La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

domingo, 16 de junio de 2019

«El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones»


La Santísima Trinidad – Ciclo C

Jn 16, 12 – 15

«El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones»

Queridos hermanos y hermanas:

            Al leer el pasaje evangélico que la Liturgia de nuestra fe presenta en esta solemnidad de la Santísima Trinidad (Jn 16, 12 – 15), me parece interesante que en el momento de la Última Cena, Jesús diga a sus discípulos: «Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora.» (Jn 16, 12).

            Jesús, que es la “Palabra de verdad”[1], la Palabra del Padre que se hizo carne y habitó entre nosotros (cf. Jn 1, 14); tiene todavía, muchas palabras que comunicar a sus discípulos. Él que pasó enseñándoles por medio de palabras y obras, aún tiene palabras que entregar a los suyos.

«Todavía tengo muchas cosas que decirles»

            Esta frase del Señor durante la Última Cena nos permite volver a tomar consciencia de que Él es la Palabra del Padre pronunciada para toda la humanidad y para cada uno de nosotros. Una Palabra dirigida a nosotros, destinada a nosotros. Como dice el inicio de la Carta a los Hebreos: «Después de haber hablado antiguamente a nuestros padres por medio de los Profetas, en muchas ocasiones y de diversas maneras, ahora, en este tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo el mundo.» (Hb 1, 1 – 2).

            «Dios nos habló por medio de su Hijo». Y tan elocuente es el lenguaje de Dios que su Palabra se hizo carne, se hizo hombre, se hizo persona: Jesús de Nazaret, muerto y resucitado por nosotros. La Palabra del Padre es una persona viva, presente y actuante; Palabra «viva y eficaz» (Hb 4, 12).

            «Tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora». Claro, como la Palabra es una persona viva, una persona divina, nunca agotaremos su realidad y siempre de nuevo estaremos comprendiéndola y acogiéndola. Siempre de nuevo estaremos conociéndola y entrando en relación con ella, porque la Palabra del Padre es la verdad y la “belleza tan antigua y tan nueva”[2].

«Cuando venga el Espíritu de la Verdad»

            Considerando la identidad del Hijo como Palabra del Padre, se nos hace también clara la identidad y misión del Espíritu Santo: «Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad.» (Jn 16, 13).

            El Espíritu Santo «que nos ha sido dado» (Rm 5, 5) es el que nos permite comprender las palabras de la Sagrada Escritura porque nos pone en relación con la Palabra que es Jesucristo, y así, somos introducidos auténtica y vivencialmente «en toda la verdad» de la salvación.

            Más aún, en estas palabras de Jesús durante la Última Cena se nos revela algo de la íntima comunión trinitaria. Cuando habla del Espíritu el Hijo dice: «no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo» (Jn 16, 13b).

            ¿Qué es lo que ha oído el Espíritu? La Palabra pronunciada por el Padre en la eternidad. Desde siempre el Padre pronuncia al Hijo y el Espíritu lo recibe y comunica. Las personas divinas son relaciones eternas. El Padre constantemente engendra al Hijo; el Hijo es constantemente engendrado por el Padre y el Espíritu constantemente procede de ambos para su continua efusión sobre la Iglesia y la humanidad.[3]

«El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones»

            Y la revelación de esta verdad de fe no es mera transmisión de información o conocimiento intelectual. Si el Hijo nos abre la intimidad de la vida con el Padre y promete la asistencia del Espíritu en la comprensión de esta realidad, es para que nosotros participemos de ella, para que nos adentremos en la vida de comunión y amor trinitario, en la vida de la continua relación de amor.

           
María de la Trinidad. Detalle.
Óleo sobre tela.
Emmanuel Fretes Roy, 2019. Paraguay.
Es el «amor de Dios [el que] ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rm 5, 5); es decir, es la capacidad de relación con Dios lo que se nos ha otorgado. Hemos sido hechos capaces para entrar en una alianza de amor con cada una de las personas divinas: con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo. Y entrando en relación con cada una de ellas y aprendiendo a descubrirlas en nuestra vida cotidiana –a la luz de la fe- estaremos entrando en comunión con el único y verdadero Dios.

            Así comprenderemos vitalmente que “Uno es Dios […] y Padre de quien proceden todas las cosas; Uno el Señor Jesucristo por el cual son todas las cosas, y Uno el Espíritu Santo en quien son todas las cosas.”[4]

            A la Santísima Virgen María, Mujer trinitaria, quien como ningún otro se adentró en el misterio de la Trinidad, y lo comprendió y amó; le pedimos en ferviente oración:

            “María de la Trinidad,

            remolino de amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo;

            lleva mi corazón consagrado hasta el corazón mismo de Dios Trino

            para que nazca Cristo de nuevo en todos los paraguayos. Amén.”[5]


[1] MISAL ROMANO, La Santísima Trinidad. Solemnidad, Oración colecta.
[2] SAN AGUSTÍN, Confesiones, Libro X, 38.
[3] Cf. CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, n° 254.
[4] CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, n° 258.
[5] Oración María de la Trinidad, redactada para la conquista espiritual de la Iglesia de peregrinos en el Santuario de Tupãrenda, Paraguay.

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