La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

viernes, 19 de abril de 2019

El Kerygma cristiano


Viernes Santo de la Pasión del Señor – Ciclo C

Acción litúrgica de la Pasión del Señor

Jn 18, 1 – 19,42

El Kerygma cristiano

Queridos hermanos y hermanas:

            La Liturgia de este Viernes Santo de la Pasión del Señor centra nuestra atención en la cruz de Jesús; centra nuestra atención en la Pasión y Muerte del Señor. El momento central de esta celebración está constituido por la proclamación de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según san Juan (Jn 18, 1 – 19, 42).

El anuncio de la Pasión

            Año tras año la Iglesia se pone a la escucha de este relato. ¿Por qué lo hace?

            En primer lugar porque la Pasión del Señor, que es concreción de su amor «hasta el fin» por nosotros (cf. Jn 13, 1), forma parte del kerygma (κήρυγμα) cristiano, es decir, forma parte del primer anuncio del Evangelio.

            En la boca de la Iglesia “vuelve a resonar siempre el primer anuncio: «Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte». Cuando a este primer anuncio se le llama «primero», eso no significa que está al comienzo y después se olvida o se reemplaza por otros contenidos que lo superan. Es el primero en un sentido cualitativo, porque es el anuncio principal, ese que siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y ese que siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra a los largo”[1] de la vida de los fieles cristianos y a lo largo del tiempo de la historia humana.

            Así la Liturgia nos ayuda a dimensionar «la anchura y la longitud, la altura y la profundidad» del amor de Cristo (cf. Ef 3, 18 – 19). Tan ancho y tan profundo, tan abarcador y total es el amor de Cristo Jesús por nosotros, que soportó la Pasión para que por sus heridas fuésemos sanados (cf. Is 53, 5).

            En el huerto de Getsemaní, con su obediencia sana nuestra desobediencia; atado a la columna, con su reciedumbre sana nuestra sensualidad desordenada; coronado de espinas, con su mansedumbre sana nuestra arrogancia; cargando la cruz, con su constancia en el sufrir, sana nuestra débil voluntad de sacrificio; entregando su vida en la cruz, con su amor sana nuestro egoísmo y nuestro pecado.

La muerte salvífica del Señor

            Comprendemos entonces por qué la Iglesia vuelve a escuchar con atención y veneración la Pasión de su Señor. Se trata del anuncio primero y fundamental: «Jesucristo te ama y dio su vida por ti; dio su vida para que tengas vida y la tengas en abundancia» (cf. Jn 10, 10).

           
El Señor en el Calvario. Detalle.
Raúl Berzosa.
Guatemala, 2019.
Por eso mismo, se trata también de un anuncio que sana y que salva. Acoger con fe el anuncio de la muerte salvífica del Señor, es el inicio de la sanación de nuestras heridas; es el inicio del camino de conversión hacia Jesús y su amor siempre fiel, paciente y esperanzado.

            Porque acoger con fe este anuncio significa reconocer que somos pequeños y frágiles, que estamos heridos por nuestro egoísmo y por nuestros pecados, y que necesitamos sanación.

            Sólo entonces experimentamos vitalmente lo que es la redención: el ser liberados de nuestro egoísmo; el ser liberados de nuestra pretensión de autosuficiencia; el ser liberados de nuestros pecados. Allí comienza nuestra redención: creyendo en el sentido salvífico que Jesús le dio a su muerte por nosotros; creyendo en el amor siempre fiel hasta el fin de Jesús. Entonces comprendemos y experimentamos que “quien se confía al amor de Dios es redimido.”[2]

            Acojamos hoy este anuncio salvífico; acojámoslo en lo profundo e íntimo de nuestro corazón: «Jesucristo me ama y dio su vida por mí». Que este anuncio nos vaya sanando y liberando; y que la fuerza redentora de este anuncio nos mueve a cooperar con Cristo para sanar y liberar a nuestros hermanos.

            A María, Mater Dolorosa et Gloriosa – Madre Dolorosa y Gloriosa, que estuvo al pie de la cruz  y supo acoger en su corazón el gesto redentor de su hijo (cf. Jn 19, 25 – 27), le pedimos que nos ayude a aceptar en nuestra vida la salvación realizada en la cruz por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.


[1] PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium, 164.
[2] BENEDICTO XVI, PAPA EMÉRITO, La Iglesia y el escándalo del abuso sexual, III, 1 [en línea]. [fecha de consulta: 12 de abril de 2019]. Disponible en: <https://www.aciprensa.com/noticias/el-diagnostico-de-benedicto-xvi-sobre-la-iglesia-y-los-abusos-sexuales-35201>

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