después se olvida o se reemplaza por otros contenidos que lo superan. Es el primero en un sentido cualitativo, porque es el anuncio principal, ese que siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y ese que siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra a los largo”[1] de la vida de los fieles cristianos y a lo largo del tiempo de la historia humana.

            Así la Liturgia nos ayuda a dimensionar «la anchura y la longitud, la altura y la profundidad» del amor de Cristo (cf. Ef 3, 18 – 19). Tan ancho y tan profundo, tan abarcador y total es el amor de Cristo Jesús por nosotros, que soportó la Pasión para que por sus heridas fuésemos sanados (cf. Is 53, 5).

            En el huerto de Getsemaní, con su obediencia sana nuestra desobediencia; atado a la columna, con su reciedumbre sana nuestra sensualidad desordenada; coronado de espinas, con su mansedumbre sana nuestra arrogancia; cargando la cruz, con su constancia en el sufrir, sana nuestra débil voluntad de sacrificio; entregando su vida en la cruz, con su amor sana nuestro egoísmo y nuestro pecado.

La muerte salvífica del Señor

            Comprendemos entonces por qué la Iglesia vuelve a escuchar con atención y veneración la Pasión de su Señor. Se trata del anuncio primero y fundamental: «Jesucristo te ama y dio su vida por ti; dio su vida para que tengas vida y la tengas en abundancia» (cf. Jn 10, 10).

           
El Señor en el Calvario. Detalle.
Raúl Berzosa.
Guatemala, 2019.
Por eso mismo, se trata también de un anuncio que sana y que salva. Acoger con fe el anuncio de la muerte salvífica del Señor, es el inicio de la sanación de nuestras heridas; es el inicio del camino de conversión hacia Jesús y su amor siempre fiel, paciente y esperanzado.

            Porque acoger con fe este anuncio significa reconocer que somos pequeños y frágiles, que estamos heridos por nuestro egoísmo y por nuestros pecados, y que necesitamos sanación.

            Sólo entonces experimentamos vitalmente lo que es la redención: el ser liberados de nuestro egoísmo; el ser liberados de nuestra pretensión de autosuficiencia; el ser liberados de nuestros pecados. Allí comienza nuestra redención: creyendo en el sentido salvífico que Jesús le dio a su muerte por nosotros; creyendo en el amor siempre fiel hasta el fin de Jesús. Entonces comprendemos y experimentamos que “quien se confía al amor de Dios es redimido.”[2]

            Acojamos hoy este anuncio salvífico; acojámoslo en lo profundo e íntimo de nuestro corazón: «Jesucristo me ama y dio su vida por mí». Que este anuncio nos vaya sanando y liberando; y que la fuerza redentora de este anuncio nos mueve a cooperar con Cristo para sanar y liberar a nuestros hermanos.

            A María, Mater Dolorosa et Gloriosa – Madre Dolorosa y Gloriosa, que estuvo al pie de la cruz  y supo acoger en su corazón el gesto redentor de su hijo (cf. Jn 19, 25 – 27), le pedimos que nos ayude a aceptar en nuestra vida la salvación realizada en la cruz por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.


[1] PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium, 164.
[2] BENEDICTO XVI, PAPA EMÉRITO, La Iglesia y el escándalo del abuso sexual, III, 1 [en línea]. [fecha de consulta: 12 de abril de 2019]. Disponible en: <https://www.aciprensa.com/noticias/el-diagnostico-de-benedicto-xvi-sobre-la-iglesia-y-los-abusos-sexuales-35201>

domingo, 14 de abril de 2019

«Si ellos callan, gritarán las piedras»


Domingo de Ramos en la Pasión del Señor – Ciclo C

Lc 19, 28 – 40

«Si ellos callan, gritarán las piedras»

Queridos hermanos y hermanas:

            Con “la procesión del domingo de Ramos nos unimos a la multitud de los discípulos que, con gran alegría, acompañan al Señor en su entrada en Jerusalén.”[1] Así mismo, con esta procesión y con la celebración eucarística del día de hoy iniciamos la Semana Santa.

            La procesión con los ramos, siguiendo la imagen tallada del Señor de las Palmas, es un gesto de fe a la vez litúrgico, pedagógico y espiritual, que está llamado a hacerse vida en nuestra existencia concreta.

            ¿Qué significó este acontecimiento para los discípulos de ese entonces? ¿Qué significa para los cristianos de hoy este gesto litúrgico?

«Jesús, acompañado de sus discípulos, iba camino a Jerusalén»

            El texto evangélico proclamado en la Conmemoración de la entrada del Señor en Jerusalén (Lc 19, 28 – 40) nos dice que «Jesús, acompañado de sus discípulos, iba camino a Jerusalén» (Lc 19, 28). Por lo tanto, para los discípulos de ayer y de hoy –para los cristianos de todos los tiempos-, este gesto significa en primer lugar acompañar al Señor; caminar con Él, caminar como Él, caminar detrás de Él. En último término el gesto litúrgico de la procesión nos señala el sentido y criterio último de la existencia cristiana: el seguimiento de Jesús, el Cristo.

            Por esta razón, el gesto de fe que hemos realizado es al mismo tiempo un gesto litúrgico, pedagógico y espiritual. Es un gesto litúrgico porque lo realizamos como Pueblo de Dios, como cuerpo eclesial unido a su Cabeza: Jesucristo. Es un  gesto pedagógico porque la Liturgia –en la cual siempre actúa Cristo con su Iglesia- nos educa, nos conforma interiormente a Cristo y nos señala un estilo y un criterio de vida. Quien separa Liturgia y vida no ha comprendido la profundidad y alcance de la misma, y en el fondo la considera obra puramente humana, “mero gesto ceremonial”[2] que no lleva en sí la gracia, la fuerza capaz de transformar la realidad.

            Por último el gesto de fe que hemos realizado en la procesión de los ramos es también gesto espiritual porque nos señala lo que significa el seguimiento de Cristo en nuestra vida cotidiana personal: una “nueva orientación de la existencia.”[3] Se trata en último término del corazón mismo del cristianismo: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.”[4]

            ¿Es el caminar de Cristo Jesús lo que orienta mi propio caminar, o, sigue siendo mi propio yo –con sus ideas, gustos y caprichos- el criterio orientador de mi vida? Así como caminamos detrás de Cristo Jesús en el Domingo de Ramos, así, debemos caminar detrás de Él en el día a día.

«Todos los discípulos, llenos de alegría, comenzaron a alabar a Dios»

            Y este camino de seguimiento de Jesús es un camino de alegría y alabanza. Así lo señala el evangelio: «Cuando Jesús se acercaba a la pendiente del monte de los Olivos, todos los discípulos, llenos de alegría, comenzaron a alabar a Dios en alta voz, por todos los milagros que habían visto.» (Lc 19, 37).

            Cuando de verdad seguimos a Jesucristo nuestro corazón se llena de gozo, pues, “la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. (…) Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría.”[5] Ese es el secreto de la alegría vital del cristiano. Si la tristeza, el desánimo o incluso el desgano, se apoderan de nosotros, preguntémonos si estamos caminando con Jesús en el día a día. Puede que hayamos perdido de vista las huellas del Maestro que en todas las circunstancias de la vida nos promete la alegría de las Bienaventuranzas (Mt 5, 3 – 12).

            La alegría del seguimiento cristiano se expresa también como alabanza a Dios por todos los milagros y signos que los discípulos han visto. También hoy nos haría bien alabar a Dios, Padre bueno y misericordioso, por tantos signos de su presencia en nuestra vida y por tantos milagros de transformación interior de los cuales somos testigos. ¡Cuánto ha cambiado nuestra vida personal y familiar desde que nos encontramos con Cristo! ¡Cuánto bien nos hace cuando nos dejamos encontrar por él y su amor![6] “Quien se confía al amor de Dios es redimido”[7], es liberado, es salvado.

«Si ellos callan, gritarán las piedras»

            Finalmente, la existencia cristiana como seguimiento implica también el testimonio. Ante el requerimiento de los fariseos: «Maestro, reprende a tus discípulos»; Jesús responde: «Les aseguro que si ellos callan, gritarán las piedras» (Lc 19, 39 – 40). Sí, caminar detrás de Jesús, implica el testimonio. De palabra y sobre todo de obra. No se puede callar lo vivido con Él. No se puede dejar de compartir lo que Él nos ha entregado: el rostro del Padre y el camino que lleva al encuentro con Él y con los demás como hermanos.

           
Iglesia Santa María de la Trinidad,
Santuario de Tuparenda.
Domingo de Ramos 2019.
También hoy la Iglesia peregrina está llamada a testimoniar con alegría y mansedumbre su fe en Cristo Jesús. También hoy estamos llamados a ser una auténtica  “Iglesia de mártires y por ello testimonio del Dios viviente” si no queremos reducir la Iglesia a mero “aparato político”[8] y presentarla ante la sociedad como fuerza de presión cultural e ideológica. La Iglesia es más que eso, es la prolongación de la vida y acción salvífica de Cristo en medio de la historia humana.

            Sí, como discípulos de Jesús nos adentramos en esta Semana Santa para renovar, en el Misterio Pascual de Cristo, “nuestra vocación de pueblo de la alianza, convocado para bendecir el nombre de Dios, escuchar su Palabra y experimentar con gozo sus maravillas”[9]; para renovar nuestra existencia cristiana que no es otra cosa que seguir a Jesús, alabar a Dios con nuestra vida y testimoniar la vida nueva de Cristo.

            A María, Mater Ecclesiae Peregrinantis – Madre de la Iglesia Peregrina, encomendamos nuestro caminar durante estos días santos y le pedimos que nos enseñe a caminar por la vida tal como Ella lo hizo, siguiendo a su hijo Jesús hasta el Calvario y la mañana nueva de la Resurrección. Amén.

P. Oscar Iván Saldívar, I. Sch.

Santuario de Tupãrenda, 14 de abril de 2019


[1] BENEDICTO XVI, Celebración del Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor, Homilía, domingo 1 de abril de 2007 [en línea]. [fecha de consulta: 12 de abril de 2019]. Disponible en: <http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/homilies/2007/documents/hf_ben-xvi_hom_20070401_palm-sunday.html>
[2] BENEDICTO XVI, PAPA EMÉRITO, La Iglesia y el escándalo del abuso sexual, III, 2 [en línea]. [fecha de consulta: 12 de abril de 2019]. Disponible en: <https://www.aciprensa.com/noticias/el-diagnostico-de-benedicto-xvi-sobre-la-iglesia-y-los-abusos-sexuales-35201>
[3] BENEDICTO XVI, Celebración del Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor, Homilía, domingo 1 de abril de 2007 [en línea]. [fecha de consulta: 12 de abril de 2019]. Disponible en: <http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/homilies/2007/documents/hf_ben-xvi_hom_20070401_palm-sunday.html> 
[4] BENDICTO XVI, Deus caritas est, 1.
[5] PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium, 1.
[6] Cf. PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium, 3.
[7] BENEDICTO XVI, PAPA EMÉRITO, La Iglesia y el escándalo del abuso sexual, III, 1 [en línea]. [fecha de consulta: 12 de abril de 2019]. Disponible en: <https://www.aciprensa.com/noticias/el-diagnostico-de-benedicto-xvi-sobre-la-iglesia-y-los-abusos-sexuales-35201>
[8] BENEDICTO XVI, PAPA EMÉRITO, La Iglesia…, III, 3.
[9] Cf. MISAL ROMANO, Prefacio de Cuaresma V. El camino del éxodo en el desierto cuaresmal.